Et nada

 


Ya he perdido el olor de los duraznos.

Mis ojos ven fantasmas en la gente al pasar..

Ya he cambiado de piel en estos días.

Hoy soy otro y cuando paso no me ven.

El tiempo al borrarse por mis dedos.

 No me duele.

Mi cara en el espejo ya no tiene aquel color.

Ya no reconozco la calle en que camino.

El lugar donde duermo ya no es más mi lugar.

Estoy aquí parado, sentado y acostado

(Pipo Lernoud)

 

La otra tarde me encontré con Scardanelli en la misma esquina de siempre. Estaba sentado en la misma vereda de siempre, tomando la misma cerveza de siempre, insultando con sus ojos los mismos baches de la calle Francia de siempre. Su mirada también me decía no tengo nombre, no tengo amigos, no tengo lenguaje, no tengo verdad, como los gritos desesperados de Miguel Abuelo hacia la nada, recitando como nadie ese extraordinario poema de Pipo Lernoud. Pero yo sé que a Scardanelli no le cae bien Miguel Abuelo, porque para él era un "facho con piel de rebelde" y porque "cantaba para el culo". Cosas de Scardanelli, un tipo que funciona así, todo lo que a uno lo entusiasme a él lo aburre. La mejor manera de relacionarse con alguien así es acercándose a saludar mirando al piso, sentarse al lado y escucharlo contar alguna de sus ocurrencias, alguna de sus historias. ¿Qué si son verdad? Quién sabe. Scardanelli es un tipo que no sabe lo que es real. Peor aún, no le interesa distinguir entre la realidad y la ficción. A veces cuenta una historia que en verdad es un capítulo del Quijote, pero en vez de caballos hay motos, y en lugar de Castilla La Mancha es el barrio Rivadavia, siglo 21. Al principio, este mecanismo puede ser una verdadera molestia, pero la verdad que hoy se agradece, un escape hacia otro lugar poco claro, delineado entre la realidad y eso que es el material que Scardanelli le agrega a la vida, a esta vereda, a estos cráteres que hay en la calle, y que desde su visión son rayos fulminantes que Zeus envió a la tierra en un descuido, porque el lugar destinado era Troya, pero el Dios griego había escanciado tanto tinto la noche anterior, que le salieron los tiros para el barrio Rivadavia, que ya existía…

"Por supuesto que este barrio de mierda ya existía con los primeros griegos, los primeros chinos y las tribus originarias de cada pedazo de tierra. Porque hay lugares que nacen con una maldición, y es la de existir para siempre y desde siempre. Como yo, ya sabés. Los rayos vienen con fuerza y en uno de esos estornudos caí acá, desde siempre. ¿Sabés cómo era esta esquina hace miles de años? No te das una idea. Te saco de la duda: una mierda. Esta esquina, como aquella y esa otra, era una mierda. Y la gente que pasaba era la misma, con la misma inclinación hacia el suelo, con la misma mirada perdida en deseos que no eran genuinos. Eso siempre estuvo, querido, tanto como esta birra. Ponele que no la llamaban así, pero estaba este mismo brebaje, te lo digo porque lo vengo tomando desde siempre. Y siempre había un boludo como vos que se me sentaba al lado, con ganas de desconectarse de las pavadas de la vida. Y me escuchaba, así como vos, todo lo que yo le contaba del futuro, de esta misma calle de mierda. No, qué te pensabas, yo no concibo el tiempo como ustedes. No soy tan idiota. El tiempo es uno y poco importa si pasado, presente o futuro. Se está en todos los tiempos a la vez. Ahora me tocó el patético año 2021, pero mañana a lo mejor sea el año 1000, o el 34, o tal vez el 2666. ¿Sabés cómo se ve esta esquina en el año 3000? Igual, una mierda, la esquina sigue con un par de personas sentadas tomando una cerveza, viendo cómo los autos tratan de esquivar los baches de la calle, que siempre está igual sin importar el año que sea. A veces pasan carretas, a veces coches viejos, a veces platillos voladores, pero todos son afectados por esos baches. Los baches son inmortales también, y tienen un efecto estético devastador, además del daño material que causa pasarlos por encima. Y creo que todo eso tiene un motivo: nos equivocamos de lugar. Fatalidad de algunos personajes, eso de estar en las historias que no les corresponden. ¿Cómo me di cuenta? Es que yo veo la película completa, Juan, la veo todos los días. Y hay fallas que se repiten, lo que llaman deja vú. Pero acá no le decimos así, nunca hablamos como pelotudos. Repetimos argumentos que no nos corresponden. Habría que presentar la queja, pero siempre hace frío, siempre. No importa el año que sea, de verdad que en esta esquina hizo, hace y hará frío siempre. Eso saca las ganas de revelarse contra el gran escriba, el inventor de los argumentos. Es una suerte de monstruo sin género ni lenguaje. ¿Que cómo hace? Nada, solamente gime y los argumentos echan a andar, no es tan complicado. Lo podría haber hecho yo, lo podrías haber hecho vos, pero nos ganó de mano, fue un segundo más veloz. ¿Vez esa gente que se está juntando allá? Están por hacer una cagada, lo deben intuir. Pero no podemos hacer nada, porque todas esas cosas ya pasaron, nuestros lugares son estos y no hay más que quedarse aquí parados, sentados y acostados…"

Una tarde con Scardanelli significa transcurrir cien años. Lamentablemente, no de soledad, sino en compañía de una persona extrañamente molesta. Pero no lo puedo culpar, es una especie de viejo capitán Ahab, le cortaron una gamba y perdió el timón del Pequod. ¿La bestia que persigue, la ballena blanca? Simplemente no le da bola, y eso lo tiene deprimido. Lo que pasa es que decir cómo se siente uno es difícil, porque ya sabés que poco se puede hacer. Es jueves, estoy confinado en la misma vereda de siempre, no tengo nombre, no tengo amigos, no tengo lenguaje...

 

-Otro episodio de Scardanelli, el insoportable vecino de acá a la vuelta. Pero algo de todo lo que dijo me quedó en la cabeza, y por eso el poema de Lernoud, y por eso Miguel Abuelo:


*********************************************Humildemente, Juan / Scardanelli / otro yo**************************************Acá, siempre***************************************************************************

Estoy intentando vender un libro de poesía



Estoy casi seguro de que un libro de poesía es un artefacto imposible de vender. Sobre todo si al autor no lo conocen más allá de la esquina de Francia y Castelli, en el queridísimo barrio Rivadavia, donde tampoco se suele hablar mucho de poesía. Y es lógico porque hay otras cosas mucho más importantes, y porque devino la debacle mundial del coronavirus, se murió Maradona y parece ser que ahora los alfajores de Mar del Plata son transgénicos. Entiendo, no es el momento para salir por las calles con este artefacto tan extraño, para ofrecerlo puerta a puerta por tan solo $300. Tampoco tengo la capacidad monetaria como para contratar un equipo de promoción, que pegue afiches por las calles, que bombardee las redes sociales, que prepare una presentación con "todos los protocolos" (que en verdad son un par de cosas nomás: usar barbijo, lavarse las manos, mantener distancia y ventilar los espacios cerrados) y con hermosas fotos de un autor que no es muy simpático, y que mucho menos es fotografiable. La verdad, mi capacidad monetaria alcanzó para imprimir algunos ejemplares que agradezco enormemente a Walter Paez y Cristian Habarna, responsables absolutos de la creación de este librito lleno de poemas que se llama: PARA MORIR UN DOMINGO. Recomiendo su lectura un día domingo, y de ser posible que la lectura sea en el inodoro, son el tiempo y el lugar perfectos para transcurrir estos poemas que van desde la desesperación de un aspirante a escritor, hasta la reflexión sobre un pasado que ya no se recuerda y un futuro que es tan incierto como el precio del bife ancho. Poemas llenos de deseo y amores mal encaminados. Y sobre todo poemas que se preguntan sobre el lenguaje y sus posibilidades, desde acá nomás, desde esta vereda de siempre, en la que hoy pegó un poquito del sol de fin de otoño. Pero mejor que el libro se defienda por sí mismo, y yo me dedique a venderlo como si estuviese en un infomercial...
Y lo primero que hay que decir es ¿No estás cansad@ de sentarte en una silla despareja, algo que paga tu espalda y tu humor en la mitad de semana? Llega PARA MORIR UN DOMINGO, un artefacto ideal para nivelar las patas de tu silla:

¿Estás apurad@ por ir al baño, no aguantás más los retorcijones y se te terminó el papel higiénico? Llega PARA MORIR UN DOMINGO, un artefacto perfecto para limpiarte las partes más sucias y olorosas del cuerpo:

¿Tenés un agujero en la ventana y te enteraste que en la vidriería están cobrando en libras inglesas? Llega PARA MORIR UN DOMINGO, un artefacto especialmente diseñado para cubrir las roturas en las ventanas de cualquier hogar:

¿Es domingo a la tarde y no tenés dónde apoyar tu equipo de mate? Llega PARA MORIR UN DOMINGO, un artefacto pensado para proteger otras cosas que sí importan:

¿Te dejaron de garpe, no hay suerte hace meses en las aplicaciones de citas, es sábado a la noche y ya te clavaste todas las series de las plataformas más populares y de las alternativas? Llega PARA MORIR UN DOMINGO, un artefacto que te acompaña en las noches más solitarias, porque también está hecho de ese mismo material:

Ya sabés, hay un ejemplar de PARA MORIR UN DOMINGO esperándote. Lo podés conseguir con un simple mensaje de Whatsapp al siguiente número: 2235466110 ¡LLAME YA! (para los primeros cien mil llamados acompañamos el artefacto con un pañuelo descartable, por las dudas que se te escape alguna lágrima)

Sin más, vuelvo a agradecer a Julieta Lennon por la fotografía de la portada, que quedó genial. Y va el poema que da nombre al libro, como adelanto de lo que vendrá si te decidís a leerme:


                                                             Fiebre de muerte

Es raro esto de estar tan solo, muriendo,
no es que no me entusiasme,
pero podría sonar viernes 3am de fondo

Un vaso de algo, es costumbre,
el goteo del baño roto,
un gato rascando los muebles,
tu semen en el celular

A lo mejor, Michael Landon en la tele,
la fiebre lo hace salir de la pantalla,
dos o tres sueños sin sentido,
la imagen de los santos pecadores,
una barca en la oscuridad
y todo el mundo remando 
en procesión

"Y llevás el caño a tu sien",
pero no hay para caños,
continuar de alguna manera,
sangre no quiero, ya vi mucha;
llanto menos, demasiados mares;
¡Fuego! Horrible fuego...

tarde de lunes...

martes agonizando...

jueves por la madrugada,
todavía cuesta,
pero estoy en camino,
otra vez,
para morir un domingo
 

Una habitación vacía



 “Una especie de pérdida constante del nivel normal de la realidad”

(Antonin Artaud)

“Lo que tememos más secretamente siempre ocurre”

(Ricardo Piglia, Un pez en el hielo)

“Día horrendo, el día en que no exista sobre nuestro planeta quien escriba versos”

(Efraín Huerta)

 

Una habitación totalmente vacía, con un grupo reducido de personas, que se conocen por haber seguido una trama más o menos parecida. Un cartel que es lo único que llama la atención, sobre un lugar totalmente blanco, sin ningún tipo de abertura u objeto al alcance de la mano o la mirada. Un cartel que dice que la única manera de encontrar la salida es creando algo que no exista. Un mensaje, una pista, que resulta confusa y maldita para quienes intentan encontrar una explicación a semejante pérdida de la realidad. Pero la realidad también puede ser una especie de pesadilla, como despertar en un lugar encerrado, sin manera aparente de poder escapar. Pero la situación propuesta es peor, porque el cartel aporta algo parecido a una solución. ¿Pero y si es un engaño? Y en caso de no serlo, ¿qué se supone que deberían hacer esas personas encerradas? Las seis personas se miran, incrédulas, sorprendidas. Buscan en otros ojos algún rastro de razón, un atisbo de explicación a semejante pérdida de la realidad. Una de esas personas se sienta, parece como más relajada, o tal vez esté resignada. Las demás se preguntan a los gritos qué carajos está pasando, qué mierda es esa situación. Sería una pesadilla, seguro. Pero los pellizcos, los golpes, los gritos, no resuelven nada. Otra de esas personas toma envión y golpea su cabeza contra la pared blanca, inmaculada. La sangre salpica para todos lados, la persona cae, parece muerta, nadie se atreve a acercarse para corroborarlo. La persona sentada no responde, parece haberse anulado, o entrado en trance. Solo las cuatro restantes quedan activas, aunque el terror se les dibuja en la mirada. Una de esas cuatro se desmaya, o cae súbitamente muerta, nadie se atreve a chequearlo. Las tres personas que quedan se miran entre sí y se acercan como para contenerse. La reacción es típica de cualquier mamífero. Comienzan a presentarse, tratan de tranquilizarse, aunque sepan que no lo van a conseguir. Se preguntan sobre la situación actual, la sugerencia del cartel, la pérdida del sentido de lo real. Pasan los minutos y, poco a poco, se acostumbran a la terrible situación que les toca vivir, como si una horrible pesadilla los hubiese engañado en la hora de una siesta insospechada. Una de esas tres personas que quedan activas, recuerda haberse dormido, en el patio de una casa tipo chorizo del barrio Rivadavia. Se habría tomado una cerveza al sol, lo que la llevó a caer por acción del sueño, lenta y dulcemente. Entonces esa persona está convencida de que eso que está aconteciendo ahí es un sueño, una mala pesadilla, tal vez la peor cosa que se podría haber imaginado. Resultaba una especie de acto tremendo en contra de su propio yo, de su propio cuerpo. Llegó a la conclusión de que las otras dos personas que quedaban de pie a su lado, y que parecían hablarle de una idea para escapar del cuarto vacío, eran inventos de su imaginación, de su inconsciente, que siempre se manifestaba cuando sentía que el sol y la birra se unían por la tarde. Dejó de escucharlas, a esas personas tan extrañas, que ahora empezaban a desdibujarse, a perder consistencia, a desaparecer estando ahí. O a lo mejor era esa propia persona la que estaba alejándose de la realidad. Se preocupó, hizo fuerza por volver en sí, al cuarto blanco, al cuarto vacío, al cuarto que todavía mostraba el cartel que decía que para encontrar una salida, había que inventar algo que no exista. Consideró elaborar cierta cosa, por más simple que fuera, que pudiese entrar en la categoría de invención nueva. El principal problema era que no habían objetos para usar. Todas las personas allí presentes estaban desnudas, por lo que disponían sólo de sus cuerpos y las palabras…las palabras. Esa persona observó a las otras dos, que ahora estaban llorando desconsoladas, se abrazaban y caían al suelo, debilitadas por la falta de realidad. La persona que miraba, la persona que estaba volviendo en sí, la persona que estaba segura de haberse quedado dormida en el patio de una casa, comenzó a recitar en voz alta. Para su sorpresa, lo que salía de sus labios era una especie de himno, que había comenzado de manera suave y amable, que continuó con una enumeración virtuosa de todas las cosas por las que valdría la pena mantener la cordura, no volarse la cabeza, no perderse en la evasión, no caer en la angustia paralizante. Para el remate, el himno comenzaba un descenso en su tono, hacia el interior del espíritu de la persona que recitaba, como si el grito contenido volviera a encapsularse, para terminar con un último alarido…Y ese último alarido era la salida final, una puerta que aparecía de la nada, con todo un futuro al que había que animarse a saltar…

Creo que se despertó una mañana del año 2666. Era de noche, hacía frío. Pero no parecía un día de invierno, había ciertos despojos de un extinto arcoíris otoñal, bastante tibio. No le quedaban cervezas en la heladera. Estaba en el patio, la noche tenía a las estrellas en su máxima expresión. No quiso desesperarse, no pensó en si todo eso era real o no. Se acomodó contra una medianera, se abrazó las rodillas y respiró profundo, con una sonrisa y la mirada puesta en el cielo. Y respiró, y rió y lloró, la puerta estaba abierta, ya estaba en camino, lo iba a intentar una vez más.

 

***Un relato breve para seguir transcurriendo la semana en la ciudad balnearia, en la ciudad de los alfajores, en la ciudad de los lobos marinos y las estatuas robadas / desaparecidas / vueltas a aparecer de la nada. Una ciudad que era un misterio, que no despertaba en nadie las ganas de ponerse a resolverlo. Y la música de fondo:


********************************************************************************************************Humildemente, Juan, en uno de esos días******************************************************************************************estos días************************************aquellos días************************************


Más allá hay monstruos

 


[...] El timonel tenía agarrada la rueda

y el barco se movía, se movía

sin que una sola brisa lo moviera.

Cada marino en su puesto intentaba

tensar los cabos, y no tenía fuerzas:

¡éramos una tripulación difunta, cadavérica!

[...]

Más fuerte y más terrible

seguía retumbando bajo el agua:

alcanzó la nave, dividió la bahía

y, como plomo, la nave desapareció bajo sus aguas

[...]

Aturdido por el ruido aterrador

que cielo y mar estremecía,

mi cuerpo quedó a flote

como quien lleva ahogado siete días

[...] esta alma mía

en medio del mar se sintió muy sola:

tan sola que ni el mismo Dios parecía

estar entre las olas.

(Samuel Taylor Coleridge, La balada del viejo marinero)

 

Alguien sin dejar rastro comenta una nota de manera virtual, glacial, indicando con una máxima indefendible que “Rodrigo Fresán no sabe escribir”. Leo y paso hacia otro espacio un poco más amable, o por lo menos que yo deseo sea un lugar agradable, por fuera de la lógica del www, las redes sociales, los emojis y los comentarios anónimos. Quiero decir, tiro el celular casi sin carga en la vereda de siempre, y aprovecho un ratito de sol, un sol que viene a cuenta gotas, como el de la película Milagro en Milán. Ya saben, esa escena en el barrio más pobre del mundo, donde Toto y sus vecin@s tienen que amucharse porque hasta el sol les es negado, y solo alumbra con un débil rayo de un diámetro ridículo. Las mayorías siempre quedándose afuera, una constante desde los tiempos dorados del neorrealismo italiano, hasta estos tiempos de sálvese quien pueda del pos-coronavirus. Y quienes siguen salvándose son siempre los mismos, y quienes continúan condenados son siempre los mismos, nada nuevo bajo el amarrete sol capitalista. Pero me enseñaron que no hay que desesperarse, porque la esperanza siempre está ahí, al alcance de la pata de marfil del capitán Ahab, a mano del terrible marinero del poema de Coleridge. Tranquilamente, dos sobrevivientes monomaníacos del barrio Rivadavia. Y acá dejo la premisa de la semana: búsquense un buen rival para utilizarlo de timón, porque el invierno parece que está apurado por hacerse de todo el protagonismo, y no van quedando camillas para morir tranquil@s de frío, covid u olvido. Entonces, ahora empiezo a entender – al menos un poquito – a toda esa gente que despotrica contra alguien más, sin muchos motivos ni razones. Sería como una catarsis que funciona en tiempos de incertidumbre total. El problema es cuando el rival parece no tener rumbo, y eso me pasó con el Fondo Monetario y otras entidades de similares y gangsteriles características, que ahora dicen que los Estados deben beneficiar a l@s habitant@es más carenciados, que hay que cobrar impuesto a las grandes fortunas y a las grandes empresas, que el equilibrio del déficit fiscal no importa, que la vacuna debe liberarse y etcétera. ¿Para dónde apuntar entonces? No estamos preparados para semejante cambio de paradigma, resulta alucinante. Por eso ahora sí que entiendo al pésimo lector que se encargó de defenestrar a Fresán. ¡Está desorientado! Uno no sabe bien dónde está el enemigo y tampoco – en caso de que existiera – lo ve venir claramente. Como si se tratara de la ballena blanca o del albatros inmaculado, un brillo tan blanquecino que genera desconfianza de tan luminoso, y entonces eso genera la locura incipiente y uno puede terminar arrojando el arpón para el lado que no era. Pero los Capitanes ya estaban jugados cuando zarpó la nave, sabían que el final era ese, el del abismo, el de la muerte de Dios, el del delirio, el del quiebre del timón. El resto de la tripulación, sólo seguimos remando sin levantar mucho la cabeza, porque no vaya a ser cosa. Con que podamos seguir laburando las horas que – casi – no nos pagan, y l@s niñ@s puedan ir al jardín, a la escuela, a inglés y a natación, todo bien. Lo que pasa es que algún día deberemos levantar la mirada y ahí nos quiero ver, en el medio de un mar desconocido, avistando un más allá lleno de monstruosas creaturas que nos esperan para cobrarnos todas las deudas juntas. Porque las trampas las dejamos sin poner un rastro, y estamos condenados a caer en ellas una y otra vez. Tanto como el viejo marinero que se arroja hacia el anchuroso mar, techo azulino de la ballena blanca, sin pensar en la salvación de nadie, con el egoísmo de aquel que ya no entiende las reglas del juego y se decide a terminar con todo, a bajarse del mundo después de dinamitarlo, a beber de la fuente de las musas del barrio Rivadavia, que son un par de gitanas echando maldiciones, porque saben que uno es un suicida y es la verdad. No estamos sol@s, ojo, hay un montón de suicidas más, tod@s navegando en el mismo navío sin timón, sin siquiera advertirse. Lo único que compartimos, tal vez, es ese mismo Capitán, que hecha espuma por la boca, que tiene los ojos inyectados de sangre, que busca con desesperación enfermiza una venganza que, en el fondo de su corazón, sabe que no tiene ningún sentido. Pero igual, él, Capitán eterno, nos utiliza como herramientas para su fin desquiciado, herramientas que sabe muy bien, se estropean demasiado rápido.

 

****Yo todo el mundo en la ciudad es un suicida, tiene mil vidas, y es la verdad…pero si vas hacia el mar al amanecer…


*****************************************************************************************************+Y por qué no: ¡A bailar! mientras nos quede algo de pilas, un rayo de sol y la frazada para taparse a la noche*******Con humildad, Juan Scardanelli, esperando que el invierno no te resulte taaaaan frío*********Y a mí tampoco*************************

El príncipe de Persia

Saltar, pasar en zigzag. Supongamos que un príncipe Persa cierra los ojos mientras le cae una bomba en el medio de la cabeza, y todo estalla...