Reflexiones berretas, trozos de ficción, ensayos bonsai , trampas de lectura y escenas robadas, realizados por el Yo que dice yo: Juan Mnp, habitante del barrio Rivadavia / Don Bosco nacido en los ochenta. Tomate unos minutos y sumergite en alguno de estos textos. Contacto juanmamnuelpenino@yahoo.com.ar
*Un poema como una pared en la que se puede volcar todo lo que una persona quisiera poner en palabras en todas las situaciones que la mantienen con insomnio y mucha hambre de justicia, larga larga larga:
*******************Humildemente, Juan*******Un poema que por ahí ya escribí, con una música que por ahí ya había compartido********************
¡Qué placer si yo fuese como un viajero / que a tus playas desciende sin otro fin / que el de gustar con ánimo placentero / de tu tranquilo encanto de gran jardín.
(Emilio Frugoni, Poemas montevideanos)
En algún
momento de la infancia, ese tiempo que parece haber existido en un sueño y que
no termina nunca de reconfigurarse, recuerdo haber tenido el siguiente
descubrimiento: en el mundo existen cosas que huelen muy bien, pero que tienen
un sabor horrible. Seguramente, la revelación me vino el día que cometí el
tremendo error de llevarme a la boca un poco del shampoo de fresas que teníamos
en casa, y que era el que usábamos todos los habitantes. Qué rico que olía eso,
pero qué terrible saborearlo con la lengua. Doble lección aprendida, porque
mientras lloraba por el mal gusto que no se me iba de la boca, mis padres me
retaban y amenazaban con que la próxima vez que hiciera lo mismo…como si
hubiese hecho falta. Ok, después pasaron los días, hasta que es hoy, tengo casi
cuarenta años y me sigo empeñando en caer en ese tipo de trampas. Y lo peor,
veo que a mi alrededor es mucha la gente que cae en engaños peores, y que
inclusive se tragan la mierda agradeciendo. Pero bueno, ya saben, es penoso estar sin ti... Perdón, eso
último es lo que estoy escuchando ahora de fondo, un tema de Ryan Adams, que
volvió con un nuevo disco en vivo que reseñaron en un diario, y que me pareció
una verdadera belleza… Es muy difícil no
llamarte... Pero claro, como el shampoo, este tipo de música huele tan bien…
Ya nada importa realmente, si no estás
acá…pero es una cagada cuando probás un cachito del sabor de esas letras y
esos acordes tan angustiosos, se vienen esos pasados lacrimógenos y dan ganas
de tirarse a llorar por lo que no fue, lo que no es, y mucho menos será. Volviendo
al tema que nos compete, mejor ir aprendiendo lo siguiente: uno nunca termina
de aprender, pero tampoco termina de equivocarse. Y a veces mejor no aprender
tan rápido y perfectamente a equivocarse tanto y tan seguido. ¡Eso! hubiese
estado bueno haberme encontrado con esa advertencia a tiempo, a lo mejor me
podría haber ahorrado varias noches de tristeza. Aunque, y pensándolo ahora que
lo escribo, si no hubiese atravesado ese dolor, tal vez no sabría apreciar
tanto estas músicas tan desgarradoras y bonitas. Cambiemos un poco la manera de
pensar y hundámonos en el océano de esta música, y tal vez nos encontremos con
algo más interesante: si uno tiene la intención, todos los días puede descubrir
a un artista nuevo o nueva, y eso mejora la vida un montón. Mejora la vida y la
hace mucho más bonita, caso contrario estaríamos hablando todo el tiempo de lo
que nos salió tal producto en comparación al mes pasado, y qué triste que es la
vida del capitalista made in siglo veintiuno, que lo único que sabe es calcular
a cuánto cierra el dólar hoy, para empezar mañana con la leve sensación de que
está perdiendo plata a cada instante, y que para peor alguien más la debe estar
aprovechando. Un cambio de perspectiva: mirar, desde que uno sale de la piecita
del barrio Rivadavia, cada una de las construcciones arquitectónicas que se
encuentre, como una aventura estética que empezó un día y no parece que vaya a
terminar jamás. Y un poco por eso es que cito en el inicio los versos del poeta
uruguayo Emilio Frugoni, porque tuvo la acertada forma de alegrar su existencia
contando su ciudad en unos versos que hoy lucen inmortales. Y eso que no son
para nada los versos que me pueden llegar a interpelar, están escritos en un
registro que no es el mío en lo más mínimo. Sin embargo, hay algo en esos poemas
que expresan lo mismo que siento cuando estoy escuchando el disco que les dije
que estoy escuchando. Hay algo de esos versos que me animan a la aventura de
volver sobre mis pasos para mirar con más atención las calles del barrio, y
descubrir que también hay cosas que son muy hermosas, y que tal vez soy yo el
que en este momento no las puedo describir lo suficientemente bien. En eso, a
lo mejor me encuentre con unas personas que están sonrientes y que la pasan
bien contando pavadas, mirando el cielo, tomando algo, compartiendo eso que es la
vida, cosas muy corrientes, tan corrientes que a veces se escapan de unas
cabezas que nos empeñamos por atosigar de preocupaciones que no necesitamos
para nada. Y de repente suena una música con un rasgueo de guitarra más
animado, y que se acompaña con un canto optimista, de una persona que está
segura de lo que está haciendo en ese momento que intenta llegar a alguien más,
y luego sigue una armónica dylaneana que relaja y parece maridar bien con un
vaso de cerveza y el sol recostándose por el fondo de las ruta 226, y qué linda
y simple puede ser la vida cuando menos la vemos venir. Aunque no hay que
perder de vista el lado B, y todo lo que no pudimos resolver, y todos esos años
que se nos vinieron encima, y ese día en el que aprendimos que las cosas no
duran para siempre. Porque como dicta ese recuerdo de mi infancia que mencioné
en el inicio de la nota: hay cosas que huelen muy bien pero que son muy feas de
sabor. Una última advertencia, para completar el aprendizaje: a lo mejor,
tendríamos que hacernos la idea de que existen cosas que huelen bien porque
están para ser aprovechadas así, y que otras son las indicadas para llevar a la
boca. Cada historia, cada tiempo, cada persona, para cada momento de la vida. Y
nada más, nos veremos en el próximo viaje…
******Decía, mientras escucho:
***************************Humildemente, Juan*********************pasando un buen momento*********ahora*******
“Y después
se desata la tormenta de mierda” (Nocturno
de Chile, Roberto Bolaño)
Tenía
varios temas pensados para escribir esta semana. En primer lugar, iba a
comentar un poco de lo que fue el genial recital de Buenos Vampiros del sábado,
y de cómo sentí que estaba en el set de filmación de la serie Buffy la cazavampiros,
y de cómo la música – afortunadamente – me sirve para conectar con una
generación que me queda cada día más lejos, para mi desgracia. Pero también
estaba el descubrimiento de un libro muy viejo, para ser más preciso, se trata
de un manual de rimas de la década del cuarenta, y que es la nueva joya de mi
muy heteróclita biblioteca. Sí, ya lo sé, a veces la felicidad tiene formas
impensadas, y eso está jodidamente copado. Perdón por la confesión, sigo, porque
había otro tema que me disparó un encuentro con una amiga que recién conozco, y
que parece ser bastante fan de las trivias y preguntas extrañas, entre las que
me sorprendió la número dos: ¿tenés enfermedades venéreas? Pero seguir por ese
camino sería meterme en terreno demasiado autobiográfico, y de una parte de la
autobiografía que no interesa mucho indagar, y me van a tener que tener fe en
eso. Y claro, resulta que hoy es lunes y que llovió casi todo el día en el
barrio Rivadavia, y más casual que eso es que estamos a once de septiembre, y
que se cumplen cincuenta años del golpe militar de Pinochet en Chile, el golpe
sangriento y asesino que terminó con el sueño de toda una generación, que
imaginaba una patria socialista democrática. La primera pregunta sería qué
quedó de esa parte de la Historia. Qué quedó resonando tan fuerte que me pone
en la situación de barrer con cualquier otra temática de escritura, hoy. Qué
genera ese hecho tan triste, que todavía resuena aunque no lo haya vivido,
porque no había nacido por entonces. Sin embargo, cada once de septiembre lo
tengo tan presente, que inclusive el pobre Sarmiento – discutible cualquier
adjetivación sobre este otro pedazo de la Historia, pero lo dejamos para otro momento
– pasa a un segundo plano, al igual que el aniversario de la caída de las Torres
Gemelas, hecho que sí fue contemporáneo a mi adolescencia, día que recuerdo
perfectamente porque fue un cimbronazo gigantesco que marcaría, también, un
cambio de época trágico. Pero los años pasaron y el once de septiembre fue
centrando cada vez más su atención en el golpe al gobierno socialista de
Allende. Ni hablar después de las lecturas de Pedro Lemebel, de Ariel Dorfman o
del propio Roberto Bolaño. Ni hablar después de las canciones que evocan el
terror, los testimonios de víctimas, las películas de ficción y documentales
que reconstruyen desde distintos puntos de vista un hecho tan doloroso para el
pueblo chileno. Y la resonancia, el prólogo al terrorismo de estado
perfeccionado para ser más sangriento. que sobrevino en Argentina, las
desapariciones de personas, el robo de bebés, la intolerancia con quien pensara
diferente, la vida y el arte censurados. La resonancia, el eco terrorífico del
golpe en Chile, lxs miles de chilenxs que hoy piensan que Pinochet hizo lo
correcto, que lo correcto sea desaparecer al que opina distinto, matar al que
canta diferente, censurar al que usa palabras no autorizadas por el señor
tijeras, un censor que no sabe diferenciar realidad de ficción, porque unió
todas las partes en una sola manera de ver el mundo: el terror. Y con eso fue
poniendo de prepo los anteojos en toda una sociedad, que fue inyectada de
muerte, generando anticuerpos que todavía hoy funcionan. Porque el terror deja
huellas imborrables, y en eso radica su poder. Y después pasaron los años,
experiencias de resistencia en todo un continente demasiado maltratado, un
continente experimental destinado a pagar las consecuencias funestas de todos
los sistemas que el poder central le impone. Pero sigue pasando que cada once
de septiembre resuena, insiste, invita relecturas. Entonces hay algo más que
solamente el terror. Hay algo que dice
ese terror. Algunas interpretaciones suelen cargar culpas desmedidas sobre las
víctimas, sobre el propio Allende en particular. Que se confió demasiado, que
tendría que haber logrado un mayor consenso en la clase media, que se debería
haber exiliado cuando pudo, y etcétera. Inclusive hay algo todavía más
preocupante: una lectura de sectores progresistas, de izquierda, que se dedican
a hacer lo que les resta capacidad de acción política: solemnizar. Así, la
figura de Allende es cada vez más un efecto de prócer, y su política – que fue
real – de una sociedad justa, un socialismo democrático, un objeto
inalcanzable. La veneración genera un rechazo desde el inicio, por considerarse
algo imposible para los humanos. Y de ahí se genera una mitología tan falsa
como potente: el socialismo democrático es imposible. No se puede aplicar en
este contexto. Cantinelas que se fueron propalando a lo largo de estos últimos
cincuenta años, y que nuestras sociedades adoptan casi sin cuestionar. Por eso
el once de septiembre, porque debería ser el día en el que seamos capaces de
pensar que las transformaciones son posibles, y que es posible vivir en un
mundo más justo y humano, porque cuando fue real lo vinieron a voltear. Ahí
está su potencia, justamente en la brutalidad de sus verdugos, torpes
guardianes del status quo, infernales defensores de viejos órdenes que sueñan
con perpetuar sus anquilosadas prácticas, provistos de una mirada obtusa del
mundo, limitada por las escasas palabras que manejan, dominados por un esquema
de poder económico que no los tendrá nunca en cuenta, porque siempre serán
serviles de lo que no entienden, por pereza intelectual, por vulgaridad de
espíritu, por escasez de amor. Cincuenta años y la necesidad de volver a esas
calles de Santiago, o las calles de cualquier lugar de Latinoamérica, para
levantarnos una vez más, sacudirnos los complejos y el resto de terror que nos
inocularon, para pensar una vez más en todas esas realidades que sí son
posibles, porque las podemos imaginar, y sobre todo porque las podemos
compartir, nombrar.
********El tema que se sugiere en el texto, y que emociona como pocos:
*Miguel Humberto Enríquez Espinosa fue un médico, político, revolucionario, fundador y Secretario General del Comité Central de la organización Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Ministro de Educación del presidente Salvador Allende en 1973.
**********Con humildad, Juan********siempre en una plaza liberada, por favor************
Existen
esos momentos en los que fuimos muy felices, pero sin sospecharlo. O que por
ahí no fuimos tan felices, pero en una relectura tiempo después, pues sí. La escritura
posterior transformó ese momento en el más feliz. Y después, en otros futuros
más lejanos, la lectura y relecturas volvieron a cambiar la percepción de ese
instante, hasta que fue quedando cada vez más lejos de la realidad y mucho más
cerca de la ficción. Llegados a ese lugar, ni los personajes importan y tampoco
las circunstancias, mucho menos el argumento. Lo que queda, en definitiva, es
la forma. Y hasta ese lugar llega la literatura. Un camino a recorrer en cada
una de sus paradas. Pero cada tanto pasa algo de eso, la primera estación, un
momento en el que se piensa que rara vez se va a disfrutar de algo como se lo
está haciendo en ese preciso instante. La cagada más grande es cuando se cae en
la cuenta mucho tiempo después, por ejemplo, en la segunda parada del proceso
de escritura, escribir un momento que puede ser considerado el rayo de luna en
la vida. Pero en el primer momento, no hubo rayo ni hubo luna. En ese tramo la
realidad se complejiza, se encarga de opacar todo, hasta que ya perdimos lo que
en realidad queríamos mucho, y nada más queda volver a ello a través de la
escritura, primero. Luego lectura y relecturas, segundo. Olvido de la realidad
y triunfo de la ficción, tercero o quinto, o lo que sea que viene después. De
eso trata el relato Rascacielos , del
escritor chileno Alejandro Zambra. Un texto que tuvo la particularidad de que
me hizo llorar, y no soy de llorar mientras leo, porque entre otras molestias la
principal que ocasiona es que las lágrimas me impiden seguir con la lectura. Pero
en ese momento del proceso se ve que estaba sensibilizado por el lunes, o la
influencia de la luna, o la necesidad número 30000 de explicar qué fue el
terrorismo del estado en este bendito país, y en el barrio Rivadavia también. Y
a veces agota el alma tener que andar explicando lo obvio, tener que explicar
que un genocidio no tiene nada de justificable, nada. Y pienso entonces otra
vez en eso de las instancias de la escritura, las percepciones del tiempo, la
lectura y relecturas, como para tratar de encontrarle un sentido a lo que es
totalmente absurdo. Y me pregunto ¿hasta qué punto se puede negar la realidad
para crear ficción, sin aclarar que se trata de ficción y nada más, por el bien
de que las próximas generaciones vayan a interpretar mal? Habría que hacer la
siguiente advertencia: la lectura de
los hechos y/o personajes que se van a presentar a continuación…Así las cosas,
no debería seguir escribiendo por un tiempo, hasta que la realidad se acomode
un poco más cerca de la humanidad. Pero estoy convencido de que el silencio
tampoco es conveniente, porque es entregarle el espacio a aquellos que juegan
con la Historia para ponerla en el lugar que les conviene. Vaya contradicción,
hacer ficción de la Historia para tergiversarla y crear justificaciones de mala
política en el presente. Otra actividad horrorosa. Mejor sería que hicieran
como la escritora de Harry Potter, que es bastante facha pero que se dedicó a
la ficción y no a ficcionalizar la Historia para dedicarse a la política. Igual
me observo el propio accionar, y en este tramo me vuelvo un poco ombliguista:
¿cuánto de la realidad habré tergiversado para que se me haga tan incómoda tu
ausencia? A lo mejor te recuerdo con una memoria de escritor del romanticismo
súper tardío, híper hiperbolizado. O tal vez hay algo de ese rayo de luna que
se me aparecía cuando nos reíamos al mismo tiempo, una magia tan simple como
imperecedera. Pero no tanto, porque pereció. Pero en esta relectura, que es la
escritura en un presente de un pasado ahora inhóspito, las cosas empiezan a no
estar tan claras. Entonces trato de volverme una suerte de historiador defensor
del humanismo, para ser más objetivo pero no volverme un negacionista. Y el
rayo de luna se me sigue apareciendo como una epifanía tan real como la cerveza
que me tomo esta tarde, en la que –por cierto- me estoy re cagando de frío. Y
se suma el contexto, entonces, que también va mutando todo el tiempo y forma y
deforma las relecturas, y sí puede ser que tu recuerdo tan cálido me esté más a
mano con temperaturas por debajo de los ocho grados, tiene mucho de obviedad si
se quiere, es casi lo más objetivo que me pasó en los últimos tiempos. Debería
escribir a continuación que te extraño, pero no es eso exactamente lo que
siento. Estoy mucho más cerca de decir que no te conozco, que no te conocí
todavía, y que seguro no te voy a conocer. Pero también estoy convencido de que
necesito recordarte todos los días, en algún ratito al pedo que tenga, sobre
todo cuando me siento un poco bajón y son las ocho de la noche en la esquina de
Francia y Garay, y tengo un poco de hambre, y fui al chino y solo conseguí la
birra y una bolsita de maní sin sal, y mañana va a ser martes y voy a tener que
escuchar a mucha gente decir lo terrible que son sus vidas sin dólares y esos
deseos de que todo explote para terminar tod@s explotados y volver a empezar
mejorados. Pero eso último sería falsear la Historia. Porque ninguna explosión
trajo nada bueno ni mejoró a la humanidad. Muy por el contrario, explotar es
apurar el desenlace de todas las historias, la Historia. Vuelvo a lo del
inicio, insisto: existen esos momentos en los que fuimos muy felices sin
sospecharlo. Espero que el tuyo y el mío estén por venir. Quién sabe, una de
estas noches, en el bondi o en la esquina de siempre, en el chino de acá a la
vuelta o en la próxima marcha contra los reivindicadores de la muerte.
******Y como todas las cosas pasan y pasarán, y mañana será otro día:
**********Humildemente, yo*************escribiendo porque hay que rebuscarselas, otra no queda**********