Cualquier día es bueno para pronosticar, hacer predicciones. Desde el clima hasta el posible campeón mundial de tenis de mesa, cualquier cosa es factible de ser predicha. Esto quiere decir, ser explicitada antes de que ocurra. Cosa de brujos, brujas, un motivo que viene desde los inicios de la civilización. Por lo general, una actividad a cargo de gente muy pensante, de personajes que pasan por sabios o poseedores de un tercer ojo, una sensibilidad especial para con el tiempo que no es ni fue. Pero siempre con una base racional bien presente, que en lugar de hacer contraste, complementa ese raro sexto sentido que permite conocer sucesos que todavía no consiguieron su realización en la Historia. Y con eso viene la sospecha, ingrediente fundamental para finalizar el ciclo. Porque para ser pronosticador se necesita no solo de fanáticos seguidores, sino también de un grupito de detractores, que funcionen codo a codo en todas las redes (anti)sociales. Después comienzan el análisis fáctico y los resultados que contradicen o corroboran la labor de quien se expuso con sus pronósticos. Y obvio que incluimos el factor racional, porque nadie predice sobre la nada, sino que los cimientos suelen ser muy sólidos, por demás analizados. Por ejemplo, nadie se animaría a predecir que Catar saldría campeón del mundial de fútbol masculino, porque su selección no puede dar más de dos pases seguidos. En cambio, ya existe un dispositivo electrónico – a la “pulpo Paul” – que predijo que Brasil ganaría la copa del mundo. Esa predicción tiene nada de sorprendente, es lo mismo que yo pensaba desde el año pasado, y que piensan otros cuantos millones de personas. En fin, nadie pronostica sin un poco de racionalidad, o mucha. Las brujas de Macbeth también predijeron sobre una base lógica. Lo que agregaron, por suerte, fue una cuota de sal al asunto: sus predicciones ocultaron información, lo que produjo la tragedia. Hermosa manera de intervenir en el destino de las personas: contar el final, pero sin dar más detalles. ¿Por qué sucede esto? Si los detalles fueran develados, pasarían tres cosas:
- A lo mejor el suceso no se llevaría a cabo, por precaución de los
actores que preferirían no justificar los medios.
- Por astucia, o un poco de maldad. Omitir para disfrutar del
desenlace trágico. Que las hay las hay.
- Para que la historia se desarrolle, tenga un sentido, y quienes
la leemos no la abandonemos en las primeras páginas.
Por
esto último es por lo que existe la literatura, y tal vez es la mejor manera de
definir al autor: una suerte de pronosticador, que va ocultando información
deliberadamente, hasta llegar al final donde se completa la historia que ya
sabía que sería inevitable. Y todos los lectores somos como Edipo, y terminamos
cometiendo el crimen que no sabíamos que iríamos a cometer. Nos intentan alejar
primero, para meternos en el medio del embrollo después. Y al final terminamos
arrancándonos los ojos. Pero esto sería una predicción más, que a lo mejor es
preferible dejar de lado.
Y otra cuestión que me obsesiona desde hace tiempo, que es la del monstruo. ¿Qué hay con el rol de pronosticador del monstruo? Debido a la carga de irracionalidad que lo caracteriza, el monstruo no estaría calificado para predecir nada. Sin embargo, resulta que su capacidad dañina tiene un sentido. Reiteradamente, el daño que ocasiona el monstruo se direcciona hacia un determinado lugar, dentro de un radio limitado. Y hacia allí va, como sabiendo que sus golpes son los adecuados, y que son enviados hacia los objetivos adecuados. ¿Y por qué motivo? Solo el monstruo lo puede saber, y es lo que tanto obsesiona a los hombres, las mujeres, que intentan a su vez predecir los daños para minimizar los riesgos. De predecir se trata, como manera de protección. Lo que se busca, en definitiva, sea quien sea el que predice o pronostica, es estar preparados para el suceso que fuera, y con esa información actuar para buscar el mejor final. Otra vez, como un escritor, una escritora. Como un detective envuelto por la niebla de un anochecer húmedo y muy de mierda en el centro de la ciudad de Mar del Rivadavia. Un detective que sabe muy bien que alguien puede haber muerto esta noche, y que es su deber intentar develar el misterio, descubrir al culpable. Pero claro, trabaja totalmente a destiempo de quien predice, del oráculo, de la bruja, del monstruo, del sabio. La labor del detective es predecir cuando ya es tarde, llegar cuando no hace más falta. Descubre la verdad en tiempo presente, pero es una verdad que transcurrió en el pasado, que no tiene nada de predictivo. Por el contrario, una historia contada por el detective ya pasó, porque es un especialista en llegar tarde. Y cuando logra la verdad, por lo general la Historia se queda igual, nada cambia, salvo el hecho de que él ha descubierto lo que ya pasó. Es un sabio del pasado, totalmente inútil. Nadie contrata a un detective para predecir, sino más bien para corroborar una sospecha sobre algo que ya pasó. Labor de poeta, labor detectivesca. Siempre a destiempo y con una racionalidad resignada. Y en eso mucho mejor ser monstruo en presente destructivo, irracionalmente dirigido a romper aquello que intuye como peligro venidero. O mejor ser una bruja, un sabio o vidente, para poder cobrar un buen sueldo por tirar informes de un futuro que podría ser prodigioso. Un futuro que es tierra desconocida a la que se quiere llegar para sembrar lo que mañana va a hacer falta. Saber, y de eso se trata todo este padecimiento superfluo, saber hacia dónde dirigir nuestras fuerzas para no sufrir tanto, para no terminar cagando la historia y regalando una tragedia más al próximo escritorzuelo con hambre de amasar una futura fortuna. ¿Fortuna? ¿En esta noche? ¿De espaldas al general? No jodan, que la bola de cristal es un invento de lo más inverosímil, y que por desgracia se empaña seguido con tanta humedad.
***Texto
provisto por Scardanelli, un poco mareado de tanta birra, y con la siguiente
música de fondo:
Comentarios
Publicar un comentario