Ceros y unos

 

La realidad es reducible a dos componentes básicos, que en realidad son dos números: 0 y 1. A partir de allí: todo el universo que creemos que se expande sin interrupción, aunque realmente se va comprimiendo a cada instante, con cada click, cada vez que deslizamos nuestros dedos sobre la pantalla de cualquier artefacto. Y eso ya revela toda una sensualidad propia de este siglo, unas caricias demandantes y dedicadas, caricias que ningún aparato puede pedir pero que se le dan oportunamente, como marca de ansiedad de toda una generación que, paradójicamente, cree que no está atrapada en esa relación tóxica con las pantallas. Así que la realidad comienza a reducirse sustancialmente: es una pequeña ventana digital, un resumen comprimido de imágenes que descartan cualquier otro sentido. Menos la vista y….sí, el sentido más estimulante de todos, a la vez que el más confiable: el tacto. En otros tiempos, no tan lejanos, estos mismos aparatos tenían pantallas que solo se miraban, y eso funcionaba para no estar tan estrechamente ligados a ellos. El comando a distancia era lo más cercano, un teclado, un control remoto, un jostick, un teléfono sin cables, los primeros celulares. Pero un buen día llegó la era táctil, los aparatos controlados a través del desplazamiento de los dedos por sus pantallas. Y ahí la revolución tecnológica devino en pornografía digital…Podemos frenar por acá, unos segundos, así todos vamos a chequear si no llegó algún tipo de señal a nuestros celulares, entonces vamos y los acariciamos un poquito, total la lectura puede esperar…Todo lo que genere distancia puede esperar, y por suerte. Con estos aparatos que invaden cada minuto de nuestras vidas es imposible. Las distancias han sido borradas, la ansiedad es incontrolable y quienes padecemos esa adicción jamás lo vamos a reconocer. Resulta que a pesar de que es evidente la dependencia (nuestra clara adicción al celular) nos resistimos a admitirla. Imposible vernos desde afuera. Es más, hasta podemos llegar a criticar al resto de las personas por su obsesiva manera de acariciar / consumir / abusar de sus aparatos, sin experimentar la más mínima de las culpas, sin hacernos cargo de que nosotros estamos en la misma situación. La negación como defensa. Entonces alguien dice “yo no uso el celular todo el tiempo, no tengo tal red social, y etcétera”, pero resulta que en la mano, mientras habla, tiene el aparato aferrado, como si se hubiera olvidado de que llevaba puesta una bufanda. Natural. La realidad, entonces, se vuelve un poco más chica y carente de sorpresas. El orden está garantizado, la revolución tecnológica no es más que otra manera de consumo, que funciona todavía mejor, porque logró convencer a todos de que resulta imprescindible para la vida. Ya es un servicio tan primario como el agua potable, porque sin celular ¿cómo vamos a vivir?…una vida que es puro orden, que fue pensada para que siga siendo de esa forma. Alguien puede estar leyendo esto mismo en un celular, de esos que hay que acariciar para que cumplan una función para la que no habían sido inventados. Si ese es el caso, tendría que cambiar de argumento y hacer alguna que otra salvedad: si el celular se utiliza para la lectura de artículos como este, pues entonces está perfecto, vayan y compren otro por las dudas que se les termine la batería. Si tuviésemos eso en cuenta, estaríamos admitiendo que el verdadero problema del uso de una determinada tecnología está ligado a la función que se le asigne. Entonces lo que nosotros valoramos positivo, como puede ser la lectura de artículos periodísticos o del género que fuere, estaría más que recomendado, sería darle un buen uso y entonces esa tecnología encontraría su justificación. Pero es caer en una trampa, porque cada persona puede considerar el uso que quiera como positivo. Entonces, cada consideración no sería más que la expresión de un deseo de que la propia moral o el ansia de fama y éxito prosperen. Volveríamos a caer en el laberinto numérico del cero y el uno: cada lector de este artículo significaría solamente un número de lecturas, un conjunto de corazones, me gustas o lo que fuere, a los que quedarían reducidas sus individualidades. Personas que -porque me conocen o por casualidad- llegaron a esta pequeña reflexión semanal, y a las que aprecio enormemente, y que además me encantaría conocer. ¿Y a qué viene todo esto? ¿Será acaso una autocrítica? ¿Habrá que contar las veces que acariciamos una pantalla de celular en el día? No voy a dejar como final una de esas descripciones antagónicas que ya se ven venir, eso de que “mejor dejar el aparato a un lado y acariciar al perro, o al hijo, o al esposo, o al etcétera y dar más cariño al mundo analógico”, porque la verdad es que me parece mucho mejor acariciar un aparato, más ecológico, menos peligroso y mucho más suave. Con respecto al uso y abuso, ya lo dijimos, depende de lo que quiera cada uno, una, une. Si es para leer este blog: alabados cada uno de los celulares que Motorola y Huawei inventaron. La justificación estaría dada por el alcance de mi nota semanal, un bochorno. Algo le escuché decir a Martín Cohan al respecto del uso del celular, y de cómo los libros ocasionaron el mismo debate en el pasado, al ser incorporados como nueva tecnología. En ese entonces, la crítica de los conservadores venía dada porque el hecho de la existencia del libro ponía en jaque a la memoria, fuente fundamental de la socialización. Entonces el debate se vuelve espeso, aunque vale algún tipo de aclaración: no está nada bien andar en auto mirando la pantalla del celular, como tampoco está bueno sentarse con el celular en la mano frente a alguien con quien supuestamente te citaste a dialogar. El resto de los usos y abusos son discutibles. Confieso que no soy bueno para encontrar el equilibrio, porque me parece un invento aristotélico muy deprimente: el equilibrio. Casi que prefiero el descontrol, y la ruptura total de ese par de algoritmos que simplifican y ordenan vidas que de tan predecibles…perdón, me acaba de sonar el celular, o creo que sonó, no estoy muy seguro…como sea, voy a acariciarlo un ratito más.


******para disfrutar de fondo y bailar un poco:

*********************Humildemente, -ya sabés mi nombre, buscá el numerito y whatsapeame-*************


Esto no es un manifiesto


Existen todas esas cosas que están destinadas a trazarnos caminos que aparentan ser obligatorios. Les pueden poner el nombre que quieran, pero la realidad es que ahí están, que se construyen desde el convencimiento –casi- unánime, previo a la conformación de la identidad dentro de cualquier sociedad.  Y basta con que una parte importante de la gente las crea, para que estas cosas funcionen como verdades indiscutibles. Así se fabrica la realidad, más allá de la lógica y la objetividad que, por ahí, también suelen estar direccionadas, falseadas de fábrica. Por lo pronto, no habría manera de escaparle a la trampa, porque si la verdad está coaptada y la lógica maniqueada, el sujeto queda a la deriva. Propuesta número uno sería: des-sujetizarse, vale decir, romper las ataduras con las convenciones que nos llevan a acomodar todas las cosas de la misma forma, todos los días. Vale decir, dejar de agachar tanto la cabeza, mirar con un poco más de atención el sol, y no para sonreír y congraciarse con lo “natural” porque sería seguir cayendo en la misma trampa. Mirar ese sol para decir, ok, esa bola de fuego del orto que está tan lejos  por lo menos tiene la decencia de calentarnos gratis. ¿Gratis? Puede existir algo gratis, todavía, sin que el Sistema se venga abajo. ¿Cómo puede ser eso posible? Otra manera de pararse frente al mundo. Segundo objetivo: colectivizar la des-sujetización, vivir la experiencia en comunidad, entre muchxs, pasarla de mano en mano, y comenzar la batalla ideológica. Una quimera utópica, en apariencia. Aunque cabría afirmar que es bien posible por estos días. O tal vez sería mejor no tocar nada, y seguir viendo cómo las sociedades siguen empobreciéndose en cantidades enormes, mientras unos pocos se empachan de tanto quedarse con la riqueza. A lo mejor, es muy civilizado esto de justificar guerras, bombardeos, atentados, los caprichos de los nazianarcomultimillonarios y un largo etcétera de horror. Pero por suerte existen las comedias y el stand up y los memes, y todo eso que nos hace tragar la mierda como si no fuera dolorosa. Moraleja obligatoria: no se puede hacer nada, seguí con lo tuyo, yo con lo mío, y nos vemos en unos años a ver qué quedó de todo esto que, alguna vez, llamamos mundo…

…Quiero despertarme en un mundo agradable, decía la voz dulce de David Lebón, y era una mentira que sonaba muy bien. Todo lo que suena así tiene que ser inmediatamente destrozado, porque mejor no pasar como idiotas. La letra de ese tema es tan infantil, tan inocente, tan pavota como el Imagine de Yoko y John. Igual, siempre es preferible esa dulzura naif al terror infumable de quienes se levantan todas las mañanas convencidos de que alguien más los va a cagar, y que por eso deben apresurarse a cagarlos primero. La ley de la selva de cemento, el más fuerte, el más apto, el que se meta más ruido en la cabeza, va a ser el que evite caer en desgracia. Porque pararse a pensar una temporada entera es una real pérdida de tiempo, da la sensación de que te caés del mundo y que perdiste tu oportunidad, ¿y cómo vas a  hacer para pagarte un diente cuando se te caiga? Ni idea, no sé cómo llegamos a este punto, que sea un negocio millonario el hecho de que te peguen un diente…

Velocidad, futuro, mirada hacia el más allá…aunque la verdad es que la mirada se fue hacia abajo, a una pantalla de dos por dos, con personas que son más bien aplicaciones que están ahí para no estar en ninguna parte. Como en la tan afamada serie televisiva Succession, donde un coro estable de oficinistas chetos y herederos de millones de dólares, se la pasa hablando con sus celulares, chequeando el impacto de sus tweets que se traducen en subidas y bajadas de acciones, caídas de bancos y empresas, y etcéteras de la vida financiera que también perdió glamur. Un par de oficinas, una sala de reuniones, el living de un departamento, el avión personal y el resto se resuelve por obra y gracia de los celulares. Signo de los tiempos, nada en contra de una serie televisiva. Por ahí el mundo agradable era el del voluntarioso MacGyver, capaz de solucionar cualquier inconveniente con cualquier objeto que no fuera un celular, porque todavía no existía. Entonces, por lo menos, el personaje principal se las ingeniaba para combinar cosas en apariencia incompatibles, y lograba inventar algo nuevo y siempre genial. O casi siempre, porque en algún capítulo el ingenio de Mac resultaba demasiado inverosímil, muy tirado de los pelos. Como fuere, ese agente lograba transformar la realidad y crear cosas nuevas, tangibles, útiles en primera instancia. Ahora solo nos queda lo que la inteligencia artificial puede imaginarse, que no es mucho más que una nueva aplicación, o resolver una evaluación con nota cinco sobre diez. Nada especial por ahí, nada especial por acá…

…La revolución no puede ser imaginada por la inteligencia artificial, eso es una obviedad. Las aplicaciones no nos van mejorar como personas, ni tampoco son capaces de cebar mates. Y sobre lo que sí son capaces de hacer, bueno, habría que probar si no se nos ocurren cosas un poco más copadas. No quiero ponerme en la piel del conservador borgeano, aferrado a valores de otros tiempos, los tiempos en los que reinaba MacGyver en la pantalla chica y yo era decididamente más joven. Pero hay que advertir sobre las posibilidades de lo que podemos hacer con lo que tenemos ahora. Inventarnos caminos alternativos a una realidad prefabricada que no parece ser muy humana que digamos. Ingenio social, que podría comenzar por repetir esas letras inocentes que soñaban con un mundo en paz. Como si fuera empezar desde cero, a partir de cualquier mañana, diseñando un dispositivo inviolable, universal, netamente realizable y seguro para todas las edades: Humanidad. Desde este abismo, seguir hacia adelante, sin matar ni pisar a nadie, con todo el mundo adentro y con la panza llena.

¿Esto fue un manifiesto? No, esto no es un manifiesto, ni es una pipa. Es un miércoles de mayo que me pegó más o menos. Confieso y paso la receta: cuando estoy mal y cuando estoy solo, suelo agarrar cualquier cosa de Roland Barthes y me tranquilizo. No servirá para pegarme el diente que se me cayó, pero es algo.


........música de fondo para imaginar un mundo más copado, años de MacGyver y mucho pelo en Lebón:

**********************************************************************************************************Humildemente, Juan*******estoy aquí******************************


Pozo


*Antes de trabajar en algo nuevo, resulta necesario pararse sobre aquel día en que cambió todo lo que consideraba vida. O rutina, que es una suerte de estancamiento de la vida, un pozo profundo pero lleno de algunas comodidades y sentimientos que pueden llegar a engañar, y que de repente pasen décadas y…alguna tarde, a lo mejor, el cimbronazo y vuelta a empezar con ese proyecto que llamamos vida, a falta de originalidad nominativa. Ojo, que tampoco estoy diciendo que quedarse en el pozo sea algo negativo. Por el contrario, si se encuentra un pozo lo suficientemente profundo y agradable, no hará falta continuar con otro camino, en el camino. A decir verdad – o a mentir lo menos posible- lo que primero descubrí fue que el pozo es pozo, un freno a eso que intentaba encontrar para no arrepentirme mucho tiempo más, porque el arrepentimiento sucede en todo momento, y se expresa siempre en presente. Es presente. Un pozo. Lo segundo que aprendí fue a sacar tanto pronombre cada vez que me meto a fondo con una oración. Más que aprender, lo que hice fue desaprender lo aprendido alguna vez, cavar otras cosas lejanas a ese que dice siempre YO. De eso se trata salir del pozo: ir desaprendiendo lo que ya fue convertido en roca en el fondo de la personalidad, que ya fue forjada, lo que somos o hicieron de nosotros. Ir desaprendiendo eso de ser, para continuar con el camino de la vida, el de la aventura hacia la nada, hacia el no saber, incluso de uno mismo. Ese Nadie en el que se transforma Ulises para engañar al Cíclope, en la Odisea. Esa escena clásica que nos definiría como viejos occidentales, afincados en los versos del también viejo poeta ciego, el primero de todos, luego vendrían Borges y Ray Charles y etcéteras. Todas referencias que deberán ser desaprendidas, porque algún día habremos de tirar por la borda todas las referencialidades que han detentado el poder constitutivo de la cultura occidental, la nuestra, la tan contagiada en instituciones varias, en innumerables Estados-nación, provistos de un  aparato regidor y delimitador de la acción. Me bajo acá. Digo, me subo acá, para escaparle al pozo y retomar el camino hacia donde no sabremos qué cosa puede acontecer, y mucho menos quiénes podemos llegar a ser. En todo esto aparece el lenguaje, sus formas, sus significados y sus oscuras metáforas. Lo más difícil de abandonar en el pozo, porque no podría siquiera explicar lo que quiero intentar, una nueva narrativa, unas nuevas palabras que no se llamen más así, que ni siquiera tengan puntos y comas y otros signos que delimitan, que construyen paredes al libre fluir de la imaginación lingüística. La trampa de siempre, la paradoja que no deja respirar, que no quiere abandonar la inercia del pozo y todos sus ladrillazos. Un pozo que se ahonda y se ensancha, un pozo que todo engulle, que todo lo desaparece, lo fagocita, lo mastica, lo piensa…igual, todo, todos, iguales ante el pozo profundo. El carácter de hundido, una forma de estar en el mundo, una forma de caer en un mundo que ya es un pozo cavado a la distancia, a siglos y siglos de distancia. Siglos con sus modos, sus palabras, sus batallas, sus mareas de sangre, sus justas injusticias, sus pésimas decisiones, hasta que llegamos los que llegamos, con todas las cosas hechas, y hechas muy mal, y con la idea prefabricada de que nada puede ser cambiado, el pozo es un pozo y nada ni nadie podrá justificar lo contrario, no al menos utilizando el mismo lenguaje que el del pozo, obvio. Pero si no se puede hablar de otra manera, si nos es imposible querer de otras formas: ¿Cómo hacer para escapar del pozo? Cerrar los ojos no sirve de nada, ya lo anticipamos. El único ciego que triunfó en eso fue Homero. Y habría que hacer un arduo análisis para saber a ciencia cierta si es que logró algo de revolución, o simplemente hizo lo que hizo para agradar a los habitantes del pozo de su tiempo, que ya estaban antes que él, moldeándolo para que les cantara las historias que querían oír, con los héroes y las virtudes que necesitaban resaltar, alabar, enseñar. Escribiendo ahora, caigo en el mismo pozo, en el original, en el de hace siglos atrás. Ya estaba perfectamente diseñado, esperándome como una tumba. Solamente debía ponerme a unir algunas oraciones detrás de otras, todas ya fabricadas. Me corrijo, lo que hago es elegir de entre todas las palabras que ya tengo grabadas en la memoria de lector empedernido, un lector direccionado, un lector prefabricado por empresas editoriales que son un pozo dentro del pozo. Intento salir cada día un poquito, pero termino cayendo porque no puedo redactar una maldita oración que diga algo contrario al diccionario y la gramática del pozo. Ese fue el momento en el que cambió mi vida, el instante en el que me di cuenta de lo terrible de una situación para la que ya había sido pensado: me toca ser el guardián, el celoso vigía del pozo del tiempo que me toca a mí. No me culpen, no me señalen, no soy capaz de otra cosa. Un farsante que ya empezó a abusar de los pronombres, otra vez. 


****Alguna otra vuelta había escrito algo sobre pozos, pero desde el barrio Rivadavia y con un tema de los Beatles de fondo. Pero el tiempo pasó, los pozos se complejizaron y suenan otras cosas:

************humil-demente, Juan****************alguna vez algo tenía que pasar****************************

Insoportable luna


Hay cosas misteriosas que escapan a mi pobre comprensión, y la mayoría de ellas se van a quedar ahí, como meros misterios. Y entre todas estoy yo, un objeto verdaderamente incomprensible. Y lo bueno de darse cuenta de las cosas superfluas, lo que me permite estar aliviado, ya no voy a mal gastar el tiempo en pensar en mí, y lo siento mucho por mi (ahora ex)analista. Sí soy consciente de que el hecho de haberme alejado del barrio Rivadavia generó otro espacio aún más significativo, más poético, y –paradójicamente- muchos más cercano a la realidad: el barrio Rivadavia. Atravesado por ese lugar simbólico, tal vez lo único que me representa cabalmente, ahora salgo a caminar por la costa, en un barrio que no es barrio, sino más bien un archipiélago turístico. Más poblado por estructuras que por seres humanos, que en verdad son pasajeros en trance, todo el tiempo. Fantasmas de ambientes más o menos cómodos, que también suelen padecer de insomnio como yo. Pero no son mucho de salir a caminar por la noche, y yo sí, porque en verdad hace dos semanas que no puedo dormir bien. Entonces miro la luna llena, una piedra flotando a miles de años luz de mí, y no me siento como esos poetas románticos del siglo diecinueve que se la disputaran. O tal vez del siglo dieciocho, o del tardío diecisiete, siempre dependiendo el lugar donde el romántico nació y creció, porque sabemos muy bien que los movimientos culturales nunca definen tan estrictamente su tiempo y su espacio. Es más, podría estar llegando el romanticismo híper tardío recién hoy a este no-barrio de la ciudad de Mar del Plata. Como decía, caminaba para encontrar el sueño, mirando la luna llena, que lo mismo da si está medio lleno o llena para nada, me sigue pareciendo una idiotez mirarla haciéndome el Carl Sagan. La luna no me excita ni me inspira nada. Ni siquiera me da sueño, y ojalá me diera sueño. Pero las cosas se empeñan en no hacer lo que yo quisiera, y en eso se parece a todo este balneario. Eso, esto es más un balneario que un barrio. Y las cosas están ridículamente caras, porque siempre en los balnearios –al igual que en los aeropuertos – las cosas son más costosas. ¿Cómo llegué a esta situación? Una oportunidad, un alquiler con trabajo incluido, y qué razón tenía Alejandra Pizarnik con eso de que habría que salir a matar al que dijo que trabajar es ganarse la vida, porque más interesante sería poder dormir ocho horas seguidas, o encontrar una esquina como la de Francia y Garay, para poder tirarme a tomar una cerveza y ahí sí soñar con dormir un poco. Y la luna idiota sigue ahí, esperando que algún otro artista le dedique un soneto, una música, una buena paja, y todas esas cosas que se le dedican a las piedras. No quisiera bajar a la playa, pero por lo visto no me viene el sueño y seguir caminando por el malecón es una cagada. Entonces me meto en la arena, que está fría porque ya es otoño y es muy de noche, y la luna inútil ni siquiera sabe dar un poquito de calor. Camino por la arena fría y siento que se me congelan los pies, y ya me veo que estoy exagerando. Me mojo las patas en la orilla, y resulta que el agua de mar parece más caliente de lo que marca la temperatura de la noche. Cómo me gustaría que todos esos dispositivos que marcan temperaturas y prevén chaparrones no existieran más. Digo, así algún escritor o escritora de ciencia ficción tendría la oportunidad de inventar algo, porque ahora ni siquiera eso se puede. Por ejemplo, lo más misterioso de la luna, su lado oscuro, ya tiene más fotos y videos que cualquier cumpleaños de jardín. ¿Se festejarán los cumpleaños en este balneario, así como en las propagandas de cerveza, con gente muy sonriente y despreocupada por llegar a fin de mes? ¡Eso! Ahora con el nuevo trabajo tengo más guita, pero paradójicamente gasto más. Me di cuenta de esa trampa perfecta. Otra cosa que advertí, la gente que más tiene es la que persigue más obsesivamente los descuentos, por el solo hecho de llevar más cosas, imagino. Esos sí que tienen una gran pasión en lo que hacen, consumir. No como los que caminamos por la arena mirando la luna. No la miremos más, porque no va a hacer nada, va a estar ahí, simplemente. Y en ese caso la identificación es total, y yo también soy un objeto inanimado que no tiene luz propia, y que enfría con cada destello, y que se va apagando cuando comienza lo más lindo de cualquier día. Qué cagada la luna. Qué cagada la luna en la costa, que no es la luna del barrio Rivadavia, no se parecen en nada. La de la costa exige atención, es arrogante y muy infiel, se va con cualquier caminante. La del Rivadavia tenía otro trato, podía ser un poco indiferente, y por lo general no nos prestaba atención para nada, pero era nuestra, de la esquina de siempre. Es más, hasta había temporadas larguísimas en las que no la veíamos en toda la noche. En la costa, esta engreída luna se hace ver hasta cuando es de día. Insoportable. ¿Será por eso que no puedo dormir? No creo, las cosas no hacen caso de las personas, ni siquiera las personas hacen caso de las personas. Calculo que lo mejor sería ser una aplicación de celular, se la debe pasar bien de esa forma. Una aplicación que sea bien parecida a la luna, que no sirva para un carajo, y que esté ahí como testigo de que yo también la cagué, me aparecí en un lugar que no es el mío, en un tiempo al que le importo una mierda. Hace frío, me vuelvo al departamento a no seguir durmiendo, tal vez me ponga a leer el Romance de la luna luna de Lorca, o el Rayo de luna de Bécquer, y a lo mejor me afloje el estómago un poco.


*****Música de fondo para cualquier momento de luna:

**********************************Humildemente, el yo que dice YO******************¿por qué tenemos que ir tan lejos para estar acá?******************


El príncipe de Persia

Saltar, pasar en zigzag. Supongamos que un príncipe Persa cierra los ojos mientras le cae una bomba en el medio de la cabeza, y todo estalla...