Detectives del Rivadavia (capítulo 5)

Yo, soy yo: ¡mi yo ha saltado por los aires (Guo Moruo)

La condena final se parecería a una elegante y muy inútil resignada experiencia, como esos detectives mexicanos y su maldita costumbre de no sorprenderse por nada, por más que el cadáver frente a sus ojos esté desangrado y sacando las tripas por la calle, una mañana fría de una primavera con viento como en el infierno, y ellos nada porque su desayuno en Santa Teresa es servido por la sanguinaria y más aparecida de todas las Madonas santas, bolsas de residuo con cabezas de cadáveres bendecidos por la Guadalupe, que viene a caballo apocalíptico que cocea porque no soporta ver más tanta muerte, y la Virgen de la Sangre que es como la parca lo hace ver de frente la crueldad del mundo que ella parió, ese contexto que se abre a través de los ojos de esos chingados detectives, que no dejan de mostrarme ahora en el recuerdo que las cosas que suceden en el mundo son peores que las que acostumbraba a ver cada día en el Barrio Rivadavia, en La comisaría que te tocó en desgracia, un intento de sucursal del tren fantasma menos calificado del continente sur, con el ayudante perfecto que es un pobre estudiante eterno que ni siquiera sabe cómo usar la cafetera porque el café es todos los días una especie de ácido muriático color petróleo, ¿y a quién carajos se le ocurre comprar un café tan malo, no se supone que el mismo Cabrales nos provee acuerdo mediante? Supongo que no paga impuestos, o paga muy pocos, o tiene una comisaría de las lindas, las equipadas, a su entera disposición, tanto para él como para su acaudalada familia, familias que sí van a tener su seguridad y su justicia garantizada a base de granos colombianos, como bolsas de falopa que sé muy bien que más de uno se toma por acá nomás, a la vuelta de esta maldita oficina de comisaría, la que solamente tiene un objeto importante y es ese libro hotelero escrito en chino y explicado en inglés, una suerte de puente hacia el espacio exterior, como si fuera volver a la hermosa caverna azul de la infancia donde uno soñaba con cualquier otra cosa diferente a la que finalmente resultó ser la vida, y en eso no hay manera, no hay forma, la cueva y el recuerdo romántico, ese pendejo que era el santo del barrio y que reía y jugaba con los otros gitanitos, que molestaban al verdulero tirándole petardos entre los cajones de verdura, y entonces retarlos pero con una sonrisa porque sabemos muy bien en qué anda el verdulero, al menos ese, no hay que generalizar ya lo sé, me esfuerzo mucho con eso porque me lo pidió la psicóloga de la policía, una que supuestamente sabe muy bien de nuestros problemas y que viene con la obra social, casi gratis, y que nos da puntos para no terminar siendo expulsados de la comisaría por volvernos completamente chiflados, y con eso también me dijo que tengo que ser cuidadoso porque las susceptibilidades y qué se yo, por mí que se vayan todos a la mierda y mejor me quedo con los dibujos chinos, y los poetas chinos que por lo general dicen cosas muy precisas y que puedo entender, no se ponen a exagerar o a adornar en demasía sus versos, son poetas que un comisario puede entender a pesar de la distancia, a pesar de no poder imaginar qué estaban viendo o pensando cuando escribieron lo que escribieron, cuando escribían lo que escribían, cuando elegían esos signos raros en lugar de otros, todo lo que no sé, todo lo que nunca voy a saber, todo lo que pasó esa tarde y esa noche con ese pibe, y quién carajos pudo hacer esa brutalidad que cuesta pasar por alto cada noche antes de intentar dormir, y ojalá me hubiera tocado ser un chiflado del todo, que mi cerebro se protegiera de esta realidad que esa virgen me preparó, la muy perra, la mal parida, eso que no estoy en su jurisdicción, pero parece que los santos y las vírgenes se cagan en las fronteras, tienen todos los pasaportes al día, se filtran por aquí y por allá, imagino que hasta el general Imperial de China tuvo que lidiar con ellos, pero siempre defendido por sus dioses y diosas y dragones y bestias de todo tipo que tuvieron miles de años más para crecer fuertes y quedarse en la cabeza de cada uno de los habitantes de la Ciudad Prohibida, dictándoles verdades mucho más trabajadas que las de los débiles mensajeros papales que vinieron mucho después, pero a quién le importan esas cosas, a un perejil como yo, uno de esos pobres tipos que tienen que pasar la vida poniendo la cara por otros para….¿para?

En el sueño algo no encajaba,

había signos que no entendía,

se desvanecían sobre un patio,

un patio como un infierno,

el lugar donde las cosas

van a perderse

hasta dejar ese rastro

que impide salvarlas,

por más que la sombra

se recueste sobre el cielo,

la gota cae y todo se diluye,

los signos cambian de forma

antes de que sea posible

entender algo más allá

de la propia angustia,

entonces cabalgar hacia la lógica

para que se apaguen los fantasmas,

volver a pensar en esas letras

que eran las de siempre,

las conocidas, las del buen día,

buenas noches y que ande bien,

las de la falsa normalidad,

las cosas que ponían en valor

una realidad que no era real,

lo preestablecido

que apenas servía

para seguir adelante

con cierto equilibrio,

un diván donde explicar

que los anteojos se ajustan

a lo necesario para poder

seguir respirando

un día más,

pero algo no encajaba

y siempre se aparecía

por la noche,

cuando la lógica

guarda su cuchillo

debajo de la almohada.

 

Yo corro que vuelo, yo grito como un loco, yo me enciendo. Como en el infierno, yo me consumo en llamas (Guo Moruo)


******* y esa China girl para musicalizar la ocasión:

*************************+humil-de-mente, Juan**************************************sí, el de la foto es el poeta Guo Moruo, dibujando sus letras************

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