El te ayuda a entender,
hace todo lo que puede
(The Beatles, Dr Robert)
Después de
253 noches sin dormir, decidí ir al médicx. En verdad no sabía el género, por
eso la x al final. Estaba dispuesto a ir a cualquiera, al que primero me abriese
la puerta para ir a jugar. Después de penar unas largas horas, alguien me abrió
un espacio en su tan ocupada agenda llena de consultas que terminan en apenas
dos minutos, pero que se cobran por quince. Como sea, antes medió el papelerío
correspondiente con el secretariado, el gremio que más escribe a mano y que más
aguante tiene, como si fueran los primeros pacientes. Entonces lo que siguió
fue “pacientar”, no sin antes tener en cuenta que todavía tenía que autorizar
la orden para proceder al reintegro de una plata que no tenía. En fin, el
cuerpo muy dolido, la cabeza muerta de sueño, el problema a solucionar. Y
buenas tardes ¿doctor? “x”, cómo te va. ¿A mí? La verdad que para el culo,
imaginate lo que me costó decidirme a venir hasta acá, y lo que todavía me va a
costar. Comento mi problema y lo que sigue es una “revisión general”, seguida
de preguntas “generales”, sobre hábitos de vida, situaciones tensas, y
etcétera. Mientras me masajeaba los ganglios, le expliqué lo que más o menos
era mi vida, como en una especie de confesionario o sesión espiritista o de
psicología. No se enojen, pero todxs hacen las mismas preguntas. Así que lo
suyo seguro que es estrés, me dijo. Por lo dialogado casi socráticamente, todo
derivó en ese compañero culpable de todas las penurias y tan difícil de
atrapar. ¿Pero cómo hacer para medicar algo así? Y me dio unas pastillas
inductoras del sueño, para empezar, antes de seguir con drogas cada vez más
duras, y mucho más caras. Pero vio que está la guerra en Ucrania, la inflación,
la caída de las bolsas y las criptomonedas, la pandemia a mitad de control, la
separación de Shakira y el megajuicio de Johnny Depp, y las temporadas
interminables de series que ya creíamos que se habían terminado, y esa cosa tan
gelatinosa y poco probable que llamamos futuro…Y lo entendí perfectamente, es
más, si no estaba estresado, después de eso, tenía que ir por la droga más
dura, el revienta caballo. Pero no, te juro doctor “x” que todas esas cosas no
son las que me quitan el sueño. Es más, si supiera cuál es la cosa que me quita
el sueño, ya habría resuelto el asunto, ¿no te parece? Me felicitó por la deducción,
como si fuera prueba de que, por lo menos, no parecía más comprometido de lo
que estaba. Bien, lo que puede ser –me dijo- es que haya algo en su vida que no
lo deja en paz, una situación que lo tiene angustiado, un trastorno de
ansiedad. ¿No sería eso la vida?, le dije. A lo que el doctor “x” me recomendó
una psicóloga amiga, con la que se suelen intercambiar clientes. ¿Clientes? No
señor, pacientes, todos son pacientes. Claro, sobre todo los clientes, fue lo
que no le dije, porque no tenía ganas de seguir una discusión más en mi vida
diurna. Le pedí que tratase de ser más preciso, eran muchos días sin dormir.
Nada se puede con una consulta general, debería derivarlo con algún
especialista, como ya le dije, o mandarle a hacer estudios…Ahí mi cabeza se fue
para otro lado, porque el solo hecho de imaginarme sacando más turnos y
autorizando más órdenes, empeoraba mi crisis emocional. ¿Sería una crisis
emocional? Calculo que cada momento de la Historia tiene sus propios dilemas, y
que estos afectan de alguna forma la manera en que los seres humanos nos
diagnosticamos. Hoy es muy común el estrés, más todavía la ansiedad, y todo
amparado en los grandes males que nos tocan vivir a nivel mundial, y esa
bendita pandemia que llegó para quedarse hasta que algún día nos miremos al
espejo y digamos: ¿Qué carajos estoy haciendo? Y al otro día a dormir temprano.
Pero puede que las secuelas sean demasiado grandes, porque puede que todo ese
pasado de la Historia vaya acumulando traumas, que no son más que cadáveres y
pedazos de historias que se apagan, que se alejan, emociones que se van
congelando con los primeros días del invierno…Eso que todavía no empezó el
invierno, por lo menos el de calendario. Todas las veces que se escucha esa
frase en cualquier parte del barrio Rivadavia, me deprimo un poco más. La
rutina está para aniquilarte, dice el doctor “x”, pero yo le respondo que
también está para generar hábito, y que eso puede ser bueno, porque el hábito
es la búsqueda de la tranquilidad y el confort, y eso deviene en felicidad, que
no es más que el develamiento de la verdad. ¿Y cuánto hace que no cambia el
colchón? Silencio. Creo que desde que me mudé, contesté. Ahí está. Elemental mi
querido padeciente. Es el colchón. ¿Y hay receta para eso? Porque para salir del
consultorio y comprarme un colchón en este preciso momento, estoy un poco
apretado. Pruebe con dormir en el piso, como los japoneses. Gracias doctor “x”,
de verdad, no te hubieses molestado. Vuelta en el 554, directo al barrio
Rivadavia, casa, colchón viejo o piso, esa es la cuestión. Para relajarme un
poco paso por la esquina de siempre, me siento a tomar una birra – aunque no
debería mezclar con la pastilla- y me voy quedando dormido con un rayito tibio
de sol. Para mi desgracia se acerca Scardanelli, me despierta. Lo miro mal, una
vez que me había podido quedar dormido. ¿Dormido?, me dice. Te desmayaste, por
eso te desperté, ¿no vez la cara pálida que tenés? ¿Por qué no vas al médico,
por las dudas? Lo miro con mis ojeras por el piso, me pego un fondo con lo que
queda de la cerveza, no le pienso convidar un carajo esta vez. Miro el solcito
que ya se me esconde, vuelvo a los ojos de Scardanelli y sentencio: "¿Ir al
médico? Pero por qué no te vas a cagar".
*Cualquier
cosa que tengan que tomar una pastilla, ni se les ocurra leer los efectos
adversos. Al parecer, inventamos curas que son peores que la enfermedad:
Comentarios
Publicar un comentario