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Insoportable luna


Hay cosas misteriosas que escapan a mi pobre comprensión, y la mayoría de ellas se van a quedar ahí, como meros misterios. Y entre todas estoy yo, un objeto verdaderamente incomprensible. Y lo bueno de darse cuenta de las cosas superfluas, lo que me permite estar aliviado, ya no voy a mal gastar el tiempo en pensar en mí, y lo siento mucho por mi (ahora ex)analista. Sí soy consciente de que el hecho de haberme alejado del barrio Rivadavia generó otro espacio aún más significativo, más poético, y –paradójicamente- muchos más cercano a la realidad: el barrio Rivadavia. Atravesado por ese lugar simbólico, tal vez lo único que me representa cabalmente, ahora salgo a caminar por la costa, en un barrio que no es barrio, sino más bien un archipiélago turístico. Más poblado por estructuras que por seres humanos, que en verdad son pasajeros en trance, todo el tiempo. Fantasmas de ambientes más o menos cómodos, que también suelen padecer de insomnio como yo. Pero no son mucho de salir a caminar por la noche, y yo sí, porque en verdad hace dos semanas que no puedo dormir bien. Entonces miro la luna llena, una piedra flotando a miles de años luz de mí, y no me siento como esos poetas románticos del siglo diecinueve que se la disputaran. O tal vez del siglo dieciocho, o del tardío diecisiete, siempre dependiendo el lugar donde el romántico nació y creció, porque sabemos muy bien que los movimientos culturales nunca definen tan estrictamente su tiempo y su espacio. Es más, podría estar llegando el romanticismo híper tardío recién hoy a este no-barrio de la ciudad de Mar del Plata. Como decía, caminaba para encontrar el sueño, mirando la luna llena, que lo mismo da si está medio lleno o llena para nada, me sigue pareciendo una idiotez mirarla haciéndome el Carl Sagan. La luna no me excita ni me inspira nada. Ni siquiera me da sueño, y ojalá me diera sueño. Pero las cosas se empeñan en no hacer lo que yo quisiera, y en eso se parece a todo este balneario. Eso, esto es más un balneario que un barrio. Y las cosas están ridículamente caras, porque siempre en los balnearios –al igual que en los aeropuertos – las cosas son más costosas. ¿Cómo llegué a esta situación? Una oportunidad, un alquiler con trabajo incluido, y qué razón tenía Alejandra Pizarnik con eso de que habría que salir a matar al que dijo que trabajar es ganarse la vida, porque más interesante sería poder dormir ocho horas seguidas, o encontrar una esquina como la de Francia y Garay, para poder tirarme a tomar una cerveza y ahí sí soñar con dormir un poco. Y la luna idiota sigue ahí, esperando que algún otro artista le dedique un soneto, una música, una buena paja, y todas esas cosas que se le dedican a las piedras. No quisiera bajar a la playa, pero por lo visto no me viene el sueño y seguir caminando por el malecón es una cagada. Entonces me meto en la arena, que está fría porque ya es otoño y es muy de noche, y la luna inútil ni siquiera sabe dar un poquito de calor. Camino por la arena fría y siento que se me congelan los pies, y ya me veo que estoy exagerando. Me mojo las patas en la orilla, y resulta que el agua de mar parece más caliente de lo que marca la temperatura de la noche. Cómo me gustaría que todos esos dispositivos que marcan temperaturas y prevén chaparrones no existieran más. Digo, así algún escritor o escritora de ciencia ficción tendría la oportunidad de inventar algo, porque ahora ni siquiera eso se puede. Por ejemplo, lo más misterioso de la luna, su lado oscuro, ya tiene más fotos y videos que cualquier cumpleaños de jardín. ¿Se festejarán los cumpleaños en este balneario, así como en las propagandas de cerveza, con gente muy sonriente y despreocupada por llegar a fin de mes? ¡Eso! Ahora con el nuevo trabajo tengo más guita, pero paradójicamente gasto más. Me di cuenta de esa trampa perfecta. Otra cosa que advertí, la gente que más tiene es la que persigue más obsesivamente los descuentos, por el solo hecho de llevar más cosas, imagino. Esos sí que tienen una gran pasión en lo que hacen, consumir. No como los que caminamos por la arena mirando la luna. No la miremos más, porque no va a hacer nada, va a estar ahí, simplemente. Y en ese caso la identificación es total, y yo también soy un objeto inanimado que no tiene luz propia, y que enfría con cada destello, y que se va apagando cuando comienza lo más lindo de cualquier día. Qué cagada la luna. Qué cagada la luna en la costa, que no es la luna del barrio Rivadavia, no se parecen en nada. La de la costa exige atención, es arrogante y muy infiel, se va con cualquier caminante. La del Rivadavia tenía otro trato, podía ser un poco indiferente, y por lo general no nos prestaba atención para nada, pero era nuestra, de la esquina de siempre. Es más, hasta había temporadas larguísimas en las que no la veíamos en toda la noche. En la costa, esta engreída luna se hace ver hasta cuando es de día. Insoportable. ¿Será por eso que no puedo dormir? No creo, las cosas no hacen caso de las personas, ni siquiera las personas hacen caso de las personas. Calculo que lo mejor sería ser una aplicación de celular, se la debe pasar bien de esa forma. Una aplicación que sea bien parecida a la luna, que no sirva para un carajo, y que esté ahí como testigo de que yo también la cagué, me aparecí en un lugar que no es el mío, en un tiempo al que le importo una mierda. Hace frío, me vuelvo al departamento a no seguir durmiendo, tal vez me ponga a leer el Romance de la luna luna de Lorca, o el Rayo de luna de Bécquer, y a lo mejor me afloje el estómago un poco.


*****Música de fondo para cualquier momento de luna:

**********************************Humildemente, el yo que dice YO******************¿por qué tenemos que ir tan lejos para estar acá?******************


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