Leer es indudablemente cien veces mejor que escribir o hablar. Las pausas de lectura serían la vida, o aquellos acontecimientos que nos van llevando hacia la muerte, como puede ser el hecho de vivir en una ciudad llena de contaminación de todo tipo, o el hecho de alimentarnos con cosas que no sabemos bien que son, pero que de seguro ningún animal con dos dedos de frente comería. No, leer no te hace más inteligente. Suelo leer mientras como, y lo que como es cualquier cosa, a veces sin siquiera cocinar, señal de que lo que se está leyendo es muy bueno. Si pasa lo contrario, tal vez sea mejor poner una música y descorchar lo que se tenga a mano para escaviar, cualquier noche post lluvia torrencial en el barrio Rivadavia. ¡Y qué bueno leer mientras llueve con todo, mientras el agua se cuela por debajo de la puerta! Inundado y como un náufrago flotando con ese libro que alguna vez se prometió que nunca se iba a leer. Pero las promesas están para romperse, y acá está, estuvo y estará. Como ese “te voy a querer siempre”, que tenemos tan aprendido de las películas. Y no, nadie quiere siempre o para siempre, son dimensiones imposibles de alcanzar para nuestros cerebros entrenados hacia la distracción. Salvo leer, nada dura para siempre jamás. Creo que es la actividad más practicada por fantasmas, que se quedan esperando a obtener un permiso para aparición inesperada en casa de pariente o amigo. En esa sala de espera solo hay libros, y ¡claro que sí! se trata de libros sobre fantasmas, como para ir introduciendo en tema a los recién llegados. Es la única manera de que todo fantasma tenga sabida las reglas que en verdad son un invento de la ficción. En ese caso, el libro pasa a ser como una suerte de biblia obligatoria, y cada uno de sus pasajes una enseñanza sobre lo que alguien debería hacer una vez muerto. Primera cuestión, ¿por qué el fantasma se empeña en seguir yendo a los lugares que ya no tiene obligación de acudir? Una amiga me contó la historia del dueño de un local en el centro comercial del puerto, un tipo relativamente joven o exactamente viejo a quien un paro cardíaco lo dejara en el otro lado del muelle. Y desde ahí, este nuevo fantasma, acude todos los días a su oficina de trabajo, espantando a todos los empleados que ahora le temen por partida doble: jefe y fantasma. ¿Por qué volver todos los días al mismo lugar, pudiendo encontrar otros espacios inexplorados, mucho más apropiados para un muerto? Tal vez sea la continuación de la falta de ideas inherente a cada marplatense. Una teoría que tendría solo validez dentro del código postal 7600, pero que más allá es incomprobable. ¿Por qué atormentar a los seres queridos? Será que el fantasma no sabe que lo es, al menos en un primer momento, porque caso contrario no se le aparecería a sus afectos, sabría que los podría llegar a matar del susto. Entonces ¿Será que los fantasmas comparten cierta estupidez con los zombies? A lo mejor, estos dos seres fantásticos tienen características similares, aunque distinto tono en la piel. Y también diferente alcance, porque mientras que el fantasma se centra en un lugar o zona, para aparecérsele más o menos a las mismas personas por un tiempo indeterminado, el zombie solamente piensa en devorar carne fresca, cerebros en plena actividad, como un reflejo de lo que en él es solo un recuerdo del pasado. Hay que decirlo, el fantasma es mucho más astuto que el zombie, está mucho más cerca de la humanidad, todavía no se desprendió de su pasado. El zombie no deja de ser un cadáver caminante, con un solo reflejo inconsciente, esa voracidad por lo fresco que sería el sufrimiento por carecer justamente de eso. Y aunque el fantasma desee materializarse, tiene mejor éxito y puede pensar dónde y a quién aparecérsele, no necesita alimentarse, puede atravesar cosas sólidas, conoce el barrio y todos sus habitantes, y hasta se da el lujo de autoengañarse no queriendo advertir que ya está muerto. El zombie carece de razonamiento, es una animal en estado salvaje, camina mal, huele peor y su carne está en descomposición. El fantasma es un galán, mantiene su forma con brillo y todo, incluso es capaz de volar. El fantasma es imaginación, el zombie solamente un envase descompuesto, una inconsciencia alterada. Con el fantasma se puede razonar, con el zombie no. Todas esas y otras grandes verdades las tienen los fantasmas en sus libros sobre fantasmas, y las leen con voracidad mientras preparan su próxima aparición en el mundo terrenal. Un mundo en el que, paradójicamente, se lee cada vez menos, y los zombies son los que gobiernan. Zombies sin capacidad de raciocinio, zombies sin una pisca de humanidad, zombies que matan por matar sin siquiera reparar en los daños. Y esa es la vida en su estado actual. Y ahí vamos todos y todas detrás de los dólares que serían esa carne fresca que nunca vamos a poder tener, porque nunca nos perteneció. Y ya va siendo hora de que persiga las líneas frescas del próximo libro que quiero consumir / leer, porque me está entrando la abstinencia, y el resultado de eso puede ser un texto como este, escrito con muchas ganas de leer y muchas más de comer y dormir. Tal vez las cosas no sean tan como las escribí, pero seguro que sí serán más precisas cuando las lea. Quizá el lector se parezca más a un zombie, y el escritor al fantasma. A lo mejor ese zombie solamente quiere placer y no piensa en otra cosa más que en saciarse. Por el contrario, capaz, el fantasma es demasiado consciente de sí mismo y viva esclavizado por eso. No sé, debería quedarme un rato más en esta sala de espera, que recién hoy estoy conociendo. Será que todavía no logro asimilar las reglas para este nuevo mundo, ¿cómo era eso de aparecerse a las dos de la mañana en la esquina de Francia y Garay, levantar la cabeza, alzar los brazos y decir…..”Buuuuuuuuuu”?
********y de fondo una de fantasmas:
****************************humildemente, Juan*******************************Podés vivir en mí....podés vivir en un fantasma************************+
y nadie es feliz.................*********************************
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