El más
irresponsable y desinteresado de los escritores del barrio Rivadavia, se pone a
pensar en una tarde que es la antesala del invierno. ¡Y qué felices que se ven
aquellas personas (o personajes, ya no distingo bien) que se empeñan en parecer
recienvenidas al mundo directamente del corazón de la selva, donde
supuestamente toda la vida que conocemos hoy se engendró, y donde parece que
mejor sería volver a tomar ese camino “natural” que alguna vez perdimos como
especie, y no ser para nada “especistas” porque vale lo mismo una hormiga que
un dólar (norte)americano! ¿Aunque vieron alguna vez a una hormiga cargando un
billete? Pues el escritor irresponsable sí que la vio, y la verdad es que la
hormiguita parecía saber muy bien que llevaba con todas sus fuerzas algo de “valor”.
Y la verdad que ni tanto, porque no pudo entrar al caminito y sus colegas la
esquivaron sin prestarle mayor atención. ¿Habrá evolucionado esa hormiga?
Segunda cuestión: ¿para qué? Tercera: ¿De eso se trata evolucionar? Preguntas que
deja en el aire espeso del Parque Camet ese escritor desinteresado, que suele pasear
donde más árboles ve en las ciudades por las que suele esparcir sus semillas
muertas. ¡Horror! Y la verdad que también, porque el otro día quiso hacer
germinar unas semillas de marihuana y nada bueno pasó. Pero como de lo nada
bueno suelen salir las mejores ideas, quedó este título que por ahí se incluye
en el “coso” de hoy: semilla muerta. Un poco es lo que pensamos todos los
habitantes de Mar del Plata, bien abrigados y esperando por la pronta finalización
de lo que todavía ni empezó: “Winter is coming”. Y podemos afirmar que ya se
pasó de advertencias y se tomó en serio eso de que “hay que aguantar en Mar del
Plata los inviernos”, y esa otra frase que de tan hecha ya aburre: “Mar del
Plata es una ciudad de dos estaciones….me voy a ahorrar el remate por respeto
al pobre escritor irresponsable. He ahí una buena cualidad a la hora de expresarse
artísticamente: la irresponsabilidad. Es la única tarea humana (y tal vez de
hormiga también) que permite tomarse licencias respecto a la vida ordinaria y sus
inapelables lógicas de cuaderno Rivadavia. Lógicas de cuaderno Rivadavia, otro
gran título que pensaba el escritor desinteresado para su próxima novela,
protagonizada por algún prócer debidamente olvidado, que solamente había estado
en las reuniones importantes con los “verdaderos” súper héroes patrios,
pongamos por caso (el más obvio) la jabonería de Vieytes, o la Chacra de
Perdriel. Sin embargo, éste personaje secundario (casi)olvidado, además de
haber estado allí, codeándose con la casta más adorable de los primeros
patriotas, resulta que sí había tenido las mejores ideas respecto a la
independencia, al primer (gran)gobierno patrio, pero de tan zurdo lo habrían
ninguneado, porque para ser un buen patriota hay que saber jugar primero a ser
un gran realista. Doble acepción que al escritor le encantó, un Realista
español (el enemigo), o un realista argento (el pesimista número uno). Y marche
un monumento al primer gran pesimista de este país, a ese prócer afortunadamente
y en buena hora borrado de la “memoria colectiva” (ese cúmulo de lugares obvios
a los que siempre terminamos acudiendo para no terminar conviviendo con el absurdo
que es en verdad la única de las realidades: la del hombre que no hace nada).
Oda al primer y único gran patriota, que desiste de jurar una bandera que no le
parece adecuada, porque esos colores no siente que lo representen en lo más
mínimo, estaba seguro que la única cosa que merecía pintarse en un emblema era
el verde de los árboles que había por todas partes, el verde del pasto,
adelantándose a Walt Whitman, previendo que el error más terrible sería ir
inclinando la balanza en favor de una oligarquía que estaba seguro lo iba a
llevar directo a la horca, simplemente por no pertenecer al club. Y en la
historia que se imagina el escritor irresponsable, la cosa termina así y
empieza así: porque luego de ser injustamente asesinado en la “plaza del pueblo
más incoherente del universo” (así la pensaba llamar en la novela), sus restos
comienzan un periplo imposible, desde el cementerio del barrio coqueto de la
Reconcheta hasta su exilio en la Banda Oriental, y desde allí en Buquebús
international hacia París, donde luego de dormir un par de meses con Proust “En
busca de un tiempo perdido y por suerte olvidado”, los patriotas de la nueva
era lo reclaman como propio hasta que vuelve a la Argentina, pero como se
olvidan de ir a retirarlo por la aduana, recae en un galpón de Once, donde un
camión lo despacha con desechos chinos en alguna esquina del barrio Rivadavia.
Y ahí quedan los restos inconclusos del más audaz y olvidado de los Avengers de
nuestra bendita y muy mal redactada “Historia oficial”. ¿La de Mitre, la de Billiken,
la revisionista, la de Paka-Paka, la de los hermanos motosierra? Cualquiera, lo
mismo da, porque todas lucen ese fatal signo de lo argento: querer tener la
razón a costa de todo, y solo para joder un ratito. Y así las cosas quedan tan
mal escritas como las ideas que ya se le empezaban a hacer muy borrosas al
escritor desinteresado. La idea final de la novela era justamente que la
Historia debía ser desenterrada de la primera esquina del barrio Rivadavia de
la ciudad de Batdelplata, pero que como resultado nada iba a ser aclarado y las
cosas todavía se irían a poner más difíciles para cada uno de los habitantes
del país. Casi como en la actualidad, aunque con la leve ilusión de que esa
historia igual de injusta estuviese (al menos) un poco mejor escrita. El prócer
que lo da todo por el estilo y la forma, y que le deja el contenido y la honra
a los chanchos que pelean por el poder. En fin, el prócer que no se animó, no
pudo, no quiso, le dio paja. Algo así era el argumento de la novela que,
definitivamente, el escritor irresponsable había decidido olvidar.
********creo haber nombrado al pasar (o casi) esta música que me hizo llorar:
************************me va tapando los ojos......la eternidad*********snif, snif***************humildemente, Juan**************
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