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No te entusiasmes tanto



Por Juan M Penino

Algunas veces – demasiadas para mi gusto – me pasa eso tan poco original de sentir que estoy viviendo una situación que ya había leído en algún lugar de la obra de Franz Kafka. La referencia está tan ligada a nuestra cultura que hasta se inventó un adjetivo para consagrarla: kafkiano. Pero mi duda radica en qué cosa sería lo kafkiano, en qué momento es pertinente utilizar ese adjetivo. Hubo un tiempo en el que pensaba – aún antes de haber leído cualquier cosa de Kafka – en una solo y obvia respuesta, que ubicaría a lo kafkiano como aquella situación angustiante, con una connotación claramente negativa. Una situación asfixiante, una trampa que nos vendría a poner la misma sociedad que creamos. Supuestamente, la obra de Kafka nos reflejaría ese laberinto burocrático en el que caemos rutinariamente y que somos imposibles de romper, porque no podemos ceder a la presión del mismo engranaje del cual formamos parte, sin saber bien por qué. Bien, para mí hoy – en el Barrio Rivadavia de la ciudad de Mar del Plata -  esa es una manera de leer a Kafka y no debería tomarse como adjetivo. En realidad, ninguna obra de ningún escritor o escritora debiera utilizarse como adjetivo. Basta con tomar la obra como tal y con su complejidad, sino se corre el riesgo de imponer una interpretación al texto y quitarle la gracia a la lectura misma. Yo no pretendo hacer lo mismo, pero invito a que se fijen en este apartado de sus Diarios:
Antes de dormirme. Parece duro ser soltero, ya viejo, pedir, guardando a duras penas la dignidad, acogida cuando quiere pasar una velada con gente, llevarse en la propia mano la comida a casa, no poder aguardar ocasionalmente a nadie con tranquila confianza, hacer regalos a alguien solo con esfuerzo o con fastidio, despedirse delante de la puerta de casa, no subir nunca las escaleras con la propia mujer, estar enfermo y tener el único consuelo de mirar por la ventana, si es que uno puede incorporarse, tener en la habitación solo puertas laterales que dan a viviendas ajenas, percibir la extrañeza de los parientes, con los que solo se puede mantener lazos por medio del matrimonio, primero por el matrimonio de sus padres, luego, cuando el efecto de este decae, por el de uno mismo, tener que admirar niños ajenos sin poder repetir una y otra vez: Yo no tengo, tener un invariable sentimiento de vejez porque no hay una familia que crezca con uno, amoldarse en el aspecto y la conducta a uno de los solteros que uno recuerda de su juventud. Todo esto es verdad, solo que es fácil cometer el error de extender tanto ante sí los sufrimientos futuros que la mirada tenga que ir mucho más allá de ellos y ya no regrese, cuando en realidad, hoy y más tarde, será uno mismo quien esté ahí, con un cuerpo y una cabeza de verdad, también una frente para golpeársela con la mano.
¿Cuál es la sensación después de la lectura? Como hoy tuve un día que – convencionalmente, y si supiese a qué se refiere exactamente – podría calificar de kafkiano, decido releer sus diarios y dejarme llevar por mi propia lectura. La verdad es que, lo que descubrí en un rápido repaso, es que resulta muy posible plantear que Franz Kafka escribía Stand up-comedy. Así como acaban de leer, se me hace que Franz fue el primer standapero del siglo veinte. Tal vez lo haya sido de toda la historia.
En referencia a esta lectura que imagino descubrir, voy a destacar algunos apartados caprichosamente y de manera acotada, porque esto es solo una nota para la página web y todavía debo contar lo que me pasó el martes en la grisácea ciudad feliz. Comienzo con la enumeración al vuelo de lo que perfila a Kafka como escritor de stand up:
1) Los apartados dedicados al padre: De lo más recurrentes y graciosos. En sus diarios personales se la pasa criticando al padre. Aunque el tono de reproche, a veces, se acerca a lo expuesto en su famosa Carta al padre, es posible detectar un exceso en esa postura recurrente que termina por llevar al ridículo a toda una generación precedente, que se creía dueña de la ética y la moral absolutas. Ese cansancio de la rigidez moral detectada en su padre lleva a Kafka a conformar pasajes 100% standaperos como el siguiente: “Resulta desagradable escuchar cuando mi padre, entre continuas indirectas a la afortunada situación de los jóvenes de hoy y sobre todo de sus hijos, habla de los sufrimientos que él tuvo que soportar en su juventud”. A continuación enumera esos sinsabores, sacrificios exagerados que son expuestos hiperbólicamente hasta el ridículo. Ahí expone las frases favoritas de estos dinosaurios reprochones, burlándolos cual cómico de bar: ¡Qué sabe nadie hoy en día! ¡Qué saben los niños! ¡Nadie lo ha sufrido! ¡Qué pueden entender los niños ahora! Frases hechas, lugares comunes explotados y expuestos por el mejor standapero de todos los tiempos.
2) Breves reflexiones absurdas como esta del 22 de octubre de 1921: Un experto, un especialista, uno que sabe de lo suyo, un saber que, desde luego, no puede ser comunicado, pero, por fortuna, tampoco parece necesario para nadie. O como esta del 27 de enero de 1922: Mis fuerzas que se desmoronan durante el viaje en trineo.  Uno no puede organizar su vida a la manera como un gimnasta hace la vertical. De verdad, Kafka se manejaba en trineo por la ciudad. Acá me retiro a reír un rato, hace bien.
3) Sus pasajes de crítica teatral. Acá transcribo un fragmento que no habla de una obra en particular – como hay varios -, sino que esboza una especie de idea para un relato absurdo: Un director de teatro que tiene que crear él mismo todo desde cero, empezando por los actores. No dejan pasar una visita, el director está ocupado en cosas importantes. ¿De qué se trata? Está cambiando los pañales de un futuro actor. En serio les digo, si quieren iniciarse en el stand up no pueden dejar de leer los Diarios de Kafka.
4) Y, por último, destacar esos apartados en los que Franz es muy malo con algún amigo y crítico con el quehacer literario: 6 de septiembre de 1913. Viaje a Viena. Charla institucional y estúpida  sobre literatura con Pick. Bastante repugnante. Así (como Pick) se puede vivir metido en la rueda de la literatura, sin poder salirse porque se tienen las uñas clavadas en ella, pero por lo demás siendo un hombre libre y pataleando que da gusto. Es un maestro resoplando por la nariz – acá imagino a Kafka con el micrófono imitando el gesto de Pick -. Me tiraniza diciendo que yo lo tiranizo a él…Dos habitaciones con una sola entrada…Alojamiento insoportable. Encima tengo que salir a la calle con Pick. Dice que ando demasiado rápido, acelero todavía más.

Igual ojo, a no ser tan ansioso. La propuesta de lectura debería estar acompañada de bibliografía crítica y de una mejor selección de los textos a analizar. Pero eso se lo dejamos a lxs especialistas que los hay muy buenxs en la facultad de letras de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Yo freno por acá y paso a detallar la cuestión kafkiana en mi pasado día martes: Resulta que tuve que ir al Tribunal de Trabajo, el que está ubicado en Garay al mil setecientos y pico. Automáticamente, se me vino El proceso de Kafka encima como catarata. Ya saben, esa cruda exposición que hizo Franz de la organización judicial y su burocracia, en forma de novela. Me tocó salirle de testigo a un amigo, del que bajo ninguna circunstancia –previo coucheo del abogado -  podía afirmar que era mi amigo en ese espacio, a pesar de que todos ahí dentro saben sobradamente que en un juicio laboral el que te sale de testigo siempre es un amigo ¿Quién más sino? – Kafkiano todo -. Como tuve que dirigirme a un piso superior, quise tomar el ascensor. Pero, como todos los días según me anoticiaron, se encontraba averiado, hecho pelota, en criollo. Un grupo de abogadxs tipo ganado estaban encerrados esperando por salir en estampida en la búsqueda de nuevos clientes, son tiempos kafkianos. Aguardé un rato, hasta que decidí subir por la escalera. Como si se tratase del Infierno de Dante – otro día podemos charlar sobre el adjetivo dantesco – fui pasando por pasillos demasiado estrechos y por descansos de escalera con sillas destrozadas que contenían seres que padecían diversos castigos: abogadxs al borde de un ataque de nervios, trabajadores angustiadxs, ciudadanxs que no se imaginaban que eso podía ser una parte del poder judicial, testigos que no sabían en cuál sala tenían que testificar qué cosa. Más ascendía y más averiado y precario se volvía el edificio. Finalmente, llegué al círculo que correspondía, donde Saturno pasa sus días devorándose a su hijo. Era un despacho al que llamaban - con un cartel que daba lástima mirarlo – “Sala de audiencias”. Ahí estaba mi amigo, perdón abogado, quise decir conocido. Sorprendentemente me abrazó y me dijo: “Ya está arreglamos el asunto”. No tuve que hacer nada, solo aportar mi documento y alegrarme por la resolución del pleito. Así, nos fuimos abrazados a festejar el resultado de una audiencia que no se llegó a realizar: “Es que lo del ascensor retrasó todo y no hay mucho tiempo para casos como el mío. Me sacaron de encima”. Mucho menos importó que los abogados que representaban la otra parte descubrieran que el testigo  imparcial – o sea yo – era amigo directo de la parte adversaria. “Y qué carajos les importa, si ellos cobran igual”. Kafkiano, pensaba yo.
Y eso será, finalmente, lo kafkiano, como él mismo lo definiera un 6 de diciembre de 1921 en su diario: Las metáforas son una de las muchas cosas que me hacen desesperar de la escritura. La falta de autonomía de la escritura…Solo la escritura está desamparada, no habita en sí misma, es broma y desesperación.
Así debería ser interpretado lo kafkiano, justamente: Broma y desesperación. Algo así como un show standapero de Larry David.

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