Salir a la cancha


Ya intenté catorce veces escribir, al menos, una primera oración. No me sale, y eso es raro. De las pocas cosas que puedo destrabar en mi vida es la escritura, que por lo general fluye sin mayores inconvenientes. Pero esta vez resulta diferente. Será porque el motivo me sobrepasa por completo. A lo mejor, me pasa lo que a la mayoría de les argentines, estamos desbordades, no podemos explicarnos cómo puede pasar tan rápido el tiempo, cómo las cosas que creíamos eternas se desvanecen en unos segundos, cómo las alegrías se empiezan a apilar allá lejos en algún lugar del pasado, y qué poco y cuánto cuesta traerlas de nuevo al presente. El siempre más insoportable presente. Entonces se nos va el más impresionante de los personajes que podríamos haber imaginado todes juntes, a la vez, y por única vez. Como catarata caen las comparaciones, los recuerdos de anécdotas hermosas, llantos de personas que no lloraron nunca, emociones desbordadas de quienes están imposibilitados emotivamente para la expresión en el resto de las cuestiones que aquejan sus vidas, frases inolvidables, episodios escandalosos, desmesuras inentendibles y un largo etcétera, con la firme certeza de que la vida, a partir de acá, va a ser un poco más triste. Y de que, claro, quién no se va a parar ante lo imposible, a intentar lo imposible, mientras un pensamiento lo persigue sin dudar: "como Maradona", "hay que hacer como Maradona"…"Si yo fuera Maradona"... Para toda la vida, el héroe de los mil pueblos.

Un adjetivo imborrable: maradoniano, y un sin fin de perlas futbolísticas, en la cancha, el lugar donde sabemos que se juegan las cosas en serio. Siguen los poemas, las ofrendas, las historias, los recuerdos cargados de sentimientos hermosos, y esa sensación de que lo glorioso pocas veces vuelve a repetirse en la vida de una persona de a pie. Esa sensación de que lo mejor ya nos dejó lejos, se quedó en el pasado, que es fijo y trae consigo una mezcla de sabores que lo hacen el más vivo de los tiempos. En ese lugar quedan todas las cosas que luego vendrán a la memoria, en presente, aleatoria y caprichosamente. Seguro, para las grandes mayorías, para todos los pueblos, para su pueblo, para mí, la imagen de Diego recortada del horizonte terrenal, será parte de las evocaciones más lindas y deseadas para afrontar el día a día, para salir a la cancha, una vez más...

  

******Juan, desde el barrio Rivadavia, triste pero andando******************************************


El Gran hotel, la vereda y una birra al sol

 


Entonces, una mañana de 1973, Procol Harum sacaba su nuevo disco y grababa su mejor canción, cambiando el sonido de la banda para siempre, molestando a los seguidores que se convertirían en haters en poco tiempo, porque cómo pueden traicionar el sonido del grupo de esa manera, con ese tema que le da nombre al disco y que, para Él – siempre y solo para Él – era lo mejor que podía existir: Grand hotel. Cuántas veces había que intentar cambiar las cosas en direcciones extrañas. Por ahí para sentirse un poco más vivo, por ahí por aburrimiento, por ahí para tratar de sobrevivir a tanta superpoblación de internautas dispuestos a publicar cada segundo de un día, como si fuese el último de la humanidad. Y hasta aquí había llegado Él, con su traje de otro tiempo y esas ganas de tirarse en la vereda de Castelli y Francia a tomarse una birra, como siempre lo había hecho en el pasado del barrio Rivadavia, cuando era más cómodo socializar y cruzar miradas con personas, y no tanto con dispositivos electrónicos que llegaban en contenedores que no eran nada virtuales, que tenían un peso y una fuerza en la realidad, tan terrible como las fábricas donde se hacinaba a personas para que…claro, Él y yo estemos compartiendo este texto en una de tantas redes sociales, o en más de una, con suerte. No sabía bien si Whats app era considerada una red social. Como fuera, se había clavado los auriculares y había estado la tarde al sol, tomando la birra, escuchando Grand hotel de Procol Harum. No podía dejar de dar vueltas con ese valsesito psicodélico, tipo calesita, que arremetía en una parte de la canción. No se imaginaba tanto el hotel, porque no le gustaban para nada esos lugares de tránsito, donde las camas siempre parecían embajadas con poca onda, donde el baño era un territorio tan extraño y frío como un desierto en la Antártida. Pero se esforzó por, al menos, empatizar un poco con las comidas fastuosas y los desayunos all inclusive, calculados para llenar a la gente con solo mirarlos, porque siempre se tardaba más en ver todo lo que había en las mesas para servirse que en sentarse a tomar, por lo menos, un café con una medialuna. Y ya le entraba el hambre, pero no tenía a mano el barbijo. Se cagó en la nueva normalidad que traía más protocolos que la vieja anormalidad, donde podía pasar la birra de labio en labio sin temor a matar a nadie. El virus sería como un veneno mortal que todos podemos tener, y que todos podemos compartir. Algo así como la posibilidad que nos dan las redes sociales…y ya estaba cansado de las comparaciones pelotudas. Se sintió un pelotudo, entonces me hizo sentir mal a mí también. Volvió a la música, a esa anécdota del disco de Procol Harum, la renuncia a último momento del guitarrista Dave Ball, cuya cabeza fuera removida y reemplazada en la foto de portada. En su lugar, la nueva cara del nuevo integrante de la banda Mick Grabham. Pensó en Mick estando en un cuerpo que no era el suyo, en la entrada de ese hotel que de tan blanco parecía más irreal que su propia cabeza, y volvía la calesita a girar y la birra ayudada por el sol de la tarde, un sol de primaverano que calentaba unidireccionalmente…Se estaba empezando a quemar una sola parte de la cara, pero no le preocupaba. Lo que sí estaba mal era toda esa gente que pasaba en un auto leyendo mensajes de Whats app mientras manejaba. Porque no existe nada más importante que leer un mensaje sin importancia, y después pasarse un rato tratando de justificar el error que podría haber causado un accidente peor que el de contestar un mensaje sin importancia con otro mensaje sin importancia, y así hasta que llegó a la gran verdad de la tarde: esa manera de actuar tenía que ser el peor de los virus imaginables. Y tan malo era, que nadie podía detectar los trastornos que ocasionaba. Y tanto peor, a nadie se le había ocurrido que era una enfermedad, terminal, enviar mensajes por redes sociales a toda hora. Y, ¡por el Gran hotel! Él también estaba contagiado, y por lo tanto yo también, y vos que estás leyendo un blog al que llegaste por esa misma vía. ¿Qué carajos tenemos que hacer viendo la actualización de un estado, que no es más que la demostración de que una persona no está, porque donde está es en algún lugar con wi-fi gratis, acariciando una pantalla para sacar una foto más, que no le va a importar a nadie, porque vemos tantas fotos por día, tantas actualizaciones, tantas deformaciones de grandísimos textos que ya nada de eso parece tener sentido. ¿Y del otro lado, qué? Del otro lado de la birra en una vereda del barrio Rivadavia, ¿quién podía interesarse por su imagen y por su texto, más de dos o tres segundos? Como poner una frase por acá: “la realidad no existe más, porque se la compró alguien por Mercado pago / libre mercado online / pago cualquier bosta / etc pagos”. Esperar dos o tres segundos, repito, y después…ya pasó. No tenía que olvidarse más del barbijo, porque la cerveza en algún momento se termina y no tenía cargado el celular para mandar un mensaje a los delivery, que ahora eran multinacionales y que se llamaban distinto, más cheto, pero que explotaban cada vez peor a sus empleades, porque eso sí, respetaban la diversidad sexual. Todes explotades de la misma manera, con las mismas reglas, igual de desamparades, con las mismas cajitas y las mismas camperas…¡Qué linda tarde la que se le estaba escurriendo de los ojos! La pena que sentía era la misma del principio, la de no haber estado nunca en un Grand hotel, con los Procol Harum, dando vueltas entre paredes de marfil y desayunos continentales, en calesitas sonoras que lo harían olvidar que necesitaba despertarse, ponerse el barbijo y volver a exponer su corazón en vaya a saber qué próximo emprendimiento multinacional de explotación humana.

 

***********Y el tema al que hago referencia es este, versión en vivo, vaaaaarios años después:


***************Las trampas del tiempo**********Humildemente, Juan Scardanelli********************Atiendo por mail, porque mandarse mensajes para leer con tranquilidad y buena onda es mucho mejor: juanmanuelpenino@yahoo.com.ar*******************

Recorte

 


Hacía esos recortes para olvidar el contexto. Siempre es más fácil mirar un determinado sector y pensar que las cosas ahí están bajo control, que no pueden ocasionar el final de nada. Se sentía un poco cansado de ese determinado sector, siempre amable, siempre en suspenso. Era como se imaginaba un alma, si acaso algo como eso existiera. Figuras suspendidas captadas por otras figuras suspendidas, que a su vez son captadas por otras más. Y todo así. Volvía sobre esa nube que parecía quieta, que daba una sensación que no sabía expresar, porque claro que todo lo vivo es constante revolución. Pero esa tarde, esa encuadrada tarde, quería dejar la imagen fija. El tiempo lo llevaba hasta un lugar no muy lejano, con paisajes muy similares, porque es imposible enfocar aquellas cosas que nos pasaron de largo. Muchas veces esos sentimientos se mezclaban y querían tomar su lugar, mostrar movilidad. Pero era tan fácil dejar que se deslizaran bajo el mismo marco, sin causar estragos, olvidando lo que ya no quería recordar. Evocaba una frase que le pareció ingenua: “nada dura para siempre”. Pero no resultaba en él, porque sabía como nadie que el pasado sí que rompe la regla, está todo el tiempo presente hasta el final. Entonces, ese cielo era una evocación de otros tiempos, los suyos y los de quienes habían venido por detrás. También, era proyección, embrión de los que estaban siempre por llegar. Y la esperanza descansaba en esos últimos, que se apresuraban por ser pasado, porque ahí dormía la gloria. Era tarde, el barrio estaba confundido, las calles lo reflejaban sin pasión y había tanto por hacer, tanto. Como levantarse por la mañana y tratar de no morir en el banco de una plaza. O correr el colectivo para no llegar tarde a donde, tal vez, ya no se puede llegar, ya no se deba llegar. Había rumores que lo perseguían, necesitaban culparlo de algo. Todos quieren descansar bien, sobre las voluntades de los demás, porque es más fácil, porque el peso no es ligero. Y seguía con el recorte, detallaba sus ojos en la nube, que no parecía poder resistir el ansia del viento por desmembrarla. Vaya metáfora, se dijo. Pero no quiso ahondar más, estaba cansado, los ojos le empezaban a pesar en el pasado, cada vez un poco más. Los sonidos eran los motores de toda una vida, la de las fábricas y sus operaciones, sus fusiones, sus costumbres de explotadores y explotados. El cielo no le mostraba ningún límite moral, era así como debían sentirlo los dioses, que ya no están, que se fueron hace tantos pasados. Pero los recortes de los atardeceres cansan, vienen llenos de damas que relucen un brillo dorado que nunca tuvieron, de amables noticias que esconden violencia y guerras. Pero todo eso, recortado, es una manera de interpretar y nada más. Porque para ver el horizonte completo no alcanzarían los ojos de nadie. Los de él eran apenas comunes. Grandes y negros, con cejas súper pobladas, que habían tenido la sed de un mundo que nunca había existido y nunca existiría. Le pedían que no tirara abajo esa imagen, que la pintara de púrpura, que la resaltara, que la adornara de bondades que nunca recibió. ¿Cómo se atrevían a pedirle lo que nadie le había dado? Solo un recorte, es todo lo que debía ofrecer una tarde cualquiera. Un espacio dentro de la inmensidad que lo comprendía todo, pero que él jamás iba a desentrañar. Los misterios son motores imposibles, pero sirven para ir tirando, para acercarse al precipicio y tratar de imitar a una gaviota en pleno vuelo. ¿Pero qué más podía hacer, esa tarde, todas las tardes? Escuchaba, a lo lejos, las necedades diarias, los falsos amores, los odios intensificados, las mezquindades, las propias y las ajenas. Un recorte. Un trozo nomás, para que no enfermase el corazón. Y vaya que insistían en convencerlo de sus errores, que él conocía perfectamente. Tal vez era lo mejor que podía hacer, alzarse con las frustraciones de los demás, ser el filtro para toda esa mierda que ofrecía una parte recortada del mundo. Siempre un recorte. Una condena. Una esperanza. ¿Para dónde caería su alma aquella tarde? No quería saber, solamente esperaba poder poner su atención en ese espacio elegido, en ese plano y en nada más, en nadie más. Porque el secreto era intentar un escape de algunos minutos, un escape del tiempo, ser presente. Olvidarse de todos los otros engranajes del tiempo, habitar el no lugar donde todas las cosas son posibles y todos los hechos son directos. Esa tarde debía ser, ninguna otra más. El conjuro terminaría pronto, porque siempre en la vida la ley máxima se cumple. La oscuridad de la noche primaveral se llevaba, una vez más, el recorte de su cielo, del barrio Rivadavia. Alguien gritaba desde el patio de alguna casa, unas niñas hacían sonar la pelota contra la medianera más blanca y agrietada del patio. Y eso había sido todo, un mundo para él y sus ojos. Un recorte, apenas, un recorte. Tenía hambre y muchas ganas de mear. Una birra lo esperaba a la vuelta de la esquina. Si hubo una magia existente -aquel atardecer- ya estaba siendo devorada por todo lo demás. Le había quedado algo, solo que no era ese su momento para volar.


*******Humildemente, Juan Scardanelli. Esta tarde, disfrutando del silencio....................El contacto de siempre: juanmanuelpenino@yahoo.com.ar********************nada más lindo que sentarse a escribir, pararse a escribir, correr para escribir, nadar escribiendo, volarescribir, leerescribir, vomitarescribir, cogerescribir, caminarescribir, escribir**************************Foto: el cielo en la tarde desde un patio, barrio Rivadavia MDP-Batán********************

El príncipe de Persia

Saltar, pasar en zigzag. Supongamos que un príncipe Persa cierra los ojos mientras le cae una bomba en el medio de la cabeza, y todo estalla...