¿Le tienes miedo a la muerte?


No, bueno, lo primero sería aclarar que por acá, en Francia y Garay, la esquina de todos los días, la pregunta está mal enunciada. Sería correcta así: ¿Le tenés miedo a la muerte? Te lo digo porque sino va a ser difícil que nos podamos entender. Porque escribir no es lo mismo que hablar. Y si vos querés escribir desde acá, bueno, deberías dejar a un costado el corrector del Word y la novela de DeLillo. Iba a decir que te los metieras en el orto, pero no suena nada literario eso. Y como vos decís que yo soy un personaje de literatura, bien, me toca hablar como tal. ¿Cómo es que me llamás? ¿El yo que dice yo? Ah no, con  mayúscula va el primer Yo. Bien, ahora sí podemos seguir, hecha la aclaración del lugar de pertenencia y eso. Lo que creo es que uno le tiene miedo a la muerte cuando se le pone cerca, o cuando ya sopló un número de velas importante. Lo que suceda primero. En mi caso tuve una experiencia muy cercana a la muerte, allá por los comienzos del nuevo siglo. Me tocó estar internado gravemente herido, con tubos y saché de sangre y demás cosas que sirven para mantenerte, ¿cómo se dice? “Estable”. Y ahí va otra aclaración: porque estable uno no está nunca. Funciona como una suerte de utopía, la estabilidad. En política económica se usa mucho el término, y ya sabemos muy bien que nunca se llega a ese momento. Lo estable en un hospital quiere significar que estás vivo de pedo, o por pura casualidad. Los médicos utilizan las siguientes frases hechas para la ocasión: “Está estable, tiene un corazón fuertísimo, hay que confiar” “Está estable, por suerte es joven, no hay que perder la esperanza” “Lo único que tiene de buena la situación es que está estable”. Bien, ese momento de estabilidad en mi parte diario quería decir que yo estaba en un estado estable al lado de la muerte. Me moría y estaba jugando a los dados con el niño Dios, un hijo de yuta del barrio que de aburrido nos pone en esos trances. Claro que me daba perfecta cuenta, ¡me estaba muriendo!. Imaginate, tenía cosas colgándome de todos lados, había aparatos que monitoreaban mi respiración casi sin fuerza, y tenía un tubo que me atravesaba la garganta, que al parecer se empeñaba porque tuviese signos vitales. Cuando escuchás esas palabras, signos vitales, es que también estás complicado. Entonces, ponele que ahí sí le tuve miedo a la muerte. Y no un miedo existencial como el que dispara tu pregunta, que creo que viene de esa novela de DeLillo, o de esa película de Bergman. Eso estaría mejor, mucho más erudito que un pibe del barrio Rivadavia en coma. Pero no, no me da para ser personaje de novela de DeLillo, porque por lo general sus personajes son súper bochos que están un poquito aburridos o se comieron un intelectual del MIT. Tampoco puedo ser un protagonista de película de Bergman, porque no sé jugar al ajedrez, entonces la muerte me ganaría muy fácil, tanto que no tendría gracia apostar conmigo. Eso, estoy más cerca del personaje del cuento de Woody Allen, ese que juega a las cartas con la muerte, en su departamento, y que casi no se da cuenta de la seriedad del asunto. Si tendría que jugarme la vida contra la parca, lo haría al truco. Obvio que sin flor y tratando de ser conservador en cada mano. Porque la apuesta a todo o nada, no es cualquier verdura. Como te decía, ahí sí que tuve un par de momentos de desesperación existencial, pero fue más bien cuando me empezaba a recuperar. Y de ahí te puedo decir que el miedo a la muerte está lejos del momento de agonía, simplemente porque en ese instante de colapso generalizado del sistema ni te das cuenta. Se da como un sueño, o una pesadilla confusa. Vuelvo al personaje de la novela de DeLillo: él sí que tiene una enfermedad psicológica, es un paranoico total, piensa que se va a morir todo el tiempo, y eso lo angustia. Su colapso es total cuando le dicen – o se inventa un poco – que le queda poco tiempo de vida. Pero hay otro ejemplo mucho más interesante, y tiene que ver con un personaje de un comic japonés o manga, como quieras llamarlo. Se trata de un tipo que se entera a través de un demonio, de que va a morir en dos años. Y peor aún, que su muerte va a ser verdaderamente horrible. Esto último se lo precisa otro demonio que no conoce para nada al primero. Lo que quiere decir que su muerte está recontra confirmada, porque además los demonios – como todo el mundo sabe – no pueden mentirle a los seres humanos. El personaje tiene apenas 19 años, lo cual aumenta el dramatismo de la historia, y lo convierte en un tipo bastante frío y desinteresado por lo que le pueda suceder. Pero ahí sí se pone interesante tu pregunta: ¿le tiene miedo a la muerte? Y aunque sabe tiempo y forma de su final, su pulsión de vida le hace temer esa situación, aunque se guarde de expresarlo. Y como lectores, aunque también sabemos que su final está cantado, no perdemos la esperanza de que algo cambie. Tal vez su caso es el peor, porque esa sombra lo acompaña todo el tiempo. Es como una relación de las más tóxicas, que no se puede olvidar ni un instante. Y espero que con esto hayas tenido para entretenerte un rato. ¿Respuesta definitiva? No la hay. Lo que sí se puede hacer es suspender la conciencia respecto de la mortalidad, que es una cadena que nos toca arrastrar por ser animales con pensamiento. Hace poco experimenté en un recital algo de eso, saltando con todas mis fuerzas en un pogo. No, la verdad que la banda que estaba escuchando no era mi favorita, pero en ese momento me importó muy poco. Me dediqué a saltar y gritar como en trance. ¿Y sabés qué? Anotalo por ahí si podés, estoy convencido de que la música es lo más lejos de la muerte que podemos estar, y que perderse en una multitud es gratificante, y que el día que me encuentre otra vez con la muerte – la definitiva – espero que sea cantando ese poema que todavía no encontré.


*********Y ese es el tema que pogueó El Yo que dice yo:

*********Con humildad, Juan***********encontrarnos**************y sentir que para casi todo hay solución*****************

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