Reflexiones berretas, trozos de ficción, ensayos bonsai , trampas de lectura y escenas robadas, realizados por el Yo que dice yo: Juan Mnp, habitante del barrio Rivadavia / Don Bosco nacido en los ochenta. Tomate unos minutos y sumergite en alguno de estos textos. Contacto juanmamnuelpenino@yahoo.com.ar
“Tuve la
curiosa sensación, al ver desaparecer la casa, de que había escrito un poema
que era muy bueno y lo había perdido y nunca volvería a encontrarlo” (Raymond
Chandler, La ventana alta”)
POZO CIRCULAR
Algo de circular,
un ir y volver
en transición
hacia los mismos lugares,
las mismas quebradas,
los baches del tiempo
y todas esas personas
que no los pudieron rellenar,
distraídas por las propias
heridas que siguen sangrando,
mucha sal en el cuerpo,
la densidad de historias de mierda,
una colección de gestos
y palabras correctas
que no decían nada,
tapar la superficie,
doler menos sin un fondo,
cerrar los ojos en esa parte
para que no exista,
aunque no sepamos bien
si la cosa funciona así,
un llamado telefónico
con aliento a pasado,
con el reverdecer de
una historia de tumba,
el cadáver de un
paseo de domingo
con muy pocas ganas,
que después se extrañará
porque somos esas
creaturas desconformes,
bandera de conmiseración,
y qué lástima que no estamos ahí
y qué dolor vernos hoy
y qué hicimos con esos lugares,
por qué no tapamos mejor,
caer ahí otra vez
pero más profundo
y sin excusas,
idos y vueltos
hasta que suene el fondo
y aceptemos el vacío.
**************y algunas situaciones más que me
guardo esta semana, que de seguro suena mejor con esa música de fondo:
****************************humildemente, Juan********estoy teniendo problemas para respirar****************el frío, Courtney, qué se yo*************
Es lindo
pensar siempre en que lo mejor está por venir. Un engaño necesario para no
volverse un pesimista infumable, de esos que sobran en los pasillos del barrio
Rivadavia. Y hablar de ese lugar, y no de otro, puede ser el principal objetivo
de estas líneas otoñoinvernales, con un caño roto de fondo en la cocina de un
monoambiente que no da más de frío. Las lluvias catastróficas, el cambio
climático para mal, porque podría tratarse de una variación piola. No estaría
siendo el caso, aunque pensemos ¡por favor! Que lo mejor está por venir…el
pasillo es ese espacio más largo que ancho, más angosto que corto, por el que
indefectiblemente las personas se cruzan. Pero no solamente eso, lo característico
y peculiar de ese cruce es que viene acompañado de un contacto involuntario,
las más de las veces un roce. No suele haber suficiente espacio para pasar dos
(y ni hablar más) personas sin tomar contacto, y el drama del contacto hoy es
un párrafo aparte. La cruel realidad escritural de este espacio impide la
existencia de párrafos ¿A que no se habían dado cuenta? Las palabras se van
apilando en oraciones, pero nunca aparece el corte aparte, ese punto que
permite respirar a un ritmo mucho más hondo, un tiempo determinado por maestras
de escuela para poder diferenciarlo del resto de los signos de puntuación. Me
acuerdo a la distancia cada vez más sideral: “la coma es apenas un descanso en
la lectura, como si se tuviera los pulmones de un gato” “el punto seguido es
una pausa más larga, pero no más allá de dos segundos, porque el tema se
continúa, no hay un salto hacia otra cosa” “ahora, el punto aparte es el salto al
vacío, comprende un cambio de cosas, de tema, de personajes” Y ahí comienza el capítulo
traumático en mi vida…Acostumbrado a vivir en casa tipo PH con pasillo largo y
angosto, con vecinos que pasaban y rozaban y saludaban y puteaban, la noción
del punto aparte siempre me resultó ajena. Para mí, la escritura debe ser un
largo y estrecho pasillo, porque sigo siendo yo ahí mismo, queriendo rozar a
los lectores, las lectoras. No me interesa apartar estas palabras, no me da el
corazón, hace frío, y quiero que las cosas se queden todas juntas, para generar
un calor de tipo ¿ortográfico?...ponele, y suponete que ese va a ser el título
de este artículo, uno que debería ayudar a que los monoambientes de toda la
ciudad entren en calor ¿con palabras? Con palabras, muchas palabras seguidas,
apiladas, empatadas, para que el ritmo caliente las neuronas y aligere la visión,
una suerte de gimnasio para la lectura ¿existe tal cosa? Calculo que sí, porque
la lectura también es un ejercicio, como correr en la cinta o andar en una
bicicleta fija. Un músculo que por ahí nos olvidamos que llevamos a todas
partes, y que es muy fácil y genial poder ejercitar cada tanto, algo así como
unas cuantas veces por semana. Siempre recordar elongar la lectura al finalizar
un capítulo, una historia, un artículo como este, etcétera… Otra cosa con el
punto y aparte es el tema del salto al vacío. Cuando uno es pequeño y escucha
semejante cosa de un mayor, es obvio que va a entrar en pánico. El terror del
salto hacia la nada. Nada menos que mandar un texto a ese lugar inhóspito y
alejado del resto de lo que ya se venía escribiendo. Como empezar un nuevo
mundo, dejando lejos el anterior. El vacío invita al olvido, y eso es el terror
puro. Entonces la intención es que nada de eso le pase a mis textos, que deben
consolarse mutuamente en su propia totalidad semanal. Cada uno con sus palabras
juntadas y solo espaciadas por el amable y cálido punto seguido, el punto que
en verdad es más un conector que otra cosa. Y también la coma, que es como una
hermana, y los puntos suspensivos, que como son un montón se parecen a esos
primos que aunque hace tiempo que no se los ve, cuando aparecen pareciera que
hubiesen estado allí toda una vida. ¿Y el punto final? De ese desgraciado me
acuerdo poco y nada. Parte debidamente borrada de mis recuerdos. La razón es
obvia. Es la morada final del texto, es el fundido a negro seguido del silencio
de cementerio. Más allá del punto final hay un lector que queda huérfano, un
escritor aliviado por un segundo que luego comienza a sentir el renovado pánico
del regreso de la hoja en blanco. Esa incertidumbre de si mañana voy a poder
volver a escribir algo, si seré capaz de volver a juntar palabras para generar
el calor hermoso de una lectura otoñoinvernal, en un monoambiente con caño roto
de la cocina, en el barrio Rivadavia, al que precisamente uno accede a través
de un largo pero muy estrecho pasillo. Una circunstancia breve, seguro, pero cargada
de intensidad y concentración. Un obligarse a estar apretados, un esforzarse
por ponerse de acuerdo, ir todos y todas para el mismo lado, proteger ese
camino unívoco y tratar de que el obligatorio salto al vacío hacia la calle no
sea tan traumático. El pasillo como el lugar donde uno toma fuerzas, recarga
energías, siente que no está tan solo en el mundo. El texto como un pasillo,
sin puntos finales ni apartados hacia el vacío, con puntos seguidos que
conectan y ramifican, para poder seguir camino hacia otros destinos similares,
donde encontrar nuevos espacios que amplíen el sentido, eviten cortes abruptos,
sembrando vida. La vida de los textos pasillo, donde las palabras se suceden en
un fluir que ayuda a mejorar lo que algunos profesionales de la salud llaman “calidad
de vida”. Entonces dejo este texto, como una oda a los pasillos y a todos esos
signos de puntuación que unen las orillas, que acortan distancias, que no
tienen espacio para ningún tipo de odio o rencor, porque para eso está este
desgraciado, despiadado y maléfico punto final.
*****justo hoy escuchaba un disco que salió hace nada y que está muy genial para poner de fondo:
********************************humil-de-mente, Juan***********no te espero y es verdad************
Supongamos que todo empezó en
esa desquiciada época, una en la que no se sabe qué cosa hacer con la ropa o
los ánimos de cada quien…
OLEO
PRIMAVERAL…
Un lienzo
sin terminar,
la puteada
de un tachero,
la mujer
que ve y no dice nada,
el calor
que ablanda estómagos,
una puerta
mal cerrada,
el abrazo
de un extraño,
el loco del
colchón al hombro,
un “Flaco
acá no dejes nada
porque
donde te descuidaste, chau”,
la señora
con cara de vecina,
los dólares
caídos en la vereda,
una ampolla
en el dedo del pie,
cien arañas
anidando en el techo,
el celular
sin señal y en 22%,
la historia
de un judoca japonés
que perdió
la final olímpica
y se
suicidó o murió de cáncer,
cenizas de
cigarrillo cayendo sobre patio
y un montón
más de imágenes por pintar…
Luego el
tiempo sigue y no todo es color de sol, y las vecinas se empeñan en complicar
el trabajo…
EL
DETECTIVE DE SIEMPRE
A veces hay
que jugar como si se tuviera
el ancho de
espadas todo el tiempo,
la mirada
atenta y desafiante,
el fuego en
todo el cuerpo,
los gestos
controlados,
la certeza
del futuro
y un
silencio gobernado
por el
olvido necesario,
encender un
pucho,
tomar el
vaso de Whisky,
amenazar
con el gatillo
a punta de
lengua filosa,
pensarse
una frase fulminante
que deje en
claro la victoria
más
intelectual que física,
una
humillación sugerida
antes de
entrar al último capítulo,
entonces
que la noche se suspenda,
que esa
casa mal decorada
no
intervenga con sus crujidos,
que unos
personajes secundarios
queden
paralizados por la mirada,
solo la
mirada del mejor jugador
que se
mueve en su registro,
lento y
seguro y más rápido,
y que a la
hora de la verdad,
a eso de
las dos de la madrugada,
el crimen
descanse porque
ya fue
develado su triste sentido…
“El mundo
no era más que una húmeda desolación” (Chandler)
Y un
destello de esperanza al final del verso…
DRAMA
¡Ojo!
las cosas
también pueden llegar a salir mejor. Pero lo dudo,
las
preguntas llevan al conocimiento,
pero son
anchas,
se
ramifican,
viajan a
través de postales
como
hormigas eternas,
cargando
con todos los motivos
de otras
especies,
y siguen
más allá
de las
vistas
al otro
lado de la tarde ardiente,
la
sensación es esa:
nunca llega
lo que debería
y la carga
no se aligera,
el peso de
todas las razones
apiladas
hasta aplastar la escena,
salir hacia
el otro lado
como un
volver al inicio,
única
respuesta,
la duda
original,
ni mejores
ni peores,
arqueólogos
de ciudad,
moviendo,
expandiendo, ampliando,
hasta que
las cejas se hunden
en las
mismas arenas,
con la
esperanza renovada
porque ¡ojo!
las cosas
también pueden llegar a salir mejor…
“Las estrellas
estaban demasiado lejos y no decían nada” (Chandler)
Y no hay
nada peor que llegar al final, con los huesos molidos, la cabeza a punto de
estallar y el corazón perdido en un baldío de deseo con sabor a poco…
ELOGIO DEL
DOLOR
Cuando no
encontrás dolor
las cosas
se empiezan a complicar
¿estamos
vivos, todavía?
y si no
¿cómo no
nos dimos cuenta?
¿en qué
momento nos soltamos las manos?
Cierto, ya
no hace calor
porque es
otoño
y qué justo
se abre
el campo
semántico
minado por hojas
secas
en el suelo
del patio,
en la
vereda,
miradas de
personas
que vuelven
a sus casas
a escribir
esto mismo
¿perdí el
tiempo
o fue al
revés?
¿solté la
mano
o me la
soltaron?
Y el dolor
asoma
como un
tibio rayo solar,
y nos quedamos
un poco más tranquilos…
“Yo era un
granito de arena en el desierto del olvido” (Chandler)
Eso sería un
final, o la contraparte de una historia que no tenía por qué confesarse.
*********solo podría sonar algo así, muy atrás de toda escena:
***********humildemente, Juan********un psicópata más o el detective de turno**********************
Cierto,
esperando que caiga algo que se sabe muy bien que no va a caer. Una noche más
de expectativa por el pasado. Una noche menos enfocada en ese presente que no
fue. Juega el tiempo con la vida de miles de millones de hormigas, que creen
que pudieron entender de qué iba la cosa. Pero no, al final el camino que se
creía el mismo de siempre, se fue llenando de recuerdos, se fue destazando de
recuerdos, se fue desplazando de recuerdos, unos recuerdos que en realidad son
lecturas, y esta noche se actualizan por completo, porque empieza un nuevo sentido. Gajes del oficio, detective. Dejarse moler a palos por algún
guardaespaldas de ese alguien que tiene la llave para la perdición. Luego
alcanzar el cenit de unos ojos negros penetrantes, peligrosos y jodidamente
atractivos. Jugar en ese límite, entre la locura y la resolución de un caso
imposible. Llegar tarde, como todo buen detective, con un whisky en la mano y
esos pocos dólares que valen la molestia constante de ministros de economía
encargados de manejar países sin economía. De imposibles sabemos demasiado. Otra
vez la noche trae ese maldito insomnio, porque en la cabeza ya hay demasiadas
imágenes, demasiados zumbidos que asemejan a esas voces que reproducimos todos
los días, como un viejo disco rayado. Otra vez, el lado A con el surco medio
rajado, se salta de pista y suena otra cosa que también es fácil de reconocer,
y el disco nunca para. Aceptar que eso va a ser así hasta que alguien apague la
luz para siempre final. Ni siquiera poder adelantar ese fatídico día, pero sin
embargo desearlo por la madrugada, porque de verdad estaría bueno dormir un
poco. Camino zanjado, en honor a Alsina y a su idea imposible, afiebrada, digna
de un juez que perdió la razón. Ya ven, los años pasaron y nada de eso cambia.
Los jueces siguen igual de corruptos y las distintas inteligencias artificiales
siguen indicando cómo se debería hacer correctamente la zanja del siglo XIX en
el territorio de Buenos Aires, para que el Malón no logre saltar con su caballo
fantasmal directo a la Avenida de Mayo. A ver si todavía se espantan los
vecinos más caros del país. Noche en el barrio Rivadavia, mucha gente durmiendo
en la calle, no es novedad. Pregunto a la misma inteligencia artificial, que
vive en el país del Jauja: ¿Qué hacemos con las personas en situación de calle?
Imaginen cuáles son las respuestas. Les ahorro una noche, les sacudo el árbol
de la vida de este lado del mundo, caenfrutos que parecen apetitosos pero que no son comestibles. Podés tocar,
pero no morder. Morder es de pecadores, malas hormigas, esas que se saltan el
camino y dan vueltas al revés. El mundo no puede funcionar así. Se necesitan
las cosas en su lugar, las personas en su sitio, las esquinas quietas y bien
pintadas, con las veredas llenas de hojas secas que serán barridas con la
llegada de la luz solar de un nuevo jueves. Para eso falta, la normalidad del
día. La medianoche no, porque es un sitio reservado para la memoria tóxica. Lo
que se transpire en estas horas será evaporado por la mañana. Un yonqui encerrado
en un monoambiente, con solamente un vaso de agua en la mesa. Se va a retorcer
de la desesperación porque las células duelen como la mierda antes de
desaparecer, no obtuvieron su parte de droga. Esos recuerdos de jardín, de
risas, de cuerpos, de saliva, de manos, de mocos, de lágrimas…sacudir un poco
más, y que siga cayendo la memoria sin materia. Sufrir horriblemente el
destilar de tiempos pasados. La inteligencia artificial no puede más. Lo que
queda es la desinteligencia analógica de otros tiempos, haciendo su parte de
daño en el ahora. Ya no se puede tocar, se mira, se lee. De esa lectura surge
otra cosa diferente al tiempo: fumata blanca, bendita lectura. A partir de allí
sí que se puede reconstruir el universo, créanme. Una vez destilados los
vapores del tiempo, se puede salir al patio a ver las últimas estrellas , las
recientemente nacidas del polvo y el viento, ese inicio del que todos formamos
parte. Si cambiamos la perspectiva es posible que ya no duela más, al menos
hasta la próxima noche. Y algo así suenan los versos de Eliot traducidos por
Mario Santiago. Un regalo. Una oportunidad para que intentemos salirnos un
instante de este presente-mundo-devenido. Planear un rato sin ser detectados
por el radar de la lógica, por las luces azules destructoras de aparatos que se
dedican a freírnos las células esas, casi como la peor de las heroínas. Todavía
es medianoche, o suponemos que lo es. Todavía el loco sacude el árbol. Todavía
seguimos esperando que caiga ese fruto que sabemos muy bien no va a caer. ¿Y si
todo se apaga cuando dejes de leer estas líneas? Podemos decir que nada se
extingue para siempre, sino que volvemos al origen del todo, al inicio del
camino, pero de verdad, entre el polvo y el viento que inventaron lo que
somos ahora. Ahora. Presente. Apilar palabras para sentir que cada minuto vale
lo mismo. Asesinar posibilidades, manipular el lenguaje, cambiar la historia,
jugar sobre el sintagma, para descubrir que ese camino ya venía siendo
fabricado. Una hormiga más cargando con un peso desmedido, sirviendo a reyes
que no conoce, chocando con otras hormigas que perdieron el rumbo, esperando
por ese dedo aplastante de un dios al que nunca se le ocurrió pensar que se
estaba equivocando. ¡Qué injusta que es la noche! Loca medianoche con su
memoria incomprensible, porque mirá que intenté pensar en otra cosa, pero no
hay caso. No se me ocurre más que recordar su cara, sus gestos, su risa, sus
ojos negros irresistibles, su saliva, sus mocos. Lo siento detective, hasta
aquí llega su historia, póngase de espaldas y retírese por el futuro.
******************sonidos de medianoche:
****************************humildemente, Juan******************************************transitando el camino de mayo, espero no chocar con tantas hormigas****************