“- No sé si
habla usted en serio o no – Comentó el camionero.
- Yo mismo
no lo sabré hasta que averigüe si la vida va en serio o no – Dijo Trout – Es peligrosa,
eso lo sé, y puede ser muy dolorosa. Pero eso no significa necesariamente que
también vaya en serio”
(Kurt
Vonnegut, Desayuno de campeones)
Que las
cosas tenían la tendencia a irse a la mierda todos los días, de eso estaba bien
seguro. Entonces, no le parecía que esa semana hubiese arrancado muy diferente a
todas las demás. Eso de que el fin del mundo era una cuestión de costumbre en
el barrio Rivadavia, o de que las cosas funcionaban realmente de casualidad en
toda la ciudad, eran cuestiones que vivía desde que tenía uso de razón.
Curiosamente, todo lo que recordaba como más lejano, parecía revestido de una
seguridad de ciencia ficción, eso que había inventado como rol a sus padres.
Obvio que tenía claro que no había resultado de esa forma ningún pasado. La
ilusión de un tiempo anterior ideal era como imaginar un paraíso esperando al final del
camino. Todo materia ficcional. Pero, su anverso, la realidad realmente mal
escrita de todos sus días, era de tan mala calidad que también parecía una obra
ficticia. A él le había tocado un papel chico, el del Yo que dice ser yo, un
habitante promedio de la misma esquina promedio de un lugar tan promedio que da
pena nombrarlo. El cruce de Francia y Garay, tan eterno como irreal, y tan
mortal como verdadero. Una cerveza para matar la tarde, en sentido figurado,
porque a las tardes no se les puede hacer nada. Y los colegas de todas las
semanas, la China y Scardanelli, esos personajes que completaban los casilleros
de su universo, a todas luces muy acotado. Igual mucho no lo molestaba, porque
sospechaba que no habría podido con más. ¿Qué onda si subo una foto en pelotas
al Instagram? La pregunta de la China no tenía que ver con nada. Mirá vos, con
todo lo que pasa estos días, el desastre en el Gobierno, el dólar blue, la
miseria que pagan en cualquier lugar que se quiera trabajar, ¿verdad que pagan
$1500 el día de laburo en esa parrilla del centro? La pregunta de Scardanelli,
increíblemente sobrio, quedó picando en el aire. La China lo miraba al Yo que
dice yo esperando la respuesta sobre lo de la foto en pelotas y el Instagram.
Pero el Yo que dice yo tenía la cerveza en la mano y pensaba en si todo eso que
le tocaba como vida era real, porque si la respuesta era afirmativa, la náusea
lo iba a invadir hasta el día del Juicio Final, un día que sabía que no iba a importar
demasiado, porque los juicios importan muy poco, porque por lo general están
arreglados de ante mano, entonces eran como una suerte de obra de teatro del
absurdo. Además, el Juicio Final, estaba seguro, se iba a judicializar, y la
Gran Causa quedaría dando vueltas en los juzgados por el resto de la eternidad,
un artilugio que se utilizaba diariamente para que esa extraña realidad
siguiese funcionando. Porque otro sería el mundo si…Lo de la foto, qué onda,
insistía la China. Supongo que está bien, si funciona. La respuesta del Yo que
dice yo dejó entre sorprendida y desilusionada a la China, que lo miró a
Scardanelli y le dijo: “Más vale que pagan eso, todos los soretes de la ciudad
pagan esa miseria, para poder mantener a sus familias, a sus amantes, a sus
perros y a esos autos que consumen combustible que viene de países en guerra,
para que salgan más caro”. Scardanelli se quedó mirándola, tomando un último
trago de cerveza, porque el tiempo de escritura en estas circunstancias se
estaba acotando. Hay que ajustar, todos los días, hasta que te pase algo en
verdad imposible de pagar: que te enfermes o te mueras. Muy caro todo con el
dólar y qué se yo, aunque por lo general toda la vida había sentido que las
cosas eran caras, en pesos, patacones, lecops o australes. Y que a la gente le salía difícil demostrar el cariño, que
parecía algo que aprendían de muy malas películas que daban por televisión.
Entonces, ¿eso sería la realidad? Una mala imitación de una vieja película
romántica de los noventa. ¿Qué hacer entonces para dar vuelta el asunto? Y otra
pregunta, aún más interesante ¿para qué carajos dar vuelta el asunto? El Yo que
dice yo pensó en lo mucho que hacía que no salía de la ciudad, en lo mucho que
hacía que su universo no se expandía. Se echó todas las culpas, porque se hacía
cargo de su situación. Pero también sabía que la realidad estaba encerrada en
un mal diseño. ¿Cómo diseñar otra cosa, otros dioses menos rencorosos?
Scardanelli se fue pensando en que no iba a a trabajar en esa parrilla del
centro, prefería estar sentado en esa esquina y tomarle la cerveza a alguien
más. La China desistió de sacarse la foto en pelotas para el Instagram, hacía
frío y no tenía el menor de los sentidos, entonces volvió al trabajo. El Yo que
dice yo se quedó solo un rato más. Estaba empezando a oscurecer, literalmente.
Metafóricamente, esa era una constante muy utilizada por esa realidad que le
habían ofrecido como vida. ¿Todo aquello estaba sucediendo en serio? ¿Había
escuchado lo que había escuchado, y todo eso era su vida, la vida? Se mareó un
poco, su existencia quedó en suspenso. No sabía si su corazón latía para
mantenerlo vivo o para recordarle que, entre pausa y pausa, se iba muriendo,
porque tal vez la vida no era como le habían dicho. Tal vez la vida y la
realidad no latían hacía tiempo, tal vez los intervalos muertos eran lo que
importaba, tal vez esa misma noche las cosas se iban a decidir finalmente y…una
de dos:
1) Se
terminaba el Juicio Final.
2) Alguien
apelaría a último momento, y otra vez al barrio, a la esquina de siempre. “¿A
ver esa foto, China?”
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