Debería
poder afirmar cosas del tipo: “El otoño ya no es lo que solía ser”. Pero no es
el caso, primero porque todavía no viene siendo otoño en el barrio Rivadavia, y
segundo porque ese tipo de cosas ya las inventó el tango, y las usó demasiadas
veces. Sería como aceptar lo de que cada argentino que se precie de tal, viene
con una milonga adosada. Cada historia con un dos por cuatro que tiene una
pátina de nostalgia y mucho de lacrimoso desengañado de todo, de la mina, el
barrio, el otario, la vida. Y ese otoño que ya no es lo que fue ayer, y que
nunca más volverá…y dejemos que cada estación se vaya, y que veinte años es en
verdad un montón, y que para jugarse entero ahora, Carlitos, debería ser un
ludópata virtual. Eso, que las cosas cambian es seguro. Eso otro, que lo que
cambia nunca es para bien. Otra frase de tanguero desengañado, todo parece una
trampa de registro. Mi Mar del Plata querido, cuando yo te vuelva a ver, querrá
decir que en algún momento me fui, pero eso no estaría pasando, y la verdad que
no le pasa a mucha gente, pero quién no siente algo con esas palabras de
tanguero llorón. Irse y volver, pero volver esperando a que eso signifique un
viaje al pasado en presente, ser joven otra vez, tener esas mismas esperanzas,
y que el barrio esté pujante como al inicio de todo. Pero nada que ver, ya todo
es pena y olvido bien olvidado, en un presente que se materializa en ruinas. Más
frases y conclusiones tangueras, toda una filosofía de perdedores perdidos, que
vuelven a donde habían arrancado a soñar, pero ya desengañados y listos para
empezar a desvelarse en una vida que solo les deja…la revancha de una buena
milonga, qué tal. Y otra vez empiezan a sonar esos mismos acordes, esa rasgada rasposa
y epiléptica que le da inicio a toda una extraña y genial manera de tocar la
guitarra. ¿Será verdad eso de que los guitarristas de Gardel inventaron la púa,
porque se rompían los dedos de tanto repetir las canciones para grabar en cada
disco de pasta? Alguna vez alguien en la ciudad me lo contó, otro tanguero,
seguro. Sí, uno que también es histórico y que en su momento tuvo el primer
bandoneón color rojo de la ciudad. Lo nombraron, con obviedad de interior, “el
bandoneón federal”, aunque su dueño me confesó que se lo pidió rojo al lutier porque
le gustaba el color, nada más. También lo llamaron “el bandoneón socialista”,
por lo que además fue perseguido y secuestrado por las fuerzas armadas
genocidas de la dictadura. Era demasiado para esos verdugos patológicos, un
instrumento musical, que irradiaba arte y encima era rojo. ¿Y qué onda con el
rojo los milicos? ¿Tanto miedo un color? ¿Tanto miedo un bandoneón? Cosas que
mejor no olvidar nunca, sobre todo cuando algún resabio dictatorial vuelve a la
escena pública y tiene algún cargo importante en cualquier gobierno actual. Siempre
hay de todo, en el lodo todos manoseados. Claro, el registro sigue haciendo lo
suyo, y esto que escribo ya no se puede escapar. Si me tienen que cantar un
tango que sea la Gata Varela o el Polaco Goyeneche, porque no hay mejores
voces, o no se me ocurren otras, o mejor dicho no quisiera otras. Y perdón al
resto de grandes voces del tango, pero tengo mis preferencias, no lo voy a ocultar.
A otra cosa con el debate ese de si Piazzolla hacía tango o no, porque por
suerte los géneros musicales hoy son transgéneros musicales y corporales, y eso
está genial y tiene una sensualidad y una onda que hay que disfrutar y no
perder el tiempo limitando, criticando, siendo todo lo que no es arte. Algún
otario dice que la libertad es la libertad de mercado, y qué corto que le queda
el corazón, porque la mayor libertad es la del arte, la de la música. Y es tan
genial que bajo su paraguas caben todos, todas y todes, no hace falta sacar a
nadie, no hace falta humillar a nadie, no hace falta hacer competir para que
existan ganadores y perdedores. Ahora se me dio por poner un disco, uno de
vinilo, uno de Julio Sosa, el llamado “varón del tango”. Y está esa milonga del
firulete, un baile para virtuosos que mueven las piernas como nadie, o una
gambeta futbolera de esas que solo se aprenden en los potreros de antaño. Y por
eso se me pegó el registro tanguero y no me quiere dejar. La verdad casi no
escucho tango, mucho menos lo bailé alguna vez. Tampoco pienso hacerlo en el
futuro. Sin embargo, el hecho de haberme encontrado el disco de Julio Sosa
tirado en la vereda de una esquina del barrio, me dejó con la obligación doble.
Primero, rescatar ese vinilo de una muy próxima y segura muerte, y segundo escribir al
respecto. ¿A respecto de qué, taita? Del tango, de su permanencia, de su
insistencia. Hoy, barrio Rivadavia, siglo XXI, celulares sonando con el último
tema de moda que salió hace diez minutos en la plataforma XXXX en Nueva York…Y
yo levantando un vinilo de una música de principios del siglo pasado, mientras
igual sigo rajando los tamangos buscando ese mango que me haga morfar…Verás, sí,
que todo sigue siendo mentira, y que casi nada es amor, porque al mundo nada le
importa….Yiiiiiira yiiiiiira. Y aunque te cueste la vida, no vayas a dejar la
oportunidad de agacharte a recoger un disco, sea cual fuera su tiempo y su
estilo, porque dentro suyo hay una magia, el trabajo de unos prestidigitadores
que te van a cambiar la vida…Porque quién te ha dicho che pebete, que pasó el
tiempo del firulete….porque una última gran verdad como despedida de esta
semana: por más que ronquen los merengues y las congas, siempre es buen tiempo
para milonga…
*********justo
el tema del disco que me encontré y que me cambió el día:
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