Una de esas historias chotas de invierno

- Como te decía, no me gustan los mates tan lavados, y mucho menos las ruinas.

-        - Ahí le cambio la yerba, pero de qué carajos de ruinas hablás

-        - De vos, boludo, ¿o no te das cuenta?. Sos como una de esas ruinas del Imperio Romano o de la Antigua Grecia. Hay que imaginarse que en algún tiempo tuviste un poco de onda.

-       - No me jodas, estoy como puedo.

Así arrancaba la anécdota que Scardanelli le contaba a la China, en la parada del 554, por Jara, a eso de las 20:00 del martes. De casualidad se habían encontrado entre tanta niebla, y resulta que esperaban el mismo colectivo. No se preguntaron a dónde iban, no les importaba en lo más mínimo. Seguro la China saldría del laburo y Scardanelli estaría al pedo, la vio, y quiso charlar un rato. La China fumaba y lo escuchaba, ese primer diálogo presentaba lo que parecían dos personajes de ficción, como ellos. Pero no, según Scardanelli, esa sí era una historia bien real, de esas que al final - y luego del The end - aparecía la tan poco genial leyenda/excusa: los hechos están basados en una historia real. Impreciso, sospechoso, mentiroso. Como sea, Scardanelli siguió, mientras le pedía una pitada del cigarro a la China. Siempre igual, Scarda, cuándo vas a comprar algo vos para compartir una vez.

Pasaron unos meses después de que esos dos amigos compartieran mates lavados y chistes sobre la situación de salud de uno de ellos. Lo que siguió fue una visita de hospital, una de las últimas, que antecedería el final de siempre, el de todas las historias, sean reales o no:

-         -  La última vez te lo dije, te veía para la mierda.

-         - No te creí, pensé que estabas chicato, boludo.

-         - Bué, por lo menos no perdés el ánimo.

-         - Dicen que es lo último que se pierde.

-         - ¿Quiénes dicen?

-         - Lo leí en el horóscopo, recién.

-         - ¿En el diario?

-         - ¿Qué diario?, pelotudo, en el celular. ¿En qué año te pensás que estamos? Concentrate, mirá que estamos en una historia basada en hechos reales.

-         - Nadie que esté en uno de esos bodrios afirma lo que está pasando, a menos que en verdad esté en una ficción, y que quiera dejar el cebo para algún lector, lectora, distraíd@.

-         - ¿A qué viene tanta corrección en política de género? Estamos en un hospital público, abarrotado, con pocos insumos y con una gente hermosa que atiende como puede. Hablá como siempre, boludo. Aparte, haceme ese favor en especial, porque lo mío se puso complicado.

-         - ¿Tanto así?

-         - Peor que las ruinas de Atlántida, menos chances que eso.

-         - ¿Posta, boludo?

-         - De verdad. Parece que se complicó todo y ésta, que es una de esas enfermedades de mierda que mejor ni nombrar, se volvió un poco terminal.

-        -  ¿Un poco?

-         - Bué, con ese poquito alcanza para tenerme tumbado y cagado hasta las patas.

-         - Pero parecés bien, boludo.

-         - En ruinas, y con algo adentro que me devora minuto a minuto, pero bien. Claro, me escuchás hablar.

-         - Y con ganas.

-         - Eso es discutible.

-         - No me hagás reír, boludo, que no es el momento.

-         - Qué carajos importa, ¿no? Sea o no el momento, no me queda mucho más.

-         - ¿Vos me estás jodiendo? Vas a salir, boludo.

-         - Eso seguro, derechito a la casa velatoria.

-         - No jodás.

-         - No te jodo, y escuchame bien. Cuando me cague muriendo quiero que me cremen, que te quede claro. Nada de velorio ni una mierda. Me cocinan a fuego lento y tiran las cenizas por el inodoro del bar.

-         - ¿De qué bar?

-         - Del que sea en el que esté tocando Jueces de mármol.

-         - ¿La banda que toca temas de Pappo?

-         - Esa misma, sí. Te vas con las cenizas mías, me importa un carajos quien te acompañe. Pero cuando estén por tocar “Susy Cadillac”, te vas al baño de hombres y tirás mis cenizas en el inodoro.

-        -  ¿Y si no anda el botón, o está tapado el inodoro?

-        - Qué carajos importa, boludo. Vos tirá las cenizas ahí, total da lo mismo.

-        - Para tu familia, tus amigos, me imagino que no da lo mismo.

-        - Imaginás mal, como toda la vida lo hiciste, Yo que dice yo. Estamos en una historia, seguramente, mal contada por algún boludo en una parada de colectivo. Y seguro es un día de invierno medio de mierda, o llueve o hay niebla.

-        - ¿Y cómo estás tan seguro de eso?

-        - Ya te dije, leí el horóscopo en el celular, en la aplicación que se llama “horóscopo para gente que se está por morir”.

-        - Fijate vos qué específico, che. Hasta dónde llega la tecnología.

-        - ¿Para mí? Se termina pronto, no llegó a darme más tiempo.

-        - Tal vez si hubieras tenido una buena obra social.

-        - ¿Obra social? De social tienen un carajo, y en caso de obrar lo hacen para sus propios intereses. Ahí también quiero que tires el carnet de mi obra social pedorra.

-        - ¿Ahí dónde?

-        - En el inodoro, boludo, dónde más.

-        - Bien, ya me empezás a complicar las cosas.

-        - Decile al boludo amigo tuyo que te ayude. El filósofo que te chupa las birras.

-        - ¿Scardanelli?

-        - Ese boludo.

-        - ¿Vos me estás jodiendo, no?

-        - No. La realidad es que no se necesitan más personajes hablando pavadas en ninguna historia, ni siquiera en las basadas en desechos reales. Hay que sacar algunos entes de ficción, y me tocó a mí. Ajuste literario, le dicen. Lo pidió el FMI.

-        - Cuánta crueldad.

-        - Cierto. Además, yo hubiese sido un mucho mejor Yo que dice yo. Muchísimo mejor que vos.

-        - Qué te puedo decir, te estás muriendo. Tenés toda la razón del mundo.

-        - Sí, y se me empieza a terminar. No me quedan muchas más líneas de diálogo. La verdad, hubiera preferido que esta historia la contaras vos, y que la que me visitara al hospital hubiese sido la China.

-        - ¿La conocés?

-        - Claro, siempre la leo por acá. En la famosa “esquina de siempre”, que es una real cagada.

-        - Puede ser.

-        - No, es seguro, una cagada. Pero qué se yo, la China parece más humana.

-        - ¿Más basada en hechos reales?

-        - Algo así. En cambio vos y el Scardanelli ese, qué se yo. Se me hacen muy de ficción berreta.

-        - No te pongo en tu lugar porque ya te pusieron. Y como la historia está basada en hechos reales…

-        - Tal cual, una enfermedad terminal es…

-        - Llegar al final del recorrido.

-        - Y ya vamos más de mil palabras.

-        - Mucho más de lo que aguanta cualquier personaje con una de esas enfermedades.

-        - Bien, no te olvides.

-        - ¿De qué?

-        - Del inodoro, boludo, el bar y Jueces de mármol.

-        - No me olvido. Promesa.

-        - Andá a cagar.

-        - No, a mear, y ahí tiro tus cenizas de personaje de ficción basada en desechos reales.

-        - Y después: FIN.

-        - Quién te dice…

La China tiró el cigarrillo, el 554 aparecía a una cuadra con las luces rompiendo la niebla. Me voy en este, Scardanelli. No te entendí un carajo por qué me contaste la historia esa, muy de mierda. Pero si van al bar ese a escuchar Jueces de mármol el finde, avisame. Scardanelli asintió, no se subió al colectivo. Se quedó sentado en la garita y sintió que la noche era más solitaria que nunca. No tenía ganas de hacer nada de eso en todo el fin de semana. Pero las promesas hechas en las historias basadas en hechos reales, deben ser cumplidas. ¿De dónde había sacado semejante cosa? Cierto, el horóscopo.

 

*Y me voy al baño porque tomé mucha birra y me estoy meando en la realidad. Obvio, suena la promesa:

**************************************************************************************************Humildemente, Juan*******************muy en una**********************

La llegada del hombre blanco y yanqui a la luna

Esto puede ser la recreación en palabras de aquello que, a lo mejor, pudo bien no haber pasado. Un día de julio del año 1969, Stanley Kubrick tomaba sol en una playa de California, mientras en algún set de filmación, en algún galpón perdido de todo Hollywood, se filmaba una película sobre un tipo que soñaba que llegaba a un extraño lugar, donde sabía bien que no lo esperaba nadie, en un terreno que no tenía nada para ofrecer, apenas un poquito de gravedad. Esa fuerza que nos atrae al suelo, en ese lugar soñado casi no existía. Entonces el tipo llega a ese no-lugar, y pasa todo lo que sabía bien que iba a pasar, porque lo estaba soñando. Nada. Absolutamente nadie lo recibía, y no había nada para hacer allí, salvo dar vueltas y pegar grandes saltos, laaaaargos despliegues que significarían un avance para la humanidad, en caso de encontrar la propaganda correcta, el director correcto y el galpón de filmación adecuado. Este hombre que soñaba no era cualquier hombre. Era el hombre dueño de todos los mundos. Tenía una serie de características que lo diferenciaban del resto, que le daban todo el poder. Porque en la imagen estaba todo, y eso era lo que se estaba descubriendo. Para ganar las batallas más encarnizadas, había que hacerse de la imagen, mucho antes que el enemigo. De ahí comenzaría toda una catarata de significados que explotaría cierta rama de la psicología, y cierto tronco putrefacto de la todavía inexistente -pero pronta a existir- autoayuda. Superar, iluminar, animarse, saltar, continuar, estarse solo con el éxito porque uno se lo merece más que nadie, y un largo y tedioso etcétera a prueba de gravedad. Así se empezaba a escribir esa nueva historia, la del fin de la Historia. Ya no hacía falta nada más que una imagen de un tipo saltando a lo largo y ancho de un espacio desierto, con una voz medio robótica que dice: "Esto es el paso de un solo hombre, un gran paso para cierto tipo de humanidad, no se engañen". Así lo soñaba, no estaba seguro de que fueran esas las palabras exactas, pero bueno, seamos sinceros, las palabras empezaban a caer en desuso, porque todo el futuro era de la imagen, por la imagen, para la imagen. Paralelamente, Stanley Kubrick se tomaba un batido de crema en uno de esos chiringos de una playa soleada de California. Hacía un calor intenso, serían las diez de la mañana. Kubrick vivía en un mundo raro, donde en ninguna parte se tenía el mismo horario, aunque se usaba la misma marca de reloj. El tipo que soñaba seguía rodando sus fantasías, y resulta que en algún punto, en ese desierto desolador de los saltos muy laaaaaargos, aparecía una gota de agua, o lo que parecía ser líquido de algún tipo. Y ese era el inicio de otra de esas guerras que se anunciaban por imagen, pero que en realidad parecían no existir en la vida real. Los sueños son así, se decía el hombre soñador que seguía saltando para poder alcanzar esa gota de ese líquido que, más de cerca, no parecía para nada agua. Y le empezó a dar mucha sed, y ganas de mear. Ahí se dio cuenta que tenía puesto todo un traje diseñado para incomodar, por lo que no podía hacer nada de lo que deseaba. ¿Para qué carajos estaba ahí? ¿Por qué soñaba eso? ¿Serviría de algo en cincuenta años? No estaba solo en la empresa, habría más gente de su especie, detrás de él, tratando de capitalizar esos saltos, esas imágenes. Era el momento de construir un nuevo tipo de relato, donde la imagen lo ganaba todo para poder reproducirse al mismo tiempo en todas partes del mundo. Había que aprovechar, porque Kubrick ahora estaba tirado panza arriba sobre una toalla, con bronceador en media parte del cuerpo, dejando que el sol lo tomara entero, pensando que tal vez, lo de 2001 no lo tendría que haber puesto en el nombre de su mejor película. En el set de filmación, en ese galpón ignoto, el tipo que sueña un sueño que pretende ser la pesadilla de todo un mundo, se despierta. Siente un calor agobiante. Ya no tiene el traje incómodo, ya no puede dar esos saltos largos. Entonces se va corriendo lo más rápido que puede al baño, y después se toma medio litro de agua de la canilla del lavamanos. Con sus deseos cubiertos, vuelve al set de filmación. La gente que trabaja con él no habla, solo esperan que regrese, hay una escena más que rodar. El tipo se pone en el medio de la sala, mira hacia el techo y dice: "este ha sido un pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la humanidad, hemos universalizado una manera de sentir y pensar, ganamos la madre de todas las batallas". La línea no era exactamente lo que se había planeado en el guion, habría que editarla, pero tenía una buena sonoridad, parecía solemne en el tono. Suficiente. Stanley Kubrick se había quedado dormido en la playa. Empezó a soñar que le tocaba filmar una película en donde un tipo sueña que llega a la luna. Nadie lo esperaba, nadie lo esperó. El tipo llegaba a ese no-planeta, se bajaba de un carromato volador medio cónico, se sentaba en lo que parecía ser un desierto gris y plantaba una bandera que decía que el futuro era un arma cargada y tibia, que íbamos a tener que sufrir un buen rato, para darnos cuenta, más de cincuenta años después, que las mejores películas son las que se saben ficción, y que las peores pesadillas sería mucho mejor dejarlas orbitando cerca de la luna.

En el epílogo todos despertamos, estamos en el Barrio Rivadavia, en la esquina de siempre. La cerveza sigue fría porque hace un frío del orto. No hay mucho para hacer. Fumar un rato, mirar al cielo, ver la luna, descubrir que hay mucha basura orbitando por allí. Y que recién a lo lejos, parece haber una cara extraña, una gota de un líquido que mañana será puesto a la venta en algún comercial, mientras millones de hombres del futuro se matarán buscando tener esa y todas las gotas que puedan aparecer.


*Y lo que decíamos sobre el arma tibia y cargada del futuro, que por ahí nos traiga algún tipo de felicidad amistosa:



***************************************************************************************************Humildemente, Juan, el Yo que dice felicidades por la amistad**********************************


Un nuevo viejo Universo


En mi opinión, es mucho mejor entender el universo tal como es que persistir en el engaño, a pesar de que éste sea confortable. (Karl Sagan)

 

Ahora sí las cosas estaban mucho más claras en el universo. Como si estuviese reviviendo un capítulo final de la serie Cosmos, el Yo que dice yo se sintió desbordado, más chiquito y desprotegido que de costumbre, sorprendido y feliz de que todavía restaban cosas por decir a todo el Universo. Claro, gracias a un telescopio monopolizado por la NASA, la humanidad entera se había desayunado con una gran noticia, que no tendría impacto más allá del último mate: Se había logrado una visión inédita del Universo, que permitía reforzar la teoría del Big Bang y un montón de otras cuestiones que para el Yo que dice yo eran chino mandarín. Con esa emoción estuvo todo el día mirando el sol, tratando de estar conectado con ese nuevo Universo que empezaba a mostrarse diferente desde aquel día. ¡Eureka! Los seres humanos no somos tan bestiales, a veces. Todavía nos quedan destellos lindos cortesía del pensamiento. Llegó el momento de la semana, se compró la cerveza y se fue a la esquina de siempre. Se sentó contra la medianera, que ya estaba toda escrachada, otra vez. Pensó en Shadowman, ese grafitero canadiense que inmortalizara Charly García en la tapa de Clics Modernos. Eso sí que estaría bueno, pintar su sombra de una vez y para siempre en esa medianera, sería como una manera de descubrir una nueva imagen suya, como la del nuevo Universo nacido aquel día. Pero llegó la China, ni lo saludó, le sacó la cerveza de la mano, y le dijo: quién pudiera vivir así al pedo como vos, flaco. Estaba cansadísima, los ojos remarcados con las ojeras, tanto como los productos que había estado etiquetando toda la mañana en el supermercado chino. No sabés, ya ni tenemos idea de qué carajos cuesta cada cosa, y la gente mientras hace la fila para pagar en la caja, te mira con odio, como si dependiera de nosotras los precios de las cosas, andá a decirle al ministro de economía o quien sea, al forro del dueño, a los forros de los dueños de los dueños que manejan el país, yo qué sé. El Yo que dice yo no dijo nada. Pero el universo se le empezó a contraer de a poco. A los dos minutos cayó Scardanelli, se sentó, no saludó, le sacó la birra a la China y dio un fondo largo. Hoy fui a comprar a la carnicería, dijo, un miserable bife ancho. Nada especial, tamaño regular. ¿Saben cuánto lo pagué? Los otros dos ni lo miraron, ni contestaron, ¿para qué, si no necesitaba el estímulo? ¡Setecientos treintaicuatro mangos! ¡Un miserable bife, que ni siquiera alcanzó para llenarme! Ni siquiera puedo comer un bife y sentirme bien, cantaba Charly, recordó el Yo que dice yo. Ya estaba contraído por completo, otra vez, en la galaxia del barrio Rivadavia. Cada vez más expandido y lejos: ese nuevo universo, que lo había desenfocado un ratito del planeta Tierra y su falta de swing. Igual propuso el tema a ver qué efecto tenía: ¿no vieron lo de la noticia de la foto del universo de la NASA? La China ni lo miró, Scardanelli le contestó sin mirarlo, por lo menos: no tengo idea, pero lo de los yanquis no me llama la atención, siempre sacan algo nuevo cuando ven que los chinos o los rusos avanzan en algún tema. Hace unas semanas, justo lo chinos estaban mandando imágenes del lado no explorado de Marte o de la luna, no me acuerdo bien. Y ahora la banda del Tío Sam viene con que tiene una foto inédita del Universo. ¿Casualidad? Era lo que le faltaba al Yo que dice yo, la teoría conspiranoica, la guerra fría expandiéndose como antaño. Como sea, ya estaba completa y totalmente rendido. Se quedó en silencio, mirando con su sombra al cielo despejado, una vez más. Trató de pensar en cómo sería eso de cambiar la perspectiva, tener una idea más abarcadora y expansiva del Universo, volverse en contra del eterno retraimiento al que estaba demasiado acostumbrado. Pasame la cerveza que tomo un trago más y me voy a laburar, que ya abre el chino del orto. La China se tomó el trago, y les prometió a los otros dos que los iba a invitar a comer pizzas el fin de semana, ya que empiezan las vacaciones de invierno, dijo. El Yo que dice yo se sonrió y le contestó que dejara de bolacear, que esas pizzas las venía prometiendo hacía meses. La China lo mando al carajo riendo también, y Scardanelli se sintió aliviado porque no iba a tener que comprar nada para comer ese fin de semana. Imaginate, le dijo al Yo que dice yo, si tengo que ir a comprar otro bife, tengo que hipotecar la casa que no tengo. Estamos en una especie de agujero negro, ¿no te parece? Y ahí estaba el cierre perfecto para la charla. Sin saberlo, Scardanelli había dado en el clavo. No estaba mal esa idea, porque mientras el Universo se expande, mientras llegan fotos inéditas de un pasado desconocido de las estrellas cuando recién empezaban a brillar con fuerza juvenil, por acá y en el presente se está como dentro de un agujero negro, que todo lo engulle, que todo lo desmiembra, que todo lo desaparece. Y de momento, no hay mucha esperanza de que las cosas cambien, porque no hay telescopio o súper cámara de foto capaz de captar una linda cara de un agujero negro. A lo mejor, la manera de expresarlo sea esa, la del grafitero canadiense, salir por las noches con una linterna y una lata de pintura negra, proyectar la propia silueta con la luz contra la medianera de siempre, y dejar asentada esa sombra para que el resto de la eternidad, supiera que no todo lo que brilla es captado por la luz del sol.


*Acá va el tema de Charly citado, y la aclaración de que lo del precio del bife es un testimonio - por desgracia - autobiográfico:

************************************************************************************************Humildemente Juan, un servidor**********quedaron fuera de la historia los siguientes temas: el precio de la nafta en el mundo y todos los gobiernos que se está llevando puestos, la invasión Rusa en Ukrania que promete capítulo nuclear, la invasión yanqui en Europa que promete tiros en los pies de tod@s, la oleada progresista de ajustes, la inercia de los intendentes de la costa: ¿existen o son un mito?, el dólar triste y la historia del tipo que se sacó una selfie al pie del volcán Vesubio y se cayó adentro*****************Ni siquiera puedo comer un bife y sentirme bien------------------ 


La vida y todo lo de menos


“- No sé si habla usted en serio o no – Comentó el camionero.

- Yo mismo no lo sabré hasta que averigüe si la vida va en serio o no – Dijo Trout – Es peligrosa, eso lo sé, y puede ser muy dolorosa. Pero eso no significa necesariamente que también vaya en serio”

(Kurt Vonnegut, Desayuno de campeones)

 

Que las cosas tenían la tendencia a irse a la mierda todos los días, de eso estaba bien seguro. Entonces, no le parecía que esa semana hubiese arrancado muy diferente a todas las demás. Eso de que el fin del mundo era una cuestión de costumbre en el barrio Rivadavia, o de que las cosas funcionaban realmente de casualidad en toda la ciudad, eran cuestiones que vivía desde que tenía uso de razón. Curiosamente, todo lo que recordaba como más lejano, parecía revestido de una seguridad de ciencia ficción, eso que había inventado como rol a sus padres. Obvio que tenía claro que no había resultado de esa forma ningún pasado. La ilusión de un tiempo anterior ideal era como imaginar un paraíso esperando al final del camino. Todo materia ficcional. Pero, su anverso, la realidad realmente mal escrita de todos sus días, era de tan mala calidad que también parecía una obra ficticia. A él le había tocado un papel chico, el del Yo que dice ser yo, un habitante promedio de la misma esquina promedio de un lugar tan promedio que da pena nombrarlo. El cruce de Francia y Garay, tan eterno como irreal, y tan mortal como verdadero. Una cerveza para matar la tarde, en sentido figurado, porque a las tardes no se les puede hacer nada. Y los colegas de todas las semanas, la China y Scardanelli, esos personajes que completaban los casilleros de su universo, a todas luces muy acotado. Igual mucho no lo molestaba, porque sospechaba que no habría podido con más. ¿Qué onda si subo una foto en pelotas al Instagram? La pregunta de la China no tenía que ver con nada. Mirá vos, con todo lo que pasa estos días, el desastre en el Gobierno, el dólar blue, la miseria que pagan en cualquier lugar que se quiera trabajar, ¿verdad que pagan $1500 el día de laburo en esa parrilla del centro? La pregunta de Scardanelli, increíblemente sobrio, quedó picando en el aire. La China lo miraba al Yo que dice yo esperando la respuesta sobre lo de la foto en pelotas y el Instagram. Pero el Yo que dice yo tenía la cerveza en la mano y pensaba en si todo eso que le tocaba como vida era real, porque si la respuesta era afirmativa, la náusea lo iba a invadir hasta el día del Juicio Final, un día que sabía que no iba a importar demasiado, porque los juicios importan muy poco, porque por lo general están arreglados de ante mano, entonces eran como una suerte de obra de teatro del absurdo. Además, el Juicio Final, estaba seguro, se iba a judicializar, y la Gran Causa quedaría dando vueltas en los juzgados por el resto de la eternidad, un artilugio que se utilizaba diariamente para que esa extraña realidad siguiese funcionando. Porque otro sería el mundo si…Lo de la foto, qué onda, insistía la China. Supongo que está bien, si funciona. La respuesta del Yo que dice yo dejó entre sorprendida y desilusionada a la China, que lo miró a Scardanelli y le dijo: “Más vale que pagan eso, todos los soretes de la ciudad pagan esa miseria, para poder mantener a sus familias, a sus amantes, a sus perros y a esos autos que consumen combustible que viene de países en guerra, para que salgan más caro”. Scardanelli se quedó mirándola, tomando un último trago de cerveza, porque el tiempo de escritura en estas circunstancias se estaba acotando. Hay que ajustar, todos los días, hasta que te pase algo en verdad imposible de pagar: que te enfermes o te mueras. Muy caro todo con el dólar y qué se yo, aunque por lo general toda la vida había sentido que las cosas eran caras, en pesos, patacones, lecops o australes. Y que a la gente le salía difícil demostrar el cariño, que parecía algo que aprendían de muy malas películas que daban por televisión. Entonces, ¿eso sería la realidad? Una mala imitación de una vieja película romántica de los noventa. ¿Qué hacer entonces para dar vuelta el asunto? Y otra pregunta, aún más interesante ¿para qué carajos dar vuelta el asunto? El Yo que dice yo pensó en lo mucho que hacía que no salía de la ciudad, en lo mucho que hacía que su universo no se expandía. Se echó todas las culpas, porque se hacía cargo de su situación. Pero también sabía que la realidad estaba encerrada en un mal diseño. ¿Cómo diseñar otra cosa, otros dioses menos rencorosos? Scardanelli se fue pensando en que no iba a a trabajar en esa parrilla del centro, prefería estar sentado en esa esquina y tomarle la cerveza a alguien más. La China desistió de sacarse la foto en pelotas para el Instagram, hacía frío y no tenía el menor de los sentidos, entonces volvió al trabajo. El Yo que dice yo se quedó solo un rato más. Estaba empezando a oscurecer, literalmente. Metafóricamente, esa era una constante muy utilizada por esa realidad que le habían ofrecido como vida. ¿Todo aquello estaba sucediendo en serio? ¿Había escuchado lo que había escuchado, y todo eso era su vida, la vida? Se mareó un poco, su existencia quedó en suspenso. No sabía si su corazón latía para mantenerlo vivo o para recordarle que, entre pausa y pausa, se iba muriendo, porque tal vez la vida no era como le habían dicho. Tal vez la vida y la realidad no latían hacía tiempo, tal vez los intervalos muertos eran lo que importaba, tal vez esa misma noche las cosas se iban a decidir finalmente y…una de dos:

1) Se terminaba el Juicio Final.

2) Alguien apelaría a último momento, y otra vez al barrio, a la esquina de siempre. “¿A ver esa foto, China?”


*Aunque todavía hay lugares que vale la pena recordar:

*********************************************************************************************************Humildemente, Juan, o el Yo que dice ellos****************en mi vida*******


El príncipe de Persia

Saltar, pasar en zigzag. Supongamos que un príncipe Persa cierra los ojos mientras le cae una bomba en el medio de la cabeza, y todo estalla...