“La noche es
torbellino / el durmiente da vueltas y vueltas / como en la máquina de lavar// Una
mariposa revolotea en / el inmenso delirio verbal de la historia: / Me encanta
este instante que es / como una cuerda de tender la ropa / atada como un
extremo al pasado / y por el otro al mañana ventoso”
(Bei Dao, Instante de contraluz)
Un amigo me preguntó
si todos esos barcos, que andan dando vueltas por el mar del norte, son chinos.
Le contesté que en caso de que lo sean, parece que a los chinos no les está yendo demasiado bien. Lo sigo
pensando ahora, porque en verdad en el imaginario uno piensa que desde Shanghái
deberían venir naves imponentes,
embarcaciones de gran tecnología. Pero esos barquitos rojos y medio blancos que
se ven desde la costa marplatense, más bien parecen llegados de lo más profundo
de la llanura pampeana. Rara llanura, que me suena más a amarillo que al verde
intenso que se utiliza en los mapas escolares para pintarla ¿Sigue habiendo
mapas escolares? Como sea, me quedé pensando en China, y se me vino a la cabeza
ese poeta que primero estuvo alineado con la Revolución y después la enfrentó
ideológicamente. Hablo de Bei Dao, claro, y la osadía de publicar una revista
por fuera del control estatal. Esas osadías que suelen pagarse con el exilio,
sea cual fuere el imperio al que se enfrente. Pude ser el Romano, el Ruso, el Norteamericano,
el Japonés, el Chino. Depende de dónde quiera ponerle la mayúscula la línea de
tiempo. Y esos versos que un poco me tocaron el domingo a la noche, porque ese
es el momento en el que se baja la guardia y las palabras escritas se cuelan
directo, y se vienen encima los años con todos esos gestos que ya no están, y
esos errores que persisten en actualizarse. Encima es el momento semanal en el
que lavo la ropa y sí, me pongo a colgar el pasado para que quede pendiendo del
futuro, y yo como en el medio, sin presente, fuera de los tiempos. Me quedo sin
ideología, desnudo. Con pocas palabras, porque es el momento en el que también
se deja de ser ingenuo. La transparencia del lenguaje en su juventud, y lo
gastado que suena a mitad de camino, y el viento fuerte que todavía espera por sacudir
una vez más. Y me da la sensación de que no se puede hacer nada, de que después
de todo una hormiga es una hormiga más, y que todos esos imperios son los que
hablan por uno en todos los tiempos, por más rebelde que se quiera ser.
Entonces los versos de Bei Dao son recogidos por el imperio que no es el Chino,
y vuelta a caer en la trampa. Lo que en una tierra es condena, en la del
contrario es gloria y fama, mientras sea funcional. Cosas de una Historia que
se escribe de esa manera, mediante la ley del más poderoso. Y muchos y muchas
poetas en el medio, con todas sus palabras y luchas que siempre son en vano,
pero que uno se empeña en pensar que son más que imprescindibles para respirar.
Nunca me supe esos versos de memoria, porque en verdad los odio, pero no puedo
evitar recordar lo que me generan, esa melancolía fina, estúpida, que me
desgarra el pecho. No siento salvación en ninguna de esas imágenes. En esos
barcos que por las noches destellan luces que me contaron que sirven para
atraer calamares, que caen rendidos ante el futuro incandescente de unos cuantos
focos. Porque cada uno, cada una, cada une, se deja atraer por el mal que le
parece. Esos barcos grandes y bastante oxidados, que surcan el mar todo
poderoso, que encima trae una fuerza imposible de enfrentar. Todo imposible. Y
esos versos del poeta chino que son perfectos y que además tienen toda la
imposibilidad junta, atada como un viejo calzón, de una lado el pasado que tira
fuerte con sus historias inamovibles, imposibles. Y por el otro, un broche
intentando sostener un futuro que es tan poco posible, como el viento que lo
pone en peligro cada día. En el medio la vida del ahora, o del presente que se
consume, el tiempo que es una imposibilidad en sí. Con una salvedad, uno se
puede tragar el sapo del carpe diem, comerse por un rato el verso del aquí y
ahora. Pero es un disfraz que dura un suspiro, una leve brisa que trae el
pasado, esa bestia que agiganta su huella cada primavera, que va llenando el
living de los recuerdos de velorio todas las mañanas. Y se ven caras conocidas
cada vez más seguido, y es una cagada ese living. En la parte de atrás, el
patio cada día más chico, porque ya no se lo puede mantener como antaño, que
significa el futuro. Un lugar donde cuesta imaginar dónde van a entrar flores
nuevas, donde las rosas son restos arrancados de cuajo, que tienden a durar un
día exagerando su color. Después muchas noches frías, aún en verano. Caminos
trasversales que ya no se atreven a volver terrorífico nada que pueda salir a
nuestro encuentro, porque a cierta altura de la pendiente, ya no podemos ver
más que un pequeño horizonte, con la esperanza de no caernos tan rápido.
Imagino un anciano casi sin fuerza, lanzado contra ese torbellino, sin miedo.
Pero no por valentía, sino por resignación. Toda una Historia convulsa que lo
sacude para todos lados, lo tira al piso, lo muele a palos, y sobre todo va
desgastando lo que ese anciano más quiere. Y al final, el torbellino pasa, las
sombras se levantan, el anciano sigue su camino obsesionado por el pequeño
horizonte, que ahora solo puede imaginar. ¿Cuál era el juego favorito de los
surrealistas? Tzara, Bretón, se divertían apostando sus vidas en la ruleta
rusa. Pero eran solo juegos, que imaginaban más reales que la realidad. Igual
que pensaban que los sueños mezclaban la realidad con lo imposible. Pero
tampoco era así, nunca soñé con un reloj derritiéndose, y sí soñé con grandes
torbellinos, como el que nos sacude ahora.
***Y como música de fondo: Hoy nada, por problemas técnicos, lo dejo a tu criterio...
****************************Humildemente, Juan*********************hasta la próxima, siempre************
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