El sueño del detective (segundo capítulo)



En el sueño algo se desvanecía,

los cuerpos caían sobre cuartos

encendidos por faroles a gas,

las sombras eran fantasmas dorados

que no se condecían con nada humano,

eran siluetas de cuerpos deformados,

rostros elefantinos con torsos

reptilianos / serpentinos,

reflejos de seres de otro plano.

Había una sensación de olvido,

una angustia descalza

que superaba al miedo

o que era el peor de los miedos,

el aire no existía y hacía frío.

Otro cuerpo se levantó de la nada

y consiguió la atención de la escena,

parecía el asesino perfecto

pero no se confesó;

las habitaciones desaparecieron,

los cuerpos se desintegraron,

las sombras marcharon

tras el asesino perfecto,

condenadas por un puto sueño,

la equivocación del detective

que no puede resolver el caso,

siempre es tarde…

 

Esa sería la maldición de este trabajo de mierda, llegar siempre tarde, y que todo el mundo te caiga encima, se cague en vos, te tire las culpas desde todos los sectores, desde arriba enterrado por la mierda de los superiores, desde abajo empalado con bosta del pueblo que necesita un culpable todos los días, y el que tiene la cara perfecta de la derrota es el detective o llamalo comisario o encargado de la investigación del asesinato que sea, y ahí está mi cara de boludo, del que estuvo despierto las últimas mil horas cagado de hambre y de frío, buscando un rastro de un hijo de puta psicópata que liquidó a un pendejo por vaya a saber qué pelotudez, a lo mejor un partido de fútbol o una bolsa de merca o una docena de empanadas que no llegaron nunca, cualquier pavada, un estruendo en la noche de un barrio del orto que justo cae en la comisaría en la que te toca estar a cargo, a cargo de una manada de incompetentes que apenas saben cargar un video de Youtube en el celular para hacer como que esa noche están de “guardia” y cobrar unas miserables horas de “corazón” que son en verdad un regalo hacia la nada desde la nada, porque nos dicen que lo mejor es hacer presencia, estar ahí, pasar con los patrulleros hechos pelota por el “territorio” y si hay suerte esa noche es tranquila y no pasa nada nomás alguna pelea entre dos “fisuras” o un celular o una moto zarpados en la esquina y que ojalá no sea justo en la esquina de la comisaría de este barrio de vírgenes violadas y santos empalados por el culo, pero de repente en un segundo un estruendo y cae un menor de edad y la sangre y los vecinos indignados y el más corrupto de los intendentes de la historia de la ciudad que de pronto se acuerda de que existe ese barrio y que de puta casualidad está en la ciudad que preside, y qué cagada que mejor resuelva rápido o la pague el pelotudo del comisario o el forro que esté a cargo de la investigación, de última que entreguen a cualquier perejil para salir del mal rato y patear para delante, con suerte la familia del pendejo no tiene donde caerse muerta y podemos arreglar por otro lado, y resulta que no soy tan garca, no me da el corazón, creo que hay que hacer un trabajo policial más o menos válido, y para peor la cosa se complica con la llegada de esos dos “especialistas” mexicanos que dicen saber un montón de asesinatos, aunque de lo que saben es de tequila y tortillas de maíz que recuerdan todo el tiempo y de cadáveres sin identificar que enterraron en una fosa común en Santa Teresa porque nadie reclama nada después de un tiempo, la filosofía del “todo pasa y nada queda” “todo lo sólido se desvanece en el aire” y acá en el Rivadavia no queda solidez alguna y el aire es una mierda de baño de comisaría, y nada pasa porque ya pasó todo lo que nos trajo hasta este punto, y todavía hay un cadáver de un niño sin identificar, mucho trabajo por encarar, muchas más horas de vigilia y café y otras sustancias para estar despierto para poder poner la cara de boludo derrotado por la Historia ante quien corresponda, esté arriba o debajo de la línea de mando, porque ese es el inicio de esta escena espantosa, un catalizador que es un detective condenado a la nada.


***música de fondo del cap 2:

*************************+humildemente, Juan Scardanelli*************


Detectives del Rivadavia (primera aproximación)


 

¿Qué es lo que me dirá si un insecto sin tiempo

dice que el mundo se consume? (Aquí en esta primavera, Dylan Thomas)


A veces, o muchas veces, o casi todas las veces, pasa que el mismo planeta nos demuestra que estamos completamente equivocados en eso de segmentar el tiempo y trazar líneas para contener el espacio. Pero por pura arrogancia y pereza intelectual, seguimos todos los días como si fueran un mismo envase, entramos al mismo cine a esperar que las imágenes y los sonidos nos devuelvan la lógica que ya tenemos adquirida desde que caemos al mundo, en ese llanto lleno de dolor que anticipa el resto de lo que se viene, aunque al final sabemos que puede que espere una sonrisa, una de esas que son en verdad un gesto a medias que se interpreta como un “ya fue, creo que hasta acá estuvo bien”, una sonrisa eutanásica. La prueba del error radica en que estos días el frío y la lluvia cambiaron la idea de una primavera, junto con el humor en el barrio Rivadavia, teñido de gris oscuro por el descenso de Alvarado y el asesinato de un pibe que no salió en los medios de comunicación. Las noticias se cuelan en cualquier espacio de red social sin la elegancia de una clasificación tipo noticiero, que acompaña con registro y gesto de informantes cada una de las secciones y apartados de novedades que son en verdad un eterno loop, porque Alvarado juega todas las semanas y lo seguirá haciendo, y en las calles invernales de la ciudad siempre aparecerá un nuevo cadáver. ¡Qué contexto para un buen mal policial clase B! Con detectives trasplantados desde Los Ángeles hacia la comisaría (de)Cuarta / Quinta (o el número que corresponda al cadáver arrojado por esa zona). Unos detectives acostumbrados a primaveras secas y desérticas en la frontera sur de Estados Unidos, en la frontera norte de México, siempre con equis, siempre con sombreros de alas anchas, enchiladas picantes y pistolas que resuenan en la noche de Santa Teresa, mientras el detective salvaje mete sus narices en un basural cercano a la maquiladora PanMex - o como chingadas se llame esa empresa multinacional que paga un dólar por media jornada de un trabajo insalubre- donde descubre el centésimo cadáver de mujer asesinada en el año. Detectives que no descansan nunca, porque sus noches son una pequeña luz de cigarrillo consumiendo el horizonte que no comprenden, con el frío de una sociedad que se les hace la incógnita más grande de sus vidas. Detectives que deciden escapar de su propio infierno, para encontrarse con otro mucho más al sur, por recomendación de la embajada que sabe de la experiencia que llevan desenterrando y oliendo restos de carne chamuscada, fragmentos de cuerpos en estado de putrefacción, todos cadáveres mal escondidos o escondidos a medias, todos cuerpos asesinados que reclaman autoría, familias, vecinos, pueblos, la nación entera sobre esos dos cuerpos que son también cada vez más cadáveres en vida. Ellos dos, los detectives de Santa Teresa, los que alguna vez también trabajaron en Los Ángeles, asesorando a esos otros gringos que les tomaban el pelo, porque sus cadáveres tenían perfume, eran cadáveres de paseo de la fama, estrellas enterradas por sobredosis y algún cuerpo afronorteamericano violado y sacrificado en el anonimato, porque a esos pinche cabrones solamente les interesa lo que puede llegar a darles fama y dinero. Pero en Argentina sabían que su cementerio se iba a extender.  Un puente, cabrones, un puto puente hay entre este barrio condenado y nuestro Hermosillo o Santa Teresa. Puede ser, pero acá tenemos menos recursos, por eso necesitamos que nos den una mano, ¿entienden eso?, sería la voz del comisario de la seccional número tal, poco importa porque ¿quién carajos denuncia algo en la comisaría que corresponde? Cabronazos, las comisarías son todas la misma, los cuerpos hay que desenterrarlos igual, traten de no mamarla y destruir la escena del crimen, eso lo conocen de alguna serie gringa. Las risas cómplices hicieron cierto ruido en la noche, que ya tenía menos de diez grados, pese a ser primavera. ¿A esto le llaman primavera? No mames, buey, si no siento las manos. Pasa que el tiempo, a veces, hace estas cosas, como cuando encontramos un cuerpo destazado en un basural, nos cambia las reglas de la lógica, sabés, porque a partir de ese instante el tiempo y el espacio se transforman, corren para otros lados, rompen la línea sintagmática. ¿Qué chingadas dices buey? Que se nos cambia por completo el transcurso del día, ¿qué digo del día? De la vida entera. Muchos colegas quedan completamente chiflados cuando pasa algo así, un crimen brutal, el cuerpo desfigurado de un niño o una niña, los llantos de la familia, la indignación y la pueblada contra la comisaría. Entiendo, buey, después cada uno de los que estuvimos ahí llevamos ese cadáver a nuestros sueños, el olor del cuerpo en descomposición no se nos quita por meses, a veces años, y así seguimos como cadáveres nosotros también, consumidos por el mismo insecto. Exacto. Y el diálogo va a seguir por las próximas diez horas, con pausas para tomar un café horrible sin azúcar y comer alguna factura del día anterior, que causará a los detectives mexicanos una acidez que llamarán “del pinche barrio Rivadavia”. ¿Y quién chingadas fue ese Rivadavia, era patriota? Sí, era un nombre que aparecía en los cuadernos de la escuela primaria y en el sillón donde supuestamente se sientan los presidentes, aunque en realidad ahora es una pieza de museo. ¿El presidente? No, el sillón. Las risas se contagiaron como para sacudir un poco el frío. El cuerpo sin vida del niño fue desenterrado del micro basural de la esquina de siempre. Mierda, era apenas un pendejo. Qué cabrones, igualitos a los de allá. El caso cayó en la fiscalía número tanto, a cargo de un tal señor que había abusado de su empleada doméstica. Pero pasa en nuestra patria también, bueyes, no se vayan a creer, nadie puede andar con los ojos para adelante, nadie puede pisar los costados de la ciudad sin sentir que se está muriendo todos los días un poquito más.  


****Este policial debería empezar con la siguiente música:

*********************************himildemente, Juan*******************************en plan policial barato*************continuará...........

Metonimia



Metonimia

“Él sabía de memoria el alfabeto de la muerte” (Dylan Thomas, Cuando los cerrojos del crepúsculo)

 

Una cosa que no podía evitar aún queriendo:

que la presión le bajara

después de fumar,

eso y lo que nos pasa a todos:

un  sentimiento de agotamiento y desaprehensión

en cuanto al estado actual del mundo,

una metonimia al revés,

tan pesada como la avenida Jara

a esa determinada altura

donde hay un auto estacionado

y totalmente chamuscado

frente a una casa

que es un aguantadero,

ahí justo donde compra

las sustancias que le hacen

bajar considerablemente la presión

mientras contempla un cuarto de cielo

en el medio metro cuadrado

de lo que sería o fue un patio….

 

……………………………………………..”La estupidez –dijo Fate- la variedad interminable de formas con que nos destrozamos a nosotros mismos” (Roberto Bolaño, 2666)

 

Una mujer con pelo largo y cano,

Inmortalizada mientras lee

un capítulo de una novela

donde una joven cruza

la frontera porque acaba

de matar a su esposo,

uno de esos tantos tipos

que habían abusado de ella,

tal vez el más posesivo,

el que había pagado por todos;

un ojo de cerradura

que retrata lo que no entiende,

la realidad de lo instantáneo,

un auto incendiado a la salida

del paso fronterizo,

unos policías borrachos

con ánimos de apostar

sus viejas armas

-que vaya a saber si funcionaran bien-

en la siguiente mano

del juego que sea,

tal vez Guillermo Tell

con William Burroughs de asistente;

los ojos de la mujer

que ya conoce demasiado

esa historia que lee

por hacer algo

un domingo a la tarde,

el ojo de la cerradura llora

y nunca se sabrá por qué,

ni siquiera diez años después

viendo esa misma foto

repitiendo esa misma historia.

 


***música de fondo sugerida para este tramo:

*************************humildemente, el yo que dice Yo*********hasta que no pueda más***********************

El castillo infinito

Un tipo está a punto de ser alcanzado por alguna especie de justicia en formato samurái, cuando desde sus entrañas empieza a crecer un abismo, que pronto va formando un castillo que se alimenta de su propia energía, generando nuevos espacios y recovecos a la velocidad de la luz, o similar. Esto da pie al inicio de un camino que no pareciera tener fin, para un grupo de héroes más bien limitado, que encuentran en cada nueva habitación un nuevo enemigo a enfrentar hasta la muerte, sus propios fantasmas. Entonces el espacio que parece infinito y vertiginoso su tiempo, de golpe se retrae, se concentra en una sala minimalista y casi claustrofóbica, donde el reloj comienza su camino en retroceso a velocidad crucero, la apacible y destructora visión del pasado. Toda esa doble locura, doble velocidad, a punto de hacer volar el espacio en mil pedazos, pero nunca llegando a tal extremo. Y ahí ya nada importa si se es héroe o demonio, porque todo condensado se mezcla en una historia que bien podría ser la de cada una de las personas que imaginamos esa película. O tal vez no sea más que la realidad, una ruta con dos direcciones pero con espacio para circular solamente en una, y avanzar a doscientos quilómetros de ida para volver a veinte al punto de origen, y llegar a un destino que ya no es el mismo que dejamos, que soñamos. La sala del cine se proyecta sobre la avenida Independencia, los bancos a la madrugada tienen su flujo de gente, que por lo general es más amable que la que se puede proyectar durante el día. Hay un héroe también, que tiene los ojos perdidos, las pupilas dilatadas, como si hubiese visto el corazón secreto de la ciudad, o se hubiese tomado todas las drogas de Sierra de los Padres. Como sea, algo en sus ojos dice que su visión es única, que su manera de caminar es flotar en la luna, que está en cueros con diez grados porque no tiene mucho que ver ya con este mundo. Y tiene una bronca sin pasión. Una necesidad de expresar esa bronca, pero solamente contra objetos sin vida. Entonces encara las persianas cerradas de los comercios y las golpea con toda la furia contenida en sus nudillos, que misteriosamente no sangran. Pasa la gente, lo mira, pero él no parece percatarse de que existen, solo están las cosas y la rabia que generan con su imparcialidad, la estructura metálica de la parada del colectivo, un cartel con la propaganda del que será el próximo candidato a presidir un lugar que no quiere ser presidido por nadie, porque es una cosa también, y da mucha bronca. Y los nudillos rebotan descargando las frustraciones de todos los espectadores que estamos allí, engañados por un espacio que se figuraba infinito y que al final solo guarda pequeños recovecos donde nos esperan nuestros peores miedos, nuestros fantasmas de siempre. La ilusión del vertiginoso futuro, que solo tiene una versión corregida con nota al pie de un pasado remanido para ofrecer. Noticias que se parecen demasiado, con solamente un cambio de formato, uno que ni siquiera nos da la oportunidad de golpear con esos nudillos para descargarnos. El héroe sigue su derrotero por la noche infinita de la avenida, ante la atónita mirada de quienes no se animan a golpear todas esas cosas construidas para fulminarnos. Es inminente la llegada de la patrulla, esa banda de matones destinada a proteger todas esas cosas que no se deben tocar, son propiedad privada, son de alguien más, todas con el mismo o los mismos pocos dueños. “De un paso atrás o le disparo”, le gritan al héroe, que retrocede ante el peligro de las armas de fuego. Alguien se acerca para esposarlo, pero logra zafarse con una habilidad impropia para su estado físico. Se suma otro miembro de la patrulla, y ya son dos los que persiguen con sus armas al héroe, que continúa su gambeta eterna, con la luna rielando sobre su cuero invicto. Las horas pasan y la persecución es infructuosa. Los espectadores comienzan a aburrirse, porque el duelo nunca llega a su fin. Y esa es la única realidad posible. Un sentido de la ruta. El castillo no es tan infinito como quisiéramos imaginar. En algún instante las cosas se vuelven insoportables, y hay que estallar con ellas o dejarlas estallar solas, o estallar uno mismo contra las pandillas que controlan la moral y todas esas situaciones que no existen para ser controladas. Ya no me acuerdo si esto era parte de la película, o tal vez la película va llegando a su final así nomás. Un héroe que continúa su camino por la noche desierta, una patrulla torpe que lo sigue para aumentar su brillo en la noche, un espacio que es un reino en ruinas, lleno de espectadores de la nada, que no pueden entender cuál carajos es la diferencia entre un samurái y su espada. Vuelta al inicio, cuando casi llegamos a la resolución del dilema planteado, la pelea antes del big bang que generó el castillo infinito. ¿Importa ahora la conclusión? Supongo que se fue terminando la noche. Supongo que las luces se fueron apagando con el lento amanecer. Supongo que el pasado hizo de las suyas. Supongo que el tiempo empezó a caminar hacia atrás, cada vez más lento. Supongo que esa es la patrulla persiguiendo mis huellas futuras, que se plantan en el presente de las cosas, para ver si entienden algo de lo que les llega del pasado. Fantasmas, laberintos, héroes y demonios, todo lo que encierran las historias en una sala de cine o en la esquina de la avenida Independencia y Belgrano, más la patrulla de ortivas que intenta contener lo que se derrama a los costados.


****eso fue una recomendación cinematográfica más o el inicio de un historia. Esto es una música que me encantó:

********humildemente, juan†***********y nada más que escribir*******


Escena en una playa

Una porción de arena les comía los tobillos, mientras caminaban charlando contra el viento sur. Una escena que nadie, con dos dedos de frente cinematográfica, rodaría esa tarde. No, ni en ese espacio ni en ningún tiempo. Pero se suele suponer que las mejores ideas surgen en los peores contextos, como si fuera una película sobre cómo nació esa película tan buena, una suerte de precuela o prólogo necesario para explicar innecesariamente razones de grandes éxitos. En fin, un detrás de escena, un especial por si acaso la película la pega. ¿Qué sería pegarla? ¿lograr contar una historia más o menos con sentido? ¿o lograr contar unos personajes totalmente perdidos?...en una playa, fuera de temporada, con viento sur moderado, ni fuerte ni suave. De la escena hay que tomar unos planos especiales, cosas al parecer insignificantes pero que después son la narración en sí, a medida que avanza la trama, como las uñas pintadas de uno de los dos personajes, mojándose con la crecida del mar, intermitentemente en la orilla. Un sonido de fondo, que es más bien un zumbido acristalado, que habrá que imaginarse cómo sonaría, no queremos realismo en la escena porque para eso está la vida. El plano se corre de los pies de uñas pintadas hacia el rostro del otro personaje, que realiza un gesto que parece melancólico o apenas divertido. Es, en cualquier caso, un gesto contenido. La escena parece tomar un desenlace lento, como de tortuga masticando un caracol. Reitero, no es una escena realista, no busquen referencias en la rutina diaria, ni sonidos que se correspondan con lo que ven mientras leen. Este es una especie de viaje al pasado, que se caracteriza por su lentitud, porque hay que escarbar donde hay mucho fondo, mucha materia informe. Momento del flashback: el personaje del gesto contenido intenta recuperar otro paseo en otra playa, en otro tiempo, en otro clima, con otro sonido, con otras uñas pintadas, junto a otra persona con la que alguna vez se imaginó pasando el resto de su vida. En presente, ese recuerdo le hace cambiar el gesto, la cámara lo enfoca pero no lo entiende, esa mirada a los pies con las uñas pintadas de la persona con la que comparte el paseo y lo vertiginoso del presente, que sí se expresa a toda velocidad. Es el ahora frenético de la escena. El foco de atención se va hacia el cielo nublado, en el horizonte. La cámara muestra la línea que separa al cielo del mar. Parecen casi la misma cosa, pero no lo son. Parecen destinados a ser uno, pero no. Los dos simulan un mismo tono de gris. La lluvia amenaza. El futuro prefigura una complicación. Del cielo caen las primeras gotas saladas, la escena sigue ahí. Una voz fuera de foco se escucha tímidamente, como a la distancia, como no queriendo preguntar lo que, finalmente, no puede evitar preguntar: “Vos ya no me querés, ¿no?”

Una música se apodera del ambiente, mientras vemos que del cielo las gotas intensifican su caída. El cielo y el mar, cada uno por su lado.

Fin de la escena. No hace falta contar nada más.


*****esa música de fondo:

************************************+humildemente, Juan***********************+un trozo de ficción****************


Crítica de una película reciente

La trama no importa. O bueno, sí que importa pero no tanto como el desarrollo de los personajes. Tampoco tan así, a lo mejor las dos cosas importan bien poco y lo que más importa es el lenguaje. Pero no estoy seguro, capaz que lo más trascendental sea el precio de venta que se le pone a la historia, porque por ahí si el precio es muy bajo queda en claro que el material no vale nada, o casi nada, una mierda. Las historias suelen ser muy parecidas unas con otras, es probable que comiencen con una partida, una salirse de ambiente cerrado, un meterse en ambiente cerrado, en todo caso un movimiento, un traslado. Pero también puede ser que eso no ocurra, y que la trama completa esté atrapada en una suerte de caracol dormido, un arrastrarse casi imperceptible…pero claro, eso ya sería un movimiento, aunque leve. Qué tal si nada se mueve y las cosas se quedan así como están durante un buen rato, digamos dos horas, que es lo que debería durar una película más o menos soportable. El colmo del conservadurismo, unos personajes que se quedan fijos sobre una escena y nadie hace nada. Una suerte de museo de cera de lo que vendría a ser una historia. Y ahí lo tienen, la historia más perfecta de todas, el héroe que se queda en casa mirando el techo, un héroe bien fácil de imaginar hoy, un héroe menos que mínimo, un héroe sin retorno porque nunca salió. Todo inmovilizado, ni siquiera las plantas y su casi imperceptible inclinación hacia el rayo de sol que apenas acaricia el patio interno de un mono ambiente, por aproximadamente diez minutos. El tiempo pasa porque eso es inevitable, no lo podemos congelar, ni siquiera en una foto. ¿Por qué? Podríamos sacar una foto ahora de ese héroe en la mecedora de su living, contemplarla por un rato y seguir con lo que sea que se tenga que seguir. Luego, pasadas unas semanas, volver sobre esa misma imagen y entonces hacerse la pregunta: ¿qué pasó? ¿por qué no se percibe igual que la primera vez? ¿por qué siento que cambió la imagen y que yo también no soy igual? ¿Hubo movimiento en la inmovilidad de esa imagen? Cerrar los ojos, y si no pasa nada, quiere decir que la imagen es una cagada y no sirve, no es arte. Pero, a veces y con suerte, se tiene la sensación de que la imagen vista continúa moviéndose dentro de uno, o con uno. Va cambiando la forma de percibir todo lo demás que sería el ritmo tortuga de la rutina diaria. Puede ser una escena, una imagen, una pintura, una escultura, un poema, un algo humano que nos dejó en otro lado, nos depositó en un movimiento que no esperábamos. Y eso se continúa, y nace como una fiebre que impide por unas horas continuar indemne como antes, como el amanecer que no traía más que el pronóstico del tiempo y la parada del 554. Sigue el barrio Rivadavia, donde pasan todas las cosas más importantes del universo, porque es el único lugar desde el que se pueden realizar lecturas que son como esa imagen, esa escena, esa pintura, ese poema, hechos extravagantes que continúan su influencia en el tiempo, aunque no se esté allí, aunque la experiencia se haya terminado. ¿Eso no depende del héroe, del Yo que dice yo? No, nada que ver, depende de otra magia, una cosa que está fuera de uno mismo pero que lo moviliza, lo que significa que se va a meter dentro de uno…si es arte, o así debería ser el arte, o así percibimos el arte desde este micro espacio del multiverso entero. Líneas rojas que no pueden poner lógica y razón sobre cosas que fueron creadas para derribar la lógica y la razón. ¿Quién dijo que este texto tiene que mostrarte algún sentido, tiene que conformarte, tiene que ofrecerte el final adecuado para que vuelvas a dormir una noche de insomnio? ¿quién escribió en algún tratado que dormir por la noche es adecuado para nosotros? ¿serán los mismos que nos dicen que ya nada se puede hacer con el orden establecido en el mundo? Ok, tal vez hay un orden que sí puede ser desestabilizado, pero hay que inventarlo, hay que escribirlo, hay que dibujarlo, hay que soñarlo en una pesadilla insomne. ¿Suena a algo que podría servir para revolucionar esta página, al menos? No, la revolución es ese constante inconformismo que nos puede ayudar a entrar en trance, que sería abrir las puertas perceptivas (y eso fue un choreo de paja nomás) para aceptar ser movilizados por algo que escapa de lo establecido. Bendito sentimiento de felicidad, como gritar un gol de un equipo que no sabemos por qué carajos estamos alentando. No todo es lógica y razón, por suerte, y digo que por suerte porque es esa especie de locura lo que nos permite relacionarnos con el mundo sin explotar de un ataque cardíaco cada noche a la vuelta del chino. Eso, un vino vendría bien porque ya no hay en la heladera –sí, acá se lo toma frío- y se necesita pasar la madrugada lo mejor posible. Igual no te hagas drama, es algo que me pasa a mí, nada más, al escritor que dice a mí o que afirma ser un Yo. Nada de eso existe, lo que sí existe es una escena indescriptiblemente impresionante, una persecución en una ruta en el desierto, unos sonidos, unas músicas, unos personajes, una trama, una novela adaptada a los ponchazos, unos ojos que se cierran para corroborar que es imposible seguir la historia así, porque si la película es buena y vale la pena como obra artística, es imperiosamente necesario tener los ojos bien abiertos, esas escenas van a quedar en la memoria, esas escenas se van a seguir desplazando aunque el héroe esté sentado en la mecedora de su living, en un mono ambiente muy mal iluminado del barrio Rivadavia.


********Sí, puede ser la mejor película del fin de semana:

*****************************humildemente, Juan******************sí, buena forma de recomendar algo***********************


No sabrán de donde vino el golpe

Un presuroso atardecer, de esos que pintan de negro el día más soleado en apenas unos segundos, cortando en seco la inspiración suficiente como para disfrutar una trago más de birra, una pitada más de faso, y hasta ahí los placeres de la vida en el barrio Rivadavia, hoy – sea cuando sea que leas esto -. Perdón, mas la música de fondo que se va a sugerir al final del camino de la lectura, un final que sospecho aliviador, como cuando el angustiante drama televisivo marca Hallmark channel ponía un fundido a negro, dejando más que claro que aquel personaje, con enfermedad terminal desde la presentación de la película, al fin comenzaba su eterno descanso en paz, luego de haber establecido a cuáles personajes secundarios quería más, y a cuáles otros necesitaba sacar de escena para no…,,¿empeorar? ¿se puede empeorar teniendo una enfermedad terminal, o ese es el límite? Calculo que más allá no hay nada, más acá…..otra clase de problemas, inconvenientes, caprichos cagados por el destino. Un camino lleno de obstáculos hacia el cual, dependiendo de quién esté contando la historia, las cosas se van a ir solucionando….más o menos. De las típicas historias esperamos unos típicos finales, como lectores. Cargamos las tintas de los lagrimales a sabiendas de que ese último suspiro del o la protagonista funcionará como contraseña para abrir las puertas del llanto catártico. Después, recordar que “hacía bastante que no lloraba así”, y más tarde un mensaje a alguien a quien se le comenta lo sucedido y se le recomienda pasar por el mismo suplicio, y hasta mañana que la historia empieza nuevamente con el siguiente amanecer…pero tampoco tiene por qué ser así. De esas películas para televisión queda una enseñanza más profunda: la temática está terminada, no hace falta escribir nada que se le parezca a lo que ya se escribió. El mecanismo funciona la primera vez, tal vez la segunda, pero luego pierde el encanto, lo que resulta en un endurecimiento de los espectadores, que encuentran cada vez más imposible eso de empatizar con el/la protagonista. ¿Qué hacer para no sentirse mal cuando no lloramos en una película como esas? Lo más importante sería apagar el televisor, aunque hoy día ya no basta, porque lo que sigue es el algoritmo, que de alguna manera detectó que estábamos viendo ese drama televisivo con enfermo terminal, precipitando una cantidad casi infinita de videos cortos con escenas similares, donde una música lacrimógena de fondo acompaña un abrazo final de amantes sobre camilla de hospital privado. Digo privado porque, por lo general, en esas películas de ese canal los pacientes no tienen problemas con la prepaga o la obra social o el seguro de salud. Enfermos terminales siempre bien atendidos en muy luminosos y ordenados hospitales de estudio televisivo en decadencia. La magia de la televisión, centrarse en un drama que pierde de foco el contexto, siempre dado y nunca bien explicado. Mejor y más dramático sería mostrar cómo carajos hace esa gente para lograr obtener un turno con un oncólogo antes del final con fundido a negro. En la película que me imagino, acá desde una plaza muy muy lejana, el hospital está totalmente abarrotado y no tiene turnos para lo que resta del año, por lo que el protagonista decide internarse en su casa para pasar los que sospecha serán sus últimos días. Y nadie lo puede acompañar porque el año está bastante jodido, y todos sus “seres queridos” están en una: algunos en viaje por la ruta de las changas, otros -que se separaron por segunda vez de sus parejas- no tienen cómo mantener a sus queridos y entrañables niñes. Sayonara a las escenas donde se reúne la familia para cuidar al enfermo, cocinarle, bañarlo, leerle una novela….¿leerle? Imposible, en esta película los libros fueron utilizados para calentar la casa. Sí, ya sé, perdón por eso, estoy tornando mucho más depresivo un drama que ya tiene suficiente con esa sentencia de primera fila: “lo siento, no hay nada que hacer”. “¿Con qué, doctor?” “Sería con su consulta, nadie la va a pagar, porque el ajuste llegó hasta el botiquín de primeros auxilios”. La escena alternativa sería un escape hacia la ruta, una especie de último viaje de egresados sin regreso. Tomar la 226 rumbo a Tandil en un par de motos Harley…..pero eso sería en la película de Hallmark, en esta de la productora barrio Rivadavia, el escape es en autoestop, hacer dedo. Lamentablemente, ese drama termina aún más rápido, porque si bien estamos empezando la primavera, el frío todavía cala hondo en los débiles huesos de un protagonista que muere por hipotermia antes de llegar a Balcarce, en la caja de una Ford F100 modelo 1980, sin VTV y con tres tubos de GNC, con la oblea vencida. Drama que finaliza con el pago de una coima a la policía, para no perder la camioneta, y con el cadáver llegando muy tarde a su propio velorio porque claro que sí, la chata pierde aceite y se queda entrando a la avenida Luro, y andá a salir de ahí un día de semana después de las nueve de la noche…Pero de alguna manera los dramas se van superando y se llega a la escena del final, seamos un poco más amables con lo que queda de la ciudad. Bien, pongamos por caso que algún alma caritativa ofrece su lugar en la habitación medianamente confortable del hospital X. Supongamos que hay enfermeros y enfermeras y médicos y médicas más o menos confiables, como en la película de Hallmark channel. También pongamos por caso que la familia se reúne en su totalidad esa –la que va a ser – última noche del paciente con vida. La escena es triste pero tierna, la familia y algunos amigos se van despidiendo en orden de importancia, para que el drama vaya in crescendo. Así, luego del último beso apasionado, el paciente pone cara estoica con una lágrima cayendo de su mejilla izquierda, entra el doctor con una inyección en la mano. Se supone que va a colocar la morfina en estado puro, pero no llegó la orden, la farmacia no autorizó. La escena se suspende, comienzan las discusiones, hay trompadas en el pasillo, el paciente terminal se tira por la ventana del segundo piso. "¡Qué cagada, cayó arriba de la única ambulancia que todavía funcionaba!". Justo entra una llamada urgente, hay un fiambre en la caja de una Ford F100, por la avenida Luro, casi saliendo de la ciudad.

 

******la música para la escena de lectura con birra y faso sería la siguiente:

***********************************humildemente, Juan***********************esos días en los que me cruzo con una tele***************************Aclaración/recomendación: el título es una frase que extraigo de la novela muy genial "El universo maravilloso" de Bruce Wagner, de la que voy a seguir escribiendo cosas*****************seguro******¡?


El sueño del detective (segundo capítulo)

En el sueño algo se desvanecía, los cuerpos caían sobre cuartos encendidos por faroles a gas , las sombras eran fantasmas dorados que no se ...