Lecturas en primera persona

 


Lo difícil de escribir en primera persona, lleno de finales y emociones pasadas más todo lo que está por venir. Volver a escribir, a la tinta y al papel. Me dejo un recuerdo para que dentro de un par de semanas pueda cagarme de risa o llorar, es decir, darle un sentido: leer. Esto que intento a continuación va a tener un par de puntos a tratar, ninguno más importante que el otro, a excepción del final que espero conforme un par de versos interesantes, al menos no tan descartables:

1- Después, última novela de Stephen King y primera novela entera que leo del “maestro del terror”, por llamarlo de la manera en que comúnmente se lo encasilla y se lo presenta en cualquier fiesta animada. Como pensaba, la historia de Jamie se iba a poner bastante más parecida a Sexto sentido de lo que el mismo autor hubiese querido. Inevitable, se trata de un niño/adolescente que ve gente muerta, solito. Igual hay que reconocerle un par de cosas a esta novela: las referencias literarias clásicas del género terror se agradecen en tiempos de redes sociales y celulares in(in)teligentes, sobre todo la del Drácula de Stoker y eso de que para que el mal entre en tu casa primero tenés que darle permiso. Más de una vez me pasó algo similar, por eso ahora las llaves se las dejo a mis plantas y que ellas se arreglen y dejen pasar a quien les parezca. Lo otro destacable es que el suspenso está más que bien planteado y muy bien resuelto, con bonus track sugerido al final-final, cuando ya casi lo habías alvidado, porque como ese vampiro hay cosas que están sugeridas aunque casi ni se las nombre, y a menudo son lo más trascendente. En definitiva, esta es una novela de suspenso, sí, pero de terror también, como bien lo anuncia el narrador. Será una novela menor, puede ser, pero vale la pena una lectura. De última, podés esperar la película o la serie que se disputarán las plataformas que se dedican a eso: tentar escritor@s para sumarse a sus filas, y ojo con darles permiso, porque una vez que entran suelen chupar mucho más que sangre. -La foto de inicio de esta nota/reflexión es la frase de la contratapa del libro-.

2- Esa historia real de sangre y muerte que es Afganistán, no la puedo obviar. Desde que soy consciente que las grandes potencias mundiales juegan al TEG por ahí, disponiendo tropas y bombas como si no existieran seres humanos sufrientes, con una frialdad que no deja de sorprender. Ponen fichas, sacan fichas, tiran dados y lo que queda es un pueblo desesperado, con estructura de Edad Media a merced de cualquier grupo fundamentalista armado. La escena del avión despegando en el aeropuerto de Kabul, con gente trepando en las ruedas para escapar, es de lo más desgarrador que vi en mucho tiempo. O no tanto, porque de imágenes desgarradoras estamos hasta el tope, de guerras sin sentido, de niñ@s sufriendo y de personajes queriendo justificar baños de sangre estamos empachad@s. Los mismos horrores de siempre, que se reactualizan cada año. Ojalá fuera imposible romantizar la violencia, ojalá dejáramos de normalizar la guerra.-Fin de pasaje sobre realidad que duele, gran demonio a vencer algún día-

3- Voy a terminar con los EVA, dice Shinji, decidido como nunca a terminar, de una vez por todas, con la saga Evangelion. Más de veinte años en busca del final perfecto, que nunca existió ni existirá, y ahí está lo último que le salió a Hideaki Hanno. ¿Otro final reescribible? Por supuesto, porque Evangelion es como un poema que no para de generar nuevas interpretaciones, nuevos versos que no estaban antes, nuevos arcos narrativos que a lo mejor nunca se desarrollen, o tal vez se sigan realizando por el resto de la vida de su creador, y más allá quien quiera animarse a sumergirse en ese mundo único. Este final de tetralogía que reescribe lo que ya había sido reescrito un par de veces, es verdaderamente una de esas obras artísticas que despiertan y mantienen alerta al lector@/televidente, que nunca es pasiv@. Yo, que arrastro fantasmas y miedos como todos los personajes, que no entiendo del todo bien mis propios sentimientos, que intento lo que puedo con mi lectura, que a veces la cago, sigo buscando el desenlace, el mejor que pueda, como lo hacen cada uno de ellos y el mismo autor. A lo mejor nos desengañemos y terminemos destruyendo todo para luego volver a empezar una vez más, con la certeza de que en algún punto vamos a volver a desencadenar otro gran impacto y tendremos que ver para qué lado salir, ese lugar incómodo e incorrecto al que se empeña en llevarnos la vida, el arte. Ojo, la inacción es una opción, la desmaterialización es otra, siempre a mano en esta historia reconstruida durante décadas, que podría ser mi vida. ¿Yo Pierre Menard, encontrando nuevos sentidos con mi lectura que es también escritura? La última propuesta es la del protagonista, porque mejor es lanzarse y jugarse a cagarla por completo, que simplemente apagarse para no sufrir más. Y seguro que vamos a necesitar que alguien nos acompañe, nos escupa a la vida, porque la máquina no puede funcionar en soledad. Habrá que levantarse una vez más, cerrar persianas, abrir otras, dejar el rencor de lado, vencer los demonios para crecer…

Como una batalla suspendida

que se cambia por un abrazo,

una suave caricia materna,

el sentimiento cálido

de la última escena,

la certeza de que siempre

vamos a caminar junt@s

aunque no haya sendero

debajo de nuestros pies descalzos,

llenos de tierra y agua de arrozal,

elegir nuestras limitaciones,

llorar las pérdidas,

arrancar el día con la ciudad

en colores,

el barrio Rivadavia

que son dos calles y una vereda,

las escaleras,

el bondi camino a casa,

la tercera reconstrucción,

un último beso,

FIN

 

*Hasta que volvamos a empezar, en la próxima lectura. Música de fondo, hoy con Evangelion y su hasta luego:   


-Para escuchar la música tenés que hacer clik donde dice Mirar en youtube (por cuestiones de permisos y esas cosas)-





************Humildemente, Juan de por acá nomás***************Perdido, a veces**************pero siempre encontrando algo*******************


No me acuerdo

 


 

“Karl estuvo comprendiendo hasta la llegada del alba; alivianada del lastre del cuerpo, su conciencia discurría sin obstáculos. Los selk’nam habían entendido, no en su discurrir cotidiano, no en su mitología, que como todo lo hecho con palabras apenas arañaba la superficie, sino en el teatro del hain, que era el compendio en acto de su filosofía, que nada existe salvo los seres y las historias fantasmales con que poblamos el vacío” (La jaula de los onas, Carlos Gamerro)

 

Es cierto que desearía poder hacer algo mejor por poblar este mundo superpoblado de historias a medio contar, historias bastante de mierda, con estereotipos ineludibles y acciones siempre idiotas, necesarias para vender narcóticos a módico precio. Quiero decir, baratos, pero ahí utilizo el registro de los idiotas en su pleno esnobismo, porque no puedo ir por fuera de lo que desconozco. Limitado desde el centro, hacia el centro, me encierro en el racionalismo extremista, una suerte de ejército insoportable que se sienta en la punta de la mesa de cualquier quincho, cualquier domingo, a discurrir sobre el motivo del calentamiento global, la necesidad de alimentarse correctamente y cómo se pueden evitar tantas guerras pero seguir siendo ricos en bolsillo y espíritu. Y está perfecto, por ahí eso te funciona de manera genial, o por ahí estás masticando bronca porque no le pegaste al Quini o tus criptomonedas valen lo que el cartón del papel higiénico. Perdón por eso, ya sé que el hecho de usar papel higiénico conlleva la muerte de la Amazonía, pero sabés qué, ese pedazo de mundo ya está vendido, y no por el vicio de mi culo. Fue loteado y vendido al mejor postor, que es el dueño de una mega empresa informática, que trafica datos para hacer ese tipo de negocios, exportar guerras, importar miseria y sacarse fotos lindas con directivos de Unicef todos los fines de semana que terminen en número par. Porque, además, es bastante caprichoso. Igual quedate tranquil@, porque ese mismo ente se va a dar vuelta en cualquier momento y le pintará un viaje a Marte para crear un mundo nuevo donde sólo haya una sola clase de seres humanos: él. Ahí sí tendremos un mundo orgánico, perfectamente estructurado, amable con el ambiente y sustentable por donde se lo mire. Claro que a nosotros nos va a llegar por Netflix, en forma de documental sobre el espacio. Y si te gustó ese te va a aparecer una sugerencia imposible de obviar: la serie de algún otro famoso en decadencia, que se levanta en la actualidad porque su agente le dijo que ya no hay más guita en la ex abultada cuenta bancaria. Entonces a sentarse y regocijarse en las desgracias ajenas, es lo mejor que podemos hacer como buenos burgueses, porque es verdad que uno es más feliz viendo a otros cómo son desgraciados. Y tal vez una publicación al respecto, un meme, un instagramer, un influencer, un comentarista de Twitch, nos ayude a seguir riéndonos de esa mala fortuna de un ex afortunado. Perdón, creo que me fui de tema, ¿cuál era el tema? Ah, sí, la guerra. Las guerras ya no son como eran, no sirven ni siquiera para generar una serie televisiva medio pelo, con música de los Rolling Stones, como era NAM, Primer pelotón. Ni siquiera Rambo encaja en esa escena del avión queriendo despegar en el aeropuerto de Kabul, mientras decenas de personas se trepan en las ruedas, desesperadas. Los tiempos heroicos y románticos de la guerra terminaron. Mejor dicho, nunca existieron, pero hoy ya podemos ver los hilos demasiado clarito. No hace falta preguntarse mucho, las cartas están arriba de la mesa, dadas vuelta y nos insisten con el vale cuatro. Paren un poco, viejo, que me estoy quedando seco de vientre, así no hay futuro que valga, ni combinación de vacuna que se lo banque. Pedir un distanciamiento a esta altura ya parece una real boludez, volvemos a lo que nunca se fue: sálvese quien pueda. Quien no lo consiga, favor dirigirse a este número: 0800…aguarde y será atendido a su debido tiempo, con protocolos adecuados a su ataque de ansiedad. No jodan, mejor váyanse una tarde a pasear por el barrio a fumarse un faso. Sé que hay toda una generación de puritanos que prefieren el agua bendita y las pastillas aniquiladoras, y todo bien con eso, pero siempre habrá efectos secundarios, y peor ¡Terciarios! De eso no te habla ningún especialista, y suelen ser los peores. Sin ir más lejos, hay quienes sufren de selectiva pérdida de memoria, se concentran en parecer buenas personas, pero no recuerdan lo que es una buena emoción, de esas que solo se consigue dar con las grandes historias. Insisto, no creo poder contarte ninguna. Y me parece que el problema es aún peor, porque lo que me está pasando es eso mismo también, el mal de siglo 21, al igual que Anthony Hopkins en su última película, tiendo a olvidarme de las cosas lindas, y ni siquiera me queda el consuelo de la edad avanzada. ¿Cómo era esa historia, que empezaba una mañana de sol, en el medio de un campo gigante, no transgénico, sino amable y esperanzador, tibio como tus besos? No, no me acuerdo.   


****La foto es por lo siguiente: siempre le escribo a ese sol. Nada más, un intento de llegar a buen puerto, el mejor de todos. Espero lograrlo algún día, alguna tarde. Música de fondo indiscutible, un deseo, recordar:


**********************************Humildemente, Juan******************recordando************************intentando, al menos********


En busca del deseo imposible

 


“¡Viejos, Tandil cada vez se parece más a Atenas! Todo el mundo es artista, nadie tiene ganas de trabajar” (Witold Gombrowicz)

Salir un día de invierno que parece primavera, una contradicción total, o casi, o efectos derivados del holocausto medio ambiental. Tomar un micro de larga distancia después de casi un año, con una serie de protocolos a medio cocinar y un par de libros en el bolso, que además tiene el termo con el mate y un paquete de bizcochos. De verdad, lo juro, nada más. Después, así se llama uno de los libros que llevo, la última novela del King, que se deja devorar como tubo de papas Pringles. Un pibe que ve gente muerta, a lo sexto sentido, pero casi nada que ver. También va el libro de Fran Lebowitz, para corroborar que la vida hace unas décadas, en Nueva York, tiene mucho de mierda como la vida en el mismo lugar de hoy, con vicios y costumbres bien chotas que todavía persisten, y que con la mirada corrosiva de Fran se reactualizan, al igual que la billetera de Fran. Pienso, mientras pasan los mismos campos transgénicos de siempre por la ventanilla, que me encantaría poder vender otra vez lo que escribí hace un tiempo, como ganarse el Quini. Según lo interpreto, eso es un verdadero súper poder. Pero no va a ser mi caso nunca. Lo que sí, el barrio Rivadavia, que acabo de dejar, seguro se va a parecer mucho a sí mismo dentro de veinte años, así que a lo mejor vuelva a escribir las mismas historias, a retratar los mismos personajes, sumando un prólogo que diga algo así: por aquel entonces, en el barrio había aproximadamente mil baches en las  calles, un par de supermercados chinos, cien kioscos de merca, dos clubes de barrio que vendían un café intomable, y todas esas casas gitanas o zíngaras, en las que se baldeaba la vereda todos los días a las seis de la tarde, etcétera. Y también podría decir que los habitantes del barrio se parecen mucho a los muertos que ve Jamie, en la novela de Stephen King, gente que siempre está vestida con la misma ropa, que dice la verdad para herir a otras personas y que se van apagando con el paso de los días, sin darse cuenta. Casi como el viaje, que finalizó justo cuando estaba empezando a recordar cómo carajos era eso de viajar, ese sentimiento de alivio, de expectativa y de frío al anochecer. La llegada fue nocturna, lo que dificultó el cumplimiento de la tarea que tenía asignada: encontrar la casa de Witold Gombrowicz en Tandil. Primera noche de permanencia en un paraje artístico demasiado genial para ser real, con habitaciones todas distintas y diferentes entre sí, definidas por una palabra clave que abría un portal al viaje interno. Algo así me inspiró un poema que quedó de regalo, cocido junto a otro, en una especie de hilo grueso de historias ubicado en la mesa de luz del cuarto que me tocó, uno azulado, que llevaba en algún punto algo parecido a la letra “R”. Todo muy surrealista para empezar, como anticipando la búsqueda imposible: una casa que ya no importa demasiado, pero que sirve de guía para seguir caminando por todos los espacios donde hay huellas borradas de Witoldo, como si se tratara de la lectura de una de sus novelas, de Ferdydurke. Esa hermosa misión que no va a cumplirse, pero que es inevitable intentar realizar. Un deseo inconcluso que da vueltas para morderse la cola, y después seguir despertando llamas que son destellos de lecturas ninguna igual que la otra. Justo como esos cuartos del hotel de arte, todos distintos, todos con colores y formas diferentes, todos encerrando espíritus diversos, planeando viajes que no se parecen entre sí. Ya no sé si viajé a Tandil o estuve en un sueño dentro de una novela inconclusa de Gombrowicz, que todavía parece caminar hasta el café Rex junto a Dipi – Jorge Di paola, uno de sus grandes amigos por estos pagos – para volver después (sic) nuevamente a su casa de difícil acceso, creo que por calle Chacabuco, a unos quinientos metros de la plaza de esa zona. ¿O sería por otro lado? Poco importa, lo que más hay son ruinas y piedras, que tanto caracterizan ese pedazo de la provincia de Buenos Aires: piedras que hacen equilibrio y son adoradas como santos, piedras que parecen estar en guardia para cuidar a la ciudad, piedras que sirven para dejar mensajes como “No me baño” “Mary y Joaco” “¿Dónde está Tehuel?”. Y esas piedras que son los episodios del calvario, esculturas que denotan mucha acción dramática, con figuras complejas, con movimientos complejos, basados en la historia de Cristo. Momento de contemplación y deleite con una lectura a contrapelo de esas esculturas que se empeñan por ser reflejo de lo escrito por los autores de la biblia cristiana. Pero el arte se escapa todo el tiempo, como las novelas de Gombrowicz, como los cuadros de Basquiat – que también tuvo que ver en el viaje a Tandil, ya que estaba homenajeado en el paraje artístico en el que me hospedé – y no se deja morir en una interpretación final. Esa penúltima estación del calvario, ese penúltimo pasaje antes de la crucifixión, el momento en que un soldado romano le quita las vestiduras al Cristo que se acerca a la muerte. La mirada de ese soldado, su lujuria, su deseo cercano a concretarse, y un Cristo que mira para otro lado, como acostumbrado a ser ultrajado, a ser ese objeto de deseo por quien posa su mirada lasciva en él. Una escena erótica perfectamente realizada por un artista, que tal vez buscaba otro efecto, pero que logrando ese hace algo más genial. Esa escultura es la más excitante de todas las que hay en el calvario, y una demostración de que aquello que buscamos y que deseamos, difícilmente esté en donde pensábamos encontrarlo. Domingo de resurrección, no pude llegar a la casa de Gombrowicz, me cansé de caminar. Detrás del calvario hay todo un camino por las sierras que te lleva a una suerte de tierra maldita, como si fuera el final de los tiempos. Y sabés qué, hay mucha tranquilidad, se escucha el eco de unas voces lejanas que se van apagando, me puedo tirar en este pasto árido, puedo cerrar los ojos, recordar el atardecer en el dique con su fuente gigante y el chorro de agua, el tipo crucificado está lejos a mi espalda mostrándole a la ciudad que son tod@s culpables de sus penurias, yo prefiero soñar con la sensualidad de la escultura del soldado desvistiendo al otro hombre, dormir en el deseo que se escapa siempre, inmadurez eterna, ¿dónde andarás Witoldo?

 

****PD: En Tandil hay una calle que se llama King, no sé si será por Stephen, elijo creer que sí. Perdón por mis lecturas sobre el calvario a las personas religiosas, no fue mi intención ofender. Recomiendo los dos libros que leí en el viaje, la 226, el dique a la tarde, las sierras atrás del calvario, la casa-hotel de arte Allegra Dalila, la peña en la terminal para seguir gratis desde afuera mientras aguantás el bondi o a alguien que te acerque a destino, los mates con bizcocho y las caminatas interminables buscando nada. Para terminar, recomiendo enfáticamente leer otra vez esta nota/reflexión con la siguiente música de fondo:


*********Humildemente, Juan, desde el barrio Rivadavia, otra vez*******Devuelto*****Devuelta*******************

Sería una pena, una lástima

 


“El aire denso y sombrío, casi líquido de tan frío, se veía surcado de lamentos, arrullos y gemidos. Así será, pensé en aquel momento, cuando los últimos hombres se congreguen a las orillas de un mar blanco y duro, en algún desierto ecuatorial que será, como este, un desierto de hielo, a decir adiós al sol que se apaga para siempre. Entendí entonces que el mundo no desaparecerá en una gran conflagración, como temen y tal vez anhelan los cristianos, ni en una apoteosis de sonoridades wagnerianas como la que los nórdicos asignan retrospectivamente a sus ancestros, sino que se apagará gradual e inexorablemente como una lámpara que se va quedando sin aceite” (La Jaula de los onas, Carlos Gamerro)

Imaginen que estamos transitando las últimas horas de brillo de nuestro sol. Que en poco tiempo el mundo entero se volverá inhabitable, casi como está pasando ahora. Imaginemos que esta es la última vez que nos vamos a encontrar, vos leyendo tus últimas palabras y yo escribiéndolas. También podemos pensar que quedaría alguna esperanza, una suerte de alternativa vía viaje por agujero negro hacia algún exo-planeta respirable, o un refugio en el centro de la Tierra, donde los humanos-topo comienzan una nueva era sin estrella y con mucha sombra por delante. Pero mejor sigamos con ese plan imaginativo, el sol se apaga y, como si nadie pudiese seguir en la habitación oscura, se termina la vida para tod@s. Lo primero que pensaría en este momento - que estoy tirado en la vereda de siempre (que ya sabés bien cuál es) tomando la bebida de siempre, una tarde que es de siempre- es que todo es una gran pena, una lástima. Porque bueno, no es difícil imaginarse el frío que va a empezar a hacer y lo terrible de morir congelado en algunas horas, viendo cómo el resto del barrio Rivadavia sigue, casi sin darse cuenta, con su rutina de todos los días. Y ahí tendríamos el problema: ¿Cuál sería la pena? En esta propuesta de ciencia ficción, no hay nada de interesante, no hay suspenso posible, solo un grupo de human@s con sus cosas de todos los días, notando que hace bastante que no ven el sol, pero que en algún momento habrá de salir, ¿no? Como sea hay que seguir con la rueda, ¿qué partido de fútbol se juega? ¿Qué serie dan por la N roja -o cualquiera de sus imitaciones plus-? ¿Dónde va a jugar Messi? ¿Qué cenó el marido de Pampita? ¿Dónde vive el intendente de Mar del Plata? ¿Cuántas dosis de vacuna me faltan? ¿Quién carajos vende ropa que más o menos esté en precio y no sea una cagada? ¿En qué burbuja pusieron a mis pib@s, van a la escuela esta semana o era la que viene? ¿Por qué el vecino hace tantas jodas y yo no? ¿Cuándo carajos van a tocar las bandas que tanto me gustan en un escenario que no sea virtual? ¿Cómo hacen para vivir tantos días sin sol? ¿Por qué hay youtubers/influencers diciendo que es mentira que el sol se apagó, que lo que pasa es que hay un complot universal entre Bill Gates, el papá de Messi y Bob Dylan para dominar al mundo? ¿Y quién carajos en su sano juicio querría dominar un mundo sin sol? ¿Cómo mierda puedo estar enterándome de algo tan secretamente terrible, acá sentado con el culo en la vereda, tomando una birra y mirando un celular pedorro ensamblado en China, con la pantalla echa pelota? ¿A quién carajos le interesaría robarme los datos personales, para qué molestarse? Como decía, es una verdadera pena, una lástima. Si lo último que tengo que escribir es esto, quisiera dejar asentadas un par de cosas que sí vale la pena destacar:

-          La jaula de los Onas es una gran novela de Carlos Gamerro, porque desborda de maneras de narrar, las voces proliferan y las formas de contar varían todo el tiempo. Hay montón de cosas más para destacar, pero recuerden que se está por apagar el sol y congelarse el mundo.

-          Me quedó pendiente una novela que nunca voy a poder publicar, y que cuenta la historia de un poeta del barrio Rivadavia. Lástima, pensé que el sol me iba a aguantar.

-          Tremendo el disco post muerte de Prince, de lo mejor que escuché en los últimos tiempos. Una manera más de preguntarse por qué es tan difícil vivir en un mundo que se empeña por apagarse.

-          Estaba por pegar un viaje por acá nomás, después de tanto tiempo sin ruta. Me pregunto qué hubiera pasado. Salir a la ruta otra vez, la mansedumbre idiota de la llanura –sic Piglia-, esas paradas en el medio de la nada, mucho mate y tirarme en el piso de las estaciones de servicio para ver si me sale dormir un rato, antes de seguir hacia otro destino del cuál escapar para volver a la búsqueda de otra fuga. Viajar es un poco jugar al fugitivo, sin que nadie te persiga, y es por eso que está tan bueno.

-          No tengo que pagar más impuestos. Un verdadero alivio, porque esa es una carrera que siempre está empezando de nuevo, como la de comprar para comer. Imaginen correr una maratón – ahora que todavía están a full las comparaciones con los deportes de las olimpíadas- todos los días, como si fueran etapas de 42 quilómetros que se renuevan cada veinticuatro horas. Cansancio, como mínimo.

-          Chau protocolos, gracias por protegerme y proteger a l@s demás.

-          También me quedó un poemario pendiente. La idea era escribir versos sobre maneras de cagarse de frío en la ciudad. Tenía mucho material y un esquema medio robado a Juan L Ortiz. Una pena, gran lástima.

-          Todavía me quedaban unos versos de Artaud para leer. Nada especial, y perdón a quienes les gusta el pensanervios y el malditismo y el sol apagándose justo en el momento en el que uno descubre la estupidez del ser.

-          Creo que nada más..o sí. Me olvidaba de unos fideos tailandeses que me quedaron listos para disfrutar en cualquier momento. Otra gran pena, no va a poder ser lo mío con los palitos chinos – o tailandeses, o japoneses, o vietnamitas-

Y sería lo último que hubieras leído. Lo que en sí más que una pena y una lástima, sería un castigo final. Pero dejame despertarte de una buena vez: no es el fin del sol, todavía. Pero tenelo en cuenta, porque en verdad estamos inmersos en una muy mediocre obra teatral y no nos tocaron los mejores papeles. Es más, ¿viste la ropa que nos dieron? ¿y lo que tenemos que decir? Como sea, seguí con la rueda y no te olvides de apagar la luz cuando te vayas. Ya sabés, sería una pena, una verdadera lástima.  

 

****La música perfecta es la que dejo a continuación. En verdad todo este texto está colgado de este tema de Harrison. No Ford, sino George:


******************Humildemente y con mucha pena, Juan Scarda********************Aguanten George y Charlie Watts*****************


El príncipe de Persia

Saltar, pasar en zigzag. Supongamos que un príncipe Persa cierra los ojos mientras le cae una bomba en el medio de la cabeza, y todo estalla...