Detectives del Rivadavia (capítulo 4)


Las luces de la calle, a lo lejos, están encendidas, como incontables estrellas

¿Cómo sonaría eso en chino, como lo pensó y lo escribió Guo Moruo? En su casa no había nada digno de mención. Su biblioteca era el buscador de la computadora. De ahí extraía cosas que le interesaban, sobre todo las referidas a China. La descripción es fundamental en cualquier novela policial, casi tanto como los diálogos ingeniosos y la trama. ¡Sobre todo la trama! Pero él no sentía nada interesante en ninguno de los casos que llevaban en la comisaría que te tocó en desgracia. Cuántas cosas robadas habían registrado ese día, ya ni se acordaba. Cuántas de esas denuncias eran verdaderos robos, no le interesaba. Que las compañías de seguro se arreglaran como pudieran, no era su jurisdicción mantener a flote el negocio de nadie. Después, las denuncias por violencia intrafamiliar, de género, infantil, sobre animales, sobre objetos en la vía pública, exhibicionismo, sujetos que cagaban en las iglesias, y un sin fin – o él creía sin fin- de pacientes psiquiátricos extraviados por la avenida Jara al fondo, personas que habían sido abandonadas a su suerte o que habían abandonado para su desgracia. Todo un universo imposible de reinsertar en un par de días, papeles y formularios y escuchar gente derramar incoherencias sobre su despacho, y tratar de controlar a aquellos que no querían ser controlados y que solían tener la fuerza de diez toros, la fuerza de la locura. Entonces se preguntaba a quién podía interesarle que Marlowe o cualquier otro investigador viviesen en tal o cual agujero, con una cafetera y un futon agujereado donde apenas si podían descansar, antes de recibir esa nueva llamada que los activaba para seguir el caso que fuera como sabuesos implacables, y de repente el sueño había desaparecido, el alcohol ingerido no les impedía ser resolutivos, los cigarrillos fumados a ritmo frenético tampoco eran causa de muerte repentina por cáncer de pulmón o EPOC irreversible, todas cosas que no podría soportar ni medio día en la comisaría atendiendo cualquier caso. ¿Cómo sería el general del Imperio chino? ¿cómo hablaría, qué preguntas haría para resolver un caso imposible? Se sintió mucho más cercano a todo aquello que no podía imaginar, como cualquier hijo de vecino del barrio Rivadavia. ¿Y qué con aquel pendejo? ¿qué con esa brutalidad de asesinato? ¿qué hacer, cómo hacer? ¿cuándo? ¿lo dejarían avanzar o se tenía que olvidar, como tantas otras veces le había tocado? No se imaginó mirando para otro lado, porque esa vez había rebalsado. Quería que ese fuera el caso bisagra. A partir de ahí, para bien o para mal…a lo mejor era su momento de ser el detective héroe de novela negra. Tal vez sí que alguien estaría interesado en escribir acerca de su casa, de su mono ambiente, de su placard empotrado a pared húmeda compartida con profesora de inglés, que daba clases online para futuros próximos viajeros, porque era más barato y porque ella ya era jubilada. Otro caso, ser jubilado era trabajar más que cuando se era joven. Una fórmula acostumbrada, gastada, aburrida. Tedio. Muerte. Caso sin resolver. Imágenes que no lo dejaban dormir más de un par de horas seguidas. Levantarse por la madrugada, navegar con el celular, buscar imágenes de China. Esa ciudad Imperial, esas escalinatas y ese patio que se asemejaba a un desierto. Un lugar donde se podía sentir la soledad más infame, camino a enfrentar la solemnidad del emperador. Rendir cuentas, siempre rendir cuentas, como la mayoría de cualquier pueblo en cualquier momento de la historia. La mirada fulminante del poderoso, la mirada triste de quien espera repuestas que no llegan. El niño sacrificado en la mesa dorada del palacio Imperial. Un imperio corroído por la propia carne podrida que genera. Él como el general que se queda después de hora juntando los restos, tratando de rearmar las piezas de los cuerpos destazados. Una pesadilla recurrente, una vida recurrente, unos ojos irritados que no saben si lloran o solamente se duelen de no poder descansar un poco más. El sonido del despertador que no sirve para nada. Levantarse del hundimiento del futon, ponerse la camisa azul de reglamento, el pantalón oscuro y unos zapatos negros como la mirada de un cuervo. La mirada. Las miradas. Simuló desayunar un par de mates amargos. Pensó que en China no habría esa posibilidad. ¿Qué desayunaría el general imperial? Se subió al auto, tampoco importó esa descripción. Los policiales eran una boludez. Sus lectores eran una boludez. Sus escritores eran una boludez. Se sintió descompuesto, sería porque no tenía nada en el estómago. Prácticamente eran así todos sus amaneceres. ¿Esas personas que se tiraban sobre los pies del detective, de dónde salían? ¿dónde estaba el giro argumental, dónde se escribía la parte en la que se descubre todo, o casi todo, donde los culpables se exponen al menos para aliviar al lector? Quería leer eso, pero no lo sintió. El desarrollo de su caso se parecía más a la vida del general del imperio chino, un tipo que se imaginó imperturbable, escéptico, incapaz de resolver algo porque sabía perfectamente que ningún crimen puede ser resulto manteniendo la estructura de poder así como estaba. El general recibía la Historia ya escrita, con todos esos signos extraños que no podía imitar, una concatenación de obviedades sostenidas por un mecanismo totalmente hermético, que se auto sustentaba, que solamente lo necesitaba a él como testigo. Lo que la historia necesita son testigos, parte de un público silencioso que sabe y entiende sus limitaciones, horrorosas limitaciones. Seguir llenando formularios, dar la cara con los familiares y amigos de las víctimas, comerse un sumario de algún superior apretado por el poderoso de turno, sacar una carpeta psiquiátrica, hacer como que se va a pescar un domingo de primavera al mediodía. Tomar la ruta 11 por la costa, rumbo a Miramar. Bajarse en algún acantilado, el más desolador de todos. Caminar en ese desierto hasta el altar de las ruinas de un imperio. Mirar un sol que ya no está en el horizonte, descubrir esa última verdad que aparece en el epílogo de cualquier novela policial. Pero terminar con todo en el capítulo 4, para ahorrarle al lector la molestia.

Pienso en el espacio indistinto; seguro que hay una ciudad hermosa

*(los fragmentos en cursiva son del escritor Guo Moruo, de la provincia de Sichuan)   


*******música de policial que no es este:
*******************humildemente, Juan****************************************************

El detective y el libro chino (tercer capítulo)

Todavía no entiendo si este libro es una guía para chinos que quieren laburar en un hotel inglés, o si por el contrario es una ayuda para ingleses que quieran trabajar en un hotel chino, o si es un tratado de convivencia para el barrio Rivadavia, pero en este último caso no cuadra la parte en inglés. Las cosas que se pueden encontrar en la calle, en la esquina de siempre. Es un buen ejercicio, intentar entender un libro, cualquier libro, y sobre todo si es uno escrito en una lengua distinta al español. ¿Que si termino entendiendo algo alguna vez? Supongo que tampoco me terminó de cerrar esa idea, que andá a saber si sea verdad o mentira, de que desde el Ministerio (o secretaría u oficina administrativa con permiso solamente para manejar redes sociales) de Seguridad de la Nación van a crear una especie de agencia para la investigación de delitos graves, algo así como el FBI argento. Y que para eso van a reclutar jóvenes graduados con titulación universitaria al día, y que les van a pagar un sueldo que ni en pedo nosotros en la comisaría que nos tocó como condena soñamos con cobrar alguna vez. Todo lo que llevó a que el malestar en el trabajo empeorara, y que la investigación del asesinato del niño todavía sin identificar se pare en seco. Nadie quiere mover un dedo hasta que se aclare lo otro, hasta que alguien de arriba nos asegure que las investigaciones de homicidios las vamos a seguir haciendo nosotros, y que en todo caso esa nueva agencia estatal o como mierda le quieran poner la vamos a manejar los que estamos acá, los que venimos fumándonos todas las cosas que la sociedad prefiere poner a la sombra. ¿Qué carajos tendrá que ver “restaurant” con “jefe de cocina” para que los chinos lo signifiquen con la misma palabra de cinco caracteres? ¿Cómo mierda se pueden escribir esos caracteres tan complejos, es como si cada uno de ellos fuera un dibujo, cómo hacer para escribir eso con cierta velocidad necesaria para apuntar cualquier cosa a mano? Imagino que les pasará lo mismo con las letras de nuestro abecedario, a los chinos, digo. Alguien entra a mi despacho justo cuando empiezo a dibujar el primer caracter que vaya a saber qué letra designa, o qué letras designa si es que tiene alguna comparación con el abecedario. Es uno de los ayudantes que hace unos meses que está en nuestra comisaría, y que tiene miedo de preguntar cosas porque siente que le debe algo a vaya a saber quién. Y yo le digo que se vaya, que por hoy ya no hay nada para hacer, que igual nadie se lo va a pagar. Veo que se queda y que mira al suelo como intentando tomar coraje para preguntarme algo, por lo que le exijo que lo haga, y lo que dice es lo mismo que el resto de sus compañeros, entonces lo tranquilizo y le aseguro que su trabajo no corre riesgo, que nadie se va a meter con la comisaría que nos tocó en condena, aunque la mera verdad es que ni yo tengo idea qué pueda pasar, porque hace décadas que estoy en este juego en este barrio en esta ciudad en esta provincia en este país, y nunca se termina de saber del todo absolutamente nada, y que las proyecciones son una entelequia, un oasis vacío como los acantilados de la costa que nunca llegamos a ver. Somos del selecto grupo de marplatenses que viven de espaldas al mar, que solo lo visitamos un par de veces al año, cuando hace calor, cuando no hay algún tipo de quilombo que decrete una suerte de “estado de excepción”, pero siempre es el caso, todo el tiempo de nuestro tiempo es un constante estado de excepción. Chef es una palabra que en chino se escribe con apenas cuatro caracteres, parece fácil, lo voy a intentar, el primer caracter y el último se ven accesibles, pero el segundo y el tercero son imposibles. Me gustaría tener un amigo chino para poder consultarle, para que me enseñe a dibujar sus letras, tal vez así pueda empezar a imaginar otra realidad. Quién sabe, hasta por ahí me agiliza para el trabajo policial, a lo mejor descubro otro punto de vista distinto al que tengo ahora como virus que no me puedo despegar, porque solamente se me ocurre que al pendejo que mataron le está dejando de interesar a la opinión pública, y que eso es porque no conviene agitar las aguas cuando está por empezar la temporada de verano, y que los políticos meten su perversa cola para que miremos hacia otro lado ¿FBI argentino? No jodan. También de seguro que el padre del pibe está en Batán o lo asesinaron por ahí porque no le devolvió a alguien más lo que le habían dicho que tenía que vender, y de paso boletearon al pibe por las dudas, por exceso, porque primero se mata y después se pregunta, igual que me dijeron esos policías mexicanos hijos de la chingada virgen de Guadalupe, la virgen de los narcos, la virgen de los muertos, la virgen que nos vigila con su chaleco FBI en inmaculado estado, y el pendejo bien muerto, con el culo desgarrado y ensangrentado porque lo violaron para joder nomás, para que no podamos dormir por lo que queda de la década, para que nos levantemos todas las mañanas queriendo estar muertos, para que reventemos de indignación viendo cómo todas esas muertes salvajes son alimento del Sistema de acumulación que manejan esos dueños de todo, los que cierran los ojos y dan la espalda a la miseria, es el premio que consiguieron por pisar las cabezas que debían, nada personal, un auditorio de aduladores que escuchan decir al ganador cómo le hizo para dejar atrás toda la crueldad que ahora señala en el ojo ajeno, a la distancia del Dios, con hipocresía.  Esa brutalidad no es culpa suya, de eso debe hacerse cargo alguien más, no en su nombre, no con su ganancia, todo legal porque él mismo impuso las reglas. ¿Cómo dibujar en chino la frase “por favor, otro vaso de Whiskey, y que sea doble”? Empiezo por la primera letra, la termino pero no parece bien dibujada. No va a significar lo que quiero. Parecido a la investigación, al FBI del barrio, a la comisaría que nos tocó en condena. Veo todo perfectamente, no lo puedo escribir, promesas que se hacen para no cumplir.


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******************humildemente, Juan*****************hard on the rock's*************policial (o lo que sea) parte 3*************

El sueño del detective (segundo capítulo)



En el sueño algo se desvanecía,

los cuerpos caían sobre cuartos

encendidos por faroles a gas,

las sombras eran fantasmas dorados

que no se condecían con nada humano,

eran siluetas de cuerpos deformados,

rostros elefantinos con torsos

reptilianos / serpentinos,

reflejos de seres de otro plano.

Había una sensación de olvido,

una angustia descalza

que superaba al miedo

o que era el peor de los miedos,

el aire no existía y hacía frío.

Otro cuerpo se levantó de la nada

y consiguió la atención de la escena,

parecía el asesino perfecto

pero no se confesó;

las habitaciones desaparecieron,

los cuerpos se desintegraron,

las sombras marcharon

tras el asesino perfecto,

condenadas por un puto sueño,

la equivocación del detective

que no puede resolver el caso,

siempre es tarde…

 

Esa sería la maldición de este trabajo de mierda, llegar siempre tarde, y que todo el mundo te caiga encima, se cague en vos, te tire las culpas desde todos los sectores, desde arriba enterrado por la mierda de los superiores, desde abajo empalado con bosta del pueblo que necesita un culpable todos los días, y el que tiene la cara perfecta de la derrota es el detective o llamalo comisario o encargado de la investigación del asesinato que sea, y ahí está mi cara de boludo, del que estuvo despierto las últimas mil horas cagado de hambre y de frío, buscando un rastro de un hijo de puta psicópata que liquidó a un pendejo por vaya a saber qué pelotudez, a lo mejor un partido de fútbol o una bolsa de merca o una docena de empanadas que no llegaron nunca, cualquier pavada, un estruendo en la noche de un barrio del orto que justo cae en la comisaría en la que te toca estar a cargo, a cargo de una manada de incompetentes que apenas saben cargar un video de Youtube en el celular para hacer como que esa noche están de “guardia” y cobrar unas miserables horas de “corazón” que son en verdad un regalo hacia la nada desde la nada, porque nos dicen que lo mejor es hacer presencia, estar ahí, pasar con los patrulleros hechos pelota por el “territorio” y si hay suerte esa noche es tranquila y no pasa nada nomás alguna pelea entre dos “fisuras” o un celular o una moto zarpados en la esquina y que ojalá no sea justo en la esquina de la comisaría de este barrio de vírgenes violadas y santos empalados por el culo, pero de repente en un segundo un estruendo y cae un menor de edad y la sangre y los vecinos indignados y el más corrupto de los intendentes de la historia de la ciudad que de pronto se acuerda de que existe ese barrio y que de puta casualidad está en la ciudad que preside, y qué cagada que mejor resuelva rápido o la pague el pelotudo del comisario o el forro que esté a cargo de la investigación, de última que entreguen a cualquier perejil para salir del mal rato y patear para delante, con suerte la familia del pendejo no tiene donde caerse muerta y podemos arreglar por otro lado, y resulta que no soy tan garca, no me da el corazón, creo que hay que hacer un trabajo policial más o menos válido, y para peor la cosa se complica con la llegada de esos dos “especialistas” mexicanos que dicen saber un montón de asesinatos, aunque de lo que saben es de tequila y tortillas de maíz que recuerdan todo el tiempo y de cadáveres sin identificar que enterraron en una fosa común en Santa Teresa porque nadie reclama nada después de un tiempo, la filosofía del “todo pasa y nada queda” “todo lo sólido se desvanece en el aire” y acá en el Rivadavia no queda solidez alguna y el aire es una mierda de baño de comisaría, y nada pasa porque ya pasó todo lo que nos trajo hasta este punto, y todavía hay un cadáver de un niño sin identificar, mucho trabajo por encarar, muchas más horas de vigilia y café y otras sustancias para estar despierto para poder poner la cara de boludo derrotado por la Historia ante quien corresponda, esté arriba o debajo de la línea de mando, porque ese es el inicio de esta escena espantosa, un catalizador que es un detective condenado a la nada.


***música de fondo del cap 2:

*************************+humildemente, Juan Scardanelli*************


Detectives del Rivadavia (primera aproximación)


 

¿Qué es lo que me dirá si un insecto sin tiempo

dice que el mundo se consume? (Aquí en esta primavera, Dylan Thomas)


A veces, o muchas veces, o casi todas las veces, pasa que el mismo planeta nos demuestra que estamos completamente equivocados en eso de segmentar el tiempo y trazar líneas para contener el espacio. Pero por pura arrogancia y pereza intelectual, seguimos todos los días como si fueran un mismo envase, entramos al mismo cine a esperar que las imágenes y los sonidos nos devuelvan la lógica que ya tenemos adquirida desde que caemos al mundo, en ese llanto lleno de dolor que anticipa el resto de lo que se viene, aunque al final sabemos que puede que espere una sonrisa, una de esas que son en verdad un gesto a medias que se interpreta como un “ya fue, creo que hasta acá estuvo bien”, una sonrisa eutanásica. La prueba del error radica en que estos días el frío y la lluvia cambiaron la idea de una primavera, junto con el humor en el barrio Rivadavia, teñido de gris oscuro por el descenso de Alvarado y el asesinato de un pibe que no salió en los medios de comunicación. Las noticias se cuelan en cualquier espacio de red social sin la elegancia de una clasificación tipo noticiero, que acompaña con registro y gesto de informantes cada una de las secciones y apartados de novedades que son en verdad un eterno loop, porque Alvarado juega todas las semanas y lo seguirá haciendo, y en las calles invernales de la ciudad siempre aparecerá un nuevo cadáver. ¡Qué contexto para un buen mal policial clase B! Con detectives trasplantados desde Los Ángeles hacia la comisaría (de)Cuarta / Quinta (o el número que corresponda al cadáver arrojado por esa zona). Unos detectives acostumbrados a primaveras secas y desérticas en la frontera sur de Estados Unidos, en la frontera norte de México, siempre con equis, siempre con sombreros de alas anchas, enchiladas picantes y pistolas que resuenan en la noche de Santa Teresa, mientras el detective salvaje mete sus narices en un basural cercano a la maquiladora PanMex - o como chingadas se llame esa empresa multinacional que paga un dólar por media jornada de un trabajo insalubre- donde descubre el centésimo cadáver de mujer asesinada en el año. Detectives que no descansan nunca, porque sus noches son una pequeña luz de cigarrillo consumiendo el horizonte que no comprenden, con el frío de una sociedad que se les hace la incógnita más grande de sus vidas. Detectives que deciden escapar de su propio infierno, para encontrarse con otro mucho más al sur, por recomendación de la embajada que sabe de la experiencia que llevan desenterrando y oliendo restos de carne chamuscada, fragmentos de cuerpos en estado de putrefacción, todos cadáveres mal escondidos o escondidos a medias, todos cuerpos asesinados que reclaman autoría, familias, vecinos, pueblos, la nación entera sobre esos dos cuerpos que son también cada vez más cadáveres en vida. Ellos dos, los detectives de Santa Teresa, los que alguna vez también trabajaron en Los Ángeles, asesorando a esos otros gringos que les tomaban el pelo, porque sus cadáveres tenían perfume, eran cadáveres de paseo de la fama, estrellas enterradas por sobredosis y algún cuerpo afronorteamericano violado y sacrificado en el anonimato, porque a esos pinche cabrones solamente les interesa lo que puede llegar a darles fama y dinero. Pero en Argentina sabían que su cementerio se iba a extender.  Un puente, cabrones, un puto puente hay entre este barrio condenado y nuestro Hermosillo o Santa Teresa. Puede ser, pero acá tenemos menos recursos, por eso necesitamos que nos den una mano, ¿entienden eso?, sería la voz del comisario de la seccional número tal, poco importa porque ¿quién carajos denuncia algo en la comisaría que corresponde? Cabronazos, las comisarías son todas la misma, los cuerpos hay que desenterrarlos igual, traten de no mamarla y destruir la escena del crimen, eso lo conocen de alguna serie gringa. Las risas cómplices hicieron cierto ruido en la noche, que ya tenía menos de diez grados, pese a ser primavera. ¿A esto le llaman primavera? No mames, buey, si no siento las manos. Pasa que el tiempo, a veces, hace estas cosas, como cuando encontramos un cuerpo destazado en un basural, nos cambia las reglas de la lógica, sabés, porque a partir de ese instante el tiempo y el espacio se transforman, corren para otros lados, rompen la línea sintagmática. ¿Qué chingadas dices buey? Que se nos cambia por completo el transcurso del día, ¿qué digo del día? De la vida entera. Muchos colegas quedan completamente chiflados cuando pasa algo así, un crimen brutal, el cuerpo desfigurado de un niño o una niña, los llantos de la familia, la indignación y la pueblada contra la comisaría. Entiendo, buey, después cada uno de los que estuvimos ahí llevamos ese cadáver a nuestros sueños, el olor del cuerpo en descomposición no se nos quita por meses, a veces años, y así seguimos como cadáveres nosotros también, consumidos por el mismo insecto. Exacto. Y el diálogo va a seguir por las próximas diez horas, con pausas para tomar un café horrible sin azúcar y comer alguna factura del día anterior, que causará a los detectives mexicanos una acidez que llamarán “del pinche barrio Rivadavia”. ¿Y quién chingadas fue ese Rivadavia, era patriota? Sí, era un nombre que aparecía en los cuadernos de la escuela primaria y en el sillón donde supuestamente se sientan los presidentes, aunque en realidad ahora es una pieza de museo. ¿El presidente? No, el sillón. Las risas se contagiaron como para sacudir un poco el frío. El cuerpo sin vida del niño fue desenterrado del micro basural de la esquina de siempre. Mierda, era apenas un pendejo. Qué cabrones, igualitos a los de allá. El caso cayó en la fiscalía número tanto, a cargo de un tal señor que había abusado de su empleada doméstica. Pero pasa en nuestra patria también, bueyes, no se vayan a creer, nadie puede andar con los ojos para adelante, nadie puede pisar los costados de la ciudad sin sentir que se está muriendo todos los días un poquito más.  


****Este policial debería empezar con la siguiente música:

*********************************himildemente, Juan*******************************en plan policial barato*************continuará...........

Metonimia



Metonimia

“Él sabía de memoria el alfabeto de la muerte” (Dylan Thomas, Cuando los cerrojos del crepúsculo)

 

Una cosa que no podía evitar aún queriendo:

que la presión le bajara

después de fumar,

eso y lo que nos pasa a todos:

un  sentimiento de agotamiento y desaprehensión

en cuanto al estado actual del mundo,

una metonimia al revés,

tan pesada como la avenida Jara

a esa determinada altura

donde hay un auto estacionado

y totalmente chamuscado

frente a una casa

que es un aguantadero,

ahí justo donde compra

las sustancias que le hacen

bajar considerablemente la presión

mientras contempla un cuarto de cielo

en el medio metro cuadrado

de lo que sería o fue un patio….

 

……………………………………………..”La estupidez –dijo Fate- la variedad interminable de formas con que nos destrozamos a nosotros mismos” (Roberto Bolaño, 2666)

 

Una mujer con pelo largo y cano,

Inmortalizada mientras lee

un capítulo de una novela

donde una joven cruza

la frontera porque acaba

de matar a su esposo,

uno de esos tantos tipos

que habían abusado de ella,

tal vez el más posesivo,

el que había pagado por todos;

un ojo de cerradura

que retrata lo que no entiende,

la realidad de lo instantáneo,

un auto incendiado a la salida

del paso fronterizo,

unos policías borrachos

con ánimos de apostar

sus viejas armas

-que vaya a saber si funcionaran bien-

en la siguiente mano

del juego que sea,

tal vez Guillermo Tell

con William Burroughs de asistente;

los ojos de la mujer

que ya conoce demasiado

esa historia que lee

por hacer algo

un domingo a la tarde,

el ojo de la cerradura llora

y nunca se sabrá por qué,

ni siquiera diez años después

viendo esa misma foto

repitiendo esa misma historia.

 


***música de fondo sugerida para este tramo:

*************************humildemente, el yo que dice Yo*********hasta que no pueda más***********************

El castillo infinito

Un tipo está a punto de ser alcanzado por alguna especie de justicia en formato samurái, cuando desde sus entrañas empieza a crecer un abismo, que pronto va formando un castillo que se alimenta de su propia energía, generando nuevos espacios y recovecos a la velocidad de la luz, o similar. Esto da pie al inicio de un camino que no pareciera tener fin, para un grupo de héroes más bien limitado, que encuentran en cada nueva habitación un nuevo enemigo a enfrentar hasta la muerte, sus propios fantasmas. Entonces el espacio que parece infinito y vertiginoso su tiempo, de golpe se retrae, se concentra en una sala minimalista y casi claustrofóbica, donde el reloj comienza su camino en retroceso a velocidad crucero, la apacible y destructora visión del pasado. Toda esa doble locura, doble velocidad, a punto de hacer volar el espacio en mil pedazos, pero nunca llegando a tal extremo. Y ahí ya nada importa si se es héroe o demonio, porque todo condensado se mezcla en una historia que bien podría ser la de cada una de las personas que imaginamos esa película. O tal vez no sea más que la realidad, una ruta con dos direcciones pero con espacio para circular solamente en una, y avanzar a doscientos quilómetros de ida para volver a veinte al punto de origen, y llegar a un destino que ya no es el mismo que dejamos, que soñamos. La sala del cine se proyecta sobre la avenida Independencia, los bancos a la madrugada tienen su flujo de gente, que por lo general es más amable que la que se puede proyectar durante el día. Hay un héroe también, que tiene los ojos perdidos, las pupilas dilatadas, como si hubiese visto el corazón secreto de la ciudad, o se hubiese tomado todas las drogas de Sierra de los Padres. Como sea, algo en sus ojos dice que su visión es única, que su manera de caminar es flotar en la luna, que está en cueros con diez grados porque no tiene mucho que ver ya con este mundo. Y tiene una bronca sin pasión. Una necesidad de expresar esa bronca, pero solamente contra objetos sin vida. Entonces encara las persianas cerradas de los comercios y las golpea con toda la furia contenida en sus nudillos, que misteriosamente no sangran. Pasa la gente, lo mira, pero él no parece percatarse de que existen, solo están las cosas y la rabia que generan con su imparcialidad, la estructura metálica de la parada del colectivo, un cartel con la propaganda del que será el próximo candidato a presidir un lugar que no quiere ser presidido por nadie, porque es una cosa también, y da mucha bronca. Y los nudillos rebotan descargando las frustraciones de todos los espectadores que estamos allí, engañados por un espacio que se figuraba infinito y que al final solo guarda pequeños recovecos donde nos esperan nuestros peores miedos, nuestros fantasmas de siempre. La ilusión del vertiginoso futuro, que solo tiene una versión corregida con nota al pie de un pasado remanido para ofrecer. Noticias que se parecen demasiado, con solamente un cambio de formato, uno que ni siquiera nos da la oportunidad de golpear con esos nudillos para descargarnos. El héroe sigue su derrotero por la noche infinita de la avenida, ante la atónita mirada de quienes no se animan a golpear todas esas cosas construidas para fulminarnos. Es inminente la llegada de la patrulla, esa banda de matones destinada a proteger todas esas cosas que no se deben tocar, son propiedad privada, son de alguien más, todas con el mismo o los mismos pocos dueños. “De un paso atrás o le disparo”, le gritan al héroe, que retrocede ante el peligro de las armas de fuego. Alguien se acerca para esposarlo, pero logra zafarse con una habilidad impropia para su estado físico. Se suma otro miembro de la patrulla, y ya son dos los que persiguen con sus armas al héroe, que continúa su gambeta eterna, con la luna rielando sobre su cuero invicto. Las horas pasan y la persecución es infructuosa. Los espectadores comienzan a aburrirse, porque el duelo nunca llega a su fin. Y esa es la única realidad posible. Un sentido de la ruta. El castillo no es tan infinito como quisiéramos imaginar. En algún instante las cosas se vuelven insoportables, y hay que estallar con ellas o dejarlas estallar solas, o estallar uno mismo contra las pandillas que controlan la moral y todas esas situaciones que no existen para ser controladas. Ya no me acuerdo si esto era parte de la película, o tal vez la película va llegando a su final así nomás. Un héroe que continúa su camino por la noche desierta, una patrulla torpe que lo sigue para aumentar su brillo en la noche, un espacio que es un reino en ruinas, lleno de espectadores de la nada, que no pueden entender cuál carajos es la diferencia entre un samurái y su espada. Vuelta al inicio, cuando casi llegamos a la resolución del dilema planteado, la pelea antes del big bang que generó el castillo infinito. ¿Importa ahora la conclusión? Supongo que se fue terminando la noche. Supongo que las luces se fueron apagando con el lento amanecer. Supongo que el pasado hizo de las suyas. Supongo que el tiempo empezó a caminar hacia atrás, cada vez más lento. Supongo que esa es la patrulla persiguiendo mis huellas futuras, que se plantan en el presente de las cosas, para ver si entienden algo de lo que les llega del pasado. Fantasmas, laberintos, héroes y demonios, todo lo que encierran las historias en una sala de cine o en la esquina de la avenida Independencia y Belgrano, más la patrulla de ortivas que intenta contener lo que se derrama a los costados.


****eso fue una recomendación cinematográfica más o el inicio de un historia. Esto es una música que me encantó:

********humildemente, juan†***********y nada más que escribir*******


Escena en una playa

Una porción de arena les comía los tobillos, mientras caminaban charlando contra el viento sur. Una escena que nadie, con dos dedos de frente cinematográfica, rodaría esa tarde. No, ni en ese espacio ni en ningún tiempo. Pero se suele suponer que las mejores ideas surgen en los peores contextos, como si fuera una película sobre cómo nació esa película tan buena, una suerte de precuela o prólogo necesario para explicar innecesariamente razones de grandes éxitos. En fin, un detrás de escena, un especial por si acaso la película la pega. ¿Qué sería pegarla? ¿lograr contar una historia más o menos con sentido? ¿o lograr contar unos personajes totalmente perdidos?...en una playa, fuera de temporada, con viento sur moderado, ni fuerte ni suave. De la escena hay que tomar unos planos especiales, cosas al parecer insignificantes pero que después son la narración en sí, a medida que avanza la trama, como las uñas pintadas de uno de los dos personajes, mojándose con la crecida del mar, intermitentemente en la orilla. Un sonido de fondo, que es más bien un zumbido acristalado, que habrá que imaginarse cómo sonaría, no queremos realismo en la escena porque para eso está la vida. El plano se corre de los pies de uñas pintadas hacia el rostro del otro personaje, que realiza un gesto que parece melancólico o apenas divertido. Es, en cualquier caso, un gesto contenido. La escena parece tomar un desenlace lento, como de tortuga masticando un caracol. Reitero, no es una escena realista, no busquen referencias en la rutina diaria, ni sonidos que se correspondan con lo que ven mientras leen. Este es una especie de viaje al pasado, que se caracteriza por su lentitud, porque hay que escarbar donde hay mucho fondo, mucha materia informe. Momento del flashback: el personaje del gesto contenido intenta recuperar otro paseo en otra playa, en otro tiempo, en otro clima, con otro sonido, con otras uñas pintadas, junto a otra persona con la que alguna vez se imaginó pasando el resto de su vida. En presente, ese recuerdo le hace cambiar el gesto, la cámara lo enfoca pero no lo entiende, esa mirada a los pies con las uñas pintadas de la persona con la que comparte el paseo y lo vertiginoso del presente, que sí se expresa a toda velocidad. Es el ahora frenético de la escena. El foco de atención se va hacia el cielo nublado, en el horizonte. La cámara muestra la línea que separa al cielo del mar. Parecen casi la misma cosa, pero no lo son. Parecen destinados a ser uno, pero no. Los dos simulan un mismo tono de gris. La lluvia amenaza. El futuro prefigura una complicación. Del cielo caen las primeras gotas saladas, la escena sigue ahí. Una voz fuera de foco se escucha tímidamente, como a la distancia, como no queriendo preguntar lo que, finalmente, no puede evitar preguntar: “Vos ya no me querés, ¿no?”

Una música se apodera del ambiente, mientras vemos que del cielo las gotas intensifican su caída. El cielo y el mar, cada uno por su lado.

Fin de la escena. No hace falta contar nada más.


*****esa música de fondo:

************************************+humildemente, Juan***********************+un trozo de ficción****************


Detectives del Rivadavia (capítulo 4)

Las luces de la calle, a lo lejos, están encendidas, como incontables estrellas ¿Cómo sonaría eso en chino, como lo pensó y lo escribió Gu...