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Escribir y leer

Mientras escribo unas cuantas palabras, alguien más inventa una nueva aplicación para medir el pulso de cada dólar en cada rincón de la república Argentina. Mientras leo esas palabras escritas, pero cientos de años más allá, me doy cuenta de que perdí las referencias por completo. Mientras escribo ahora, pasan cosas terribles en todo el mundo. Mientras leo unos años después esto mismo, me doy cuenta de que tal vez pasaban cosas más copadas que lo que pude imaginar, pero alguien estaba escribiendo por mí, para mí. Mientras escribo una nota semanal para un blog que leen mis tías, sé que es verano y no hace tanto calor, como también sé que es difícil planear vacaciones fuera de la esquina de siempre, Francia y Garay, barrio Rivadavia. Mientras leo esa ubicación errática cientos de años después, me doy cuenta de que estaba en el mejor lugar del universo para escribir, porque posiblemente en cada fin del mundo esa fue la única esquina que se salvó del veredicto final. Mientras escribo estas palabras, son acusados a fusilamiento sin reparos cientos de personas en el mundo, mientras otras millones festejan cada muerte como si fueran el Dios condenador. Mientras leo cientos de años después, me hago preguntas profundas sobre qué carajos quiere decir justicia, y confirmo que en ningún momento estuvimos cerca, y que tampoco vamos a estarlo más adelante, aunque pasen muchos siglos y deje de escribir y de leer. Mientras escribo sé que alguien más por ahí me lee, y eso me da miedo, porque nunca es bueno mostrarse desnudo frente a nadie, por lo menos a mi me pasa que me da mucha vergüenza, y no sé bien por qué. Mientras leo esto varios años después, sigo igual de acomplejado, no me acostumbro a escribir desnudo y para los sin tiempo, siento que soy juzgado y enviado al pelotón de fusilamiento sin posibilidad de perdón. Mientras escribo ahora, veo que hay demasiada gente queriendo que piense lo que ellas piensan, y me da miedo hablar porque no voy a ser escuchado, porque ya no parece estar de moda la piedad, mucho menos la lógica. Mientras leo esto miles de décadas después, me doy cuenta de que en ese momento había una crisis enorme, que de lo único que se hablaba era de eso, que ningún país era ejemplo de nada, que los terremotos hacían justicia divina, que las bombas se usaban para matar gente que no sabía qué mierda estaba pasando, que se utilizaba al mundo como a un gran supermercado al que sólo accedían un 1% de los habitantes, y que la música que mejor sonaba ya no tenía ganas de sonar nunca más, y que cada verso se había agotado en esa sola palabra: crisis, y que la única posibilidad de superación era convertirse en multimillonario para imponer reglas propias y que no te caigan las bombas en tu barrio. Mientras escribo ahora que puede ser que me vaya del barrio para siempre, y que este año es mi único objetivo, algo espera a la vuelta de la esquina, alguien trama alguna venganza ridícula que va a terminar con el siguiente sacrificio, o alguien más se lanza como candidato a presidente, para sentirse superior al resto y después terminar siendo el culpable máximo de la próxima debacle total. Mientras leo eso, pero cientos de lustros después, pienso en qué al pedo que los seres humanos se esforzaban por ser presidentes, o por direccionar a los demás, qué al pedo se manipulaban unos a otros sin necesidad de hacerlo, porque al final del día nadie terminaba sintiéndose bien, todos morían en las mismas pastillas, con más o menos los mismos traumas. Mientras escribo hoy, lunes de febrero, me doy cuenta de que el viento está soplando del este, y que esa es la mejor y única prueba de vida que tengo para ofrecerle al lector del futuro. Mientras leo eso del viento, veinte millares de años después, me muero de envidia por haber podido ser yo el que experimentara el viento del este en la cara, mirando un sol de febrero en ese barrio llamado Rivadavia, en honor a vaya saber qué presidente entreguista del siglo XIX argentino. Mientras escribo ahora, con la comida del día en la panza y nada más, me pregunto qué carajos irá a pasar conmigo mañana, porque no tengo ganas de ponerme en forma, porque estoy fumando un cigarrillo cada media hora, porque ya me tomé cinco cervezas en la tarde, porque ni idea de mi colesterol, porque hace como diez años que no voy al médico, porque me vi demasiadas veces el final de “Piso de soltero” y todavía no me puedo desprender de ese final: “La adoro completamente”, porque ya no creo que se pueda adorar a nada y a nadie de esa manera, la manera de Jack Lemmon. Mientras leo lo del final de esa película en blanco y negro, cien centurias después, me pregunto si ese tal Lemmon era geacioso, o si en verdad era un cantante de una música que se llamaba rock, y si esa película terminaba con esa frase, y más quisiera saber qué mierda significaba adorar, porque ese verbo se perdió en el tiempo y ya no se necesitan tanto de las palabras. Mientras escribo esto ahora, me pregunto si en un futuro muy muy lejano alguien podrá leerme, criticarme, discutirme, y darme las gracias por estar ahí, sería el muerto más feliz del mundo. Mientras leo esto, millones de años después, estoy agradecido a cada persona que haya escrito alguna que otra línea, algún que otro verso, porque me ayudaron a pasar la última noche antes del fusilamiento, porque por desgracia lo único que se mantuvo en pie de aquellas sociedades tan lejanas, fue la violencia contra el que leía y escribía lo que no se podía decir.


*********Con la música de fondo por nada en especial, solo porque es genial:

********************Humildemente, el Yo que dice yo*****desdoblado*******fragmentado en el tiempo***********


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