“¿Quién va
a venir? Todo es pura bambolla. Nadie hace nada, pero hay que reconocer que se
respetan las apariencias. ¿Se fijó en los biógrafos? La gente sigue
concurriendo, pero ya no dan vistas. ¿Se fijó que no hay fecha sin que una
repartición no deje el trabajo? En las boleterías no hay boletos. Los buzones
no tienen boca. La madre María no hace milagros. Hoy por hoy, el único servicio
que funciona es el de las góndolas en las cloacas” (dice Isidro Parodi,
mientras toma un café con leche en la peluquería)
¿Y por qué
carajos se sentían más seguros caminando por las calles del barrio Rivadavia, a
la noche, parando en cualquier esquina a tomar una cerveza y fumar un porro?
Quién sabe. Pero era lo que sentían y ya, no había nada para explicar. A
Scardanelli se le venía a la memoria Isidro Parodi rajado de la cárcel y puesto
a laburar en una peluquería justo enfrente, porque a nadie le importaba nada,
solamente mantener cierta apariencia de normalidad. Algo que se viene
construyendo desde hace siglos, y que cada tanto pierde todo el sentido y
demuestra la demencia total de pensar que alguien o algo puede gestar el camino
correcto hacia una normalidad que no existe. Y no existe porque es una construcción
más, como los puentes, los perfumes y la tinta china. El Yo que dice yo pensaba
distinto sobre los relatos de Bustos Domecq, alias Bioy-Borges, porque le
parecía una literatura muy inocente, en especial porque todos los personajes
paraban en algún momento a tomar café con leche. Hasta la fiesta del monstruo
se le figuraba como una feria de mercado en domingo primaveral. La China amaba
la capacidad deductiva de Isidro Parodi, pero lo prefería como presidiario, y
no como un quejoso hincha pelotas peluquero de la cuadra. Como sea, ahora
estaban los tres pensando en que lo terrible para algunos, para otros es el
paraíso. Eso, dijo Scardanelli, de que el paraíso crece a la sombra de la
espada, se puede aplicar a nuestras vidas. Los otros dos lo miraron, tomaron un
trago de birra, y pensaron que esa contradicción, ese choque de contrarios, ese
absurdo, un poco que estaba avalado por el progreso de la historia: a caballo
entre las guerras y las disputas por cosas, recursos o como se los quiera
llamar. En definitiva eran cosas e ideas que, en algún momento, para las
sociedades resultaron indispensables. ¿Indispensables para qué? Como esta
cerveza, ¿no?, aportó la China mirando la botella medio vacía. Tenía razón,
porque de movida no era algo de vida o muerte, cosa que se bastaría con el agua
de cualquier canilla. Pero ese otro producto o cosa, más rebuscado, más
interesante, ya formaba parte de un estilo de vida, de una manera de
considerarse persona. ¿Para tanto? Y para mucho más también, porque ninguno de los
tres dejaría de batirse a duelo por esa botella, a mitad de la semana, un día
en el que ya empezaba a picar el sol. Sería la tercera o cuarta o quinta – vaya
a saber – guerra mundial. Todo por un líquido, como antes el petróleo. Ahora
sería una botella de cerveza, y después la desmesura total, la justificación de
los asesinatos y los memoriales post traumáticos, debidamente homenajeados con
el himno nacional correspondiente y…un buen trago de cerveza, porque las
batallas ganadas valen la pena. Del otro bando mejor ni pensar, porque de los
vencidos nada se sabe, hasta que en algún momento rompen la racha y dan vuelta
la historia, y otra vez a los asesinatos y etcéteras de cualquier guerra. ¿El
sentido? Poco importa, porque lo que vale más que nada en este mundo como lo
entendemos es el movimiento. Hay que desplazarse para después estar angustiado
pensando en cuándo se va a volver. Reencontrar ese estado, ese lugar, ese
sentimiento, esa cosa, esa persona, que fueron la razón del todo. Un todo que
ya no está ni estará donde lo habíamos dejado, porque nunca había existido
desde un principio. Luego el final. ¿Y para qué el movimiento? Vida, siempre.
En eso radicaba esa tarde y todas las tardes del futuro. Proteger los
recuerdos, seguir en una búsqueda infructuosa de los momentos pasados que ya
son irrecuperables. Como en un tango de mierda, dijo la China. Los otros dos la
miraron, pero no dijeron nada porque eso parecía esa noche en la esquina de
siempre, un tango de mierda. ¿Por qué un tango y no un reggaetón? Porque la
nostalgia está adherida al tango por derecho propio. Una batalla cultural
ganada hace un siglo, pero que algún día iría a terminar. Seguro, porque el
rock va a ser lo más nostálgico el mes que viene. Eso que decía Scardanelli
angustió un poco al Yo que dice yo, porque el rock todavía le seguía generando
alegría liberadora. Pero era verdad, el mismo movimiento de la vida cambiaba
las cosas de lugar, mudaba los sentidos. Como un personaje de Bustos Domecq
tomando café con leche, mientras intenta develar un misterio. ¿Qué personaje de
ficción puede tomar un café con leche hoy día, mientras cuenta algo de su vida?
Alguien que se levanta con resaca un lunes por la mañana, o que debe salir de
viaje y manejar cientos de quilómetros. No sé, dijo Scardanelli, suena medio
pavote, ni en pedo pondría a tomar un café con leche a un personaje de ninguna
historia del barrio, en serio. ¿Qué sentido tiene? Habrá que ponérselo uno
mismo, o seguir esperando el milagro del tiempo, del movimiento, que va a
llegar pero tarde. Eso, el movimiento en las calles del barrio Rivadavia, la
única seguridad con la que contaban.
*Y sí,
obvio, las cosas tienen movimiento:
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