La vida, según cómo se la mirara, era regalada

Amaba tanto Mar del Plata, que las demás ciudades eran como buitres desnutridos, cotorras desplumadas ante sus salinos ojos….no, no, no, debería ser algo con más corazón, más espíritu…Su amor imposible era la ciudad de Mar del Plata- Batán, cada vez que amanecía se abría ante sus salinos ojos la oportunidad de concretar semejante sentimiento, entre las playas y el dorso donde se escondía el sol más satisfecho del universo…no, no, no, demasiado hiperbólico, la ciudad tampoco era para tanto. Lo que sí es seguro es que ese personaje amaba tanto a Mar del Plata, porque no le quedaba otra. Como un regalo había caído en ese – y no en cualquier otro – pedazo de tierra. Y eso que había tanto lugar en el Universo, que no se lo terminaba de conocer nunca. Lo que sí, con lo poco que se veía, alcanzaba para inventar dioses y destinos que parecían inmodificables. Porque para eso están el destino marcado por el Universo y los dioses, para decirnos más o menos cómo somos y qué deberíamos hacer, aunque no los conozcamos jamás en la vida. Bien, él era un pequeño grano de arena más habitando el barrio Rivadavia. Como le tocó nacer en el año 1980, justo le caería la cuarentena, pero de manera doble, en el año 2020, que es casualmente el motivo de esta reflexión, nota, historia, lo que fuere. El mejor regalo que le hubiera podido tocar una tarde de festejo de sus cuarenta en soledad, en cuarentena, lo que parecía impensado el año anterior. Y el anterior, etc. Pero los regalos, después de cierto tiempo en la vida, dejan de elegirse. A decir verdad, tampoco de más chico había podido elegir ningún regalo, tenía que conformarse con lo que había. Entonces, no le costó adaptarse a la llamada nueva normalidad, normalidad chanfleada, anormalidad en vías de normalización asistida. Eso podía ser la más clara definición de toda su vida, hasta los cuarenta, hasta la cuarentena. Se sentó, destapó una cerveza, prendió la tele y se puso a ver un capítulo de alguna serie que seguro que no le gustaba. A lo mejor era la última película de George Clooney, pero de seguro era algo poco estimulante. Por eso se acordaba de aquel inicio de la película más emblemática de ese director pequeño nacido en Brooklyn, y que ya había caída en desgracia por haber demostrado ser un real sorete en la vida real. Pero siempre está la ficción para que podamos imaginar que no todas las personas son siempre una mierda, basada en hechos sanitarios reales. Se relajó un poco, sabía que en algún momento se terminaría ese año. Lo que lo volvía a poner tenso era que tenía la misma certeza de que estaría por empezar uno nuevo, y esa incertidumbre era, era, era….mejor dicho, se sentía como estar atrapado en una escena de la película de George Clooney, con él en el Polo Norte o en un satélite atajador de piedras en vaya a saber qué órbita extraña. Imposible salir de una escena tan embolante, más difícil pensar que la escena siguiente pudiera ser mejor. Agradeció la metáfora al realizador de ese bodrio, que recordaba de aquella serie en la que hacía de doctor en una sala de emergencias, con barbijo y alcohol en gel. Qué raro que era resignificarlo todo desde la perspectiva del 2020.

 

A veces nos mirábamos y nos sentíamos privilegiados.

Le costaba imaginar el futuro, pero desde siempre. Sus recuerdos eran de crisis totales, de guerras, de caídas de imperios, de levantamiento de imperios peores que los anteriores. Tenía bien aceptado que las ideas superadoras eran pésimas ideas. No tanto por culpa de las ideas en sí, sino más bien por la gente que conocía que las tenía que llevar a cabo. Veía mucha gente privilegiada arengando por el cambio. Los miraba, las miraba, y sabía que todo terminaría en eso, en nada. O peor, en más problemas, complejos inconvenientes para los que era muy raro que llegara un antídoto a tiempo. No pasaba como en las películas, en las que las escenas iban aumentando el drama, el suspenso, hasta que llegaba la solución al final, y quedaba salvado el día. O por lo menos con una posibilidad abierta, en un futuro no muy far away. Pero en su realidad ficticia de cada día, lo único que se sumaban eran los dramas, junto con la aparición de falsos súper héroes autoproclamados salvadores de algo que no entendían. Eso que no entendían era su tierra, el barrio Rivadavia. ¿Cómo aparecía alguien a decirle que él/ella lo podía arreglar todo, si no sabía combinar los colores de la ropa que llevaba puesta? No podía más que salir a la vereda de siempre, abrir otra botella de cerveza, mirar la esquina y pensar que los privilegiados son cortos de mira, les falta algo, algo, algo….No se sentía privilegiado. Lo que sí estaba seguro es que era corto de miras también. ¿Por qué estaría tan caliente la cerveza? La maldita heladera, seguro, otra vez hecha pelota.

 

Somos locos, somos inocentes

¿Y qué podía hacer él? Ya era tarde, con ese pasado lleno de obstáculos leves, pero lo suficientemente continuos como para haberlo moldeado de una manera, ¿cómo decirlo?...Poco épica, poco estimulante. Esos chicitos de colores que le daban de chico, o esas golosinas atroces como los caramelos fizz, las mielcitas, los juguitos verde flúor y tanta mierda que ayudaba a nada. ¿Qué ciudadano esperaban formar dándole gaseosa Harlem de naranja y poniéndole el Show de Videomatch, Jugate Conmigo y Grande pá? Imposible llegar impecable a los cuarenta años, ni en pedo. La niñez finalizando los ochenta, la caída del muro y el fin de la Historia. ¿A quién se le puede ocurrir terminar la Historia? Eso no puede generar nada bueno en nadie. Y después los noventa con la pizza y el champagne, el uno a uno y Miami como un barrio más al que visitar los fines de semana. ¿Cómo iba a terminar su cabeza después de todo eso? ¿Dos cero kilómetro va a tener el del kiosco? ¿Posta? Seguíamos y seguimos en el mismo barrio Rivadavia, hay cosas que te hacen desconfiar un poco, ¿o estaba exagerando, estaba loco? Bien, se dijo, si lo consideraban un loco ortiva, se hacía cargo, pero eso sí, que no lo viniesen a joder después, cuando las cosas se complicaran. Porque si la locura era lo suyo, pues quedaba liberado de culpa. La noche de los inocentes, la entrada al año dos mil. Y no, no rompan más las bolas, no es el fin, no fue el fin. Fue una catástrofe, tanto peor…

 

Sólo la espera, cuando uno esperaba algo, entusiasmaba esa sensación

Pero ahora todo eso quedaba lejos y superado. No por cosas mejores que hayan ido pasando. El paso del tiempo no suele ser nada bueno. Y todo un vaivén desquiciante hasta llegar al día de la actualidad actual, basado en hechos ficcionales, pero tan reales como el barbijo que tenía puesto a la altura de la pera, para poder empinar la botella. ¿Cómo hacían los demás para vivir tan entusiasmados por las cosas? ¿Qué sentido tenía en ese momento desear “felicidades” a una persona que caminaba estornudando y que nadie quería saludar? Rara vez pensaba en algo tan extraño como el futuro, porque para él esos cuarenta años habían sido una suerte de escuela de mierda. Pero pensó, la escuela es eso, ¿no? Está bien, queda mal afirmarlo tan tajantemente, pero la verdad que distaba mucho de ser una institución confiable. Ninguna institución le parecía muy confiable, ni siquiera el natatorio de la ciudad, en el que no se podía ir al baño, pero sí mear adentro de la pileta, por lo menos un cachito, para salir del aprieto. Con barbijo, siempre. Encima era verano, ¿era verano? Parecía, con turistas que se negaban a abandonar sus planes de relax, amuchándose en las mismas playas de toda la vida, porque lo mejor que podemos hacer ahora es estar unes al lado de otres. ¿Y por qué no, pensó? La vacuna ya estaba pasando cerca, ¿no? Por ahí en el barrio Rivadavia todavía no, pero alguna partida le iría a tocar, seguro. No podía más que esperar sentado en la vereda de Francia y Garay, tomando una cerveza, viendo cómo los autos que pasaban se olvidaban de esquivar el bache de siempre, ese que había estado todo ese tiempo, igual que él. Debía tener como cuarenta años, ese bache. Pero estaba ahí, como él. Dos pedazos de estoicismo, esperando entusiasmarse por algo que no iba a pasar, pero saboreando la sensación, para tirar un añito más…

…La ciudad, a veces, me ahogaba. Demasiado pequeña. Me sentía como si estuviera encerrado en un crucigrama…

 

**********Fin del año y una aclaración: tanto el título como los apartados en cursiva pertenecen a un fragmento del relato “Dos cuentos católicos” de Roberto Bolaño. El tema no tiene nada que ver, sólo sirve para terminar la nota escuchando linda música y brindando, de lo mejor del año Taylor Swift (como las hamburguesas):


*****************Esto fue todo por este año, ya no queda mucho más por escribir y sí mucho por leer y escuchar******************Será hasta la semana que viene, nomás***************Con humildad, Juan, desde el centro del universo: el barrio Rivadavia de la ciudad de Mar del Plata-Batán*************No tengas problemas de autoestima, es una boludez, autoestimate bien que sale gratis******


Y de pronto el recuerdo surge, como una ballena blanca


Estuve tratando de retener esa frase durante todo el día. No la anoté en ningún lado para no hacerme trampa, quería ejercitar la memoria porque me parece que es algo que uno, paradójicamente, se olvida de hacer. Como si fuera un músculo inservible, porque claro, ¿quién muestra en el Instagram una foto de la memoria? Mejor cualquier otra parte del cuerpo, con la que no se piensa para nada, pero que puede llegar a generar una legión de seguidores, seguidoras, a la grandísima distancia de un corazón de mentira. Pero claro, yo estoy en este mundo también, por lo que fue imposible recordar la totalidad de la frase una vez terminado mi día, que  finaliza casi siempre con un momento de escritura, una necesidad de vomitar cada veinticuatro horas, con autorización y receta médica firmada por inefable escritor francés ya muerto, culpable de que para mejorar mi capacidad evocativa, me tomara un té con magdalenas, justo una de las tardes más calurosas que recuerde el barrio Rivadavia. Porque para Proust toda su maquinaria de lugares y personajes, que se encuentran y se desplazan como bailarines y bailarinas perfectamente coreografiados, parte de un sentido por ahí menospreciado como herramienta de evocación: el gusto. Pero puede ser un artificio literario y nada más. A lo mejor, es Rodrigo Fresán el que da en la tecla con eso de que para recordar es necesario soñar, y soñar profundo, como leer profundo, como ya no se hace y no se puede. Yo intento repetir todos los rituales, porque me preparo un té con más de treinta grados de calor a la sombra, y me lo tomo entero. Pero es un té con hierbas para dormir, o que se supone que ayudan a conciliar el sueño, que es algo difícil de lograr en una tarde tan calurosa. No me rindo, hoy quiero recordar y voy a poner todo de mí. Creo que transpirado y todo logro llegar a un estado casi de duermevela, casi de sueño superficial, un poco de caída en la profundidad, otro latigazo…Hasta que el calor de diciembre me devuelve a la realidad, al presente, que es eso, un celular sonando con mensajes que no necesitaba para nada leer, unos autos que tocan bocina y pasan a toda velocidad por la avenida y esas cosas que me faltan por hacer en el día, que no son para nada obligatorias pero que la vorágine se encargó de meterme en la cabeza de que sí, obvio, esto se tiene que hacer hoy porque sino ¿cómo ponemos en marcha el presente? El presente y nada más, y nada menos. Lo que busco hoy es el recuerdo, que surja ese recuerdo, no cualquiera. Pero los recuerdos no se inducen, imposible. Forzalos es crear otra cosa distinta, algo que puede tener una capa superficial de recuerdo, pero que en realidad es una treta. Aparecer escondido, sugerido, sin exposición directa. Tomo otro té, esta vez, el común. El sol se va apagando, pero el calor no afloja. Un amigo me ofrece un trago de birra, en la vereda de Francia y Garay, pero yo le digo que mejor no, que estoy tratando de recordar. ¿Y recordar qué? Me pregunta, con cierta obviedad, y yo no sé qué carajos responder. No sé, recordar algo, supongo que previo a todo esto que nos pasó en el año, no sé, recordar algo copado que pasó en un tiempo que ya no me sale nombrar. ¿Y para qué querés acordarte de algo que ya pasó, qué sentido tiene? Tampoco sé muy bien qué decirle. Supongo que tiene el mismo sentido que seguir pensando en las cosas que debería hacer ahora y en las que no estoy pensando por motivos terapéuticos ¿Terapéuticos? ¿Estás fumado? No, nada que ver, es que me tomé un té para tratar de recordar algo, así como hizo Proust antes de escribirse ochenta mil páginas para salir en busca del tiempo perdido…Era eso lo que quería, recordarlo todo para poder escribirlo todo. Como Gombrowicz, escribir no un solo diario apuntando el todo, sino muchos diarios, y que en algunos esté yo pero sugerido nomás, impersonal, una especie de alter yo, otro ego, otre. Y también un diario donde figure mi nombre y mi apellido, y que figure tu nombre y apellido y el de todos los lugares que caminamos, todas las veredas en las que nos sentamos a tomar una cerveza, todos los días en los que pensamos que eso iba a durar para siempre, y que sin embargo se terminó apagando a las nueve de la noche de un día caluroso de diciembre, porque lo sabemos muy bien, a todo perro le llega su día. Y yo siento que el mío ya se me recostó al lado y no me piensa abandonar. Entonces, vuelvo a prepararme el té, deseando poder dormir bien esta noche, alguna noche. Voy a tratar de estar tranquilo y sin mucha literatura estorbando, para poder llegar desintoxicado al año nuevo. Y quién sabe, después de tamaño esfuerzo, empezar a recordar algo, en cuanto empiece a evocar esos sabores que son de antes, del antes en el que éramos capaces de salir con medio salvavidas en busca de Moby Dick y del capitán Ahab, para verlos esplendorosos luchando contra sus más incomprensibles obsesiones, buscarse, encontrarse, y todo para terminar de recordar que lo que unos y otros quieren al llegar al destino es apagarse para siempre.


***********Y más sobre la ballena blanca y el tamaño de los recuerdos:


********Con humildad, Juan, desde el patio del fondo de una casa chorizo en el barrio Rivadavia, Mar del Plata-Batán, diciembre del 2020**********tratando de recordar, todavía*******

Sabemos bastante. Sabemos demasiado. No sabemos nada

 


En el rutilante posposposapocalíptico mundo ciberurbanizado de hoy, los grandes temas son compartidos en un par de caracteres para ser digeridos con la misma velocidad que se viraliza el video de una persona metiéndose un petardo en la raya del culo. Perdón por esa imagen, pero me pasó literalmente, hace instantes. Por eso me preguntaba qué carajos podía quedar de todo eso, ¿sirve de algo tener tanta información a mano si se desvirtúa entre la cantidad de otras cosas que no ayudan en nada, si se desvaloriza por estar cataloga en el mismo no-lugar que el resto de las cosas triviales que se comparten en las redes sociales? ¿Es posible que haya personas que piensen que conocen a otras por mirar su “perfil” y sus publicaciones de estados y fotos donde siempre se aparece excepcionalmente haciendo cosas de domingo al sol o en vacaciones vaya a saber en qué reducto del planeta? Por las dudas voy aclarando: no siempre estoy sonriendo como en esa foto, para nada. Y con eso y unas mil palabras que pienso escribir hoy, deberías tener un perfil más o menos real sobre mi persona ¿Para qué? No, no soy el amor de tu vida, tampoco tengo la vacuna contra el covid, no creo que nos veamos este fin de semana y a lo mejor no nos cruzamos nunca más en nuestras vidas. Bueno, tendríamos que aclarar en cuál de las vidas no nos vamos a ver más, porque a lo mejor, en alguna red social nos encontramos y empezamos a chatear y etcétera, etcétera, etcétera. Puede pasar, y puede que me ponga pesado y empiece a enumerarte chistes malos que solo me hacen reír a mí. No te ofendas, cuando escribo no es contra vos o para vos. Es siempre para mí y contra mí, para volver a leerlo y empezar a sospechar que ya no soy yo el que escribió eso. Algo así podría ser literatura. Ya ni siquiera literatura del yo, sino más bien del otro yo, del yo cibernético. Y de eso hay una increíble cantidad de páginas disponibles para ser consumidas  a velocidad relámpago, pero que de repente resulta ser todo el día. A lo mejor un par de me gustas, ver una historia que no querías, y que del otro lado alguien interprete “hey, ¿me estará tirando onda?” No, nada personal, todo sin personas, somos perfiles, perfiles incompletos y totalmente ideales. Pero ya basta de esa crítica pasada de moda, hablemos en serio, por Whats App, que tiene cierta fama de realidad, aunque es lo mismo. Pero es el servicio de mensajería gratuito, ¿no? Siempre desconfié de eso, porque gratuito no hay nada, menos desde que el mundo es globalizado, es decir, menos desde que se decretó el fin de la Historia y el triunfo del Capitalismo ¿Qué culpa tengo yo de lo que me vino heredado? Sí, puede ser que me haya dejado seducir por alguna que otra cosa, a quién no le pasó. Pero bueno, también es muy difícil atravesar todas las crisis desde el barrio Rivadavia, no tenemos una cantidad importante de revolucionaries por acá. Entonces me pongo a tomar una birra, sentado en el cordón de la calle Francia, como acto de rebeldía. Y no, no tengo el celular en la mano, sino este libro de David Lawrence, un ensayo sobre literatura clásica norteamericana. Mientras empino la botella leo una prosa que parece escrita ayer, pero ayer de acá nomás, aunque en verdad es de hace ya casi un siglo. Sí, ya sé, otra vez el otro que no es yo, hablando de uno de esos libros que a quién carajos le puede llegar a importar. Aguantame un toque, tomate vos también un trago de birra y relajá, es jueves, hay un viento del orto, estamos en diciembre y ya se termina un año bastante de mierda. Relajá. Te decía, este Lawrence fue un escritor inglés que se zarpaba bastante para su época, sobre todo con el goce sexual de las mujeres, que se las imaginaba siempre libres, mucho más de lo que eran en su época. Ok, pero eso en sus novelas. En los ensayos sobre literatura el tipo se iba para el lado que se le cantaba, desestructurando la prosa ensayística. Por eso me gustó tanto, por eso lo pongo como un acto de rebeldía, como sentarse en la vereda a tomar una birra sin subir una foto a la red que venga, sin tener el celular cerca. Creo que me voy a separar un tiempo del celular, en verdad me hace bastante mal, porque perdí el control absolutamente. De repente suena cuando quiere, se apaga y se prende cuando se le canta, me obliga a mirarlo y tocarlo cada vez con más frecuencia y se declara obsoleto justo cuando no tengo un mango. Una relación que no me está llevando a ningún lado, pero que cuesta terminar.

La afirmación del principio es un ciclo, ese ciclo que se repite desde que el mundo es mundo, desde que fue nombrado el primer grano de arena. Porque primero habrá que concluir en que lo sabemos todo, porque parece que tuviésemos todo al alcance de la mano. Pero resulta que después empezamos a saber demasiado de todo, y tanto que al final volvemos al origen: no sabemos nada ¿Querés que te diga lo que va a pasar mañana? Estate conectade, lo publico en un ratito, para que lo leas en diez segundos antes de acostarte a dormir, antes de que te despierte una actualización y tires el celular al piso, rompas la pantalla número mil y te quieras matar, porque mañana que ya es viernes vas a tener que ir a ver al técnico para que haga algo, lo que pueda, porque obvio que no podés pasar el fin de semana sin el celular. No, no estoy en contra de las redes sociales, de hecho las uso, pero a veces como que me canso un poco y necesito ponerlo en palabras, mi obra social no me da para psicólogues. A decir verdad, ni tengo obra social ¿Ese no era un derecho laboral? ¿En qué momento empecé a perder cosas que en verdad necesitaba? Cierto, el futuro llegó hace rato y trajo un apocalipsis muy particular, porque como que se continúa, como si fuese una serie de televisión y no una película con The end, fundido a negro y todes a dormir........


********Tratando de subir las fotos me borré mi contacto conmigo mismo, drama ciberexistencialista. ...Tómalo con calma, siempre me imaginé con esa pobre antena tratando de comunicarme con vos. Y nunca puedo...


*********Juan, transmitiendo en diferido desde alguna vereda del barrio Rivadavia, Mar del Plata - Batán************Se me hizo de noche, chau**********

El eterno retorno del juego de la Historia

 


En una historia, una persona decide por propia voluntad salir a pedalear por la ruta 2. Volvió hace rato de su trabajo en oficina, por zona céntrica, comió, descansó en su departamento y decidió terminar el día con algo de ejercicio. Tiene una de esas bicis con freno a disco, tipo de montaña, que hace poco pudo comprar en cuotas, porque le fue imposible viajar a Europa a causa la crisis del Coronavirus. Toma Champagnat en dirección al aeropuerto, todo por la ruta, saltando en “L” como el caballo del tablero del ajedrez. Al cruzar la rotonda de Constitución, advierte que la ruta está cortada más adelante. El humor, que ya venía complicado por el día lleno de malos tratos en la oficina y la bendita atención al público, y la maldita atención al superior, termina yéndose a la papelera de reciclaje de la odiada computadora de su escritorio, siempre desactualizada. Sin embargo, continúa pedaleando, obstinada como el caballo, aunque sabe que el choque será inevitable, que además eso provocará lo que hace tiempo quiere evitar.

En otra historia, un policía es llamado para presentarse de manera urgente, junto a otros efectivos, en ruta 2 a la altura del aeropuerto. No puede decir que no, porque ese es su oficio. Sale en un patrullero lleno de abolladuras y restos de sangre mal lavados, con la certeza de que algo malo va a suceder. Sabe que, otra vez, habrá un corte de ruta. Conoce perfectamente el procedimiento, cómo sus superiores en algún momento los irían a hacer formar provocativamente, antes de dar la orden de proceder. Proceder es mover los peones para delante, único movimiento que pueden realizar. Se entiende que la orden es una e inapelable, llegará el momento de reprimir, como siempre. La última vez se había visto en la “obligación” de tomar del pelo a una muchacha, “reducirla” en el piso y golpearle “un poco” las costillas a patadas para que no pierda el control. La clave es la de tener el control. Para “evitar daños mayores”, había que propinar daños menores en algún particular. Desde aquella vez que no podía dormir bien ninguna noche. Desde aquella vez que no podía ver a los ojos a su hija. Y ahí estaba yendo, al frente del tablero, una vez más.

En la historia de los peones negros la cosa es harto más simple. Llega la mañana atrás de otro día en el que se sobrevivió como se pudo, y hay que empezar a resolver las horas que siguen, paso a paso. Para los que tienen el laburo parado, las changas cortadas, la cosa es más compleja. Porque las nenas, los nenes, la familia necesitarán comer, y porque en pocas semanas son las fiestas. ¿Las fiestas de quién? Serán del rey y de la reina, que ya ni se conocen. Tampoco importa, el peón negro vive al día, no tiene tiempo siquiera de pispear lo que hacen los alfiles políticos lame culos del reino, o las torres periodísticas serviles del poder. Entonces avanzan casilleros hasta la ruta 2, a la altura del aeropuerto. Ahí piensan llevar  a cabo el corte de ruta, para ser vistos, para ser atendidos al menos unas horas, hasta que el reino decida enviarles la caballería encima, la opinión pública encima, los peones blancos a reprimir. Saben lo que va a pasar, porque siempre sucedió de la misma forma. Pero la impotencia y el hambre son muy grandes, no tienen el tiempo para pensar en otro mecanismo de protesta. Y saben que nadie los va a perdonar, pero se la juegan, no les queda otra, la Historia se perdió en una partida allá en los comienzos de la década del noventa. Desde aquel fatídico día, es resistir o quedarse en las casillas esperando la muerte por inanición ¿Exagerado? Ojalá, piensan, fuera la exageración el problema. Se plantan, no dejan pasar camiones, ni el transporte público ni coches. Los insultos se ramifican, los malos tratos van y vienen, en todas direcciones, como jugadas orquestadas por grandes maestros del tablero, que saben en qué momento la cosa va a empezar a ser una carnicería. Van empezando a caer las primeras piezas.

En la historia del jugo del ajedrez, lo primero que se sacrifica son los peones, movidos casi por provocación, regalados a la Historia para ver cómo continuar con el resto de las piezas, que se guardan para los momentos definitivos, los importantes. Caen esas piezas iguales y menores, de las que hay tantas, y que son tan necesarias porque sin ellas no habría juego. Pero como están entrenadas para ir para adelante, para no mirar quien las maneja, nunca pueden revelarse. Entonces el juego se reproduce, cada vez más sofisticadamente, pero con el mismo proceso. Primero caen los peones, siempre. El rey dicta, la reina dicta, los alfiles asienten y acompañan, las torres protegen y comunican, los caballos saltan por el costado y cargan algún peso, los peones se sacrifican. Las reglas nunca se tocan.

Cae la tarde en ruta dos, a la altura del aeropuerto de Mar del Plata. Una persona en bici quiere pasar por el medio del corte, porque dice que es su derecho como ciudadana, circular libremente por los espacios públicos. Quienes mantienen el corte de ruta, para pedir bolsones de alimento, la instan a que pegue la vuelta, lo hacen de mala gana, con insultos y ademanes obscenos. La discusión se torna insoportable. La policía es llamada a intervenir, una “autoridad” da la orden desde el escritorio de su casa, en un barrio privado de cuyo nombre no quiero acordarme. Los oficiales se aprestan amenazantemente, se ponen en fila, sacan sus armas, comienzan a reprimir. El humo de las fogatas y de los gases lacrimógenos se funden en algo común, que tiene el espesor propio del infierno. Dentro de esa violenta niebla se escuchan disparos, gritos de mujeres, gritos de hombres, gritos de niñas, gritos de niños. Las rutas se manchan de sangre, una vez más. El tablero es rojo en el fondo, las piezas caen.

Todas las piezas caerán, tarde o temprano. Y, créanme, van a ir a parar al mismo lugar junto con el reglamento y la Historia...

El olvido...


*****Desde el barrio Rivadavia, con Alice Cooper y una birra...todo rojo, tristemente rojo:


***********humildemente, Juan********************* 

El príncipe de Persia

Saltar, pasar en zigzag. Supongamos que un príncipe Persa cierra los ojos mientras le cae una bomba en el medio de la cabeza, y todo estalla...