“Tuve la curiosa sensación, al ver desaparecer la casa, de que había escrito un poema que era muy bueno y lo había perdido y nunca volvería a encontrarlo” (Raymond Chandler, La ventana alta”)

 

POZO CIRCULAR

 

Algo de circular,

un ir y volver

en transición

hacia los mismos lugares,

las mismas quebradas,

los baches del tiempo

y todas esas personas

que no los pudieron rellenar,

distraídas por las propias

heridas que siguen sangrando,

mucha sal en el cuerpo,

la densidad de historias de mierda,

una colección de gestos

y palabras correctas

que no decían nada,

tapar la superficie,

doler menos sin un fondo,

cerrar los ojos en esa parte

para que no exista,

aunque no sepamos bien

si la cosa funciona así,

un llamado telefónico

con aliento a pasado,

con el reverdecer de

una historia de tumba,

el cadáver de un

paseo de domingo

con muy pocas ganas,

que después se extrañará

porque somos esas

creaturas desconformes,

bandera de conmiseración,

y qué lástima que no estamos ahí

y qué dolor vernos hoy

y qué hicimos con esos lugares,

por qué no tapamos mejor,

caer ahí otra vez

pero más profundo

y sin excusas,

idos y vueltos

hasta que suene el fondo

y aceptemos el vacío.

 

 **************y algunas situaciones más que me guardo esta semana, que de seguro suena mejor con esa música de fondo:

****************************humildemente, Juan********estoy teniendo problemas para respirar****************el frío, Courtney, qué se yo*************


Calor ortográfico, texto pasillo

Es lindo pensar siempre en que lo mejor está por venir. Un engaño necesario para no volverse un pesimista infumable, de esos que sobran en los pasillos del barrio Rivadavia. Y hablar de ese lugar, y no de otro, puede ser el principal objetivo de estas líneas otoñoinvernales, con un caño roto de fondo en la cocina de un monoambiente que no da más de frío. Las lluvias catastróficas, el cambio climático para mal, porque podría tratarse de una variación piola. No estaría siendo el caso, aunque pensemos ¡por favor! Que lo mejor está por venir…el pasillo es ese espacio más largo que ancho, más angosto que corto, por el que indefectiblemente las personas se cruzan. Pero no solamente eso, lo característico y peculiar de ese cruce es que viene acompañado de un contacto involuntario, las más de las veces un roce. No suele haber suficiente espacio para pasar dos (y ni hablar más) personas sin tomar contacto, y el drama del contacto hoy es un párrafo aparte. La cruel realidad escritural de este espacio impide la existencia de párrafos ¿A que no se habían dado cuenta? Las palabras se van apilando en oraciones, pero nunca aparece el corte aparte, ese punto que permite respirar a un ritmo mucho más hondo, un tiempo determinado por maestras de escuela para poder diferenciarlo del resto de los signos de puntuación. Me acuerdo a la distancia cada vez más sideral: “la coma es apenas un descanso en la lectura, como si se tuviera los pulmones de un gato” “el punto seguido es una pausa más larga, pero no más allá de dos segundos, porque el tema se continúa, no hay un salto hacia otra cosa” “ahora, el punto aparte es el salto al vacío, comprende un cambio de cosas, de tema, de personajes” Y ahí comienza el capítulo traumático en mi vida…Acostumbrado a vivir en casa tipo PH con pasillo largo y angosto, con vecinos que pasaban y rozaban y saludaban y puteaban, la noción del punto aparte siempre me resultó ajena. Para mí, la escritura debe ser un largo y estrecho pasillo, porque sigo siendo yo ahí mismo, queriendo rozar a los lectores, las lectoras. No me interesa apartar estas palabras, no me da el corazón, hace frío, y quiero que las cosas se queden todas juntas, para generar un calor de tipo ¿ortográfico?...ponele, y suponete que ese va a ser el título de este artículo, uno que debería ayudar a que los monoambientes de toda la ciudad entren en calor ¿con palabras? Con palabras, muchas palabras seguidas, apiladas, empatadas, para que el ritmo caliente las neuronas y aligere la visión, una suerte de gimnasio para la lectura ¿existe tal cosa? Calculo que sí, porque la lectura también es un ejercicio, como correr en la cinta o andar en una bicicleta fija. Un músculo que por ahí nos olvidamos que llevamos a todas partes, y que es muy fácil y genial poder ejercitar cada tanto, algo así como unas cuantas veces por semana. Siempre recordar elongar la lectura al finalizar un capítulo, una historia, un artículo como este, etcétera… Otra cosa con el punto y aparte es el tema del salto al vacío. Cuando uno es pequeño y escucha semejante cosa de un mayor, es obvio que va a entrar en pánico. El terror del salto hacia la nada. Nada menos que mandar un texto a ese lugar inhóspito y alejado del resto de lo que ya se venía escribiendo. Como empezar un nuevo mundo, dejando lejos el anterior. El vacío invita al olvido, y eso es el terror puro. Entonces la intención es que nada de eso le pase a mis textos, que deben consolarse mutuamente en su propia totalidad semanal. Cada uno con sus palabras juntadas y solo espaciadas por el amable y cálido punto seguido, el punto que en verdad es más un conector que otra cosa. Y también la coma, que es como una hermana, y los puntos suspensivos, que como son un montón se parecen a esos primos que aunque hace tiempo que no se los ve, cuando aparecen pareciera que hubiesen estado allí toda una vida. ¿Y el punto final? De ese desgraciado me acuerdo poco y nada. Parte debidamente borrada de mis recuerdos. La razón es obvia. Es la morada final del texto, es el fundido a negro seguido del silencio de cementerio. Más allá del punto final hay un lector que queda huérfano, un escritor aliviado por un segundo que luego comienza a sentir el renovado pánico del regreso de la hoja en blanco. Esa incertidumbre de si mañana voy a poder volver a escribir algo, si seré capaz de volver a juntar palabras para generar el calor hermoso de una lectura otoñoinvernal, en un monoambiente con caño roto de la cocina, en el barrio Rivadavia, al que precisamente uno accede a través de un largo pero muy estrecho pasillo. Una circunstancia breve, seguro, pero cargada de intensidad y concentración. Un obligarse a estar apretados, un esforzarse por ponerse de acuerdo, ir todos y todas para el mismo lado, proteger ese camino unívoco y tratar de que el obligatorio salto al vacío hacia la calle no sea tan traumático. El pasillo como el lugar donde uno toma fuerzas, recarga energías, siente que no está tan solo en el mundo. El texto como un pasillo, sin puntos finales ni apartados hacia el vacío, con puntos seguidos que conectan y ramifican, para poder seguir camino hacia otros destinos similares, donde encontrar nuevos espacios que amplíen el sentido, eviten cortes abruptos, sembrando vida. La vida de los textos pasillo, donde las palabras se suceden en un fluir que ayuda a mejorar lo que algunos profesionales de la salud llaman “calidad de vida”. Entonces dejo este texto, como una oda a los pasillos y a todos esos signos de puntuación que unen las orillas, que acortan distancias, que no tienen espacio para ningún tipo de odio o rencor, porque para eso está este desgraciado, despiadado y maléfico punto final.


*****justo hoy escuchaba un disco que salió hace nada y que está muy genial para poner de fondo:

********************************humil-de-mente, Juan***********no te espero y es verdad************



Evidencia


 Supongamos que todo empezó en esa desquiciada época, una en la que no se sabe qué cosa hacer con la ropa o los ánimos de cada quien…

OLEO PRIMAVERAL…

Un lienzo sin terminar,

la puteada de un tachero,

la mujer que ve y no dice nada,

el calor que ablanda estómagos,

una puerta mal cerrada,

el abrazo de un extraño,

el loco del colchón al hombro,

un “Flaco acá no dejes nada

porque donde te descuidaste, chau”,

la señora con cara de vecina,

los dólares caídos en la vereda,

una ampolla en el dedo del pie,

cien arañas anidando en el techo,

el celular sin señal y en 22%,

la historia de un judoca japonés

que perdió la final olímpica

y se suicidó o murió de cáncer,

cenizas de cigarrillo cayendo sobre patio

y un montón más de imágenes por pintar…

 

Luego el tiempo sigue y no todo es color de sol, y las vecinas se empeñan en complicar el trabajo…

EL DETECTIVE DE SIEMPRE

A veces hay que jugar como si se tuviera

el ancho de espadas todo el tiempo,

la mirada atenta y desafiante,

el fuego en todo el cuerpo,

los gestos controlados,

la certeza del futuro

y un silencio gobernado

por el olvido necesario,

encender un pucho,

tomar el vaso de Whisky,

amenazar con el gatillo

a punta de lengua filosa,

pensarse una frase fulminante

que deje en claro la victoria

más intelectual que física,

una humillación sugerida

antes de entrar al último capítulo,

entonces que la noche se suspenda,

que esa casa mal decorada

no intervenga con sus crujidos,

que unos personajes secundarios

queden paralizados por la mirada,

solo la mirada del mejor jugador

que se mueve en su registro,

lento y seguro y más rápido,

y que a la hora de la verdad,

a eso de las dos de la madrugada,

el crimen descanse porque

ya fue develado su triste sentido…

 

“El mundo no era más que una húmeda desolación” (Chandler)

Y un destello de esperanza al final del verso…

DRAMA

¡Ojo!

las cosas también pueden llegar a salir mejor. Pero lo dudo,

las preguntas llevan al conocimiento,

pero son anchas,

se ramifican,

viajan a través de postales

como hormigas eternas,

cargando con todos los motivos

de otras especies,

y siguen más allá

de las vistas

al otro lado de la tarde ardiente,

la sensación es esa:

nunca llega lo que debería

y la carga no se aligera,

el peso de todas las razones

apiladas hasta aplastar la escena,

salir hacia el otro lado

como un volver al inicio,

única respuesta,

la duda original,

ni mejores ni peores,

arqueólogos de ciudad,

moviendo, expandiendo, ampliando,

hasta que las cejas se hunden

en las mismas arenas,

con la esperanza renovada

porque ¡ojo!

las cosas también pueden llegar a salir mejor…

 

“Las estrellas estaban demasiado lejos y no decían nada” (Chandler)

Y no hay nada peor que llegar al final, con los huesos molidos, la cabeza a punto de estallar y el corazón perdido en un baldío de deseo con sabor a poco…

ELOGIO DEL DOLOR

Cuando no encontrás dolor

las cosas se empiezan a complicar

¿estamos vivos, todavía?

y si no

¿cómo no nos dimos cuenta?

¿en qué momento nos soltamos las manos?

Cierto, ya no hace calor

porque es otoño

y qué justo se abre

el campo semántico

minado por hojas secas

en el suelo del patio,

en la vereda,

miradas de personas

que vuelven a sus casas

a escribir esto mismo

¿perdí el tiempo

o fue al revés?

¿solté la mano

o me la soltaron?

Y el dolor asoma

como un tibio rayo solar,

y nos quedamos un poco más tranquilos…

 

“Yo era un granito de arena en el desierto del olvido” (Chandler)

Eso sería un final, o la contraparte de una historia que no tenía por qué confesarse.


*********solo podría sonar algo así, muy atrás de toda escena:

***********humildemente, Juan********un psicópata más o el detective de turno**********************

Medianoche



"La medianoche sacude la

Memoria

como un loco sacude un geranio

muerto" (T.S.Eliot)

 

Cierto, esperando que caiga algo que se sabe muy bien que no va a caer. Una noche más de expectativa por el pasado. Una noche menos enfocada en ese presente que no fue. Juega el tiempo con la vida de miles de millones de hormigas, que creen que pudieron entender de qué iba la cosa. Pero no, al final el camino que se creía el mismo de siempre, se fue llenando de recuerdos, se fue destazando de recuerdos, se fue desplazando de recuerdos, unos recuerdos que en realidad son lecturas, y esta noche se actualizan por completo, porque empieza un nuevo sentido. Gajes del oficio, detective. Dejarse moler a palos por algún guardaespaldas de ese alguien que tiene la llave para la perdición. Luego alcanzar el cenit de unos ojos negros penetrantes, peligrosos y jodidamente atractivos. Jugar en ese límite, entre la locura y la resolución de un caso imposible. Llegar tarde, como todo buen detective, con un whisky en la mano y esos pocos dólares que valen la molestia constante de ministros de economía encargados de manejar países sin economía. De imposibles sabemos demasiado. Otra vez la noche trae ese maldito insomnio, porque en la cabeza ya hay demasiadas imágenes, demasiados zumbidos que asemejan a esas voces que reproducimos todos los días, como un viejo disco rayado. Otra vez, el lado A con el surco medio rajado, se salta de pista y suena otra cosa que también es fácil de reconocer, y el disco nunca para. Aceptar que eso va a ser así hasta que alguien apague la luz para siempre final. Ni siquiera poder adelantar ese fatídico día, pero sin embargo desearlo por la madrugada, porque de verdad estaría bueno dormir un poco. Camino zanjado, en honor a Alsina y a su idea imposible, afiebrada, digna de un juez que perdió la razón. Ya ven, los años pasaron y nada de eso cambia. Los jueces siguen igual de corruptos y las distintas inteligencias artificiales siguen indicando cómo se debería hacer correctamente la zanja del siglo XIX en el territorio de Buenos Aires, para que el Malón no logre saltar con su caballo fantasmal directo a la Avenida de Mayo. A ver si todavía se espantan los vecinos más caros del país. Noche en el barrio Rivadavia, mucha gente durmiendo en la calle, no es novedad. Pregunto a la misma inteligencia artificial, que vive en el país del Jauja: ¿Qué hacemos con las personas en situación de calle? Imaginen cuáles son las respuestas. Les ahorro una noche, les sacudo el árbol de la vida de este lado del mundo, caen  frutos que parecen apetitosos pero que no son comestibles. Podés tocar, pero no morder. Morder es de pecadores, malas hormigas, esas que se saltan el camino y dan vueltas al revés. El mundo no puede funcionar así. Se necesitan las cosas en su lugar, las personas en su sitio, las esquinas quietas y bien pintadas, con las veredas llenas de hojas secas que serán barridas con la llegada de la luz solar de un nuevo jueves. Para eso falta, la normalidad del día. La medianoche no, porque es un sitio reservado para la memoria tóxica. Lo que se transpire en estas horas será evaporado por la mañana. Un yonqui encerrado en un monoambiente, con solamente un vaso de agua en la mesa. Se va a retorcer de la desesperación porque las células duelen como la mierda antes de desaparecer, no obtuvieron su parte de droga. Esos recuerdos de jardín, de risas, de cuerpos, de saliva, de manos, de mocos, de lágrimas…sacudir un poco más, y que siga cayendo la memoria sin materia. Sufrir horriblemente el destilar de tiempos pasados. La inteligencia artificial no puede más. Lo que queda es la desinteligencia analógica de otros tiempos, haciendo su parte de daño en el ahora. Ya no se puede tocar, se mira, se lee. De esa lectura surge otra cosa diferente al tiempo: fumata blanca, bendita lectura. A partir de allí sí que se puede reconstruir el universo, créanme. Una vez destilados los vapores del tiempo, se puede salir al patio a ver las últimas estrellas , las recientemente nacidas del polvo y el viento, ese inicio del que todos formamos parte. Si cambiamos la perspectiva es posible que ya no duela más, al menos hasta la próxima noche. Y algo así suenan los versos de Eliot traducidos por Mario Santiago. Un regalo. Una oportunidad para que intentemos salirnos un instante de este presente-mundo-devenido. Planear un rato sin ser detectados por el radar de la lógica, por las luces azules destructoras de aparatos que se dedican a freírnos las células esas, casi como la peor de las heroínas. Todavía es medianoche, o suponemos que lo es. Todavía el loco sacude el árbol. Todavía seguimos esperando que caiga ese fruto que sabemos muy bien no va a caer. ¿Y si todo se apaga cuando dejes de leer estas líneas? Podemos decir que nada se extingue para siempre, sino que volvemos al origen del todo, al inicio del camino, pero de verdad, entre el polvo y el viento que inventaron lo que somos ahora. Ahora. Presente. Apilar palabras para sentir que cada minuto vale lo mismo. Asesinar posibilidades, manipular el lenguaje, cambiar la historia, jugar sobre el sintagma, para descubrir que ese camino ya venía siendo fabricado. Una hormiga más cargando con un peso desmedido, sirviendo a reyes que no conoce, chocando con otras hormigas que perdieron el rumbo, esperando por ese dedo aplastante de un dios al que nunca se le ocurrió pensar que se estaba equivocando. ¡Qué injusta que es la noche! Loca medianoche con su memoria incomprensible, porque mirá que intenté pensar en otra cosa, pero no hay caso. No se me ocurre más que recordar su cara, sus gestos, su risa, sus ojos negros irresistibles, su saliva, sus mocos. Lo siento detective, hasta aquí llega su historia, póngase de espaldas y retírese por el futuro.


******************sonidos de medianoche:

****************************humildemente, Juan******************************************transitando el camino de mayo, espero no chocar con tantas hormigas****************


El príncipe de Persia

Saltar, pasar en zigzag. Supongamos que un príncipe Persa cierra los ojos mientras le cae una bomba en el medio de la cabeza, y todo estalla...