El azar puede ser devastador

 


En contraste con la piecita de la entrada, en el salón de estar reinaba un desorden que, para ser preciso, tendría que calificar de encarnizado. El azar puede ser devastador, pero nunca es metódico ni meticuloso. Y aunque es verdad que, desde cierto punto de vista, todo lo que se refiere a los actos humanos es locura, sería prudente reservar esa palabra para designar algo específico y que es, no extraño a la razón, sino el resultado de una razón propia que ordena el mundo según un sistema de significaciones sin fisuras, y por eso mismo impenetrable desde el exterior.

Juan José Saer, La pesquisa


¿Qué hace ese patrullero ahí, entre esos tranzas, pidiendo qué cantidad de guita que no les hace falta? ¿Y esos pibes que de tanta impotencia tienen bronca contra todo, y lo cagan insultando al almacenero ese, que tiene un par de cicatrices porque alguna vez se plantó, y bueno, con algo hay que pagar en esta historia, que vaya a saber por qué carajos tiene las cosas acomodadas como yo las veo ahora? ¿De qué se quejan ese grupo de ricachones, de verdad? ¿Que no los dejan vivir como ellos piensan que quieren? Pero si los dejan discriminar, insultar y cagarse en quienes quieran. Si pueden acudir a su juez amigo en cualquier momento, si para ellos está funcionando la Gendarmería con el grupo Halcón, el Albatros y cuanto buitre ande con uniforme y un arma en la mano. Eso sí, ese tipo de crímenes son legales, van por derecha. Por eso tienen hasta sus propios medios de comunicación, sus casas de estudio, sus barrios y lugares de reunión. Tienen sus médicos, también, sus propios héroes a disposición por una módica suma de xxx dólares. Esa es su moneda, la rúcula yanqui, claro. Ese es el orden que nunca se pudo desmantelar, porque cuesta mucha, mucha sangre. Y claro que los intentos deben ser democráticos y en paz, pero a veces es muy difícil, a veces indigna cómo se protege a la propiedad privada más que a la vida de un ser humano. Cómo se descubre toda una maquinaria social, política, mediática, judicial y económica para beneficiar la protección de un objeto. Y la cantidad de personas que están de acuerdo con ese mandamiento: respetarás la propiedad privada, aunque estés muriéndote, cagándote de hambre sin tener dónde caer bien muerto. Ese sería el único derecho universal, atentos a todes en la ONU, ahí va: todes les habitantes del planeta tierra tienen el derecho a morir. Úsenlo cuando quieran, pero por favorcito, no lo hagan en el pato de mi propiedad. De la cerca para allá, del alambrado para el otro lado, porque sino es ilegal y no te puedo dejar morir. Lo justo es justo, pero es mucho más justo si es uno el que dice cómo se deben escribir las leyes. Y mucho mejor, cuándo hay que aplicarlas y cuándo no. Porque el poder real es tener el tiempo de tu lado. Que las cosas se resuelvan rápido para un mismo lado siempre, marca tendencia de quién dirige la batuta, quién armó esta piecita que se siente tan ajena a mí, que no puedo terminar de comprender. Me siento a un costado, trato de mirar sin indignarme, de pensar soluciones para darle un sentido a tanto sufrimiento. Pero es difícil, es muy complicado aceptar que las cosas apenas si se van a reformar, y que nada de eso va a traer alivio, que nada de eso va a traer justicia, que los cuerpos débiles van a seguir pagando en nombre del Capital. Qué concepto, Capital. Pensar que hay quien dice que ya pasó de moda, cuando todos los días se constata lo contrario. Escribir para hacerse el boludo y mirar a cualquier parte no es opción. No se puede estar mirando por la ventana todo el tiempo, es necesario observar la piecita con detenimiento, los detalles desde adentro, porque ahí está la disputa. ¿Suena belicoso? Que suene como deba sonar, pero que suene. ¿Hasta cuándo las crisis para los que viven en situación crítica desde el principio? ¿Cuántos debates, simposios, asambleas y demás shows hay que montar para que empecemos a solucionar las injusticias, las desigualdades, la discriminación y la violencia que imperan en el mundo que habitamos? Porque lo habitamos todes, todes. Entonces no hay salida a los conflictos sino de manera colectiva. Nadie debería explotar a nadie, nadie debería beneficiarse con el sufrimiento de nadie. ¿Cómo se atreven? – parafraseando a la pequeña pero inmensa Greta Thunberg – ¿Dónde está el goce en ver sufrir al otre, en humillarlo, en humillarla? Preguntas básicas que, a lo mejor, me ayuden a ver con mayor detalle esta piecita que nunca puedo terminar de entender. ¿Quién la ordenó así? ¿Por qué puso las cosas tan del revés? ¿Para qué mierda enterró el 99% y dejó al resto arriba y con todos los placeres a su alcance? ¿Quién volvió tan competitiva y violenta la especie? ¿Es culpa de Darwin, de Trump, de Milei? ¿Qué carajos quieren hacer con esto, en serio? ¿Tanto disfrutan de la sangre, tanto de ver gente arrastrarse por las calles agonizando por no comer en semanas? ¿Les resulta lindo mirar a un niñe cagado de hambre pidiendo una moneda, y responder con asco “no tengo, salí de acá”, mientras comienza la justificación de “seguro lo manda el padre para comprarse un vino”? Entonces volver al celular para responder una mierda de Whats app, una boludez kilométrica que justificó la compra de un modelo de cincuenta mil mangos de un celular fabricado a fuego y sangre, en el siempre castigado territorio del tercer mundo. Y guarda que hay quienes se sienten parte de otro tipo de piecita, que mira para otras naciones poderosas como si fueran parte de esa superioridad fascista. Y justificarse, siempre. Jugar al papel de la víctima, por las dudas. Entonces debe estar esa razón que hace pasar por azar lo que en realidad es un caos generado a propósito. Y que ese caos no es más que un orden jerárquico, que imperó disfrazándose a largo de la Historia de la humanidad, la de la H con mayúsculas, la que acomodó las cosas para justificar sus matanzas, que nunca dejaron de perpetuarse en el tiempo. Y quien a sangre nace a sangre vive y a fuego muere. De ahí, toda una filosofía de mierda que se inventó sus escuelas para poder discriminar con mayor precisión, y con un falso bagaje científico de fondo, con sus religiones y sus sistemas políticos de mierda, de mierda. Perdón, eso de enojarse también lo encontré en la piecita, en el salón de estar. Vino hecho, ya estaba. Yo solamente entré, me acomodé donde pude y me empecé a horrorizar a corta edad, en un barrio que estaba olvidado, de espaldas al Capital, un barrio donde el deseo era inalcanzable siempre, pero aparecía desdibujado a lo lejos y acompañado de un slogan que versaba: “si te esforzás, no hay nada que te pueda frenar”. Entonces los esfuerzos se desdoblaban, pero el premio no llegaba nunca, porque ese tanto esfuerzo nunca alcanzaba, estaba ocupado alcanzando a quienes siempre la tuvieron todas consigo, ese porcentaje pequeñito que se mete en la piecita cuando quiere, que toma lo que se le canta de la sala de estar, y que se inventa todos los días una manera de justificar la sangre inocente que cubre sus manos.


******Hoy sin música, por respeto a las familias que no tienen dónde dormir esta noche********************Humildemente, Juan Scardanelli******************Desde el barrio Rivadavia, MDP-Batán**********************


Sobre la identidad

 


 *dedicado a mi primo, Javier Penino Viñas, quien recuperó su identidad en el año 1999.


 

Conjuntos de rasgos de diversa índole que caracterizan a una persona,

que es esa y no es otra que quisieron robar, ocultar, desaparecer;

 

Y yo creo que era un sábado,

uno de esos sábados de mitad de estación,

había un sol intenso,

de eso estoy seguro;

también de que toda la familia

estaba expectante, entusiasmada,

con mucho nervio moviendo las sensaciones,

planeando cosas, imaginando reacciones,

dejando al azar un poquito de eso

que se dice espontaneidad.

Y yo creo que estaba en mi habitación,

eran los primeros años de adolescencia

y estaría viendo tele o jugando al family,

porque ese día había que estar ahí,

entonces yo cumplía el mandato,

no teníamos que sumar nervios extra.

 

Igualdad que se verifica siempre,

cualquiera que sea el valor de las variables

que contiene

 

Y yo creo, seguro, que estaba triste

porque en la escuela me habían jodido

¿con qué iba a ser?

con esas enormes cejas oscuras

que sobresalían siempre del resto de la cara,

que parecían una sola,

como dos gatas peludas apareándose,

y yo creo que odiaba a las gatas peludas

y maldecía esas cejas que vaya a saber

por qué motivo me habían tocado a mí.

Pero ese día era distinto,

no lo podría explicar de otra manera,

porque por lo general los días se pasan

sin dejar una señal recordable,

como barcos sin rumbo que se hunden

en ese horizonte que uno imagina eterno.

“Esas cejas, querido, son como las de tu padre,

que vienen de tiempo atrás,

porque son las mismas que tenía tu abuelo”

y así subiendo el árbol genealógico

hasta tocar las nubes del primer Penino.

“Y qué tal si te las afeitás,

queda piola y está de moda

te va a dar fama de rebelde o punk o dark”;

esas ideas amigas me daban vueltas

por aquellas horas extrañas,

parecía simple,

agarrar la hoja de afeitar de mi viejo

y podar esas dos manchas peludas,

como el Pink de la película The Wall.

Parecía fácil, Bob Geldof lo había hecho

en apenas unos segundos

y casi sin prestar atención.

Seguí distraído, con la tele, Pink

y esas cejas enormes que parecían

haber crecido aún más.

 

¿Qué hacer? Cuántos problemas

superfluos que deforma la adolescencia,

como un entrenamiento liviano

para los sufrimientos de la vida futura.

Y yo creo que todo eso estaba

por caerme encima, cerca del mediodía,

cuando el sol parecía más fuerte que nunca.

Escuché la puerta que se abría

y mi vieja que me gritaba

y mis hermanas que ya estaban abajo

extrañamente calladas

y mi viejo que se empeñaba

por hacer sentir bien a la visita,

que era la razón de todo.

Y yo creo que grité “ya voy”

como solía hacer todos los días

a la hora de las comidas

y que era el primero de tantos avisos

antes de bajar a recibir el castigo.

Pero ahora recuerdo que seguía pensando en Pink

y no deseaba que nada ni nadie me jodiese,

tenía que memorizar bien esos movimientos,

no quería cortarme ahí la cara,

sería peor que dejarme las cejas gigantes.

Para mi sorpresa nadie me volvió a llamar,

parecía que las cosas con la visita

estaban muy interesantes como

para que alguien se acordara de mí.

Aproveché para evadirme,

para terminar de tomar valor,

estaba dispuesto a borrar mis cejas definitivamente.

 

Y yo creo que las cosas en la realidad

pasan justo cuando tienen que pasar,

y que la literatura corre de lejos

y en chancletas.

En ese día de calor, de sol gigante,

me sonó la puerta con un golpe

tímido, propio de alguien

que moriría de vergüenza

ante una reprimenda, un grito.

Y yo creo que dije “qué querés”,

pensando que sería una de mis hermanas

ahora sí cumpliendo la orden superior

de darme el ultimátum para bajar

y saludar a la visita,

que ya tenía casi olvidada.

Pero no pasó ninguna de mis hermanas,

el que abrió la puerta fue un joven adulto

mucho más grande que yo,

casi tan flaco como yo,

también con el pelo oscuro como yo

y una expresión de encantadora vergüenza.

Y yo creo que ahí entendí todo,

ese día,

ese día de sol,

los días perdidos en el horizonte,

las ausencias

las luchas

los llantos silenciados

y, sobre todo,

comprendí la importancia

de la identidad

porque ese pibe tenía mis cejas,

las mismas de mi viejo,

las de mi abuelo,

las de mi tío, su papá,

esas cejas eran nuestra identidad.

Y yo creo que le dije “hola”

y que él se acercó y se puso

a ver la pantalla del tele conmigo,

y fuimos cuatro cejas enormes

mirando para el mismo lado

un día de sol

y para siempre.

No los voy a defraudar

 De frases célebres estamos hechos, además de falsas promesas y vínculos complicados. Por eso la necesidad de poner algo de eso en un título, esperando generar algún recuerdo, alguna reacción química. Reacción muy diferente a la de simplemente leer algo, ver pasar las palabras como si no tuviesen más que un solo carril. Pero claro, resulta que estos signos tan extraños están cargados de sentido, que pueden variar infinitamente de persona a persona. Y así se construye uno la realidad, totalmente atravesada por emociones, sensaciones, ideologías y películas clase B, que alguna vez generaron frases y movimientos esclarecedores. Hoy tal vez no sea así. Porque de tanto ver estos signos replicados en diferentes formatos, que duran lo que un estornudo, bueno, no deben tener la misma capacidad de influir en el tiempo. Ahora, las frases se multiplican, y de tanto retweet, repost y etcéteras, se agotan antes de quedar en el inconciente colectivo. Por eso también hay tantas dando vuelta, por eso los principales actores se animan a decir cualquier cosa, porque son – al menos en parte – concientes de que ante la cantidad de palabras y opiniones que andan dando vuelta, la de ellos será sólo una más, a lo mejor destinada a ser célebre por unos famosísimos quince segundos…dos, tres…quince. Ya nos olvidamos de lo que dije en la oración anterior, hay muchos mensajes y audios de Whats App, entonces “vaciar todo” “refresh” y vuelta a empezar, desde el principio, otra vez. Pero la memoria se defiende como puede, y algunas cosas no pasan tan desapercibidas. Sin embargo, ya nada tiene la consistencia del ayer, nunca la tendrá. Por eso puedo rezar un rosario de frases noventosas, dosmilosas, que todavía se alojan en algún recoveco de mi memoria. Después todo es más confuso, menos preciso, más caótico. Con la información pasa otro tanto. La cantidad, la pérdida de jerarquización y la ensalada total imperan en el espacio social por excelencia, dominado por las redes sociales. Ojo que no estoy estableciendo un juicio moral, tendrá su costado positivo. Siempre alguien se beneficia con estas cosas, por eso siguen apareciendo gurúes que saben dónde se debe poner la bala para seguir explotando al ojo. Ojo, eso no cambia, habrá explotadores y explotados para toda la vida.( *Aclaración: toda la vida se agota en lo que dure mi vida). Y las vidas duran menos, no me digan que no. Se pasan más rápidos los minutos frente a las pantallas que contemplando cualquier otra cosa. Hagan la prueba, en sus casas, sin ir más lejos. Agarren el celular, por ejemplo, paseen por alguna red social y calculen el tiempo. Luego, miren por la ventana la misma cantidad de minutos. ¿Lo notan? Lean la siguiente frase: lean la siguiente frase: y así. Ya pasó, no nos dimos cuenta. ¿Cuál era esa frase del principio? ¿Cuál era la promesa que nunca se cumplió? No importa, las promesas hay que hacerlas, se van a encargar ellas solas de incumplirse. El motivo es simple, es literario. Para que la historia / el argumento avance es necesario que suceda algo trascendente. Muy pocas cosas son mejores que las promesas que no se cumplen, porque los vínculos ahí cambian para siempre. Y si vuelven a reconstruirse ya nunca serán los mismos, como en el principio. Luego nos resta recordar el principio, pero ahora súper idealizado. Con eso podemos seguir hacia algún lugar, que será la próxima historia, una relectura del pasado que nos parece tan perfecto, tan bien acabado. Y volvemos a caer en la tentación, pero con el tiempo cambiado. Ese es el desperfecto de la vida, que es insalvable. Condenados a seguir cargando lo que el pasado nos aconseja cargar, que es medio caprichoso y – la mayoría de las veces – doloroso. ¿Es posible empezar de cero? Puede ser uno de los mejores efectos de estos tiempos. Esa misma cantidad sin jerarquizar de frases y noticias que se degluten en un segundo, nos pueden ayudar a no sentir el peso del pasado, o a sentirlo menos. Un consuelo, en un contexto tan liviano como difícil de procesar. 

 

En una de esas, sí, los defraudo. No. No pienso hacer como ese ex presidente ex presidiario. No me voy a sacar las patillas y cambiar el poncho rojo Federal por una camisa hawaiana comprada en Miami. Nada de maridajes noventosos como la pizza y el champagne. Lo que sí, y acá cito al revés a otro ex lamentable ex presidente, qué bueno es no darles buenas noticias. Si mal no recuerdo, el dólar era moneda nacional y popular, valía lo que un peso. Después – cito a otro de esos lamentables – pasaron cosas, muchísimas cosas. Helicóptero mediante y durante, quien depositó dólares tendrá dólares, lo que nunca se aclaró era cuántos, dónde y cuándo retirarlos. Pero las gentes aprendemos a los golpes, y para eso estuvo la bonaerense y la gendarmería, y las frases empezaron a parecerse mucho sin importar el color del partido político a cargo. Ahí defraudo, porque me dejo enviciar por el discurso anti político, y no debería. En serio, el esfuerzo es construir con la democracia, porque – una frase más amable – con la democracia se come y se educa, y porque además no hay que olvidar nunca nunca que la patria es el otro. Y mucho mejor si soy inclusivo, como me pidiera un gran amigue un muy lindo día de libertad: la patria es el otre. ¿Que si estoy siendo sarcástico? ¿Que si soy zurdo, anarquista, kirchnerista, maoísta, leninista? Sí, soy todo eso y mucho más también, y no soy. En verdad, soy lo que ustedes quieran interpretar de mí. Por ahí, si tienen tiempo y repasan esta especie de nota/reflexión puedan encontrar algo más, una idea extraña. Espero que sea así, caso contrario me pueden poner bajo la lupa de sus ideologías, de sus emociones y juzgarme según su parecer, como hiciera Dante en su Divina Comedia. A lo mejor, si tienen el suficiente talento, los acabo de inspirar para realizar la próxima gran obra del siglo XXI. Eso sí, en agradecimiento, por favor, no me manden al círculo de los traidores, no soy tan malo. Me conformo con el castillo sin sol, en el medio del limbo, la tierra de los nadie, nada, nunca.

Espero que les haya quedado alguna frase en la memoria, y que si vale la pena, la recuerden mañana, cuando estén por comenzar la nueva historia del día.

 

**********la siguiente música puede ayudar en el largo camino de la relectura, que es la lectura, como dijera...

**************************Humildemente, en vivo y en directo desde un patio de una de esas casas peronistas del Barrio Rivadavia, república de Batán*****************************Aclaración 2: la foto del inicio de esta nota es un fragmento de Proust, de su inmortal En busca del tiempo perdido, la primera novela: por el camino de Swann************


El inconsciente fluir de los días de siempre

 


Tomaba las esquinas, pero de forma muy distinta a la de ayer. Escogía los momentos en los que exponer todo su ser, porque no le quedaba mucho. A lo mejor, estaba casi seguro de que no necesitaba más que dos frases y una esquina para resumir el Universo. Todo eso conformaba una suerte de desgano que se traducía en el andar de babosa, arrastrando los pies, deslizando las piernas como si pesaran más que aquel penoso día. No extrañaba demasiado el ejercicio de sentarse a tomar un café o una cerveza, en uno de esos lugares que ahora sólo abrían para sufrimiento de sus dueños, acorralados por las deudas y la falta de horizonte. La historia se repetía, pero con más crueldad. La suya también, porque estaba por ahí, caminando el barrio Rivadavia con la billetera en rojo y la cabeza confundida. Salidas, siempre muchas, y las mismas. Los procesos había que padecerlos y aguantarlos, toda la Historia de la Humanidad había sido así, no iba a cambiar aquel día. Claro que la noche era más agradable, no hacía tanto frío, las luces de la calle hasta tenían otra manera de expresarse que la del invierno. Sin embargo Él se sentía atrapado de una forma incómoda, involuntaria. Como si fuese el personaje secundario de una historia que no quería desarrollarse, o que se desarrollaba como podía. Por eso sus pasos eran esos, no tenían otro ritmo, imposible. Caminaba entre la muerte y la desigualdad, como siempre, pero ahora se sentían más. Cada dieciocho minutos le dolía el pecho, sin saber por qué. No, no tenía el virus, aunque no se podía saber con certeza, nunca. Cruzó la avenida Colón, por Jara, como casi toda una vida. Sólo se veían, sobre todo se escuchaban, las motos repartiendo mercaderías, a toda velocidad. Le servía a quien compraba, para no moverse de su lugar de seguridad, y le servía mucho más a toda una juventud que necesitaba creer en algún futuro con prosperidad. ¡Qué palabra antigua, que envejeció muy mal! Lo que se buscaba era sobrevivir todos los días, soportando el fin del mundo a cada minuto, nada diferente a todos los días anteriores. Pero la cadencia era otra, ahora el mareo existencial era un soberano golpe al corazón. Cansado de la pantalla omnipresente del celular, caminaba cada vez más despacio. No quería llegar a ese no lugar otra vez. Era todo un gran túnel, en el que se vislumbraba al final una pequeña, diminuta luz de una pantalla, cuyo fin era otro túnel, y así hasta morderse la cola. Estaba desesperado, la verdad. Caminó por horas sin querer llegar a ningún lado, sabiendo que llegar a los lados era incomodarse para incomodar a los demás. ¿Cómo haría toda esa gente para encontrarle un sentido a lo que estaba pasando? De verdad, ¿cómo sentarse a escribir historias de otros momentos, de otros universos? ¿Cómo escaparle al presente, que nunca se sintió tan denso? No lo entendía, por eso caminaba. Deseaba aferrarse a algo, alguna religión, pensamiento, doctrina, política, ¡autoayuda! Pero nadie puede autoayudarse, no tiene gracia. Lo que escuchaba de afuera era nada, la misma desesperación con otro pronombre, nada más. Sentía que nunca había estado más encerrado que aquella primavera. Como le decían seguido, pensaba en quienes estaban mucho peor. Pero eso nunca había funcionado, era un consuelo que le sonaba muy pobre. Pensaba en todo, en todes, en general y en particular. Caminaba. Se compadecía del presente, el tiempo total. Se compadecía del encierro, de los límites que nunca sospechó tan marcados, tan intensos. Cuando frenaba leía a Proust, buscando el tiempo perdido. Mucho mejor, a la búsqueda del tiempo perdido. Esa era una meta concreta, pero que escondía una trampa. Buscar lo imposible era encontrar el pasado.  ¿Y qué tal si el pasado era eso que lo había llevado a que duela tanto el pecho? Entonces caminaba no para buscar, sino para olvidar, entonces todo eso que lo acongojaba era una excusa. Si seguía en esa búsqueda estaba él, en otro escenario, sí. Estaba en otra esquina, distinta a la de Francia y Garay, sí. Habría una iluminación diferente, tal vez más tenue, a lo mejor un rayo de luna rebotando en el mar. El clima sería distinto, un calor agobiante, una noche de transpiración. En vez de caminar lento, estaría sentado, buscando la fresca para poder descansar. Pero, claro, el dolor en el pecho estaría igual. Y lo más probable es que la injusticia estaría siendo la forma de gobierno más común, y la juventud sería sacrificada otra vez esa misma noche. Otro aquelarre de la desesperación, en cualquier parte de Latinoamérica, en los terceros y cuartos mundos. También, la desesperación de saber que no había versos interesantes en nada de aquello. Restaba mirar al mar o a donde fuera para volver a lanzar una moneda al aire y pedir el deseo de siempre. Que no duela más. El pecho. Respirar. Fue difícil, sí. Ahora, era peor. El dolor aparecía cada vez más seguido. ¿Cuánto podía aguantar? Llegaba al cruce de las avenidas, una vez más. Las plantas de los pies le ardían. Le dolían los ojos y la cabeza. Quería llegar a la playa, sentarse a mirar la luna, volver a respirar sin tanta consciencia, al menos unos segundos. Cerró los ojos, cruzó la avenida. No supo si tenía paso. No supo si vendría la parca a su encuentro. La parca, que figura antigua. Como esas calles, como esa noche, como sus pies cansados, como la extraña llama que consumía su cuerpo, como los recuerdos bañados de sal, como el presente del virus, como el futuro que no se podía acariciar. Esos parecían versos viejos, copiados del fondo de un aljibe. Aljibe, qué palabra antigua. Esos versos, qué gastados que sonaban. Se sonrió, pero con una sonrisa distinta a la de siempre. Llegó a la verdad que había estado buscando: Ya nada existe igual, porque ya estaba roto, desde el inicio. Ese dolor en el pecho, cada dieciocho minutos.


**********Claro, la misma vieja historia, pero con distintos tonos. Todo tuyo, Sammy...


***************Humildemente, el caminante del barrio Rivadavia de la ciudad de Mar del Plata - Batán, a.k.a Juan Scardanelli********************escribiendo para el olvido******************************contacto, casi, contacto: juanmanuelpenino@yahoo.com.ar********ahí me explico mucho mejor*********

Días montuosos

 


Hay días montuosos, difíciles, y tardamos mucho en trepar por ellos; y hay otros cuesta abajo, por donde podemos bajar a toda marcha, cantando.

Marcel Proust, En busca del tiempo perdido, Por el camino de Swann.

 

Transitando por un día de esos, de los que cuesta un poco terminar de transcurrir. Para empezar, alguna especie de mecanismo de la estupidez me quiere convencer de que la juventud argentina se tira de cabeza en lagos inhóspitos, para morir ahogada en escenarios perdidos, sólo porque intentaban escapar de la ayuda de algún uniformado, víctima de la mala interpretación. ¿Será que me huelen a distancia? Sí, no soy muy listo. No soy nada listo. Mejor, no estoy listo para tanta crueldad. No quiero ser un listo defensor de los crímenes de la policía, menos de la gendarmería. Tampoco pienso formar parte de ese reparto discriminatorio de penas, porque resulta que les que sufren son siempre les mismes. ¿Vieron? No soy tan astuto como para ampararme en el Instagram de la Real Academia, que te dice a cada segundo cómo tendrías que ponerte a escribir. En lo posible, me dijeron, trate de respetar la investidura del rey. Investidura, “Carácter que se adquiere con la toma de posesión de ciertos cargos o dignidades”. Pero va con onda, ¿sos argentino? Sí, claro, pero con poca investidura, más bien en calzones y con las ojotas, porque ya está empezando a hacer calor. Mucho calor. No quiero que se me mal interprete, voy a tratar de seguir las reglas que impusieron a sangre y fuego, descuide. Voy a hacer lo posible por seguir haciéndome el pelotudo, para que sus cosas funcionen de la mejor manera. Igual, aguante María Moliner y su mil veces mejor: diccionario de uso del español. Con cariño, etc. Y ya no me contestaron más, supongo que habrá otras miles de consultas de internautas que se dedican a corregir a otros internautas, hostigando a quienes escriben con el inclusivo, sintiéndose bien con ese canallesco y aborrecible acto de humillar a los demás. Porque, por supuesto, es la mejor manera de ganar confianza uno mismo, y de sentirse más próximo al rey. ¿No le habíamos pedido perdón, en la voz de algún ex presidente sin investidura? Creo recordar que sí, y que fueron varios, y que son más quienes disfrutan de los días de caza de su retirada excelencia Juan Carlos. Pero lo siento, amigues, les hablantes somos más que todo su reinado, y somos quienes marcamos la Historia, con nuestras pequeñas historias. Ojalá podamos juntar los argumentos, para poder volver a marchar juntes. Por ahora me voy a conformar con tratar de bajar por la pendiente de este día, que una vez que se vuelve escritura, parece funcionar mucho más amablemente. ¿Y qué pasa con les lectores? ¿Dónde habitan les lectores del siglo 21?. Hay que buscarlos por los diferentes espacios, rastreando diversos formatos. Desde el barrio Rivadavia, a veces es difícil dar con una lógica amplificada. Tengo que decir que me estoy quedando cada vez más lejos y con demasiadas preguntas sin contestar. Eso es envejecer, para mí, en este momento de la vida. Este instante que es presente absoluto, y como tal, imposible de captar en toda su complejidad. Vuelvo a lo mismo, de alguna forma nuestras sociedades se las arreglan para impartir las penas y los sufrimientos sobre los mismos cuerpos, siempre. Se criminaliza, se discrimina, se asesina y se condena en nombre de la justicia al pobre, a lo negro de la sociedad, al marginado, a quien no tiene manera de defenderse. Sociedades animalizadas, que detestan la debilidad. Confieso, me resulta muy difícil respirar en medio de tanto odio y tanta injusticia. Peor, cuando me veo formando parte de eso, no puedo, no lo soporto, se me terminan las palabras…

Difícil escribir cuando la pendiente del día se pone tan pesada, tan densa. No confío en los medios de (in)comunicación. Vos tampoco deberías, pero no me meto con tu vida, ni con los servicios que pensás que necesitás para sobrevivir. No me fío del poder, es una relación de mierda, como más o menos decía Foucault. Trato, entonces, de no ejercer poder sobre nada, pero a veces es imposible, existen los escenarios donde se ponen en juego los micropoderes, y ahí estamos todes jodides. Cuesta, es difícil, escuchar tanta estupidez junta, tanto odio de clase, tanta discriminación, tanta falta de empatía…que te importe un poco el/la otre. Dale, corregime, te espero por allá. ¿Listo? ¿Contente? ¿Tanto te molesta la diversidad? No todes son así, y que quede claro que no tengo resentimiento por nadie ni por nada. Debería, pero no tengo tiempo para eso. Resulta que estoy metido de lleno en la lectura de Proust, buscando el tiempo perdido en seis interminables novelas. Sobre la primera, tengo una extraña sensación. No sé si prefiero la evocación deliciosa de los lugares de la infancia del narrador o esa tan difícil relación entre Swann y Odette. De a ratos me da pena Swann, el celoso, obviamente, el “abandonado”. Pero de a ratos me pongo del lado de Odette, porque ella no parece saber bien qué quiere, porque experimenta y porque parece más abierta a la vida. Pero el punto de vista nos lleva a empatizar más con Swann. ¿O será una sensación que me dio a mí, nada más? Poder, qué relación estúpida. Igual, como ya dije, no soy nada listo, nadie debería hacerme caso. Lo que sí, por favor, tampoco me tomen el pelo tan alevosamente. Las cosas pasan, los días vienen siendo pesados, cansados, monótonos, llenos de muerte y negación libertaria. Por eso, para aliviar un poco, si me ves por algún lado, invítame a bajar un poco, rodar cuesta abajo, juntes. Perdón RAE, fue la última. 


***********Una música como para....qué se yo, fijate vos:

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************Humildemente y nada listo para hoy, Juan Scardanelli, desde el corazón del barrio Rivadavia, donde este blues de Etta suena jodidamente adecuado********************************************************************Contacto: juanmanuelpenino@yahoo.com.ar, siempre leo y respondo emails, los amo profundamente*********



El príncipe de Persia

Saltar, pasar en zigzag. Supongamos que un príncipe Persa cierra los ojos mientras le cae una bomba en el medio de la cabeza, y todo estalla...