Yo, soy yo: ¡mi yo ha saltado por los aires (Guo Moruo)
La condena
final se parecería a una elegante y muy inútil resignada experiencia, como esos
detectives mexicanos y su maldita costumbre de no sorprenderse por nada, por
más que el cadáver frente a sus ojos esté desangrado y sacando las tripas por
la calle, una mañana fría de una primavera con viento como en el infierno, y
ellos nada porque su desayuno en Santa Teresa es servido por la sanguinaria y
más aparecida de todas las Madonas santas, bolsas de residuo con cabezas de
cadáveres bendecidos por la Guadalupe, que viene a caballo apocalíptico que
cocea porque no soporta ver más tanta muerte, y la Virgen de la Sangre que es como la parca lo hace ver de frente la
crueldad del mundo que ella parió, ese contexto que se abre a través de los
ojos de esos chingados detectives, que no dejan de mostrarme ahora en el
recuerdo que las cosas que suceden en el mundo son peores que las que
acostumbraba a ver cada día en el Barrio Rivadavia, en La comisaría que te tocó en desgracia, un intento de sucursal del
tren fantasma menos calificado del continente sur, con el ayudante perfecto que
es un pobre estudiante eterno que ni siquiera sabe cómo usar la cafetera porque
el café es todos los días una especie de ácido muriático color petróleo, ¿y a
quién carajos se le ocurre comprar un café tan malo, no se supone que el mismo
Cabrales nos provee acuerdo mediante? Supongo que no paga impuestos, o paga muy
pocos, o tiene una comisaría de las lindas, las equipadas, a su entera
disposición, tanto para él como para su acaudalada familia, familias que sí van
a tener su seguridad y su justicia garantizada a base de granos colombianos,
como bolsas de falopa que sé muy bien que más de uno se toma por acá nomás, a
la vuelta de esta maldita oficina de comisaría, la que solamente tiene un
objeto importante y es ese libro hotelero escrito en chino y explicado en inglés,
una suerte de puente hacia el espacio exterior, como si fuera volver a la
hermosa caverna azul de la infancia donde uno soñaba con cualquier otra cosa
diferente a la que finalmente resultó ser la vida, y en eso no hay manera, no
hay forma, la cueva y el recuerdo romántico, ese pendejo que era el santo del
barrio y que reía y jugaba con los otros gitanitos, que molestaban al verdulero
tirándole petardos entre los cajones de verdura, y entonces retarlos pero con
una sonrisa porque sabemos muy bien en qué anda el verdulero, al menos ese, no
hay que generalizar ya lo sé, me esfuerzo mucho con eso porque me lo pidió la
psicóloga de la policía, una que supuestamente sabe muy bien de nuestros
problemas y que viene con la obra social, casi gratis, y que nos da puntos para
no terminar siendo expulsados de la comisaría por volvernos completamente
chiflados, y con eso también me dijo que tengo que ser cuidadoso porque las
susceptibilidades y qué se yo, por mí que se vayan todos a la mierda y mejor me
quedo con los dibujos chinos, y los poetas chinos que por lo general dicen
cosas muy precisas y que puedo entender, no se ponen a exagerar o a adornar en
demasía sus versos, son poetas que un comisario puede entender a pesar de la
distancia, a pesar de no poder imaginar qué estaban viendo o pensando cuando
escribieron lo que escribieron, cuando escribían lo que escribían, cuando elegían
esos signos raros en lugar de otros, todo lo que no sé, todo lo que nunca voy a
saber, todo lo que pasó esa tarde y esa noche con ese pibe, y quién carajos
pudo hacer esa brutalidad que cuesta pasar por alto cada noche antes de
intentar dormir, y ojalá me hubiera tocado ser un chiflado del todo, que mi
cerebro se protegiera de esta realidad que esa virgen me preparó, la muy perra,
la mal parida, eso que no estoy en su jurisdicción, pero parece que los santos
y las vírgenes se cagan en las fronteras, tienen todos los pasaportes al día,
se filtran por aquí y por allá, imagino que hasta el general Imperial de China
tuvo que lidiar con ellos, pero siempre defendido por sus dioses y diosas y
dragones y bestias de todo tipo que tuvieron miles de años más para crecer fuertes
y quedarse en la cabeza de cada uno de los habitantes de la Ciudad Prohibida, dictándoles
verdades mucho más trabajadas que las de los débiles mensajeros papales que
vinieron mucho después, pero a quién le importan esas cosas, a un perejil como
yo, uno de esos pobres tipos que tienen que pasar la vida poniendo la cara por
otros para….¿para?
En el sueño
algo no encajaba,
había
signos que no entendía,
se
desvanecían sobre un patio,
un patio
como un infierno,
el lugar
donde las cosas
van a
perderse
hasta dejar
ese rastro
que impide
salvarlas,
por más que
la sombra
se recueste
sobre el cielo,
la gota cae
y todo se diluye,
los signos
cambian de forma
antes de
que sea posible
entender
algo más allá
de la
propia angustia,
entonces
cabalgar hacia la lógica
para que se
apaguen los fantasmas,
volver a
pensar en esas letras
que eran
las de siempre,
las
conocidas, las del buen día,
buenas
noches y que ande bien,
las de la
falsa normalidad,
las cosas
que ponían en valor
una
realidad que no era real,
lo preestablecido
que apenas
servía
para seguir
adelante
con cierto
equilibrio,
un diván
donde explicar
que los
anteojos se ajustan
a lo
necesario para poder
seguir
respirando
un día más,
pero algo
no encajaba
y siempre
se aparecía
por la
noche,
cuando la
lógica
guarda su
cuchillo
debajo de
la almohada.
Yo corro que vuelo, yo grito como un loco, yo me enciendo. Como en el infierno, yo me consumo en llamas (Guo Moruo)
******* y esa China girl para musicalizar la ocasión:
*************************+humil-de-mente, Juan**************************************sí, el de la foto es el poeta Guo Moruo, dibujando sus letras************
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