Hablemos del Sistema


“Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”

“La imaginación al poder”

 

La primera frase aparece cada vez que el tan afamado – y mucho más sufrido- Sistema hace de las suyas en cualquier tierra que sea. Entonces, con cada crisis, con cada corrida del dólar, con cada muerto de hambre, volvemos a empezar el laberinto, desde el inicio mismo, que es el lugar en donde habíamos dejado la pregunta por el futuro que nunca llega: ¿Por qué no dejar atrás, de una vez por todas, este maldito Sistema y vemos qué onda? Pero luego pasa algo raro, algo que el filósofo Slavoj Zizek dejó escrito en alguno de sus libros, que él piensa que son copados pero que resultan bastante tediosos. Ese algo es lo que nos lleva a seguir enroscados con el mismo Sistema, aunque sabemos perfectamente que no funciona como debería, que genera más desigualdad y pobreza que casi cualquier otro Sistema económico-social. Y seguimos adelante como si nada hubiera pasado, hasta que vuelve a pasar. Y otra vez, como el perro que se muerde la cola, nos volvemos a sorprender y así hasta el infinito…¡Odio la vida!: esa es la frase favorita de Zizek, y la utiliza cada vez que un acto indeseado se aparece para interrumpir su característica verborragia, llena de tics y ese inglés con tono alemán que lo transforma en todo un personaje: por ejemplo, cuando está disertando y suena un celular, o cuando está hablando para la cámara en vivo y estornuda. A cada una de esas interrupciones deviene un: Oh I hate life! La frase del inicio de esta nota corresponde al también marxista Fredric Jameson, aunque solía usarla mucho Mark Fisher, y también el mismo ¡Zizek!. Se dice que es la frase con más padres y madres que existe en la historia de las frases célebres. Yo podría aportar que se la escuché por primera vez al filósofo del barrio Rivadavia: el único e irrepetible Scardanelli. Su caso, además, incluía una segunda frase, que retomaba del mayo francés y sus pintadas callejeras, sus pancartas y consignas revolucionarias: “La imaginación al poder”. Puestas en el orden que elegí para la nota, la segunda frase vendría a completar una verdadera paradoja. Paso a explicar brevemente, porque es muy obvio:

1) Si yo escribo que la imaginación debe tomar el poder, y antes puse que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo…

2) Ergo, la imaginación estaría reafirmando el sistema. Porque si solo podemos imaginar que el capitalismo no morirá jamás, entonces de nada sirve que esa imaginación tome el poder.

Todo lo que se resume en la idea madre que le robo a Slavoj Zizek, interpretándola además como a mí se me viene en ganas: hay mucha paja para imaginar cualquier otra cosa que no sea continuar con este mismo Sistema, este Sistema que sabemos muy bien que nos está llevando a la depredación de los recursos naturales, a la pobreza extrema y a la guerra continua. Entonces, terminados de leer estas consideraciones, miramos por la ventana y pensamos un poquito en todas las personas que esta noche duermen a la intemperie y se mueren de hambre o van en camino de hacerlo. En seguida, suena el ruidito característico de un nuevo Whatsapp, y otra vez empezamos a olvidar que habíamos descubierto que resulta necesario cambiar el Sistema. ¡Oh! Odio la vida…

 

*Un par de aclaraciones: el libro de Slavoj Zizek al que me refiero es El sublime objeto de la ideología, que en un pasaje destacable afirma que “Una ideología en realidad triunfa cuando incluso los hechos que a primera vista la contradicen empiezan a funcionar como argumentaciones a su favor”. Hecho que hace pensar que a las ideologías, de cualquier índole que sean, hay que abordarlas con sumo cuidado, para evitar ese efecto narcoléptico que suelen tener como consecuencia secundaria indeseable, y que termina por apagar por completo la curiosidad de cada sujeto. Digo sujeto a una persona que pasa a ser sujetada por esa ideología o manera de pensar o filosofía de vida o cualquier verdura que fuera. Y con esto no digo que todo es malo en el mundo de las ideas, ni que todo pensamiento está diseñado para dominar al mundo y lograr su autodestrucción para que unos pocos vivan a lo grande. Digo que es mejor desconfiar un poquito, y que ante la pregunta filosófica clásica reformulada: ¿Por qué hay Capitalismo en vez de nada? Siempre es mejor el existencialismo, o el nihilismo, por lo menos un ratito, unos cinco minutos por día. Insisto con esta idea, a lo mejor así se nos hace más pasable la temporada en el infierno.


*******Y como música de fondo...

***************************************************************************************************************humildemente, Juan**************a veces es fundamental contradecir a la autoridad**************


La mansión de la memoria


“Lo dejo en el caballo, en esa hora
Crepuscular en que buscó la muerte,
Que de todas las horas de su suerte
Esta perdure, amarga y vencedora”

(Jorge Luis Borges, Alusión a la muerte del coronel Francisco Borges)

La memoria como una cuarta dimensión, o como una mansión que empieza vacía y se va llenando con el paso del tiempo. Se va llenando de caras, de gestos, de humores, de cosas, de techos y de todas las densidades que los vínculos arrojan como piedras pesadas desde la calle. Y la memoria no puede salir de sí, porque es esas paredes, esos espacios ocupados, esos vacíos dolorosos y demás menudencias. Pero no puede salirse hacia la calle, no puede ser la memoria del mundo, exterior. Apenas le alcanza para una habitación y sus compartimentos ¿Hacia dónde ir con la memoria, es posible volver a vaciarla? No, las cosas que se posan en ese ambiente, quedan y no tienen un sentido lineal, no respetan orden alguno. Como mínimo dejan una huella, una marca que indica que por allí hubo algo que tuvo su lugar, su intención, su sentido. Imposible vaciar ese espacio con la voluntad de olvido, simplemente no funciona ¿Elegir lo que la memoria va a dejar entrar en su living? Menos posible, todavía. Las cosas entran porque de alguna manera sabían el camino, conocían el mecanismo de la puerta y sus lucubraciones. Pero no hay nada que se pueda hacer para dejar afuera lo que mejor sería no recordar. No funciona de esa forma tampoco, no hay portero o lista de invitados ¿Entonces? Rendirse ante su poder, y sentarse en ese sillón de entrada para ver todas esas caras que se van acumulando, todos esos gestos que no van a dejar de despertarnos una madrugada, para demostrarnos que las cosas no se pueden controlar, no se deben controlar ¿Cómo evitar la locura? Imposible, contra ciertas enfermedades no hay cura, simplemente porque no existen como tales. Sería un modo de percepción, un camino que hay que elegir. Y defenderlo, nunca olvidarse de defender los ¿para qué?, sin eso la mansión se cae, se derrumba por el peso del tiempo. Tiempo, una historia, un segmento de vida que se comparte con un montón de vacíos y tinajas sangrantes. Varios saltos para cualquier lado, el desorden de los compartimentos que nunca pueden ponerse en fila, porque van más allá del lenguaje y de cualquier otro sistema. La memoria y sus propios motivos, sus incognoscibles reglas, sus idiomas desconcertantes. Ese poema de Borges que, precisamente, está lejos de ser el más memorable. Ni siquiera es uno de los mejores, pero que tal vez explica mejor todo este misterio. Unos versos, bastante pocos, dedicados a la figura de un antepasado militar, muerto en alguna batalla intestina de esas que se dan todo el tiempo en la Historia del siglo diecinueve. Y sobre guerras es de seguro que alguien va a escribir, y que alguien más va a leer, porque es un clásico de todos los tiempos, de todas las humanidades. Entonces, el coronel Francisco Borges es abordado por este poeta más de un siglo después. Mejor dicho, es contado por sus versos. Y el poema es más una justificación de una mirada: Francisco es recordado como le hubiese gustado ser recordado, en su universo que es el del campo de batalla, en una tarde que va desapareciendo paulatinamente junto con su figura que será ametrallada. Y sin embargo esa figura en la memoria del otro Borges, es eterna, porque es un guerrero en su caballo, con su espada y rumbo a su destino. El único destino del que es digno. Y todo es una gran mentira del lenguaje y de la memoria. Pero no importa. El Borges poeta aclara que para describir en versos a ese coronel Francisco Borges intentó no moverlo mucho, que la poesía casi no lo toque. En ese casi está toda una mansión, llena de recuerdos, poblada de caprichos, de rayos que iluminan lo que quieren. Otra vez, de gestos, de destinos que vaya a saber en qué realidad pueden llegar a habitar. Todo dando vueltas en una especie de abismo que es el olvido, y en el que nadie quisiera caer. Mucho menos Borges, que le temía mucho, más que a los espejos. Después escribe eso de la memoria como cuarta dimensión, y ya la alquimia queda expuesta. Borges recuerda lo que quiere, y lo pasa por los versos que le parecen mejor. De ahí en adelante seguimos caminando sin pararnos a mirar atrás, porque no vaya a ser cosa que nos choquemos con alguna realidad, y eso sería terrible para la poesía. Seguir hasta que esa tarde crepuscular se someta al juicio final, nos someta al juicio final. Después bajarse del caballo, porque a todos nos toca. Sentarse a morir entre los pastos de la llanura mansa e idiota de cualquier campo. No sin antes mirar hacia atrás, ahora sí, para contemplar esa mansión gigantesca. Pero esta última vez sí, abrir la puerta para que todas esas caras, esos gestos, esas cosas, esos vacíos, se esfumen para siempre en el horizonte. Dicen que esa parte es el instante en que la vida se te pasa toda junta, como en una película. Creo que es mucho más verosímil pensar que lo que se va proyectando es lo que la memoria guardó con recelo por todo el tiempo que le tocó habitar. Y que en esos últimos suspiros, nos liberamos de ella para siempre. ¿Cómo se llamará ese estado? Alivio, sin arrepentimientos, como si el suave viento pampeano tejiera su último recuerdo en la retina cansada de un chimango.


****Como fondo musical, siguiendo el tren de lo clásico:

****************************Con humildad, Scardanelli*************¿hoy un poquito esnob?**********¿un poquito pedante?**********

Llanto y partida


“-¿Qué es esto? ¿Qué me sucede? – Decía – No quiero dejar la jungla, y no se lo que me pasa. ¿Me estaré muriendo, Bagheera?

-No, hermanito. Esas son lágrimas, tales como las que acostumbran a verter los seres humanos –Respondió la pantera- Ahora no me queda duda de que eres hombre, y no un cachorro. En lo sucesivo, la jungla estará cerrada para ti. Déjalas correr, Mowgli. Son sólo lágrimas”

(El libro de las tierras vírgenes, Rudyard Kipling)

 

En algún momento de su infancia había leído ese pasaje de El libro de las Tierras vírgenes, en el que el pequeño Mowgli, criado por los lobos, debe separarse de ellos y es el acto de llorar lo que le marca su carácter humano, el límite de separación con el resto de los animales de la selva. Ese instante puede ser trasladado a cualquier momento de la vida en que las cosas cambian. Pero no cualquier cambio, sino esos cambios que resultan irreversibles, que son también grandes pérdidas. Así se sentía en aquel momento, el de la mudanza. Ya no estaría más por las tardes en la esquina de siempre. Abandonaba aquel rincón del mundo y no sabía si sería posible un regreso. O sí lo sabía, porque era factible volver en algún momento. Pero ninguna vuelta es igual, nunca vuelve la misma persona que se fue, y tampoco es exactamente el mismo y preciso lugar que fue abandonado en el pasado. Tampoco lo consolaba el hecho de que las cosas y las personas y las vivencias quedaran en lo más estimado de su memoria, porque sabía que eso era algo espectral, y que se iría alejando con el paso de los días. Tal vez algunos fantasmas o sombras de amistades lo acompañarían en un primer tiempo, algunas frases o palabras características que le arrancarían una sonrisa, y ese gesto angustioso acompañado por un: “cómo desearía que estuvieras acá”. Para ver las cosas como las veíamos antes, cuando parecían eternas y nosotros con ellas. Pero nada perdura, es imposible. Y la mudanza definitivamente lo ponía en ese lugar, el del ser en traslado, en busca de una nueva configuración, un nuevo entorno. Entonces la ansiedad y la expectativa por lo nuevo se mezcla con la angustia por dejar ese lugar, el lugar de la manada, el espacio donde se congregaban todos los días unos habitantes que tenían algo muy particular: lo querían. Él también, con alguna lágrima por el piso, quería querer a esas personas que lo acompañaban en el intransferible acto de sentarse por las tardes a compartir una cerveza. Tantas tardes, tantas botellas, tantas charlas al pedo. Que son las mejores cosas que nos pueden pasar en una vida, y en varias. Llegaba la hora de la separación con el seno barrial, un lazo tan profundo como irrompible, un trozo de ADN, un pedazo de identidad que llevaría como herencia irrenunciable. Se sentía el pequeño Mowgli, llorando, separándose de sus amigos y su familia para ser nada menos que: un hombre entre hombres. Y esa era la razón total de la especie, su ontología, su marca distintiva dentro del reino animal, dentro del universo: el llanto. Y no cualquier llanto, sino el que se forma producto del abandono del lugar de arraigo. A partir de allí, viviría como un exiliado, errando en cualquier parte, acompañado por sus convicciones y algunos libros. Sobre todo, esa novela de Rdyard Kipling. Y eso que sabía perfectamente que el escritor hindú-británico había sido un imperialista recalcitrante. No le importaba, porque a esa novela la amaba, porque esa novela le hacía recordar todas las cosas que eran importantes en la vida: la pertenencia a la manada, a su gente, a la calidez de quienes lo querían así como era. Y lo inolvidable de ese pedazo de espacio, esos caminos, esos árboles, esos pastos, esa esquina, los lugares que eran él mismo. Las cuadras que resultaban el universo entero, y que no hacía falta nada más. Nunca entendió a las personas que no sentían arraigo por el lugar en el que estaban, no tenía sentido para él. Pensaba: “Y si se quejan todo el tiempo, ¿para qué están ahí?” Pero ahora le tocaba contradecirse, se iba del lugar al que pertenecía. Cualquier excusa no le satisfacía. Oportunidades nuevas, cambio obligado por la situación económica, una casa que vino de arriba en otra parte, etcétera. Todo eso podía ser verdad, pero no lo consolaba. Y lloraba casi sin quererlo, las lágrimas se escapaban con propia voluntad y sin ser advertidas. Era el cuerpo el que más extrañaría aquella esquina, el barrio Rivadavia. Armó un bolso con las pocas cosas que tenía, se fue directo a la esquina de siempre, que ya no tendría esa eternidad encima, ya no cargaría con su historia, con la densidad de sus emociones. A menudo, un pedazo de cordón y una medianera son las cosas que más amamos en el mundo. Pero nunca termina de alcanzar, porque existe el deseo, o alguien inventó esa palabra y ya no hubo vuelta atrás. A vivir deseando lo que nunca sabemos qué carajos significa. Gran manera de vivir la de estos días. Entonces Mowgli se le venía al pensamiento. Mowgli paseando por su selva, por su espacio. Mowgli definido por cada gramo de tierra, por cada cardo pisado, por cada rama arrancada a un árbol. Mowgli hablando a diario con la pantera, su gran aliada, su amistad más gloriosa. Y luego Mowgli fuera del paraíso, en el espacio que le dicen que es el suyo, pero que él no siente así. Mowgli siendo otra cosa. Mowgli llorando, siendo hombre por primera vez y para siempre. A partir de allí, un largo camino de envejecimiento paulatino, alejado cada día un poco más de su lugar de pertenencia, de sus objetos, de su manada. Se secó las lágrimas con la mano, se fue a tomar el colectivo a la avenida Jara. No saludó a nadie, porque nadie pensó que se estuviera yendo para siempre. El Yo que dice yo empezaba otro camino. El Yo que dice yo se despojaba de su propio nombre, de su contexto. ¿Para qué escapar de donde uno se siente tan bien? ¿Cómo era esa palabra que había inventado la humanidad en algún momento? ¿Ese sentimiento que lleva a cometer las empresas más disparatadas y sin sentido? En el colectivo sacó el libro de Kipling y se lo ofreció a una pequeña niña, que viajaba a su lado. La niña apartó la atención de su celular. Lo miró sin entender el gesto en un primer momento. Luego, se negó a tomar el libro, no tenía donde poner semejante artefacto, que además no se conectaba a ninguna red wi-fi.


*****Y una música de partida, como telón de fondo:

***************************Humildemente, yo**************posta que me quedé sin agua caliente en el calefón***********


Fragmentos de un discurso odioso


1-  Uno dice algo así: “A veces me dan ganas de mandar a la mierda todo”. Y en ese todo estaría condensado el descontento social, de una sociedad determinada en un tiempo determinado. Mala suerte para quienes caminan por estos días sobre tierra prometida, porque la promesa ya no fue cumplida. Entonces, ¿qué podemos hacer con esos cuerpos? ¿cómo meterle el miedo del infierno a esas almas descreídas?

2- Un barco que no llega, la lluvia, ese mismo personaje gris de siempre, que sucumbe ante la tragedia de no tener a nadie en quién creer. El abismo del que hablaba Roland Barthes, el abismo que no deja espacio más que para la conmiseración. Y todo un género literario que surge a partir de eso. Un fragmento por acá: justicia social no quiere decir ojo por ojo. A lo mejor estaría bien sentarse en el inodoro a leer con un poco más de profundidad a…

3- Tomo lo de catástrofe, un término que tanto suena en los quinchos mientras se asan carnes que nadie puede comprar. En el barrio Rivadavia ese es un concepto caído fuera del mapa. Perdón a todos esos libros de análisis recortados que salieron hoy sobre el Conurbano y sus pliegues. Por acá no entendimos muy bien eso de que la catástrofe se apodera de los sujetos. El otro día una banda ajustició a un pibe de otra banda, un auto que recibió seis balazos, y una cabeza que recibió el restante. Se dice que el pibe manejó estando clínicamente muerto. ¿Catástrofe? Los medios de comunicación no lo vieron así. La catástrofe en sí no existe hasta que no es inventada por el lenguaje.

4- Si hubiera un Dios no haría falta celebrarlo. No tendría que haber días que lo recuerden en ninguna agenda. En la esquina de Francia y Garay solía pasearse el último apóstol. Se hacía llamar Scardanelli, pero no leía la biblia sino que lo que recitaba era un poema de Holderlin o de Mario Santiago, da igual. Nadie entendía nada y todo el mundo lo rechazaba. A lo mejor era Dios o su apóstol. En ese caso es lo mismo, porque no hay diferencia. El apóstol da cuenta de un Dios que se inventa para agradar. En todo caso es un gesto de cortesía. Dios o el Fondo Monetario Internacional, dos entidades que no vemos pero que nos hacen daño a diario, y no entendemos del todo el mecanismo. Sería como intentar explicar cómo funciona este artefacto que me permite escribir hoy.

5- El drama antes se escribía en una carta, se enviaba a la persona que uno quería joder. Esa persona no tenía réplica instantánea, no podía volcar su ansiedad en el momento. Tenía que leer con paciencia, decodificar esos jeroglíficos, tramar una respuesta, escribirla con una mediación temporal diferente a la de hoy. Era un drama poderoso, muy difícil de actuar, y que no se diseminaba en otros territorios. La carta era una cosa de a dos personas. Hoy los mensajes se piensan desde la instantaneidad, como el puré. Y todos sabemos que el sabor no es el mismo. “Me hubiera gustado haber desarrollado un drama con la densidad adecuada de lo que fue nuestro vínculo”. Algo así diría un diccionario del futuro. Lo escribo.

6- Hay mucho fastidio. De dónde viene el fastidio, por qué aparece los lunes por la mañana, y otras cuestiones que deberían formar parte del boletín oficial. El fastidio como ese compañero infiel que se proyecta como una sombra, y que solemos olvidar cada tanto. Pero no va que aparece y resulta que un fastidio debe ser repelido con otro fastidio: ahí se abre el espacio del análisis y de las pastillas. El estado del fastidio no es negociable, se está ahí dentro y para escapar no se puede utilizar la salida de emergencia, simplemente porque no hay señalización. Tener cuidado con la salida, es lo más difícil de construir.

7- Si tuviera que inventar un Dios no sería de este mundo, para nada. No tendría sangre ni se podría dibujar su cara. Pero, sin embargo, no sería perfecto. Ningún Dios imaginado es infalible, todos tienen una pata quebrada, o no conocen el amor. No se puede inventar algo que no desea ser inventado. La arrogancia es una conducta que nació en el Monte Olimpo, y se extendió por el resto de la geografía divina de Occidente.

8- No hay diferencia entre las carnes. Lo mismo da que te comas un bife de vaca, la pata de un pollo, el lomo del cerdo, el brazo de un cuñado o el pescuezo del dragón. Lo más tranquilo sería no comer animales vivos, ni siquiera los fantásticos. Sobre todo los fantásticos. A un Dios sí que se lo debe devorar, antes de que sea demasiado tarde.

9. Las lágrimas son saladas pero no tienen sal. Es improbable que vayas a poder sacar litio de cada momento de tristeza. Por lo general, ese momento tan terrible no deja más que un dolor agudo en el pecho, y la tremenda sensación de que es imposible encontrar el interruptor que ilumine el camino. Esa última imagen es una ilusión óptica, porque la realidad es que: no hay luz, no existe el camino.

10- Fin. Una palabra que indica algo poco probable. Cuando llegues a materializarla, no te vas a dar cuenta. Ergo, no existe el final para el ser. El final es lo imposible para el lenguaje. Alguna bestia imaginó que algún día se apagaría para siempre la llama de su escritura. No pasó nunca. El lenguaje pervive a todo y muere con todo. Si yo escribo por acá FIN, no muere nada. El fin es la posibilidad de una próxima salida.

11- Mentí diciendo que las cosas pueden ser eternas. No lo son, nada lo es.  Ahora la tarea es ir recogiendo todos estos fragmentos a contrapelo y encontrar el sentido. Pero ojo, ese sentido que encuentres tiene que ser un comienzo. El grado cero, o tal vez un pequeño e irrespetuoso homenaje a Barthes.


*******Un poco de amor...:

*********************************Humildemente, Juan***************una casa no se puede comprar leyendo en francés*********feliz cumpleaños a ese soldado romano*******


El príncipe de Persia

Saltar, pasar en zigzag. Supongamos que un príncipe Persa cierra los ojos mientras le cae una bomba en el medio de la cabeza, y todo estalla...