“María
descubrió que pasar todos los días por los mismos lugares se parecía a releer:
lo que una entendía era siempre diferente” (Andrés Neuman, Hasta que empiece a brillar)
Esas
geniales tardes repetidas de todos los tiempos, que podrían ser uno solo, pero…el
sol tibio y cuasi primaveral, el semáforo en rojo de la tormenta que se viene
porque Santa Rosa es esa santa epocal que se reproduce en los días finales de la
primavera y puede durar muchas semanas. La visita indeseada pero inevitable.
Ineludible por eso mismo, porque sucederá aunque no se quiera, como esos
recuerdos que a veces llegan, te cagan el día y no se van nunca más. Mejor ponerlos
por escrito. ¿Por qué? Para que se queden más firmes, para que la cabeza los
vaya borrando, y para que de tanto ver esas palabras que lo conforman, uno pueda
empezar a descubrirles cierta luz, como un brillo, eso mismo que sería la
epifanía de María Moliner en la novela de Andrés Neuman. La marca, el surco, el
descubrimiento de la pasión, que en verdad es una construcción ficcional, un
efecto de lectura, un deseo de escritor, un intento de un nuevo texto que
trabaja sobre la vida de alguien que se considera única: María. María y su
diccionario de uso del español, el más grandioso y divertido según García
Márquez, la aventura más impresionante de un escritor, una escritora. Sacarle
brillo a las palabras. Leerlas constantemente hasta que ya pierden ese
significado tieso que una institución les endosara en el principio de todo,
como jugando a ser Dios, porque en el principio fue el verbo, y el verbo era…¿cuál
era el verbo? ¿era un verbo? ¿cómo carajos alguien podía saber lo que era un
verbo antes de la nada misma? Por qué no mirar a todas esas palabras dando
vueltas en lo más profundo del universo, como desprendimientos del big bang, como
restos de cosas innombrables que no paran de expandirse y nunca dejarán de
moverse. Las palabras tienen vida, movimiento, no son nunca las mismas, aunque
haya pretorianos del lenguaje que pretendan sacar fotos y dejarlas allí como
presente continuo. Nada de eso, porque un buen día su padre (el de María, digo)
se fue a Buenos Aires desde España por trabajo, y en ese inhóspito continente del sur comenzó a enviar cartas a su familia, a sus hijos, a la del medio: María. Y María
leyó con tristeza por extrañar al padre, y descubrió intuitivamente que cuando
él escribía “chiche” quería decir “juguete”. Entonces las palabras en español
eran diferentes en Argentina, entonces las palabras de todos los idiomas y
dialectos y sociolectos están vivas, mutan, cambian, se meten nuevas que hacen
correrse a las otras y así las sociedades enriquecen la cultura toda, y así las
sociedades también se desquician y pueden terminar queriendo reprimir tanta vida.
Y así el padre nunca regresó, y así llegó la temporada en el infierno del
franquismo, y así la Institución comenzó a querer absorberlo todo, a querer
saberlo todo para controlarlo todo. Era necesario liberarse de los yugos con
una empresa imposible, improbable para un solo cuerpo. Así nace el diccionario
de María, de ella sola. El juego de las palabras infinitas, la búsqueda del
brillo, pulir, no restringir. Y ese es el efecto de su obra inmortal,
paradójicamente. Hoy bastaría con bucear por algún buscador online desde un
celular o laptop o computadora de escritorio para encontrar el significado de x
palabra. Y ahí está, aparece, pero no…no aparece en la dimensión que uno desea.
Buscar una palabra es sumergirse en la historia para poder comprenderla y
proyectarla hacia el futuro. Sumergirse en ese destello de ese significado que
fue esculpido con la paciencia y la elocuencia de una poeta. Encontrar poesía
en un diccionario, eso solo pasa en el de María Moliner. Podrán decir que es
reflejo de una época, inevitablemente. Que carecerá de actualización. Que está
limitado a esos dos hermosos tomos que vaya a saber por qué la editorial Gredos
imprimió con tapa negra. ¿Negra, de verdad? Uno abre el diccionario en cualquier
entrada, cualquier palabra, se pone a leer y el brillo se escapa por todas
partes. No sé cómo explicar con exactitud el placer revolucionario con el que
leo cada palabra buscada en ese diccionario. Ahí las palabras todavía tienen
vida, laten, mueven cosas. Hacer cosas con palabras. Hacer un diccionario que
habilite ser leído como literatura, la mejor literatura. Honrar la Historia de
la lengua española pero sin quedar anquilosada como un monumento en una plaza
que ya nadie visita. Hacer un pedazo de vida sobre papel escrito. Tocar y pasar
cada página como si fuera un paseo por las calles del barrio Rivadavia, con la habitualidad
de siempre, pero descubriendo algo nuevo y excitante cada vez. En el camino, ir
reconociendo una voz y mil voces. Una, la de María y sus interminables luchas
quijotescas. Miles, la de cada persona que nos hizo escribir un significado
distinto para cada una de esas palabras que nos dijeron. Las mismas, pero nunca las mismas. Con las personas y los
vínculos se construyen diccionarios diferentes todos los días, aventuras de lo
más diversas. En eso pensaba un día como hoy, que era casi primavera, que había
un sol tibio que parecía el mismo de ayer…pero no, porque hoy el significado se
volvió un cachito más allá, un poquito más cerca del que va a ser mi último día
de sol tibio de casi primavera. Y eso está bien, es el indicador, ya va siendo
hora de que comience a escribir mi propio diccionario, para honrar a mis mil
voces, las que me enseñaron todo hasta hoy. La primera, la voz de María, una
entrada suya como salida de texto hacia afuera, como grito liberador: Contestar (acepción usual,
pero no incluida en el diccionario de la Real Academia Española). Oponer
alguien objeciones o inconvenientes a lo que se le manda o indica: Haz lo que te dicen y no contestes.
*Las citas (incluido el título de este coso y su final) corresponden a la novela de Andrés Neuman sobre la vida de María Moliner: Hasta que empieza a brillar. Como música de fondo se propone:
*********************humildemente, Juan********hoy en tono romántico***************único y verdadero amor: María, solo María y su diccionario****porque escribir un diccionario es recordar******