*dedicado a mi primo, Javier Penino Viñas, quien recuperó su identidad en el año 1999.
Conjuntos de rasgos de
diversa índole que caracterizan a una persona,
que es esa y no es
otra que quisieron robar, ocultar, desaparecer;
Y yo creo que era un sábado,
uno de esos sábados de mitad de estación,
había un sol intenso,
de eso estoy seguro;
también de que toda la familia
estaba expectante, entusiasmada,
con mucho nervio moviendo las sensaciones,
planeando cosas, imaginando reacciones,
dejando al azar un poquito de eso
que se dice espontaneidad.
Y yo creo que estaba en mi habitación,
eran los primeros años de adolescencia
y estaría viendo tele o jugando al family,
porque ese día había que estar ahí,
entonces yo cumplía el mandato,
no teníamos que sumar nervios extra.
Igualdad que se
verifica siempre,
cualquiera que sea el
valor de las variables
que contiene
Y yo creo, seguro, que estaba triste
porque en la escuela me habían jodido
¿con qué iba a ser?
con esas enormes cejas oscuras
que sobresalían siempre del resto de la cara,
que parecían una sola,
como dos gatas peludas apareándose,
y yo creo que odiaba a las gatas peludas
y maldecía esas cejas que vaya a saber
por qué motivo me habían tocado a mí.
Pero ese día era distinto,
no lo podría explicar de otra manera,
porque por lo general los días se pasan
sin dejar una señal recordable,
como barcos sin rumbo que se hunden
en ese horizonte que uno imagina eterno.
“Esas cejas, querido, son como las de tu padre,
que vienen de tiempo atrás,
porque son las mismas que tenía tu abuelo”
y así subiendo el árbol genealógico
hasta tocar las nubes del primer Penino.
“Y qué tal si te las afeitás,
queda piola y está de moda
te va a dar fama de rebelde o punk o dark”;
esas ideas amigas me daban vueltas
por aquellas horas extrañas,
parecía simple,
agarrar la hoja de afeitar de mi viejo
y podar esas dos manchas peludas,
como el Pink de la
película The Wall.
Parecía fácil, Bob Geldof lo había hecho
en apenas unos segundos
y casi sin prestar atención.
Seguí distraído, con la tele, Pink
y esas cejas enormes que parecían
haber crecido aún más.
¿Qué hacer? Cuántos problemas
superfluos que deforma la adolescencia,
como un entrenamiento liviano
para los sufrimientos de la vida futura.
Y yo creo que todo eso estaba
por caerme encima, cerca del mediodía,
cuando el sol parecía más fuerte que nunca.
Escuché la puerta que se abría
y mi vieja que me gritaba
y mis hermanas que ya estaban abajo
extrañamente calladas
y mi viejo que se empeñaba
por hacer sentir bien a la visita,
que era la razón de todo.
Y yo creo que grité “ya voy”
como solía hacer todos los días
a la hora de las comidas
y que era el primero de tantos avisos
antes de bajar a recibir el castigo.
Pero ahora recuerdo que seguía pensando en Pink
y no deseaba que nada ni nadie me jodiese,
tenía que memorizar bien esos movimientos,
no quería cortarme ahí la cara,
sería peor que dejarme las cejas gigantes.
Para mi sorpresa nadie me volvió a llamar,
parecía que las cosas con la visita
estaban muy interesantes como
para que alguien se acordara de mí.
Aproveché para evadirme,
para terminar de tomar valor,
estaba dispuesto a borrar mis cejas definitivamente.
Y yo creo que las cosas en la realidad
pasan justo cuando tienen que pasar,
y que la literatura corre de lejos
y en chancletas.
En ese día de calor, de sol gigante,
me sonó la puerta con un golpe
tímido, propio de alguien
que moriría de vergüenza
ante una reprimenda, un grito.
Y yo creo que dije “qué querés”,
pensando que sería una de mis hermanas
ahora sí cumpliendo la orden superior
de darme el ultimátum para bajar
y saludar a la visita,
que ya tenía casi olvidada.
Pero no pasó ninguna de mis hermanas,
el que abrió la puerta fue un joven adulto
mucho más grande que yo,
casi tan flaco como yo,
también con el pelo oscuro como yo
y una expresión de encantadora vergüenza.
Y yo creo que ahí entendí todo,
ese día,
ese día de sol,
los días perdidos en el horizonte,
las ausencias
las luchas
los llantos silenciados
y, sobre todo,
comprendí la importancia
de la identidad
porque ese pibe tenía mis cejas,
las mismas de mi viejo,
las de mi abuelo,
las de mi tío, su papá,
esas cejas eran nuestra identidad.
Y yo creo que le dije “hola”
y que él se acercó y se puso
a ver la pantalla del tele conmigo,
y fuimos cuatro cejas enormes
mirando para el mismo lado
un día de sol
y para siempre.
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