Sobre el tiempo, parte II



Todo esto sucedió, más o menos (Matadero Cinco, Kurt Vonnegut)

Me quedé sin palabras el último martes a las tres de la mañana – aunque a esa hora, durante todo el año en esta parte del mundo, es de noche – y ese fue el momento en el que, finalmente, pude dormir. Como si se tratara de la serie más larga y mortificante de la historia de la televisión, el último capítulo de la escritura de mi novela fue eso, un final de doble duración. Por un lado, me di cuenta de que ya no había nada más por escribir. Por el otro, me quedé profundamente dormido, luego de meses de insomnio. Una cosa llevó a la otra, mejor dicho, una cosa ocasionó la otra. El exceso de palabras escritas, la velocidad que ya sobrepasa el razonamiento y la invención y la investigación y la lectura y la relectura y toda esa pila de cosas para revisar con forma de hormigas y las pastillas soñadoras dando vuelta y…hay que parar, me decían a los gritos, quienes me quieren y se preocupan por mi salud. Tenés que frenar un poco, por qué no te tomás unos días y etcétera. Pero no se puede, o yo no puedo, que es decir lo mismo. Las palabras ya estaban ahí, acumulándose, buscando el tobogán de salida, y yo era una especie de guarda, les tenía que dar el permiso, tenía que señalarles dónde podían empezar a desplegar lo que vaya a saber qué terminarían desarrollando. Y seguir a pesar de todo ese cansancio, de tratar de esquivar otros compromisos, de dar explicaciones y gastar energía en convencer a la gente de que escribir es un trabajo. Esa es la única manera en la que alguien que no escribe te puede llegar a entender. ¿Pero quién te va a pagar por una novela a esta altura del partido, en esta ciudad y siendo vos quien escribe? Pero claro, se trata de otra cosa, en verdad. Para el que escribe, escribir es como respirar y leer. Son funciones inherentes a la condición humana. Y por eso hay que pedir perdón demasiadas veces, y estoy cansado, terminé una novela – creo, ya estoy dudando – no tengo más energías para explicar cosas que por ahí parecen ciencia ficción. ¿Y qué es la literatura sino ciencia ficción? Y no creo que haya algo más interesante, si ahora me dotaran con ese poder que tenía Billy Pilgrim para viajar en el tiempo, con solo apoyar la cabeza en la almohada y…….
………¿Eso es un ser humano sin barbijo, en un almacén? No te lo puedo creer. ¿Esos son Chiclets, la caja amarilla? No puede ser. ¿Esas son cajas de galletas, sin paquetes? Qué locura, pensar que de donde uno viene nada de eso es posible. Y no porque no estén los medios para hacerlo otra vez, sino porque las personas decidimos olvidar y hacer de cuenta que progresamos, como si el tiempo no sucediera todo junto, a la vez y en un instante. En serio, me llevo esos Chiclets y un cuarto de esas Sonrisas, de ese hermoso frasco gigante de galletas, y qué bueno que no tengo ningún aparato encima y que los teléfonos se quedan en casa, esperando porque uno los habilite a intervenir en la vida, pero cuando ya esté de vuelta, echado, y que en la tele estén pasando una de esas películas de sábado por la tarde, Conan el bárbaro, con Grace Jones, con ese cuerpo de diosa negra venida de otra galaxia y…..
……El chiste es que si te quedás dormido, podés viajar en el tiempo. El mejor chiste es que, si te vas para adelante, podés revivir tu muerte como un hecho más, totalmente simple y bastante poco emotivo y para nada dramático. Y sí, por ahí estoy en un geriátrico, porque puede ser muy de mi tercera hija eso de tirarme en una institución, porque ya no me aguanta más desde que la mamá se murió y yo no experimenté ningún signo de dolor. Y claro, si la puedo volver a ver en cualquiera de esas mañanas, que son noches, como si fuera la primera vez. El tiempo, no lo olvidemos más, se da todo junto ante nuestros sentidos. Ahora puedo estar sin respirar, clínicamente muerto, sentado en una mecedora de mimbre en el living del geriátrico “Tralfamadore”, mientras dan un programa de gente que baila en la tele, conducido por el nieto de Marcelo Tinelli y la hija de Messi…….
.....Ora vez en lo que se da en conocer como presente, presente, presente. El de vedad, el que no conoce el sueño, el de las palabras que ya dejaron de salpicarme el cuerpo, los ojos irritados, los dedos calientes. Creo que terminé la novela, pero estoy cada vez menos seguro. En verdad, estoy totalmente inseguro. Tampoco sé mucho cómo sigo al otro día que termino una novela. ¿Sentiré alivio en algún instante? No parece. Más bien, lo que empiezo a padecer es otro ataque de ansiedad de escritura, porque después de esto hay que seguir, ¿no?. El camino continúa, aunque no haya palmada de felicitación. Es como una maratón sin línea de llegada, pero que se ve a lo lejos, y parece que siempre la estás por cruzar y seguís corriendo, persiguiendo historias, palabras, robando historias, palabras, esas hormigas, un silencio, un bostezo….
….Acá estoy, un día después de escribir mi primera novela. Esto es llamativo, porque no siento nada especial. O sí. Hambre, cuando termino de escribir sin dormir por tanto tiempo me da mucha hambre. Me como todo lo que tengo en la heladera, pero ¡Cierto! En ese momento pasado-presente todavía estoy/estaba en pareja. Se despertó de buen humor, parece más contenta que yo por haber terminado la novela. ¿Se habrá dado cuenta de lo que va a pasar? No creo, porque tampoco importa. Lo bueno es que preparó un pollo con papas que hace décadas no como, con esa salsa y esa destreza para destrozar al pollo y dejar las porciones tan prolijas. Entonces mastico como un verdadero cerdo. No hay barbijos tampoco en este día, aunque sí ya aparecen en las historias los teléfonos que empiezan a llevarnos, y las redes (in)sociales. Pero no importa, son detalles. Lo que en verdad resulta trascendental es el pollo. Y después una fruta y un té y tirarse a la cama abrazados y – esto va a doler un poco – me duermo…..
….Te dije, Juan, que ya vas a volver a escribir. Tenés un bloqueo, nada más. Hace poco te separaste, te sentís un poco sólo, es lógico. Pero vas a ver que más adelante va a estar todo bien. Vas a ponerte con una nueva novela, vas a conocer a alguien, vas a dormir mejor, confiá. No te vayas a cerrar, por favor. Cerrarse es dañino y trae muy mala suerte. Aparte entre el surf, el trabajo y la pila de libros que tenés ahí, podés aguantar una guerra nuclear. ¿Qué es eso, es pollo (des)trozado?, parece que lo despanzurraste. Por qué no te vas a la cama un rato, yo te dejo. Nos vemos en la semana. No estés mal……..
¿Presente? ¿Pasado? ¿Futuro? Puedo estar en cualquiera de esos momentos. Estoy sentado frente a una página en blanco, siempre vieja, siempre nueva. Tengo que seguir escribiendo para sobrevivir, como el primer día que me pasó. No sé qué hora pueda ser, tampoco importa. No sé si acabo de nacer o de morir. Las palabras me vuelven a acechar, no tengo más relación que esa. Intento interpretar el momento, ¿tengo sueño, hambre, tristeza, alegría? Todo junto y sin clasificar. Me pongo a escribir ahora, ya, para siempre y por siempre. Si estás leyendo esto, por favor, sabé que no frené en este punto. Y si podés, dejame bien trozado un pollo, lo voy a necesitar en cualquier tiempo que nos volvamos a encontrar. ¿Ya nos conocimos, no te conté?   

***Y que siga sucediendo, porque aunque no parezca, esto es un lugar para estar:
****************Con humildad de gente de mar, Juan Scardanelli, dedicado a quienes naufragan las noches sin dormir********************************Nos veremos***************tal vez*******************ya nos vimos******************en otro insomnio*********************


Sobre el tiempo



No quería hacer esto pero es miércoles a la noche y llueve. O, tal vez, estoy escribiendo desde algún pasado, porque el pasado es múltiple - ya me voy a explicar mejor -. Hasta ahí con la extensión temporal, porque el futuro no forma parte de nada. No se puede escribir en el futuro. Y créanme porque lo intenté varias veces. El tiempo nada tiene que ver con la literatura de predicciones o la ciencia ficción  de carambola, esos textos que se empeñan en inventar dispositivos que son muy similares a los que ya existen. Entonces sólo, uno, cualquier noche de lluvia, se pone a leer una de esas historias buscando algún aparato similar a una tostadora, pero que además de quemar con cuidado el pan, está conectada a una especie de red mundial, capaz de terminar para siempre con la soledad en el universo. Pero nada, nada, podrá terminar con la soledad, porque sino para qué escribir en primer lugar - y acá abro una especie de paréntesis aclaratorio, para anotar una breve lista de cosas que no son literatura: espacio para hacer catarsis, manera de terminar con la soledad, sector de resistencia o barricada cultural, política y social, artilugio para lograr tener sexo o dinero, manera de distinción o especificidad honrosa, profesión, cartel donde depositar grandes verdades, mecanismo para conformar clubes de fans, club de comedia, instrucción educativa, prospecto para la vida, gran denuncia de injusticias, ejercicio de disciplinamiento, y más -. Con la soledad lo que se hace es estar solo, y en este tipo de días, sufrir un poco. Tampoco tanto, si uno tiene la estufa adecuada, ahora vienen unas muy funcionales y a prueba de idiotas como yo, porque tienen un vidrio frontal que no logra nunca llegar a calentar a una temperatura de riesgo de quemadura. Además, este hermoso aparato, se da cuenta sólo cuando ya hace demasiado tiempo que está encendido y se auto apaga. Y quién pudiera crear un humano de esa índole, al menos, en una novela de ciencia ficción. O tal vez sería el comic de un súper héroe, con ese súper poder de auto stop, y nos vemos en la próxima vida. Pero todo eso es literatura especulativa, por fuera del tiempo. Y yo quiero que esto se entienda, todo lo que escribo está adherido a esa especie de envase todo poderoso, que llamamos tiempo. Y que consta de dos dimensiones, este presente que se me escurre continuamente y el pasado que me puso acá, esta noche lluviosa, con estas palabras, porque claro que todo lo que diga o vaya a escribir me viene dictado desde esa estrella - nótese atentamente la utilización de la metáfora astronómica, eso de que la estrella que observamos en el oscuro cielo, no es más que el reflejo de lo que alguna vez fue una estrella-. Pero no intentes verla, porque hoy llueve y el cielo está cerrado, y no te quiero arruinar una metáfora. A pesar de haber dejado en claro esas dos únicas dimensiones, los invito a contemplar las constelaciones periodísticas, que se empeñan en hacer futurología, como si en verdad creyesen que el futuro es parte del tiempo. Por ejemplo, hay quienes hablan de fechas para la salida de las crisis: económica, social, de salud, etc. También hay quien vende continuamente esta especie de creencia sin fundamento, prometiendo resultados que no tiene idea si serán así o de otra forma. Y no nos queda otra que tener fe, entonces compramos determinada historia, a veces en forma de objeto o persona, le creemos convencidos de que el futuro es parte del tiempo, hasta que nos damos la cabeza contra el espejismo, ese mismo que se generó en el pasado y que se aventuró en el presente. Y qué decepción, y vuelta a empezar. Pero la vuelta nunca es lo mismo, es más bien un recuerdo berreta actualizado, incapaz siquiera de respetar los mismos colores. El pasado siempre tiene una mejor calidad de transmisión, una suerte de súper ultra HD. El futuro está codificado, y no habría que aventurarse a comprar el deco-trucho, en verdad, puede ser irreversiblemente dañino...¿El sueño forma parte del tiempo? No, el sueño es un programa del tiempo-pasado pero muy mal editado. Se cocina en el pasado, se consume en un presente sin consistencia. Tal es así, que nunca un mal sueño - por más terrible que sea - puede generar un trauma. En muchos sueños me han matado y he experimentado todo tipo de situaciones horribles. Sin embargo, alcanza con que me despierte, vaya al baño y vuelva a la cama, para que el mal trago haya pasado...pasado... El tiempo más útil y al que hecho mano ahora para llegar al punto central de este dislate que voy a llamar reflexión. En poco tiempo este ahora va a ser pasado. Yo ya no voy a ser yo y vos no vas a estar más leyendo estas palabras. Vas a ir a mear al baño, vas a volver a tu celular, a tu habitación o a lo que sea, y ya no vas a ser el vos que lee. Y, también lo acepto, no va a quedar casi ninguna marca de la lectura que propongo, porque esta es una reflexión corta, que tampoco tiene un orden específico, que no está diseñada para generar un sentimiento fuerte. Eso es hablar del tiempo, una cosa que no entendemos demasiado....El lunes a la noche, sufrí lo que se conoce como deja vu. Era una noche lluviosa como la de hoy, iba en un auto por la avenida Jara, al fondo. Delante mío se cruzó una moto haciendo "wheelie". Por suerte, el conductor salió ileso de la maniobra, pero mi cabeza se figuró que la persona se caía al duro asfalto, y que a partir de allí comenzaba una larga lucha por sobrevivir, con ambulancia, médicos, operaciones riesgosas, convulsiones, noches en terapia y rehabilitaciones eternas. Eso era algo que traía del pasado, me vi a mí en una situación vivida hace más de diez años. No elegí que mi cabeza se perdiera en ese vericueto. Me pareció una especie de trampa. Soy muy bueno para ponerme trampas. Esas noches vividas parecieron otro tiempo, un pasado distinto del pasado más cercano al acontecimiento. Inclusive, ese momento del deja vu, duró un tiempo muy espeso, mucho más que la simplificación nominal que propone el pobre cronómetro de cualquier reloj. Porque el tiempo no se puede abordar como un fenómeno objetivo, no podemos escapar nunca de nuestra subjetividad...Mientras soy el yo que escribe esto, el tiempo que en reloj fueron dos horas, para mí significaron poco más que quince minutos. No estoy seguro de lo que midió el reloj, nunca me puse a prestarle atención. Porque los seres humanos sentimos el tiempo, lo percibimos de otra manera, con otra profundidad. Lenguajes ideales, abstenerse, eso tampoco es la literatura. La literatura es tiempo+lenguaje. O, mejor dicho, literatura es tiempo (+lenguaje), porque el tiempo - que es pasado y presente - lo abarca todo. ¿Cualquier todo? No, solo el todo que yo y vos nos podemos figurar, y que es muy poca cosa... Es miércoles a la noche en el barrio Rivadavia, las persianas de las casas están bajas, nadie anda caminando el ahora. Yo - que no es el yo de ahora - no paro de apretar teclas que vienen del pasado, tratando de saltar hacia un futuro que me empeño en imaginar mucho más respirable, existente. Ojalá que te encuentre con una sonrisa comprometida en la cara, bañada de sol de verano, sin todo lo que este presente - que ya tampoco es este presente - nos pone delante, para obstruirnos con su mal guión de película de ciencia ficción clase B.

*El fin del mundo ya pasó, porque es una invención del pasado, en un presente que ya no está:
*********Humildemente, Juan Scardanelli, desde la República de Rivadavia***************************No es el fin, pero tengo un mal día***********************************************************************************Contacto: juanmanuelpenino@yahoo.com.ar**********   

In-realidad: última parte

Van descubrió en aquel fenómeno una prueba suplementaria de que el tiempo real está en relación con el intervalo que separa los acontecimientos y no con el desarrollo de éstos, con su combinación o con la sombra que proyectan sobre la fisura por la que transpira la pura, la impenetrable textura del Tiempo. (Ada or ardor, Vladimir Nabokov)


Reacomodando, desempolvando todos mis fantasmas, día 1:
Resulta que, buscando entre papeles viejos y olvidados, me topé - este es un verbo que poco tiene que ver con el barrio Rivadavia, desde donde escribo esto ahora,lo más adecuado hubiese sido utililzar el más automovilístico "choqué", pero jamás "encontrar" porque sería llevar la mentira demasiado lejos - con los siguientes versos sin fecha:

Desprotegida,
no tiene más que agarrar de la mano un cardo,
pincharse de sangre incestuosa
y vivir con la conciencia liberada
de amor y culpas,
contaminando a quien tiene suerte,
quien sabe bajar las defensas
cuando es necesario
arder de deseo.
Camina por los robles del invierno
sin quemarse las suelas de las pestañas,
porque ¡cuidado si te mira!,
tratá de sentarte en una vergüenza
de arena  salitre,
dejate llevar al abismo,
que siempre dura treinta años
(si vale la pena)
- porque vale la pena -
hasta que aplanes el ego,
también indefenso,
pinchado,
perforado,
intenso,
ardoroso.

Reacomodando, desempolvando mis fantasmas, día 2:
Y con la lectura de Ada or ardor de fondo, metido agónicamente en la prosa de Nabokov, alejado del tiempo astronómico, del mundo del cielo estrellado, continúo encontrando signos (casi)perdidos...
...No tenía mucho más por decir. Los sentidos apuntando. Preparen y ¡fuego! Siempre saldrá algo. No pensó en la inmovilidad, porque si esa esfera enorme nunca para, será por algo. Ese algo. Como la escritura, esa máquina del deseo irrestricta, que se apodera del segundero para mojar su pluma en la fuente de la eternidad - qué pretencioso suena eso, todo bien de cualquier época menos del año 2020, al que debería volver de vez en cuando - Ser lo que dura este ejercicio profano, el de inventar signos y darles significado. Magia negra al alcance de todos los movimientos. Y, sin embargo, cada vez menos consciente. Jugar sin sentido es para suertudos - o hubiese sido mucho mejor poner "afortunados", pero se ve que justo en ese momento me acordé del gato de la serie Alf -. Cuando se sabe esto, cuando se entiende, no hay vuelta al goce, al inicio. Saber cuándo frenar, luego apurarse y luego - una especie de anáfora en prosa, parece que es un vicio que tengo desde siempre, parece que mi escritura tiene ese vicio, parece...- mirar a la cara de quien no lo comprende. En esa expresión única de ignorancia, la bondad de la inocencia, el rencor del escribiente, eterno condenado a cargar una piedra - ¡Sísifo, Sísifo rey de Éfira! -, que es un origen sin sentido....

Reacomodando, desempolvando mis fantasmas, día 3:
Claro que a esta altura estarás pensando ¿qué carajos quiere decir con esto el escribiente? ¿Lo habrá vencido la locura? ¿Será que la realidad y sus esperpentos lo llevaron al colapso definitivo? ¿Qué es un escribiente sino un doliente de la realidad? ¿Cómo sobrevivir al espanto diario de las situaciones límite desnivelándose todo el tiempo? ¿Cómo escribir en tiempos de crisis, esos instantes de mambo existencial que ponen en duda todo el futuro? No tengo las respuestas, y me aventuro a contarte un secreto: nadie las tiene. Pero hay un juego perverso, que es ese de buscar imponer opiniones sobre cada cuestión que surja. Podría haber elegido enumerar situaciones horribles, que ya padecés todos los días, al igual que yo. Pero dejo eso para las redes sociales y los portales (des)informativos. Ahí sí que hay manipulaciones peores que las que practico yo. Un escribiente del barrio Rivadavia de Batán-Mar del Plata, una nada en el cielo del invierno más crudo de la última década - esto sería un caso típico de manipulación, porque en verdad no puedo precisar semejante cosa, me dejo llevar por lo que siento en este momento, que es un frío del orto -. No te rías, voy en serio - ¿de verdad? ¿o de puro gesto nomás? ¿es mi gesto o la escritura? - Sigo leyendo como si de eso dependiese mi vida, pero no es así y nunca lo va a ser. Pero soy alguien más que le gusta creer en lo inevitable, en lo imposible de abandonar una misión - y acá estoy haciendo una referencia muy pelotuda, a la película de Brian de Palma que protagonizara Tom Cruise, y que también fue una serie famosa, Misión Imposible, que sería una especie de metáfora del escribiente en busca de lo inefable, todo muy de romanticismo fuera de época - que es la de apilar signos uno al lado del otro, tratando de generar algún sentido.

Reacomodando, desempolvando, día 4:
Me olvidé de transcribir el papelito encontrado ayer, entre las cartas de alguien que creyó haberme amado alguna vez, hace siglos...
...El frío arde, hoy, en tu ciudad,
los problemas nacen de madrugada
y tu vientre hace ruido de injusticia

los disparos suenan lejos,
llevan letanía de clase bajo el brazo,
pero se sienten tan cerca, tan cerca

tenés que agudizar ese oído,
darte vuelta y tratar de olvidar,
porque alguien está dispuesto a matarte

salís volando, como impulsado de violencia,
siempre creés llevar la razón,
que ahora apunta a otras nucas

vas a disparar aunque no quieras,
el terreno está sembrado de pruebas,
te van a convencer de que es tuyo el revólver

a la vuelta de todo, los infiernos,
el tuyo, el mío, el de los muertos,
todas las injusticias que cargaremos

para
disparar
otra vez

¿Estaría haciendo catarsis? Tal vez sacando para la escritura - que es afuera - un situación de gatillo fácil, un crimen institucional. ¿Por qué el verso? ¿Para dejarme vacíos que me permitan seguir? ¿Para recordar mejor? Ahora no entiendo. Sé que por esos días seguía leyendo a Nabokov, pero ahí no hay nada de él ni de sus novelas, ni de su forma de escritura, esa forma tan deformante, esos narradores - los imagino muchos - que no se cansan de explicar lo explicado, que viven avivando la llama del lector, que adelantan, que retacean, que sobredimensionan. ¿Habrá sido efecto de una lectura? ¿Me vida es el efecto de una lectura, o de un par de lecturas? No lo puedo saber. Lo único concreto es que a veces me dicen mucho eso de que soy un poco raro. ¿Raro yo? Da igual, Nabokov va a haber existido y seguirá existiendo, y yo no tengo la culpa, ni la voy a tener.

Reacomodando, desempolvando, día 5:
Lo que sí, ya va siendo hora de que termine mi relación con el escritor ruso mas americano del siglo veinte - ¿o tendría que poner 20?, ¿o mejor XX ?-. Todo debe concluir en algún punto, y mejor que sea sobre el final. También termino los días de ordenar y encontrar - esto es una contradicción, si seguiste adecuadamente la lectura hasta acá, te vas dar cuenta - papeles viejos, que habían quedado rezagados en recovecos lejanos del departamento. De a poco recupero el presente, vuelvo al contador de contagios y de muertes, al Tik Tok y qué se yo. Pero no puedo pasar por alto este fragmento, que me parece - era obvio, está planeado desde el momento en que me puse a escribir esta especie de lo que sea - es el indicado para ser llamado punto final, al menos por hoy...
...No es mi intención mirar para otro lado, pero a veces es difícil, duelen las manos y no quedan lágrimas por llorar. Alguien lucha por un descuento en el lavadero de autos y eso es todo. Secos. Todes. Y yo no sé cómo diagramar transformaciones sin tocar los costados que duelen, están podridos desde siempre...

*Será que se terminó todo. A lo mejor no vuelva a escribirte más, a lo mejor fue mi último día como escribiente. Continuamos desde acá:
*************esperando***************Humildemente, Juan Scardanelli*******************************Contacto: juanmanuelpenino@yahoo.com.ar******************************

Bailar todos los días


- Baile con música -
- Silencio - (Entre paréntesis, ahora es el momento de describir sus sentimientos)
- Continúan bailando, los tres personajes -
- Silencio - (Arthur mira sus pies, pero piensa en la boca de Odile y sus besos románticos)
- Más baile musicalizado -
- Silencio - (Odile se pregunta si los muchachos notan cómo se mueven sus pechos al bailar)
- Música y baile -
- Silencio - (Franz piensa que todo y nada son lo mismo, si la realidad es un sueño inminente, o la realidad es sueño)
- Siguen los chasquidos, las palmas, los saltitos, la música y el baile -
- Franz se va del plano, caminando. Lo sigue Arthur. Odile continúa la coreografía en soledad, en el centro del café Madison. Ríe, parece feliz-

Se termina una de las escenas emblemáticas de la película de Jan Luc Godard, Bande a part...


A la mierda con el cine clásico. Al carajo con lo establecido - ¿por quién, por qué y para qué? - Que baile como nadie Anna Karina, y que vaya quedando sola con su gracia inigualable, sonriendo y pensando cómo se mueven sus tetas. Que los otros dos ladrones de medio pelo desaparezcan, porque la escena no los necesita más. Y que los tres formen esa banda inigualable de genios estúpidos, que se la van a pasar haciendo boludeces y hablando boludeces. Pero que todo eso sea bajo la atenta mirada del narrador, encargado de ir tejiendo las escenas, para que unidas tengan una profundidad impensada. Entonces que se trate de una película para disfrutar por siempre, como un buen día de sol en la playa, en la montaña o en el cine. Que quede, siempre, una sensación de que las cosas pueden presentarse de otra manera a la esperada. Y que esa manera puede ser muy genial, aunque polémica y lista para ser destrozada por quienes no se atreven a pensar diferente, al menos, lo que dura una película. Eso pensaba hoy, en otro día de la independencia, desde el corazón - a esta altura, con más o menos cinco bypass - del barrio Rivadavia ¿Por qué no podemos pensar, desde acá, de otra forma-con otra forma? A menudo nos limitamos a caer en las mismas trampas, una y otra vez, como disco rayado, de pasta, de los más antiguos. Peor aún, después de un tiempo - y probablemente en la última escena - terminamos por descubrir que los grandes hacedores de las mortales trampas somos nosotros mismos. Pero tranquilos, tranquilas, tranquiles, no somos nuestros peores enemigos. A menudo caemos en trampas que nos facilitan otros, y que tomamos como grandes paradigmas. Porque no es verdad que siempre se necesite tener un enemigo, no es verdad que la vida tiene que ser todos los días sacrificio y conformidad. Todavía existen, como dinosaurios que se van reconstruyendo fragmento a fragmento, esas jornadas dotadas de una épica propia. Por desgracia, no las advertimos a tiempo para poder disfrutarlas a pleno. Dudamos de la capacidad de ese instante, y solo podemos sacar la buena conclusión tiempo más tarde, cuando ya se terminó el buen momento. Por lo general, sobreviene un apocalipsis de algún tipo y parece que todo se fue al carajo, y que el futuro es un túnel sin luz, que el presente es un bosque sinuoso y que el pasado...¿Qué importa el pasado, donde suponemos que éramos más felices? Y entonces entran en juego las parcas del tiempo, que nos señalan todas las cosas de mierda que nos pasaron, nos pasan y nos pasarán, y con eso hacen programas de TV y segmentos para compartir en las redes (a)sociales. Porque lo mejor que podemos pensar es un tipo de aplicación o de hamburguesa para volvernos millonarios de la noche a la mañana. O apostar a los caballos de la bolsa, porque parece bastante fácil si uno sigue los concejos de un hawaiano que relata sus libros de autoayuda por Youtube. Un secreto a voces para millones de personas, ninguna de las cuales va a lograr cumplir su sueño implantado por alguien más. Ese otro que será el único beneficiado, obvio. Pero de tan obvio el engaño funciona. Carnada fácil, trampa de la que somos conscientes perooooo...¡Funciona! Y más vale, ¿quién quiere ponerse a bailar con Anna Karina a esta altura del partido? Demasiado, una película en blanco y negro que destella colores inimaginables, que todavía no podemos interpretar del todo. Porque no había mucho más que eso, bailar en un café para ser feliz por siempre..........Y espero que no hayas mordido el anzuelo, porque el narrador es muy astuto. Sabe a la perfección tejer redes para atraparnos, sabe como nadie tratar a sus personajes, los hace más especiales de lo que en verdad son, los hace ocupar los espacios de una forma que parece mágica de tan espontánea y hechicera. Entonces se mete, hace y deshace, corta la música, deja silencios, nos muestra que lo que hay son mecanismos que utiliza para insinuar una historia, que la ficción es porosa y nada simple, que el lenguaje no es transparente, que esto que digo a continuación no es nada: nada. Pero que, sin embargo, deja un efecto sobre los cuerpos, sobre los sonidos, sobre las interpretaciones posibles. Todo eso es cine, todo eso es arte. Después vienen el argumento, los fanátiques godardianos llenos de esnobismo y demás. Nada en su contra, todo en favor de las obras artísticas que movilizan algo, en tiempos donde los movimientos no vienen siendo muy virtuosos, tiempos donde parecen ahogarse todas las ideas, tiempos donde reinan la angustia y la maldad gratuita. Porque antes de que muevas algo, mejor quedate en tu lugar. Y listo, no molestes, limitate a tragar lo ya masticado por "los que saben" ¿Quién puede leer más de unos cuantos caracteres? Mejor hacete celular para que te acaricien un rato, ya ni el perro la liga demasiado. Conformate con la seguridad de lo malo conocido. Nada en las aguas tranquilas del círculo perfecto, viajando en el tiempo por los mismos dos o tres lugares. Pero no paro de pensar en Anna Karina bailando y sonriendo, en el narrador dándome una pista para toda la vida ¿La tomo o la dejo?

- ¿Qué es exactamente un artista?
- Un observatorio subterráneo.

La respuesta de Van, el joven enamorada de su prima Ada - que todavía no se enteró de que en verdad es su hermana - es de lo más brillante que escribió Nabokov en Ada or ardor. ¿Qué quiso decir?.....................................ESPACIO EN BLANCO....................................Porque para eso son las grandes obras de arte, ¿no? Y Ada puede ser en realidad Anna Karina, y yo puedo ser Van, y también puedo ser Franz o Arthur y arder de deseo. Como un faro, el deseo. Como un faro, las grandes obras de arte. Lleno de preguntas y de ganas de seguir bailando, seguir perdido ante las pasiones improbables, porque de las cosas posibles se sabe mucho. Demasiados opinólogues trazando rutas que no estimulan el viaje. Espero que nos encontremos del otro lado, pero del otro, por fuera de todas las tramas que inventamos hasta acá....................................El tiempo es la medida del movimiento entre dos instantes...................................

******Por supuesto que no queda más opción que compartir la escena de la película de Godard:
*********************Humildemente, Juan Scardanelli***********************bailando, este y todos los días****************************************Sin más comentarios****************************************************************************

No te entusiasmes tanto



Por Juan M Penino

Algunas veces – demasiadas para mi gusto – me pasa eso tan poco original de sentir que estoy viviendo una situación que ya había leído en algún lugar de la obra de Franz Kafka. La referencia está tan ligada a nuestra cultura que hasta se inventó un adjetivo para consagrarla: kafkiano. Pero mi duda radica en qué cosa sería lo kafkiano, en qué momento es pertinente utilizar ese adjetivo. Hubo un tiempo en el que pensaba – aún antes de haber leído cualquier cosa de Kafka – en una solo y obvia respuesta, que ubicaría a lo kafkiano como aquella situación angustiante, con una connotación claramente negativa. Una situación asfixiante, una trampa que nos vendría a poner la misma sociedad que creamos. Supuestamente, la obra de Kafka nos reflejaría ese laberinto burocrático en el que caemos rutinariamente y que somos imposibles de romper, porque no podemos ceder a la presión del mismo engranaje del cual formamos parte, sin saber bien por qué. Bien, para mí hoy – en el Barrio Rivadavia de la ciudad de Mar del Plata -  esa es una manera de leer a Kafka y no debería tomarse como adjetivo. En realidad, ninguna obra de ningún escritor o escritora debiera utilizarse como adjetivo. Basta con tomar la obra como tal y con su complejidad, sino se corre el riesgo de imponer una interpretación al texto y quitarle la gracia a la lectura misma. Yo no pretendo hacer lo mismo, pero invito a que se fijen en este apartado de sus Diarios:
Antes de dormirme. Parece duro ser soltero, ya viejo, pedir, guardando a duras penas la dignidad, acogida cuando quiere pasar una velada con gente, llevarse en la propia mano la comida a casa, no poder aguardar ocasionalmente a nadie con tranquila confianza, hacer regalos a alguien solo con esfuerzo o con fastidio, despedirse delante de la puerta de casa, no subir nunca las escaleras con la propia mujer, estar enfermo y tener el único consuelo de mirar por la ventana, si es que uno puede incorporarse, tener en la habitación solo puertas laterales que dan a viviendas ajenas, percibir la extrañeza de los parientes, con los que solo se puede mantener lazos por medio del matrimonio, primero por el matrimonio de sus padres, luego, cuando el efecto de este decae, por el de uno mismo, tener que admirar niños ajenos sin poder repetir una y otra vez: Yo no tengo, tener un invariable sentimiento de vejez porque no hay una familia que crezca con uno, amoldarse en el aspecto y la conducta a uno de los solteros que uno recuerda de su juventud. Todo esto es verdad, solo que es fácil cometer el error de extender tanto ante sí los sufrimientos futuros que la mirada tenga que ir mucho más allá de ellos y ya no regrese, cuando en realidad, hoy y más tarde, será uno mismo quien esté ahí, con un cuerpo y una cabeza de verdad, también una frente para golpeársela con la mano.
¿Cuál es la sensación después de la lectura? Como hoy tuve un día que – convencionalmente, y si supiese a qué se refiere exactamente – podría calificar de kafkiano, decido releer sus diarios y dejarme llevar por mi propia lectura. La verdad es que, lo que descubrí en un rápido repaso, es que resulta muy posible plantear que Franz Kafka escribía Stand up-comedy. Así como acaban de leer, se me hace que Franz fue el primer standapero del siglo veinte. Tal vez lo haya sido de toda la historia.
En referencia a esta lectura que imagino descubrir, voy a destacar algunos apartados caprichosamente y de manera acotada, porque esto es solo una nota para la página web y todavía debo contar lo que me pasó el martes en la grisácea ciudad feliz. Comienzo con la enumeración al vuelo de lo que perfila a Kafka como escritor de stand up:
1) Los apartados dedicados al padre: De lo más recurrentes y graciosos. En sus diarios personales se la pasa criticando al padre. Aunque el tono de reproche, a veces, se acerca a lo expuesto en su famosa Carta al padre, es posible detectar un exceso en esa postura recurrente que termina por llevar al ridículo a toda una generación precedente, que se creía dueña de la ética y la moral absolutas. Ese cansancio de la rigidez moral detectada en su padre lleva a Kafka a conformar pasajes 100% standaperos como el siguiente: “Resulta desagradable escuchar cuando mi padre, entre continuas indirectas a la afortunada situación de los jóvenes de hoy y sobre todo de sus hijos, habla de los sufrimientos que él tuvo que soportar en su juventud”. A continuación enumera esos sinsabores, sacrificios exagerados que son expuestos hiperbólicamente hasta el ridículo. Ahí expone las frases favoritas de estos dinosaurios reprochones, burlándolos cual cómico de bar: ¡Qué sabe nadie hoy en día! ¡Qué saben los niños! ¡Nadie lo ha sufrido! ¡Qué pueden entender los niños ahora! Frases hechas, lugares comunes explotados y expuestos por el mejor standapero de todos los tiempos.
2) Breves reflexiones absurdas como esta del 22 de octubre de 1921: Un experto, un especialista, uno que sabe de lo suyo, un saber que, desde luego, no puede ser comunicado, pero, por fortuna, tampoco parece necesario para nadie. O como esta del 27 de enero de 1922: Mis fuerzas que se desmoronan durante el viaje en trineo.  Uno no puede organizar su vida a la manera como un gimnasta hace la vertical. De verdad, Kafka se manejaba en trineo por la ciudad. Acá me retiro a reír un rato, hace bien.
3) Sus pasajes de crítica teatral. Acá transcribo un fragmento que no habla de una obra en particular – como hay varios -, sino que esboza una especie de idea para un relato absurdo: Un director de teatro que tiene que crear él mismo todo desde cero, empezando por los actores. No dejan pasar una visita, el director está ocupado en cosas importantes. ¿De qué se trata? Está cambiando los pañales de un futuro actor. En serio les digo, si quieren iniciarse en el stand up no pueden dejar de leer los Diarios de Kafka.
4) Y, por último, destacar esos apartados en los que Franz es muy malo con algún amigo y crítico con el quehacer literario: 6 de septiembre de 1913. Viaje a Viena. Charla institucional y estúpida  sobre literatura con Pick. Bastante repugnante. Así (como Pick) se puede vivir metido en la rueda de la literatura, sin poder salirse porque se tienen las uñas clavadas en ella, pero por lo demás siendo un hombre libre y pataleando que da gusto. Es un maestro resoplando por la nariz – acá imagino a Kafka con el micrófono imitando el gesto de Pick -. Me tiraniza diciendo que yo lo tiranizo a él…Dos habitaciones con una sola entrada…Alojamiento insoportable. Encima tengo que salir a la calle con Pick. Dice que ando demasiado rápido, acelero todavía más.

Igual ojo, a no ser tan ansioso. La propuesta de lectura debería estar acompañada de bibliografía crítica y de una mejor selección de los textos a analizar. Pero eso se lo dejamos a lxs especialistas que los hay muy buenxs en la facultad de letras de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Yo freno por acá y paso a detallar la cuestión kafkiana en mi pasado día martes: Resulta que tuve que ir al Tribunal de Trabajo, el que está ubicado en Garay al mil setecientos y pico. Automáticamente, se me vino El proceso de Kafka encima como catarata. Ya saben, esa cruda exposición que hizo Franz de la organización judicial y su burocracia, en forma de novela. Me tocó salirle de testigo a un amigo, del que bajo ninguna circunstancia –previo coucheo del abogado -  podía afirmar que era mi amigo en ese espacio, a pesar de que todos ahí dentro saben sobradamente que en un juicio laboral el que te sale de testigo siempre es un amigo ¿Quién más sino? – Kafkiano todo -. Como tuve que dirigirme a un piso superior, quise tomar el ascensor. Pero, como todos los días según me anoticiaron, se encontraba averiado, hecho pelota, en criollo. Un grupo de abogadxs tipo ganado estaban encerrados esperando por salir en estampida en la búsqueda de nuevos clientes, son tiempos kafkianos. Aguardé un rato, hasta que decidí subir por la escalera. Como si se tratase del Infierno de Dante – otro día podemos charlar sobre el adjetivo dantesco – fui pasando por pasillos demasiado estrechos y por descansos de escalera con sillas destrozadas que contenían seres que padecían diversos castigos: abogadxs al borde de un ataque de nervios, trabajadores angustiadxs, ciudadanxs que no se imaginaban que eso podía ser una parte del poder judicial, testigos que no sabían en cuál sala tenían que testificar qué cosa. Más ascendía y más averiado y precario se volvía el edificio. Finalmente, llegué al círculo que correspondía, donde Saturno pasa sus días devorándose a su hijo. Era un despacho al que llamaban - con un cartel que daba lástima mirarlo – “Sala de audiencias”. Ahí estaba mi amigo, perdón abogado, quise decir conocido. Sorprendentemente me abrazó y me dijo: “Ya está arreglamos el asunto”. No tuve que hacer nada, solo aportar mi documento y alegrarme por la resolución del pleito. Así, nos fuimos abrazados a festejar el resultado de una audiencia que no se llegó a realizar: “Es que lo del ascensor retrasó todo y no hay mucho tiempo para casos como el mío. Me sacaron de encima”. Mucho menos importó que los abogados que representaban la otra parte descubrieran que el testigo  imparcial – o sea yo – era amigo directo de la parte adversaria. “Y qué carajos les importa, si ellos cobran igual”. Kafkiano, pensaba yo.
Y eso será, finalmente, lo kafkiano, como él mismo lo definiera un 6 de diciembre de 1921 en su diario: Las metáforas son una de las muchas cosas que me hacen desesperar de la escritura. La falta de autonomía de la escritura…Solo la escritura está desamparada, no habita en sí misma, es broma y desesperación.
Así debería ser interpretado lo kafkiano, justamente: Broma y desesperación. Algo así como un show standapero de Larry David.

In-realidad parte 2, sobre La defensa


"Se propuso ser más circunspecto, vigilar el ulterior desarrollo de aquellos movimientos, si es que volvían a repetirse, y, por supuesto, mantener su descubrimiento en secreto, y ser feliz, extraordinariamente feliz. Pero a partir de ese día no habría descanso para él; debía, si era posible, idear una defensa contra esa pérfida combinación, liberarse de ella, y para ello tenía que prever un objetivo final, una dirección definitiva, lo que aún no parecía posible hacer"

Vladimir Nabokov, La defensa


Él despertó como Luzhin, ese maestro del ajedrez caído en desgracia. Pero haciendo un repaso de la novela de Nabokov que cuenta su historia, La defensa, más bien, toda su vida había sido una suerte de desgracia. Desde el momento en el que descubrió el tablero y las piezas, y decidió que el mundo podía tener un sentido, que era evadirse de la vida que no soportaba por fuera del juego…peeeeeero, tampoco eso lo llevó a buen puerto. Lejos, siempre muy lejos de la felicidad. Una jugada en una final de un campeonato, una crisis nerviosa y el colapso. Después, la vida de casado con una mujer que no amaba, y unos suegros que lo despreciaban, pero que lo mantenían bien para poder atormentarlo diariamente. Él, ahora, envuelto en un nuevo juego, que es siempre el mismo, se inventa una jugada final, un escape definitivo. Es la última escena que propone Nabokov para su personaje, el salto al vacío. Ahí despertó Él. Tal vez como consecuencia de la lectura de la novela, se vio encerrado en el regordete y deteriorado cuerpo de Luzhin. Le costaba horrores moverse, tenía el bastón lejos de donde estaba, al borde de la cama, en la habitación de la ventana que invitaba al suicidio. Pero Él no era exactamente como Luzhin, no jugaba para nada bien al ajedrez. Tampoco su departamento estaba en Berlín, y el siglo veinte era cada vez más un lejano recuerdo en sepia. Eso sí, hacía frío, mucho frío. Y el sentimiento era parecido, podía sentirse asimilado a Luzhin, podía sentir que estaba en medio de una historia que Nabokov había tejido, podía sentir que llegaba el momento del desenlace ¿Pero qué tenía que ver con Él todo eso? Era julio del 2020, estaba parado en el corazón del barrio Rivadavia, en Mar del Plata. No se había casado, aunque había estado cerca. Tenía recuerdos de todo tipo, hermosas tardes al sol en buena compañía. Pero en ese momento – que parecía el final – siempre se corporizaban los malos pensamientos. Su cabeza ya estaba planeando la última defensa. Afuera, el mundo lo había dejado de tratar. En algún momento, sentía esas cosas que la mayoría estaba padeciendo, entre crisis económicas, pandemia y malos discos que ahora salían directo en las llamadas plataformas. Tenía en su celular un par de aplicaciones: una que le decía que podía ir a trabajar y otra que le mandaba audios de personas que – alguna vez – había visto a la cara. Todas piezas borrosas de un juego cada vez más predecible y peligroso. En parte, sentía que casi todos los días eran el mismo día, como si fuese uno de esos personajes de la ficticia Winden, de la serie alemana Dark, o el mismísimo Bill Murray de El día de la marmota. Viajando en el tiempo todos los días, para volver a la misma cueva, para cruzarse con los mismos personajes, en las mismas dos o tres locaciones. Pensó, qué aburrido ser un personaje de esa serie alemana, destinado a viajar a los mismos espacios para siempre. Se lamentó que las historias no fueran ya como las que escribía Nabokov, y que al escritor ruso-norteamericano se lo recordara únicamente por Lolita, y que a raíz de eso se lo criticara por haber creado a ese degenerado machirulo de Humbert Humbert, una especie de Woody Allen de papel. Pero había que hacer algo, tenía que lanzarse, Él, hacia alguna liberación, la jugada maestra. Quería soltarse, defenderse. Quería soltar a Nabokov, defenderlo. Y se le ocurrió, entonces, que tenía que soñarse como Luzhin, porque era su personaje favorito ¿Por qué? Porque, en el fondo, lo apreciaba y se identificaba. El maestro ajedrecista ruso era un pobre tipo. Brillante en una sola cosa, que era justo lo que lo había llevado a la ruina emocional. En parte, Luzhin era un apasionado perfecto, tan puro que se había olvidado de la vida real, o la había dejado esperando en un costado, o que la había corrido para poner en su lugar el tablero. La seguridad del tablero, los movimientos perfectos de cada pieza, que terminaban en un desafío final. Porque toda partida comienza para finalizar en algún momento, ley de la vida, ley del juego. La de Luzhin terminaba en esa habitación, en esa ventana, en un último vacío. Así que Él había soñado ese mismo escenario, como un jugador aficionado que contempla el tablero con el desafío propuesto por el maestro. Las piezas eran las mismas, ocupando los mismos casilleros, él soñaba ahora que era Luzhin, estaba en su cuerpo, en su mente. Los dos eran el mismo personaje buscando la combinación adecuada, la defensa final, que es el mejor ataque. Saltar del tablero, para siempre... El narrador era Nabokov o era yo, daba igual. Él miró la ventana, estaba muy alta, más de lo que recordaba de la lectura, porque esto era un sueño, no era literatura. Igual se movió con dificultad, se acercó a esa mesa con la silla arriba. Se trepó como pudo y se abrazó al marco de la ventana. Quedó parado, haciendo un equilibrio imposible, con la mitad del cuerpo apuntando al vacío ¿Era eso lo que se sentía ser Luzhin? ¿Y las voces, dónde estaban esas voces que lo querían alejar de la decisión final? Él no las escuchaba, empezó a dudar. No de la jugada, que parecía irreversible, pero sí del sueño ¿Sería eso un sueño? La silla se movía, el cuerpo desbordado se volvió difícil de manipular. Quedó apenas colgado de la ventana, con casi la totalidad del cuerpo fuera, al borde del abismo. Ya estaba a punto de caer, solo el pie derecho sentía algo firme, que lo tenía todavía en la habitación de Luzhin ¿Y si no era un sueño? ¿Y si todo terminaba ese día, esa mañana, en ese departamento del barrio Rivadavia? Tuvo una descompostura existencial, Él. Porque ahora no se sentía tan Luzhin. No se sentía en el desenlace de una historia de Nabokov. Alguien lo había puesto allí, en ese trance, y lo había convencido de que no tenía una jugada B, que lo único que podía era mover hacia adelante, como un peón, como un personaje de una historia que no quería vivir, en un universo que no quería habitar ¿Y cómo se arregla eso? ¿Cuál es la jugada que te permite salir de esa jugada? ¿Se puede escapar uno del tablero, del tablero, del tablero...?

*Fin para el segundo capítulo de la in-real historia de personajes que son lectores psicópatas de las obras de Nabokov. Demasiada especificación, hora de relajar un poco para volver a la rutina,  y qué mejor que escuchar a García. En este caso, el tema que se me vino a la cabeza mientras leía el final de la novela de Nabokov:


************************************************************************************************Humildemente, Juan Scardanelli, ente ficcioreal del barrio Rivadavia, ciudad de Batán-Mar del Plata****************************************************************************************************************quiero verte la cara***********************************************************************************************me olvidé la letra, pero hay que seguir, ¿no?*****************************

El príncipe de Persia

Saltar, pasar en zigzag. Supongamos que un príncipe Persa cierra los ojos mientras le cae una bomba en el medio de la cabeza, y todo estalla...